Hay impulsos que nos hacen tomar decisiones importantes y hacen florecer en nosotros los mejores valores para el servicio a los demás
Amós 2,6-10.13-16; Sal. 49; Mateo 8, 18-22
En la vida vamos recibiendo como impulsos de aquellos acontecimientos
que suceden a nuestro lado y nos impactan, del ejemplo y el testimonio quizá de
una persona buena y entregada que camina a nuestro lado y que le vemos muy
realizada y feliz en lo que hace, o en ocasiones de cosas que nos suceden que
en principio nos hacen daño pero que en el fondo nos hacen pensar, de una
palabra certera que escuchamos a alguien y que nos llamó la atención; esos
impulsos nos hacen que tomemos decisiones, que quizá queramos darle un cambio
de rumbo a nuestra vida, ponen ilusión y esperanza en nuestro corazón deseando
cosas grandes y realizar también cosas semejantes a lo que vemos en esos
testimonios que recibimos.
Así nacen las vocaciones, así descubrimos metas por las que luchar en
la vida, así florecen quizá en nosotros valores que parecía que no teníamos
pero que ahora vemos lo hermosa que nos pueden hacer la vida. Lo habremos
experimentado en nosotros mismos, o vemos en nuestro entorno personas que
cambian de un día a otro y viven una nueva entrega con mucho ánimo, con mucha ilusión.
Son buenos esos impulsos que de una forma podríamos decir primaria nos
quieren poner en las sendas de nuevos caminos en la vida, pero en el fondo
tienen que hacernos reflexionar seriamente porque decisiones importantes en las
que se implica el rumbo de la vida no se pueden tomar a la ligera o solo desde
esos impulsos. Somos seres racionales y desde la razón y con la razón además de
con el corazón hemos de tomar las decisiones. Claro que quien se siente
inundado por un amor superior que le invade y le supera envolviendo su vida,
seguramente se dejará llevar por esa locura del amor.
En el evangelio hoy vemos como un letrado quizá entusiasmado por lo
que está escuchando de Jesús o por el testimonio de las cosas que Jesús hace
decide así de pronto seguir a Jesús. ‘Maestro,
te seguiré adonde vayas’, le dice a Jesús. Había también contemplado como había
discípulos más cercanos a Jesús que estaban siempre con El y le acompañaban a
donde quiera que fuese. El quería formar parte de ese grupo, él quería estar
con Jesús. Como cuando encontramos un amigo que nos ha llegado al corazón y le
decimos que seremos amigos para siempre, o cuando alguien se ha sentido
enamorado de alguien y ya desde el primer momento promete amor eterno.
Aunque como veremos luego Jesús
nos exige radicalidad cuando hemos tomado la decisión de seguirle – porque no
se puede poner la mano en el arado y volver la vista atrás ni dedicarnos solo a
enterrar a nuestros muertos -, sin embargo nos pide que seamos reflexivos, que
veamos hasta donde somos capaces de llegar, si seremos capaces de afrontar toda
la entrega que se nos pide o tenemos claras cuales son las exigencias, hasta
donde nos sentimos fuertes o hasta donde desde nuestra confianza pero también
desde nuestra debilidad seremos capaces de ponernos en las manos del Espíritu
que nos guíe.
‘Las zorras tienen
madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar la cabeza’, le
dirá Jesús dándole a entender cual es la verdadera disponibilidad que tendría
que haber en su vida. ¿Vamos buscando situarnos en la vida? ¿Vamos buscando una
vida fácil? ¿Vamos buscando privilegios que nos hagan sentirnos por encima de
los demás? ¿Vamos buscando satisfacer esas ansias de poder que en el fondo
subyace siempre en nuestro corazón?
Sea cual sea la decisión
que hayamos de tomar en la vida y que va a marcar su rumbo, nuestra entrega o
nuestro servicio desde nuestros valores y desde nuestras capacidades, el espíritu
ha de ser siempre el del servicio. Otras intencionalidades malean nuestro
trabajo y cuando se trata de que lo hacemos por el Reino de los cielos serían
cosas incompatibles. En eso tendrían que pensar quienes ejercieran una función
en el servicio de la comunidad en cualquier ámbito social, y esto lo hemos de
tener muy claro quieres queremos vivir una función pastoral, sea cual sea desde
el Papa hasta el ultimo de los servidores dentro de la comunidad eclesial.
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