No
nos podemos quedar paralizados antes los problemas que surgen sino que hemos de
saber implicarnos también pedir la
colaboración de los que están a nuestro lado
Génesis 3,9-24; Sal 89; Marcos 8,1-10
A veces escuchamos voces que no sé si
son alarmistas sobre la capacidad de nuestro planeta para alimentar a cuantos
lo habitamos además con las perspectivas de crecimiento de la humanidad en los próximos
años; los sociólogos, los economistas y quienes entienden de esas cosas –
organismos internacionales del tema creo que hay hasta demasiados - tendrían
que explicarnos y darnos soluciones lejos de las ideologías que algunas veces
marcan excesivamente las respuestas que se dan a los graves problemas del mundo
a esto que se plantea como un problema de futuro de la humanidad que algunos ya
lo ven como muy cercano en las próximas generaciones.
No soy economista, no soy político ni
dirigente de nada, no soy sociólogo y no soy quien se vaya a poner a dar
soluciones definitivas. Pero sí quiero ofrecer mi pobre pensamiento pero que
quiero iluminar desde mi fe en el Señor y desde los valores que aprendo en el
evangelio. No solo pienso en los graves y grandes problemas a los que se ve
enfrentada la humanidad, sino también a esos pequeños o no tan pequeños
problemas con que nos vamos tropezando cada día en nosotros o en los que están
a nuestro lado.
Primero que nunca nuestra postura puede
ser un cruzarnos de brazos quedándonos como paralizados por mucho que sea el
problema; capacidades tenemos en nuestra fe, inteligencia y voluntad para
trabajar por hacer que nuestro mundo marche nos ha dado el Señor que ha puesto
precisamente ese mundo en nuestras manos. Darle la espalda al problema porque
sea grande no puede ser nunca nuestra solución.
Pero hay algo más que podemos hacer cuando
nos encontramos problemas de difícil solución, implicar a los demás en esa
tarea. Sí, pedir colaboración, como se suele decir dos cabezas piensan más que
una, y a nuestro lado en nuestro mundo podemos encontrarnos con muchos con
grandes capacidades a los que tendríamos que implicar. Y no hablo, me entendéis,
solo de ese problema de la alimentación de la humanidad (eso es como una imagen
y un ejemplo) sino que estoy pensando en todos esos problemas con que nos
encontramos día a día, que no son solo mis problemas personales, sino que son
cosas que afectan a los demás.
Como se suele decir, trabajar en
equipo; formar equipo llamando a la colaboración de los demás; despertar la
solidaridad en los otros para que se despojen de sus orgullos y de su cerrazón
y sepan poner su mano en el empuje camino de la solución de esos problemas con
los que vamos luchando a tanto.
También se suele decir que grano a
grano crece el montón, pero muchas veces lo que los otros pueden aportar son
algo más que pequeños granos, aunque nunca podemos despreciar las pequeñas
cosas que puedan aportar los otros, y cuanto podríamos lograr entre todos. Bien
sabemos, por otra parte, cómo muchas de esas cosas que tenemos las
desperdiciamos porque ni las usamos nosotros ni somos capaces de ponerlas al
servicio del bien común con lo que crearíamos una hermosa riqueza que nos
embellecería a todos.
Hoy lo contemplamos en el evangelio.
Jesús caminando por aquellas aldeas y pueblos de Galilea, donde incluso se
había acercado a los límites de la antigua Fenicia, había ido haciendo que
mucha gente se fuera con El de un lugar para otro. Ahora ya hay una
considerable multitud que llevan varios días con Jesús y sus pobres provisiones
se han acabado. Hay que darle de comer a toda esa gente y primero que nada
Jesús quiere contar con sus discípulos más cercanos. ¿Qué pueden hacer ellos si
tampoco llevan muchas provisiones? ¿A dónde ir a comprar pan en aquellas
circunstancias y además para tanta gente? Ante el problema que surge se quedan
medio paralizados sin saber qué hacer, aunque Jesús les está pidiendo que se
impliquen.
Habrá alguien que tiene siete panes,
luego aparecerán también algunos peces, pero ¿qué es esto para tantos? Pero
Jesús da gracias por ello, bendice al Padre que ha puesto generosidad en
algunos corazones y bendice también aquellos panes que se comienzan a repartir.
A la gente se le ha pedido que se sienten en el suelo o donde puedan. Comerán
hasta saciarse, sobrarán hasta siete cestos de pan. El milagro se ha realizado.
¿No nos estará diciendo este evangelio
como tenemos nosotros que implicarnos en los problemas que nos vamos
encontrando en nuestro mundo, incluso aunque no nos pidieran colaboración? ¿No
nos estará pidiendo el Señor que sepamos implicar también a los demás para que
cada uno aporte su pequeño pan, o simplemente el puñadito de harina – y nos
acordamos de la pobre viuda en los tiempos del profeta Elías - que nos puede
quedar resguardado para cuando surja la extrema necesidad? ¿Aprenderemos a
valorar las pequeñas aportaciones, los pequeños e insignificantes dones que
cada uno pueda ofrecer? También nos podríamos acordar de la viuda de los dos
cuartos en el templo de Jerusalén. Mucho nos dice este evangelio.