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sábado, 14 de diciembre de 2024

Todos están preparando la navidad y pocos preparando la presencia de Jesús en nuestro mundo, es necesario que haya profetas que sean verdadero signo para nuestro mundo

 


Todos están preparando la navidad y pocos preparando la presencia de Jesús en nuestro mundo, es necesario que haya profetas que sean verdadero signo para nuestro mundo

Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Salmo 79; Mateo 17, 10-13

Seguramente que en alguna ocasión nos hemos encontrado con alguna persona que nada más verla, no tanto en apariencia física, sino por la forma de actuar, por la manera de hablarnos, por las cosas que nos dice parece que tiene un don especial, pero es que además nos hace como entrar en otra sintonía por la que esa persona nos recuerda a alguien; algunas veces de entrada no sabemos a quien, pero quizás con el tiempo recordamos a alguien muy concreto que tenía esa forma y manera de actuar. No vislumbramos quizás el vinculo que puede haber entre esas personas, pero una cosa sí es cierta, la una nos recuerda a la otra, es casi como una plasmación actual de aquella persona que quizás conocimos en otro tiempo.

¿Por qué hago referencia a esto? Además de que sea bueno reconocer hay una línea de continuidad en la vida y tendríamos que resaltar en las cosas buenas, lo hago también por una referencia que nos hace hoy el evangelio. Vamos avanzando en el camino del Adviento y bien sabemos que por una parte los profetas y luego ya más en concreto con Juan Bautista tenemos toda una senda que nos prepara para la celebración de la venida del Señor. Recordamos las palabras de los profetas que anuncian esos tiempos mesiánicos y ya en la cercanía de la Navidad escucharemos una y otra vez a Juan el Bautista que en el desierto preparaba los caminos del Señor.

Pero hoy se nos manifiesta un nexo de unión entre el profeta Elías, paradigma de los profetas del Antiguo Testamento y el Bautista. Todo parte de una pregunta que le hacen los discípulos a Jesús sobre aquello que enseñaban los maestros de la Ley de que antes de la llegada del Mesías haría su aparición de nuevo del profeta Elías. En los textos del Antiguo Testamento se menciona como fue arrebatado al cielo en presencia del que iba a ser su sucesor Eliseo. Hoy en el texto del Eclesiástico se nos habla de que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. Pero se anuncia claramente la vuelta de Elías.

¿Cómo? Se habla de que vendrá a reconciliar a los padres con los hijos y a restablecer las tribus de Jacob. Esto era algo que estaba muy presente en la mentalidad y en la religiosidad judía. Recordamos como antes de la Ascensión los discípulos le preguntan a Jesús si ya ha llegado el tiempo en que se restablecerá la soberanía de Israel. Pero no tendríamos que olvidar algo que ya próximamente escucharemos en la aparición del Arcángel Gabriel a Zacarías en el templo cuando le anuncia el nacimiento de un hijo que viene con el poder y el espíritu de Elías para reconciliar a los padres con los hijos y preparar para la llegada del Mesías un pueblo bien dispuesto.

Por eso hoy Jesús, ante las preguntas de los discípulos, les responderá que Elías ya ha venido, aunque no lo hayan querido reconocer, pero que eso mismo harán con el Hijo del hombre. Una referencia, como recogen los mismos discípulos, a Juan el Bautista, pero una referencia también a lo que será el rechazo que harán a Jesús.

Todo esto que venimos reflexionando ha de valernos para la mirada que tenemos que hacer a la vida para saber descubrir esos que como profetas a lo largo de la vida han estado a nuestro lado para que seamos ese pueblo bien dispuesto para el Señor. ¿Podríamos reconocer en alguien quien ha estado junto a nosotros con ese poder y con ese espíritu de Elías? Esas personas buenas que nos hemos ido encontrando en la vida que han tenido un buen consejo para nosotros, una palabra de sabiduría que nos ha hecho ver las cosas de forma diferente, un gesto que nos ha despertado de nuestras somnolencias o de nuestras rutinas. Algunas veces pronto olvidamos esos signos que en un momento determinado nos hicieron bien, nos alertaron o nos ayudaron a ponernos en buen camino. Necesitaríamos detenernos para pensar en ello y reconocerlo y dar gracias porque han sido señales que Dios ha puesto a nuestro lado.

Pero en esta reflexión quisiera dar un paso más aunque sea pequeño. Es pensar cómo nosotros podemos ser signos para muchos que están a nuestro lado; estamos llamados a dar testimonio; nuestra fe, nuestra manera de actuar, nuestro amor y generosidad tiene que convertirse también en signo profético en medio de nuestro mundo. El mundo necesita profetas que con palabra valiente o con gestos que aunque sean sencillos sean también valientes y atrevidos ayudemos a despertar a nuestro mundo.

Estos días todo el mundo está preparando la Navidad, pero pocos están preparando hacer presente a Jesús y su evangelio en nuestro mundo. ¿No sería ahí donde tendríamos que ser verdaderos signos proféticos para los que nos rodean? El espíritu de Elías, el espíritu del Bautista ¿qué nos estaría pidiendo a nosotros?

jueves, 12 de diciembre de 2024

Dejémonos empapar por la sabiduría del evangelio, suave brisa para nuestra vida que nos hará disfrutar de lo esencial y lo que crea verdadera humanidad

 


Dejémonos empapar por la sabiduría del evangelio, suave brisa para nuestra vida que nos hará disfrutar de lo esencial y lo que crea verdadera humanidad

Isaías 48, 17-19; Salmo 1; Mateo 11, 16-19

Parece como si siempre estuviéramos a la contra. Es cierto que es bueno que queramos nuestra autonomía, que actuemos con libertad sin dejarnos arrastrar por presiones, que tenemos que formarnos nuestros criterios formando y fortaleciendo nuestra conciencia y actuar en consecuencia, la vida nos va dando una sabiduría y la experiencia es buena maestra y tenemos que aprender bien las lecciones, pero aun así no podemos creernos autosuficientes que nos valemos por nosotros mismos y no necesitamos de nada ni de nadie.

El que tengamos unos criterios no significa que tengamos que mostrarnos como unos rebeldes en la vida que van en contra de todo; podemos, es cierto, hacer nuestra valoración de lo que vemos, de lo que se nos ofrece o de lo que sucede, pero también hemos de tener la suficiente permeabilidad como para escuchar y querer aprender, porque siempre podemos encontrar algo nuevo y mejor que nos haga profundizar en lo que ya son nuestros pensamientos. Por eso es tan importante y nos lo hemos de tomar con gran seriedad y responsabilidad el diálogo que entablamos con los demás, con los que nos enseñan o dirigen para ir creciendo de verdad en esa sabiduría de la vida.

Hay gente que se cierra; es mi punto de vista, nos dicen, y de ahí no quieren salir, ni siquiera abrir una ventana para dejar que entren unos aires nuevos; una cerrazón así es autosuficiencia, es una manifestación de orgullo, y nos hará difícil el camino con los que están a nuestro lado y puedan tener otras opiniones.

El evangelio de Jesús quiere ser esa brisa fresca que nos llega a nuestra vida y nos ayudará a disfrutar de lo que verdaderamente es esencial. Una brisa fresca que nos deja un aire nuevo que nos hará respirar mejor en la vida, porque nos dará una visión nueva, porque nos hace descubrir un sentido nuevo para lo que hacemos y para lo que vivimos, que nos abre caminos para una nueva relación, para una mejor convivencia, para que nos sintamos en verdad a gusto caminando juntos, nos hará crecer más como personas y hará que vivamos con mayor y mejor sentido esa libertad de la que queremos disponer. Como nos dirá Jesús en otra ocasión ‘la verdad nos hará libres’. ¿Qué es la libertad? ¿En qué consiste esa libertad?

La pregunta queda en el aire, como aquella otra que Pilatos se hacia ante Jesús cuando este le hablaba de la verdad, y que El había venido para dar testimonio de la verdad. Y Jesús nos da testimonio de esa libertad con su propia vida porque nunca lo que Jesús nos ofrece va a ser opresión para nadie; ni opresión para los demás porque el amor nunca exigirá de malas maneras, aunque el amor siempre será exigente de nuevas posturas, de mejor trato, de mayor humanidad, ni será opresión para nosotros mismos porque nos va a ayudar a arrancar de los más hondo de nosotros mismos aquellas cosas que nos oprimen o aquellas cosas que crean esclavitudes en nosotros mismos. Como nos anunciará en la sinagoga de Nazaret ha venido ‘para anunciar la liberación a los oprimidos’. Es el perdón que Jesús nos ofrece y que nos enseña a ofrecer siempre a los demás.

Pero ¿escuchamos nosotros el mensaje de Jesús o estaremos como los niños de la plaza en la alegoría que nos ofrece que nunca harán lo que los compañeros de juegos les ofrecen? ‘Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado’. Como les dice a continuación no quisieron escuchar a Juan porque les parecía muy duro y exigente, pero ahora tampoco quieren escuchar a Jesús porque se muestra misericordioso con los pecados y a todos se acerca; lo más que saben hacer es querer descalificarlo diciendo que es un comilón y borracho porque come con los publicanos y los pecadores.

¿No nos sucederá de alguna manera a nosotros en nuestro camino de Iglesia? Nunca todos estamos de acuerdo o pensamos que es de nuestro gusto ni el Papa sea quien sea, ni el obispo ni el sacerdote de nuestra parroquia. Siempre queremos estar haciendo nuestro juicio y nuestra valoración pero al final no tenemos tampoco las ideas claras de lo que queremos o buscamos. ¿Nos dejaremos empapar algún día de la sabiduría del evangelio?

 

Tenemos que saber escuchar, saber ir con corazón libre al encuentro con la Palabra de Dios dispuesto a ser ese odre nuevo para el vino nuevo del evangelio

 


Tenemos que saber escuchar, saber ir con corazón libre al encuentro con la Palabra de Dios dispuesto a ser ese odre nuevo para el vino nuevo del evangelio

Isaías 41, 13-20; Salmo 144; Mateo 11, 11-15

Muchas veces todo lo que escuchamos no es lo que realmente ha sucedido; escuchamos, por ejemplo, un estruendo, es una pared que se derrumbó dicen algunos, otros nos dirán que fue una explosión, que fue una ráfaga de viento fuerte, que fue un avión que pasó y nos dejó su zumbido, que fue un trueno… y así seguimos escuchando muchas cosas. Pero claro que no me estoy refiriendo a esos sonidos que de esa manera llegan a nuestros oídos, sino que son las interpretaciones que nos podemos hacer de lo que nos dicen o nos cuentan, nos quedamos en la literalidad de las palabras o por lo que en otras ocasiones hemos escuchado nos hacemos nuestra interpretación, nos dejamos llevar por lo que previamente nosotros pensamos o escuchamos lo que otros nos dicen que dijo o quiso decir. Es importante pero no es fácil en muchas ocasiones; muchas veces puede ser causa de conflictos posteriores dentro de nosotros mismos, o en nuestras relaciones con quien nos quiso decir algo o con las personas que nos rodean.

‘El que tengo oídos, que oiga’, nos dice hoy Jesús en el evangelio, pero que es sentencia que nos repite en diversas ocasiones. Tenemos que tomarnos en serio lo que escuchamos, tenemos que tomarnos en serio las palabras de Jesús, tenemos que tomarnos en serio la Buena Noticia, el Evangelio que trata de trasmitirnos, no nos lo podemos tomar con superficialidad. Quedarnos en lo que nos parece que hemos oído, que muchas veces solo escuchamos según nuestros intereses, que también tenemos nuestras ideas preconcebidas, que nos hacemos nuestras interpretaciones. ¿No es lo que les sucedía entonces a los judíos que tenían una idea preconcebida de lo que iba a ser el Mesías y se quedaban entonces desconcertados con lo que veían en Jesús?

Hoy nos ha hablado Jesús de Juan Bautista del que hace grandes elogios. La liturgia nos ofrece esta palabras de Jesús en el contexto del tiempo del Adviento que vamos recorriendo y donde tan importante es la figura del Mesías, que vino a preparar los caminos del Señor. En ese sentido ha ido la lectura del profeta que hoy se nos ha ofrecido.

Hoy nos dice Jesús de Juan que nadie más grande que él ha nacido de mujer; nos habla también del profeta Elías que todos tenían la creencia que había de venir antes de la llegada del Mesías y Jesús nos dice que Elías es Juan, si es que queremos creerlo. En otro momento del evangelio volverá a hablarnos en ese sentido. Las palabras de Jesús hoy están enmarcadas en aquel momento en que Juan había enviado desde la cárcel a algunos de los discípulos que aun le seguían con la pregunta a Jesús si era El en verdad a quien esperaban, en una palabra, si era el Mesías anunciado.

Y nos habla Jesús de la violencia que sufre el anuncio del Reino de los cielos en una cierta referencia a la misma oposición que Jesús iba encontrando en ciertos sectores a su evangelio. Solo los esforzados lograran alcanzarlo, nos dice, que no significa que por la violencia tengamos que imponer el Reino de Dios, sino la violencia que tenemos que hacernos a nosotros mismos para superarnos y vivir los valores que nos ofrece; demasiado a lo largo de los tiempos no hemos sabido escuchar y entender estas palabras de Jesús y hemos querido imponer lo que solo tiene que ser una oferta de gracia.

Es por lo que nos está diciendo Jesús que el que tenga oídos, que oiga. Tenemos que saber escuchar, tenemos que saber ir con corazón libre al encuentro con la Palabra de Dios; corazón libre que es esa humildad y vacío de  nosotros mismos con que tenemos que escuchar; corazón libre que no se deja influir, que no pierde su libertad, que acoge con sencillez, que va con apertura deseoso de recibir vida, no condicionado por intereses de nuestra vida o lo que nos parece que a nosotros nos conviene, liberado de nuestras viejas historias para poder acoger la novedad que siempre es el evangelio que Jesús nos ofrece, dispuesto a ser ese odre nuevo para el vino nuevo del evangelio, buscando siempre esos caminos de amor que Jesús quiere trazar para nuestra vida.

 

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Qué distintas hacemos las cosas cuando caminamos desde el amor, vayamos hasta Jesús y su evangelio y dejémonos encontrar por El, otra será nuestra alegría

 


Qué distintas hacemos las cosas cuando caminamos desde el amor, vayamos hasta Jesús y su evangelio y dejémonos encontrar por El, otra será nuestra alegría

Isaías 40, 15-31; Salmo 102; Mateo 11, 28-30

Estoy cansado, no puedo más. ¿Lo habremos dicho alguna vez? ¿Lo habremos escuchado a gente a nuestro alrededor? Cansados porque mucho es el trabajo y duras sus condiciones, muchas las cosas que hacer y no sabemos de donde sacar el tiempo, nos sentimos presionados porque hay que sacar las cosas a tiempo porque la vida es una loca carrera, porque nos sentimos débiles, porque estamos enfermos y nos sentimos sin fuerzas.

Pero ese cansancio puede venir de más allá, de otras situaciones, del ambiente que nos rodea o de las desganas que sentimos en nuestro espíritu; porque hemos perdido la ilusión o ya no tenemos metas por las que luchar y entonces el trabajo se hace cansino, sin sentido; porque nos hemos ido quemando en la vida con fracasos, contratiempos, incomprensiones, desmotivación porque no se valora lo que hacemos o no se nos tiene en cuenta; porque los problemas se nos amontonan y hasta hemos perdido la esperanza, porque hay en nosotros cosas que nos desestabilizan y quitan claridad a nuestra mente para saber por donde vamos ni por qué hacemos las cosas; porque la sociedad en la que vivimos parece en ocasiones que va sin norte y todo es confusión…

Cuando Jesús nos dice hoy en el evangelio que vayamos a El los que estamos cansados y agobiados está saliéndonos al encuentro, saliendo al encuentro de esta sociedad nuestra, en aquel momento de la historia de su presencia allí en los caminos de Galilea y Palestina, pero también en el hoy de nuestra historia, de nuestra vida concreta donde también se manifiesta ese cansancio, ese agobio y esa desesperanza.

No podemos tomarnos estas palabras de Jesús como unas palabras bonitas como si fueran solamente una hermosa página literaria. Su Evangelio, su buena noticia nos quiere alcanzar hoy ahí donde estamos con nuestros cansancios y con nuestros agobios; cada uno sabemos cómo nos encontramos, cada uno hemos de escucharlas directamente dichas para nosotros.

Y es que Jesús ha venido para poner luz en nuestra vida, Jesús ha venido para responder a esas situaciones concretas que cada uno vivimos, Jesús ha venido para ser nuestra salvación, y salvarnos es sacarnos de esas situaciones donde nos sentimos hundidos, donde hemos perdido la ilusión y la esperanza, donde nos encontramos con nuestros problemas, donde estamos con nuestros cansancios concretos.

Por eso escuchar el evangelio, escuchar el mensaje de Jesús es pensar en nuestra vida, en nuestra situación, en las cosas que hacemos o que tenemos ganas de hacer, en las cosas que nos cansan y que nos aburren y ver qué quiere Dios de nosotros, qué nos quiere decir en concreto la Palabra de Dios, de qué en concreto necesitamos sentirnos salvados. No es algo etéreo que veamos tan espiritual y sobrenatural que le hagamos perder el sentido nuevo de humanidad que Dios quiere dar a nuestra vida.

Cuando Jesús nos está diciendo que vayamos a El, que aprendamos de El, que en El encontraremos nuestro descanso no es simplemente para que nos encerremos en nuestras iglesias con nuestros rezos y con nuestros cantos – que también tenemos que hacerlo – sino para que empecemos a caminar un camino nuevo, el que nos va trazando con su Evangelio, que será una nueva manera de mirar y de ver las cosas, ver nuestro trabajo, ver nuestra familia, ver las cosas que hacemos, ver esa sociedad en la que estamos y comencemos a sembrarla de nuevos valores, comencemos a empaparla de un nuevo sabor y sentido, a encontrar nuevas motivaciones para nuestras luchas y para nuestros esfuerzos, a llenar de una nueva alegría, entusiasmo e ilusión nuestra vida y lo que hacemos, a tener una nueva y trascendente esperanza.

Es la mansedumbre de su corazón, es la ternura que aprendemos de El, es la nueva paz que sentimos en nuestro espíritu, es ese sentido de sencillez y de humildad con que hacemos las cosas. Qué distintas hacemos las cosas cuando las hacemos con amor y por amor; qué fortaleza interior sentimos para superar cansancios, desilusiones, fracasos, contratiempos, rutinas. Es otra nuestra vida. Vayamos hasta Jesús y su evangelio y dejémonos encontrar con El.

martes, 10 de diciembre de 2024

También a la oveja perdida hemos de ir a buscar, con un corazón lleno de amor hemos de saber acoger, sentir la alegría de la vuelta del hijo prodigo que regresa a casa

 


También a la oveja perdida hemos de ir a buscar, con un corazón lleno de amor hemos de saber acoger, sentir la alegría de la vuelta del  hijo prodigo que regresa a casa

Isaías 40, 1-11; Salmo 95; Mateo 18, 12-14

Diversas son las formas de reaccionar que solemos tener cuando nos reencontramos con aquellas personas que hayan cometido un error en la vida, que hayan hecho cosas que nos resulten a nosotros desagradables o incluso nos hayan podido molestar. En una buena voluntad vamos a pensar que esas personas reconocen su error o incluso manifestaran algún deseo de volver a acercarse a nosotros, vivir queriendo cerrar esas situaciones para volver a una vida nueva, pero aún así no siempre aceptamos, solemos decir en cosas que nos afectan que perdonamos pero que no olvidamos, o también sucede que dejamos marcadas esas personas para siempre por aquello que un día realizaron ya fuera por error o porque quizás se dejaran arrastrar por la maldad. A mi me surge una primera pregunta que me hago a mi mismo. ¿Qué grado de humanidad ofrecemos en nuestras reacciones o nuestra manera de actuar?

Es el mensaje que nos ofrece el evangelio. Buena nueva de salvación, pero que no son solo palabras. Lo que se nos anuncia tiene que hacerse en verdad realidad en nuestra vida, en nuestra manera de actuar. ¿Nos estará sucediendo que decimos que creemos en el evangelio pero nuestras actitudes y nuestros valores no los hemos cambiado? No olvidemos que Jesús nos decía desde el principio que para creer en esa buena noticia que nos estaba anunciando tendría que haber en nosotros una actitud positiva de conversión. Pero, por ejemplo, ya sabemos cuanto se nos sigue atravesando en la garganta el tema del perdón.

Hoy Jesús nos ofrece una alegoría o una pequeña parábola, como queramos llamarla. Nos habla de un rebaño de ovejas, pero donde se ha extraviado una. ¿Qué hace el pastor? Deja guardadas en el redil las noventa y nueve que no se han extraviado para ir a buscar a la extraviada. ¿Cómo la recibe cuando la encuentra? Nos dice Jesús que con alegría, y la mimará y la cargará sobre sus hombros, y tratará de curar las heridas que se haya producido en su extravío y con gozo la traerá de nuevo al redil. Es más, su alegría es tan grande que comunicará a los amigos y vecinos el gozo de haber encontrado a la oveja perdida.

¿Nos habremos dado cuenta de todos los matices que tiene este relato? Mucho nos está queriendo decir Jesús para nosotros, para nuestra vida, para la confianza que en El hemos de poner, para unas actitudes nuevas que en la vida hemos de tener, porque Jesús no solo nos está diciendo cómo viene a buscarnos cuando andamos perdidos, lo importante que somos para El, cómo se hace presente su protección y su amor, sino que al mismo tiempo nos está enseñando esas actitudes que hemos de tener con los demás. También a la oveja perdida hemos de ir a buscar, también con un corazón lleno de amor hemos de saber acoger, también sentimos la alegría de la vuelta del hermano perdido, del  hijo prodigo que regresa a casa, así ha de ser el cariño y los sentimientos de misericordia que con él hemos de tener.

Nunca nos habla de reproches ni de echarnos en cara el mal que habíamos podido hacer; nunca nos habla de que hemos de ponerlos en un apartado como en cuarentena cuando los recibimos, nunca nos dice que siempre hemos de tener en cuenta esa debilidad que tiene el otro y que entonces no podemos volver a tener confianza. Nada de esa cosas casan con el espíritu del evangelio de Jesús, con nuestros valores cristianos, con lo que tiene que ser el perdón auténtico. Cuando Dios nos ha perdonado ha echado en el saco del olvido todo lo que habíamos hecho y ya eso está perdonado para siempre.

¿Será así cómo somos nosotros capaces de perdonar a los demás? ¿Tienen sentido entonces esas posturas y actitudes que seguimos manteniendo, esas reticencias que seguimos conservando en el corazón, esas desconfianzas y esas cuarentenas que tantas veces hacemos? ¿Alguna vez la iglesia no estará actuando demasiado con esos criterios del mundo? Pensemos si acaso con algunas de esas formas de actuar estaremos siendo causa de sufrimiento para muchos.

No olvidemos que el evangelio viene a romper muchos moldes viejos. Por eso nos dirá que necesitamos odres nuevos, que los viejos no nos valen, por eso nos habla de un vestido nuevo que hemos de vestir y de un hombre nuevo que tenemos que ser. Desde la misericordia de Dios siempre hemos de estar rebosantes de paz y ayudar a que todos encuentren esa paz.

 

lunes, 9 de diciembre de 2024

Dejemos que Jesús nos libere desde lo más hondo y nos levante de nuestras camillas para mantener viva nuestra esperanza siendo camilleros de la esperanza para los demás

 


Dejemos que Jesús nos libere desde lo más hondo y nos levante de nuestras camillas para mantener viva nuestra esperanza siendo camilleros de la esperanza para los demás

Isaías 35, 1-10; Salmo 84; Lucas 5, 17-26

Qué terrible es perder la esperanza; cuando parece que todos los problemas se acumulan sobre tu cabeza nos sentimos como paralizados y no hay manera de que seamos capaces de ver un rayo de luz, una salida. Puede parecer exagerado pero nos sucede muchas veces en la vida; no sabemos qué hacer; o nos resignamos o nos llenamos de amargura y arremetemos contra todo y contra todos. Una enfermedad que nos sobreviene y que parece grave nos paraliza y nos hace temer lo peor; no son ya las imposibilidades físicas que nos vayan apareciendo, es que humanamente nos sentimos hundidos y fracasados, espiritualmente perdemos todo norte en la vida. Son los problemas personales o son los problemas que nos van surgiendo en la familia, son tantas cosas… Decimos, son las depresiones que nos sobrevienen, pero es algo muy hondo el no tener esperanza.

Y muchas veces no es porque nos sucedan personalmente cosas graves, sino que nos sucede contemplando los derroteros de la vida, de la sociedad, la pobreza o la miseria que hay a nuestro alrededor mientras al tiempo contemplamos otras cosas escandalosas en quienes tendrían que solucionar problemas en la sociedad. Creo que todos entendemos que muchas veces la gente ande sin esperanzas, sin ilusiones, sin poner ya sus esfuerzos por hacer que las cosas sean de otra manera. ¿No andará un poco así nuestra sociedad, nuestro mundo? ¿Y qué respuesta podemos dar a todo eso? ¿Este camino de adviento que estamos recorriendo podrá ayudarnos?

Os confieso que yo también estoy buscando. Estas reflexiones que me hago y comparto van surgiendo también de lo que llevo en mi interior y de mis búsquedas. Por eso me hago estas reflexiones previas que quieren partir de lo que es el camino de la vida. Quiero encontrar en la Buena Noticia que tiene que ser el evangelio para mí y para todos hoy esa luz que me ilumine y ayude en ese camino de búsqueda de esperanza, de deseos de despertar esperanzas.

El evangelio nos presenta a Jesús rodeado de gente que le escucha; allí están también fariseos y maestros de la ley venidos de todos los rincones; unos hombres portan en una camilla a un hombre paralítico para que Jesús lo cure. Sentirse paralítico sin poder valerse por sí mismo es algo muy duro; difícilmente hay recuperación, y menos en aquellos tiempos, con lo que las esperanzas tenían que estar por el suelo. Parecía que un rayo de luz se encendía con la buena voluntad de aquellos que lo portaban hasta Jesús porque por sí mismo nunca hubiera podido, pero de nuevo se encuentran con un muro en toda aquella gente que se agolpa a la puerta e impiden el paso pareciendo que de nuevo las sombras se cernían sobre su discapacidad.

El evangelista nos dirá luego que Jesús se fijó en la fe de aquellos hombres. Y no era para menos. Se las habían ingeniado para desde el techo, corriendo las tejas, poder descolgarlo hasta los pies de Jesús.

Un mundo de barreras que no son solo las barreras físicas, un mundo de imposibles que no siempre encuentra colaboración en los demás, un mundo de impotencias cuando no sabemos qué hacer o cómo hacer, un mundo de egoísmos e injusticias, un mundo de desigualdades donde no todos tienen la misma oportunidad, un mundo de manipulaciones donde solo nos guiamos por nuestros intereses particulares, un mundo de incomprensiones en que no sabemos ponernos en el lugar del otro… aquel paralítico y su situación puede estar haciéndonos mirar todas esas cosas que en la vida de cada día nos merman o quitan las esperanzas.

Pero creo que ya es buena noticia para nosotros, evangelio la actitud de aquellos hombres que se las ingeniaron para encontrar soluciones. ¿Estarían ellos ya comprendiendo y también viviendo aquellos valores que nos enseña Jesús en el evangelio? ‘Viendo la fe de aquellos hombres’, nos dice el evangelio. Ellos estaban dando ya la señal de que hay que levantarse de esas camillas en que nos postramos y encerramos tantas veces.

Y Jesús viene a decirnos que nos es necesario que nos liberemos desde lo más hondo de nosotros mismos de esas cosas que nos paralizan, que nos acobardan, que nos encierran dentro de nosotros mismos; Jesús viene a decirnos que El quiere liberarnos de lo peor que tengamos dentro de nosotros. ‘Tus pecados son perdonados’, le dice Jesús a aquel paralítico antes incluso de levantarlo de la camilla, porque lo que quiere Jesús es que nos levantemos espiritualmente.

¿Será eso lo que nosotros estamos necesitando? Y vaya que El sí puede hacerlo, para eso ha venido, para eso se entregará por nosotros, para eso nos ofrecerá su sangre redentora. ¿Dejaremos que Jesús nos libere desde lo más hondo o pondremos reticencias como aquellos que estaban allí al acecho de lo que hiciera Jesús? ¿Tendremos motivos para hacer despertar la esperanza en nuestra vida? ¿Seremos capaces de ser esos camilleros de la esperanza en un mundo de tantas parálisis?

domingo, 8 de diciembre de 2024

Con María Inmaculada hemos de aprender a sorprendernos ante el misterio de Dios y ser capaces de ver la mano de Dios que también está actuando en nuestra vida

 


Con María Inmaculada hemos de aprender a sorprendernos ante el misterio de Dios y ser capaces de ver la mano de Dios que también está actuando en nuestra vida

Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 97; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 1, 26-38

Hay cosas en la vida que nos sobrepasan; cosas que nos sorprenden por lo inesperadas y ante las que nos quedamos sin palabras; cosas que nos impresionan por una parte quizás por su aparatosidad ante la que nos quedamos boquiabiertos, o por lo minúsculo y sencillo que sin embargo deja una huella en nosotros que no podemos borrar, que no podemos olvidar; cosas que contemplamos en las actitudes o en los comportamientos de los demás que no esperábamos de esas personas y no sabemos qué decir, como reaccionar, o qué juicio hacer de esa persona ante la que quizás teníamos nuestros prejuicios. Pero todo eso y mucho más, porque seguro que se nos ocurrirán muchas más situaciones en este sentido, quieren decirnos algo, tienen un mensaje para nosotros, nos estarán pidiendo una respuesta, una nueva actitud, una nueva manera de actuar.

Quizás vivimos tan arrastrándonos por la tierra que no vemos sino lo que tenemos bajo los pies, pueden palpar nuestras manos o tenemos a un palmo de nuestra nariz. Nos cuesta elevar la mirada para descubrir algo más, nos cuesta elevarnos sobre lo terreno y material y queremos quizás olvidar, no tener en cuenta o borrar de un plumazo lo que nos suene a espiritual. Pero, ¿qué somos como personas? ¿Dónde encontramos lo más profundo de nuestro ser? ¿Solo en satisfacciones placenteras físicas o sensuales? ¿Sólo en lo que hace ruido en nuestro bolsillo o puede aumentar el círculo materialista del que nos rodeamos?

Cuando nos elevamos a un sentido más espiritual parece que nos cuesta muchas veces entrar en esa honda. Son tantas las cosas de alrededor que hace ruido que nos aturden los oídos y perdemos la sensibilidad del espíritu. Por eso nos cuesta tanto aceptar y decir sí a todo el misterio de Dios; lo queremos cosificar muchas veces de tan materializados que estamos y en consecuencia nos cuesta entrar en esa sintonía de Dios; como si la radio de nuestro espíritu ya no tuviera esas ondas. Nos damos cuenta entonces como vamos manipulando tantas cosas de la vida, como manipulamos los sentimientos religiosos y algo que si mismo no tendrían sentido sino desde la onda cristiana lo hemos transformado tanto que no lo reconocemos. ¿Nos sucederá así con la navidad que al final no la reconocemos, no sabemos realmente lo que estamos celebrando?

Estamos en el segundo domingo de Adviento, que es ese camino que tenemos los cristianos para prepararnos para una autentica navidad de Jesús en nuestra vida. Bien nos viene esta coincidencia que tenemos este año del segundo domingo de adviento con la fiesta de la Inmaculada Concepción. Aunque en los próximos domingos seguirá apareciéndonos la figura de María y ya seguiremos meditando sobre ello, puede ser bien significativa esta unión en la celebración de este año.

Y es que con María hemos de aprender a sorprendernos ante el misterio de Dios. Como le sucedió a María, como hoy contemplamos en el evangelio. Fue una sorpresa para María, como para quedarse sin palabras, un ángel viene de parte de Dios con una noticia sorprendente para ella. Primero las palabras del ángel que le hablan de cómo ella está en el pensamiento de Dios; y Dios está con ella, y es la llena de Dios como el mejor y más hermoso regalo que criatura alguna puede recibir.

Nos acostumbramos a las palabras y de tanto repetirlas al final parece que olvidamos su sentido más sencillo. El ángel le habla del regalo de Dios, la llama ‘la llena de gracia’, la que ha encontrado gracia ante Dios; Dios le hace el regalo de complacerse en ella, en su pureza y en su humildad, en su fe y en su confianza, en su dejarse conducir por el Espíritu de Dios que ahora en ella va a realizar maravillas.

¿Cómo no se iba a quedar callada María, rumiando en su corazón todo cuanto el ángel le decía? ‘Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’, nos comenta el evangelista. Es mucho lo que el ángel de Dios le está trasmitiendo, aunque ahí no se quedan las palabras del ángel.

Eso era el saludo, ahora viene el mensaje. Por eso el ángel la invita a mantener la confianza. ‘No temas, María’ Y porque Dios se ha sentido complacido en ella, ha encontrado gracia ante Dios – así Dios la ha regalado – le sigue diciendo el ángel: ‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin’.

No se acaba aquí la sorpresa de María que ahora sí que se siente ya sobrepasada. No era algo que pudiera imaginar. Y es normal que surjan las dudas en el corazón de María. ¿Cómo será posible todo esto?

‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios’. Y el ángel le habla de que las cosas de Dios no son como las imaginamos los hombres. Le pone la prueba de su prima Isabel que aun siendo vieja y aparentemente infecunda va a tener un hijo. Y María es la mujer de la fe y de la confianza, la que se pone en las manos de Dios porque es su humilde criatura, tan humilde que se siente la esclava del Señor y en ella no se puede hacer ni cumplir otra cosa que lo que es la voluntad de Dios. ‘Para Dios nada hay imposible’.

Y es aquí donde tenemos que ponernos a pensar y a dejarnos sorprender. Cuántas veces decimos que esto no tiene solución, y pensamos en nuestro mundo y sociedad con sus problemas, pensamos en lo que vemos a nuestro alrededor, o pensamos en nosotros mismos que tanto nos cuesta dar pasos para elevarnos, para arrancarnos de tantas cosas, para superarnos y para crecer. Detrás de ese velo tan oscurecido de tantas cosas ¿no tendríamos que aprender a tener otra visión? ¿No es posible que las cosas cambien? ¿No es posible que podamos mejorar nuestro mundo? Y nos sentimos tan débiles y tan sobrepasados por los acontecimientos.

¿No tendríamos que ser capaces de ver la mano de Dios que está actuando en nuestra vida, que nos está buscando, que nos está regalando de mil maneras con su amor y que nos está llamando a algo nuevo? Aprendamos de María que aún en medio del mundo que vivía supo mantenerse inmaculada, supo mantener la belleza de su fidelidad y de su amor, supo seguir confiando en Dios. Mucho tenemos que aprender de María. María es un regalo de Dios y nos recuerda cuánto Dios nos regala.