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sábado, 23 de noviembre de 2019

No por el afán de prestigio o de seguridades, de la vanidad del poder o del orgullo, sino fundamentémonos en unos nuevos valores, camino vida en plenitud



No por el afán de prestigio o de seguridades, de la vanidad del poder o del orgullo, sino fundamentémonos en unos nuevos valores, camino vida en plenitud

1Macabeos 6,1-13; Sal 9; Lucas 20,27-40
Hay una reacción, yo diría sicológica y no soy psicólogo, que cuando alguien no nos complace en aquello que deseamos y quizá nos sentíamos muy seguros en lo que queríamos o nos presenta un plan de vida que viene a echar por tierra aquellas cosas en las que habíamos puesto nuestras seguridades, no solo mostramos nuestro desacuerdo – lo que podría parecer normal pues cada uno tiene su opinión o manera de pensar y plantearse las cosas – sino que quizá lo que queremos es destruir a nuestro adversario.
Utilizamos quizá mil formas de maldad desprestigiando, queriendo hacer quedar en ridículo, formando un circulo ardedor que pueda anularlo en su prestigio y en consecuencia en sus planteamientos. Aparece con facilidad la maldad del corazón que nos lleva muchas veces a cosas que ignoráramos que pudiéramos hacer. Cuántas guerras nos creamos los unos contra los otros simplemente porque nosotros no hemos logrado – o tenemos el peligro de perderlo – mantenernos quizá en lo que pudiéramos considerar nuestros privilegios. Odios que surgen como volcanes que todo lo quieren destruir. Sufrimientos y amarguras que nos hacen perder la paz.
En algo así se vio envuelto Jesús. El reino nuevo que anunciaba Jesús venia a trastocar muchos planteamientos exigiendo nuevas actitudes, nuevos valores, un estilo de vida totalmente distinto. Y como fácilmente nos acomodamos a nuestras rutinas y también a los privilegios y honores de los que nos hemos rodeado, así surgió en muchos esa oposición fuerte a Jesús. Algo nuevo tenía que comenzar con el Reino nuevo que anunciaba Jesús y muchos que se consideraban peligros veían poner en peligro sus privilegios de poder y de manipulación. Distintos grupos se iban oponiendo a Jesús y querían socavar el mensaje que Jesús trataba de anunciar para crear ese mundo nuevo del Reino de Dios.
Hoy son los saduceos los que quieren socavar toda la credibilidad de Jesús; lo saduceos, un partido político religioso de gente acomodada y que ansiaba mantenerse en cuotas de poder, negaban la resurrección y no creían en la vida eterna. No les cabía en la cabeza lo que Jesús enseñaba de la vida eterna y de la esperanza de vida y resurrección junto a Dios para siempre. Vienen con sus pegas queriendo oponer la enseñanza de Jesús con lo que ellos enseñaban como tradición basada en la Escritura. Ya conocemos los detalles de la pregunta que terminaba planteando y negando algo que ellos consideraban ridículo, pues quien seria el verdadero marido de aquella mujer en la vida eterna.
Pero Jesús habla del Dios de la vida y de que nos ofrece vida para siempre. Pero ese sentido de vida no lo hemos de considerar de una vida a la manera de lo que es una vida humana con sus pasiones y sus deseos. Lo que Jesús viene a decirnos es algo más sublime y que lleva a la persona a una plenitud de verdad. Y con la misma Escritura les rebate diciéndoles que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que era la base de toda su religiosidad y fundamento de su fe, es un Dios de vivos, no un Dios de muertos.
De este texto del evangelio que comentamos podemos sacar muchas consecuencias. Primero que nada viene a animar nuestra esperanza y dar sentido de trascendencia a lo que hacemos y vivimos ahora porque un día lo vamos a tener en una plenitud mucho más maravillosa. Quitemos imaginaciones a lo humano y alejemos de nosotros lo que sean solo deseos sensuales, porque la dicha y la felicidad que Dios nos promete es otra cosa que es vivir en Dios en plenitud.
Pero también tendríamos que sacar consecuencias para poner unas nuevas actitudes en nuestros corazones en esas luchas que humanamente sostenemos tantas veces los unos contra los otros buscando prestigios, buscando honores, buscando seguridades, dejándonos arrastrar por vanidades y deseos de poder. Otro ha de ser el sentido de nuestra vida, otras tienen que ser nuestras actitudes y nuestros valores.

viernes, 22 de noviembre de 2019

La expulsión de los vendedores del templo nos dice que es necesario detenerse a reflexionar, a ver nuestra vida y cuanto nos sucede y saber leer esos signos de Dios para nosotros hoy


La expulsión de los vendedores del templo nos dice que es necesario detenerse a reflexionar, a ver nuestra vida y cuanto nos sucede y saber leer esos signos de Dios para nosotros hoy

1Macabeos 4,36-37,52-59; Sal. 1Cro 29,10-12; Lucas 19,45-48
Hay ocasiones en que nos podemos encontrar con un gesto realizado por alguien, un hecho que nos sucede y que se salta todo lo previsible, algo que nos llama la atención, que puede incluso escandalizarnos porque no lo entendemos, que de alguna manera nos conmociona y nos hace pensar.
Claro que tenemos que saber estar atentos en la vida porque a veces nos pueden pasar desapercibidos y no los tenemos en cuenta ni siquiera captamos su sentido. Cuando nos detenemos algo a pensar nos damos cuenta que aquello tiene un significado, que puede ser una llamada a nuestra conciencia, que puede ser un despertar y un abrirnos a algo nuevo que quizá nos trasciende.
Vivimos sin embargo muchas veces demasiado superficialmente y dejamos pasar grandes oportunidades para nuestra vida, hermosos testimonios que podrían hacer que nuestra vida sea mejor. Esa superficialidad nos hace mucho daño en la vida porque nos puede hacer perder el sentido de cosas que aparentemente son pequeñas pero que pueden cosas grandes para nuestra vida. Es necesario detenerse a reflexionar, a rumiar lo que nos pasa, lo que contemplamos, lo que vemos o lo que escuchamos en nuestro entorno; grande seria la riqueza para nuestra vida. Tenemos que aprender también a dejarnos sorprender.
Hoy el evangelio nos presenta un hecho verdaderamente profético de Jesús. Después de aquellas lágrimas al contemplar su ciudad que le hicieron aflorar todas sus emociones, se abre paso Jesús hasta el templo de Jerusalén. El camino de bajada del monte de los Olivos, tras atravesar el torrente Cedrón que circunvalaba la ciudad y el templo por su lado este sube de nuevo la colina y atravesando la llamada Puerta Hermosa – hoy clausurada en la actual muralla – introducirse en el templo.
Allí el espectáculo que se ofrece realmente no es agradable ni da el sentido profundo que tendría que tener el templo como lugar de oración y encuentro con Dios. Justificándose en la necesidad de tener lo necesario para el culto y los sacrificios aparecen en aquellas explanadas multitud de vendedores y cambista de dinero que lo convierten todo en una muchedumbre tumultuosa. Qué parecido a lo que sigue sucediendo en torno a nuestros templos y sobre todo santuarios de especial devoción y afluencia de fieles.
Y ahí surge el gesto profético de Jesús echando fuera a todos aquellos vendedores y quitando de en medio todo lo que representaba un negocio en torno al culto debido a Dios. No entenderán el por qué de ese gesto de Jesús y por que tiene que meterse con algo que parecía tan natural en torno al templo. Suscitará preguntas, interpretaciones y será un motivo más para querer quitar de en medio a Jesús. Andaban ya acechando como acabar con El porque además desbarataba los intereses de tantos. Incluso las palabras de Jesús serán utilizadas en su contra sin haberlas realmente entendido cuando lo acusen ante el Sanedrín.
Nos habla el gesto de Jesús de la necesaria purificación del templo, pero  nos estará hablando más hondamente de la purificación de nuestro templo, de nosotros mismos que en verdad somos ese templo de Dios que quiere morar en nosotros. ¿Estaremos lo suficientemente purificados? Fácil nos es el juzgar lo que sucedía entonces en aquel templo de Jerusalén y en los intereses de tantos que lo rodeaban, pero nos cuesta más mirarnos a nosotros mismos, mirar nuestra situación actual, mirar también lo que nos sucede en la Iglesia para que sea en verdad ante el mundo esa verdadera morada de Dios entre los hombres, ese signo vivo de la presencia y del amor de Dios para todos.
Es necesario detenerse a reflexionar, a ver nuestra vida y cuanto nos sucede y saber leer esos signos de Dios para nosotros hoy.


jueves, 21 de noviembre de 2019

Las lágrimas de Jesús por su ciudad de Jerusalén trascienden el tiempo y la historia para ser lágrimas por el hoy de nuestra vida, de nuestra Iglesia, de nuestro mundo


Las lágrimas de Jesús por su ciudad de Jerusalén trascienden el tiempo y la historia para ser lágrimas por el hoy de nuestra vida, de nuestra Iglesia, de nuestro mundo

2Macabeos 2, 15.29; Sal 49; Lucas 19, 41-44
Hay momentos y situaciones en las que nos afloran los sentimientos y fácilmente nos brotan las lágrimas de nuestros ojos. Es la emoción ante una alegría grande que nos sobreviene cuando quizá no lo esperábamos, pero será la tristeza que embarga el corazón en momentos difíciles de dolor no solo físico sino muchas veces porque nos duele el alma; puede ser la incomprensión que vemos en los demás por lo que hacemos; aunque no busquemos gratitudes y alabanzas porque en nosotros predomina la gratuidad, sin embargo no apreciamos el fruto de lo que hacemos en la reacción de los otros sino más bien quizá posturas negativas y enfrentamiento.
Es triste la ingratitud y aunque en nuestro corazón haya buenos deseos de perdonar, son cosas sin embargo que nos duelen en el alma. Queramos o no, somos personas sensibles, hay sensibilidad en nuestro espíritu y aunque queramos parecer fríos sin embargo hay sentimientos que afloran sin que lo podamos remediar. De alguna manera en esa lucha interior en que queremos mantener el dominio de nosotros mismos, podemos aparecer también como signos de contradicción.
Jesús era consciente de que era un signo de contradicción. El ofrece su amor e invita a escucharle y a seguirle. No es frío, sin embargo, ante la reacción de ingratitud que pueda encontrar a los demás, aunque sabia muy bien que su camino era un camino de pascua. La gente sencilla se entusiasmaba con El, le escuchaba con agrado y muchos eran los que querían ser sus discípulos. Estaban también los que le rechazaban quizá porque no llegaran a comprender el sentido nuevo de vida que Jesús nos ofrecía, o quizá podían ver en peligro sus situaciones de privilegio.
Ahora caminaba hacia Jerusalén y bien sabía El que caminaba hacia la Pascua y aquella pascua iba a ser bien distinta. No era solo un cordero inmolado como recuerdo de aquella primera pascua de la salida del pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, sino que ahora iba a ser la Pascua verdadera, el paso definitivo de Dios que nos ofrecía la salvación eterna, el momento en que el verdadero Cordero Pascual iba a ser inmolado y su sangre seria para nosotros precio de redención eterna. Era la Sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna para nuestra salvación.
Bajando el monte de los Olivos, contemplando enfrente todo el esplendor de la ciudad santa con la suntuosidad del templo en primer término nos dice el evangelista que Jesús lloró. Una pequeña capilla en la bajada del monte hoy sigue recordándonoslo. Llora Jesús ante aquella ciudad donde ha prodigado sus signos, donde ha enseñado con insistencia la llegada del Reino de Dios y como hay que acogerlo desde lo hondo del corazón, pero siente también el rechazo de tantos y Jesús llora.
No es el temor a lo que aquel rechazo pudiera significar para El en su muerte, porque sabía bien que era el Cordero que había de inmolarse. Era el llanto y el sufrimiento al ver cuantos rechazaban la gracia, la vida nueva que El les ofrecía. Aquel llanto de Jesús, en primer lugar por aquella ciudad santa que un día había de destruirse, era algo más porque trascendía los tiempos y la historia para contemplar a cuantos siguen rechazando la gracia, a cuantos dan la espalda y se hacen oídos sordos para no escuchar la invitación a la gracia, la invitación a la vida.
Esas lágrimas de Jesús llegan hasta el hoy de nuestra vida y de nuestra historia. Porque esas lágrimas hemos de reconocer son por ti y por mí con tantas respuestas negativas que seguimos dando en la historia de nuestra vida. Esas lágrimas son también por el hoy de nuestra sociedad, el hoy de nuestra Iglesia, el hoy de nuestro mundo. ¿Seguiremos siendo insensibles nosotros que esas lágrimas de Jesús no lleguen a mover nuestro corazón?


miércoles, 20 de noviembre de 2019

De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos que harán nuestro mundo mejor


De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos que harán nuestro mundo mejor

2Macabeos 7,1.20-31; Sal 16; Lucas 19,11-28
Hay momentos en la vida que parece que andamos desganados, como se dice ahora sin motivación, sin ilusión por seguir luchando o por emprender una nueva tarea. La desilusión que se nos mete por dentro nos hace pensar que iniciar una nueva tarea es una aventura imposible y así vamos caminando dejándonos llevar, o mejor, dejándonos arrastrar por lo que cada día sucede pero nos falta fuerza para querer cambiar las cosas, para buscar algo que las mejore.
Corazones cansados, y no se trata de problemas cardiacos que nos solucione un cardiólogo, sino esa desilusión que se nos mete por dentro. Miramos alrededor y todo nos parece negro; vemos las luchas de intereses en las que se mueven tantos y ni en eso queremos meternos; los rumbos por los que camina la sociedad vapuleada por tantas cosas no nos gustan pero tampoco hacemos nada por poner nuestro grano de arena, sembrar nuestra pequeña semilla. Nos confían quizá una tarea o una misión y tratamos solamente de guardar las formas pero aquello que nos han confiado no camina sino por la inercia y con ese desánimo nada hacemos por sacar un fruto nuevo.
No es que todos caminen así en la vida, ni ese sea el marco en el que nos movemos siempre, pero hay momentos en que preferimos enterrar el talento, refugiarnos en la cueva que nos hemos creado poniendo en nuestro entorno muchas barreras para no salir, pero tampoco para dejar que entre una luz nueva en nosotros.
Hoy en el evangelio se nos propone la parábola de los talentos que en este relato de Lucas más bien nos habla de onzas de oro. Cuando se les pide cuentas a aquellos empleados a los que se les habían confiado el que solo había recibido una, lleno de miedo la había guardado bien guardada por miedo a perderla y ahora no pudo presentar ningún rendimiento. ¿Sentía que era poco lo que se le había confiado? ¿Tenia miedo a los riesgos a los que tenia que enfrentarse si se ponía a negociarlas para sacarle rendimiento? Prefirió no hacer nada, simplemente aguardar.
Lo que nos pasa a nosotros tantas veces en la vida. Decimos que no valemos, que no somos capaces, que es un peligro arriesgarse a algo nuevo, que preferimos quedarnos en nuestro conservadurismo, que nunca terminamos de ver clara a donde nos llevan esos caminos, que siempre hay dudas y miedos en nuestro interior, y nos sentimos aplanados y nunca llegaremos a destacar en nada porque no sacamos a flote aquello que somos aunque nos parezca pequeño. Olvidamos que de lo pequeño pueden salir cosas grandes y hermosas. Una semilla bien pequeña es pero si la plantamos podemos sacar no solo una planta hermosa sino también hermosos frutos.
Es lo que tenemos que aprender a hacer en la vida y tener la paciencia de la esperanza. Merece la pena esperar, merece la pena ponerse a plantar la semilla, merecen la pena las luchas y los esfuerzos, merece la pena todo el trabajo que tengamos que realizar porque estaremos en verdad haciendo un mundo nuevo. Ya no nos quedamos a comentar desilusionados los rumbos que lleva la vida y dejar que otros hagan, sino que vamos a poner manos a la obra porque somos nosotros los que tenemos que hacer.
De lo que nosotros hagamos sea pequeño o sea grande surgirán bellas flores y hermosos frutos. Es la esperanza que siempre tiene que estar presente en nuestra vida y que nos llenará de luz y saltará por encima de nuestros cansancios y desilusiones. No nos crucemos de brazos. Hagamos florecer nuestro rosal.

martes, 19 de noviembre de 2019

Andamos refugiados tras muchos ramajes, nos cuesta dar el paso y tomar la iniciativa, pero dejémonos encontrar por Jesús


Andamos refugiados tras muchos ramajes, nos cuesta dar el paso y tomar la iniciativa, pero dejémonos encontrar por Jesús

2Macabeos 6,18-31; Sal 3; Lucas 19, 1-10
‘Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad’. No parece que en principio tenga intenciones de detenerse. Solo quizá lo indispensable, porque su meta era llegar a Jerusalén y quedaba mucho camino por delante para subir desde el valle del Jordán hasta la ciudad santa. Era el camino habitual que hacían los galileos, evitando pasar por Samaría, bajar por el valle del Jordán para subir luego a Jerusalén entrando en la ciudad santa por el monte de los olivos después de cruzar también Betania y Betfagé. Y si atravesaba Jericó era lo habitual que el camino fuera enlazando pueblos y ciudades atravesando los mismos.
Algo sin embargo iba a suceder en aquella ocasión. Había un hombre que buscaba conocer a Jesús. Y Jesús había venido para encontrarse con las gentes, buscarlas incluso allá quizá donde incluso se escondieran, no en vano es Emmanuel, Dios con nosotros. Aquel hombre tenía sus complejos. Era el jefe de los publicanos de la ciudad y en consecuencia no era muy querido por las gentes, más bien despreciado. Pero además era bajo de estatura y no atreviéndose a meterse entre la gente para ver a Jesús se había adelantado en la calzada que atravesaba la ciudad para detrás de las hojas y ramaje de una higuera a la que se había subido ver el paso de Jesús. Para él era suficiente, no se atrevía a más. Nos contentamos tantas veces con poca cosa; nos refugiamos tras cualquier cosa cuando no queremos vernos comprometidos, como nos escondemos cuando o queremos dar la cara y buscamos disimulos y hasta disfraces.
Pero quien había venido a buscarnos – y ya un día hablará del pastor que busca la oveja extraviada entre laderas y barrancos – no podía pasar de largo. Quizá nadie había visto a Zaqueo subido en la higuera y hubiera podido pasar desapercibido, pero allí al pie de la higuera Jesús se había detenido, sin saber quizá la gente por qué. El pastor estaba buscando la oveja perdida. ‘Zaqueo, baja que quiero hospedarme en tu casa’.
Sorpresa para Zaqueo, como sorpresa también quizá para los que acompañaban a Jesús y no se habían percatado de la presencia de aquel pequeño hombre tras las ramas de la higuera; sorpresa además porque Jesús había dicho que quería hospedarse en aquella casa. ¿No había en Jericó alguien más digno donde Jesús se hospedase? Alguno quizá estaba ahora pensando por allá que él le hubiera ofrecido hospedaje a Jesús si hubiera sabido que Jesús quería detenerse en Jericó.
Si hubiera sabido… como pensamos nosotros tantas veces, pero después que las cosas sucedan. Yo también hubiera podido ofrecer mi hogar, pero nadie me lo sugirió, pensamos tantas veces pero tarde como siempre. Ahora vienen las buenas voluntades que decimos que teníamos, pero no nos habíamos adelantado. Y cada uno puede pensar en tantas circunstancias de la vida en que también decimos ‘si yo lo hubiera sabido…’ pero no nos adelantamos, no tomamos la iniciativa. Y quizá pensamos que nosotros somos mejores incluso que aquel o aquellos que se nos adelantaron en tantas cosas y tomaron la iniciativa cuando nadie esperaba que fueran capaces de hacerlo. Cuantas suspicacias, cuantos malos entendidos, cuantos juicios allá en nuestro interior, cuanta critica también a los que hacen cosas buenas queriendo descalificar…
Pero Jesús fue a hospedarse a casa de Zaqueo que se había bajado presuroso y alegre de la higuera porque Jesús quería ir a su casa. Y aun con las criticas de tantos Jesús se había hospedado allí y había participado en aquel banquete donde se mezclaban con los discípulos que acompañaban a Jesús los publicanos amigos de Zaqueo.
Y aquel fue un día de gracia. ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’. Y es que finalmente Zaqueo dio el paso hacia delante para hacer lo que Jesús a todos nos va pidiendo, lo que había pedido desde el principio de su predicación allá por los caminos y poblados de Galilea. Llegaba el Reino de Dios y había que darle la vuelta a la vida, había que convertirse. Y era lo que Zaqueo había hecho en aquella ocasión. Ya sabemos de las devoluciones en justicia, pero del compartir generoso de todo aquello que había ganado. Fue el día de la salvación. El encuentro de aquel corazón que llevaba quizá callado muchos interrogantes en su corazón pero que había encontrado la respuesta cuando se encontró con Jesús.
¿Nos producirá también muchos interrogantes a nosotros en nuestro interior este encuentro de hoy con la buena nueva de Jesús? Muchas mas cosas podríamos descubrir pero bástenos esto para que se mueva nuestro corazón. Aunque andemos refugiados tras muchos ramajes, ¿nos dejaremos encontrar por Jesús?

lunes, 18 de noviembre de 2019

Que llegue a nosotros ese toque de gracia para que despertemos, para que abramos los ojos, para que se nos despierte la fe y el amor en nuestro corazón


Que llegue a nosotros ese toque de gracia para que despertemos, para que abramos los ojos, para que se nos despierte la fe y el amor en nuestro corazón

Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43
Ahora sí que lo entiendo, ahora sí que lo veo claro. Hoy ocasiones en que nos obcecamos con alguna determinada cosa que aunque nos digan que está muy claro parece que nosotros tenemos la mente cerrada que no terminamos de ver claro. Cuantas discusiones surgen por cosas así, en que al final parece que estamos diciendo lo mismo pero nosotros no nos apeamos de nuestra obcecación. Y no lo queremos reconocer y nos aferramos a nuestras ideas o a nuestro pensamiento y no vemos otra cosa con claridad. Nos hace falta un punto de luz, una palabra, un gesto quizá que observamos en los demás para que despertemos de esa cerrazón y ahora sí digamos que lo vemos claro, que lo entendemos.
Hay cegueras y cegueras. No es solo que nuestros ojos hayan perdido la capacidad de ver, que tengamos una limitación en nuestros órganos visuales, sino que muchas veces es el sentido hondo que hay en nosotros el que está ciego y no queremos ver ni entender. Alguna vez somos interesados en esas cegueras, y pasamos de largo para no enterarnos, para no ver la realidad de las cosas, o buscamos disculpas para no ver ni escuchar porque quizá nos molesta por dentro ver con claridad, ver la verdad de las cosas, o nos respaldamos en los otros tan ciegos como nosotros y ¿cómo un ciego podrá guiar a otro ciego?
Junto al camino en las entradas o salidas de Jericó había un ciego al borde del camino pidiendo la compasión de los que pasaban. Eran limitaciones frecuentes en aquellos lugares de una luz extremadamente brillante como podía ser aquel valle del Jordán que realmente era una depresión en la tierra – estaba más bajo que el nivel del mar – y con aquel resplandor del sol hacia evaporarse incluso el agua del Jordán al llegar a aquel lago que por las sales que allí se acumulaban precisamente se le llama el Mar Muerto.
Comprendemos la multitud de ciegos de aquellos lugares donde la higiene no era muy favorable y los remedios y soluciones no eran las que hoy podamos tener; con qué facilidad un colirio, unos cristales debidamente preparados o las distintas cirugías hoy nos curan las deficiencias que podamos tener en nuestra visión evitando así la ceguera. Ser ciego entonces llevaba a una pobreza extrema al impedirle poder realizar un trabajo para su propia subsistencia y por eso los veremos por los caminos moviendo a compasión a los transeúntes para obtener lo mínimo y elemental para poder vivir.
Como paréntesis hemos hecho referencia a estos detalles que nos pueden valer para comparar la situación de aquellos ciegos de entonces con lo que hoy podamos encontrar, pero para ver también y comparar algunas actitudes que nos pueden aparecer a nosotros hoy. Como decíamos al borde el camino estaba aquel ciego pidiendo limosna cuando oye el paso de un grupo grande de gente, que le dirán que es Jesús quien pasa. Y el ciego que quizá alguna vez había oído hablar de aquel profeta de Galilea se pone a gritar pidiendo compasión y misericordia para su ceguera. Pero los que acompañaban a Jesús por el camino quieren hacerlo callar porque molestaba al Maestro.
¿A quien molestaban realmente aquellos gritos? ¿Quizá no sería más a aquellos que acompañaban a Jesús, acaso porque sus gritos les impedían escuchar claramente lo que les iba hablado Jesús? ¿O sería quizá porque ellos querían pasar de largo y aquellos gritos los interpelaban, era un grito a la insensibilidad de sus conciencias? ¿Quiénes realmente seria entonces los ciegos?
Pero Jesús no pasa de largo, se detiene y lo manda buscar. Ahora sí que le ayudan a levantarse para que vaya ligero hasta que Jesús le llama. El gesto de Jesús les hace cambiar la perspectiva. Quienes antes se sentían molestos con el ciego ahora se vuelven obsequiosos para traerlo ante Jesús. ¿Nos querrá decir esto algo a nuestras posturas vacilantes, que oscilan de un lado a otro según qué circunstancia porque quizá estamos medio ciegos y no tenemos las ideas muy claras? Ya decíamos de alguna manera que muchos gestos y detalles que encontramos en el texto del evangelio pueden ser en verdad una interpelación para nosotros.
Allí hubo un encuentro entre la fe y el amor y cuando los unimos de verdad surge la vida. Está la fe confiada de aquel hombre que se encuentra con el amor misericordioso de Jesús y todo se llenó de luz. ‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús. Sus ojos se abrieron ahora lo seguía por todas partes alabando a Dios. ¿Estarán de verdad unidos en nosotros la fe y el amor? Algunas veces damos rodeos para no encontrarnos con el que está tirado al borde del camino acaso por llegar temprano al templo. Cerramos los ojos para no ver y ahora somos nosotros los ciegos.
Que llegue a nosotros ese toque de gracia para que despertemos, para que abramos los ojos, para que se caigan las escamas de nuestras cegueras de nuestros ojos, para que terminemos de ver claro, para que haya una nueva luz no ya en nuestros ojos sino en toda nuestra vida, para que se nos despierte la fe y el amor en nuestro corazón.

domingo, 17 de noviembre de 2019

En un mundo de conflictos y crisis donde parece que todo se va a derrumbar no perdamos la esperanza cristiana confiados en las palabras de Jesús que nos abre a un mundo nuevo


En un mundo de conflictos y crisis donde parece que todo se va a derrumbar no perdamos la esperanza cristiana confiados en las palabras de Jesús que nos abre a un mundo nuevo

Malaquías 4, 1-2ª; Sal 97; 2Tes. 3, 7-12;  Lucas 21, 5-19
No sé si recordáis hace unos años cuando los talibanes destruyeron a bombazos unas inmensas imágenes sin ninguna posibilidad de recuperación el impacto que se produjo por la destrucción de una cultura de siglos reflejada en aquellas imágenes que se habían guardado religiosamente en aquellas montañas de Afganistán; lo mismo sucedió cuando no hace mucho tiempo las ruinas de la antigua ciudad de Palmira en Siria fueron  igualmente destruidas en medio de las guerras tenidas en los últimos años en aquel lugar de medio Oriente. Fue una conmoción en los pueblos y en las gentes de cultura por esas destrucciones que hacían desaparecer, por así decirlo, siglos de historia.
Recuerdo todo esto porque pienso en el asombro ante las palabras de Jesús cuando admiraban y ponderaban la belleza del templo de Jerusalén y Jesús les viene a decir que todo aquello será destruido y no quedará piedra sobre piedra. Cuando se escribe el evangelio de Lucas que nos transmite estas palabras de Jesús, ya había sucedido la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén. Algo nuevo estaba sucediendo para aquel mundo y para aquella sociedad.
Podíamos preguntarnos, qué pretendía Jesús con esos anuncios que de alguna manera hablaban de un final apocalíptico y de alguna manera daban la sensación de que se estaba hablando del final de la historia y del mundo. Aunque producen cierto temor en el corazón, porque nunca nos gusta escuchar hablar del final de los tiempos y de la historia podríamos decir que Lucas al transmitirnos estas palabras de Jesús pretende preparar a la gente de su tiempo, como a nosotros también, para que sepamos leer los signos de los tiempos, nos ayude a prepararnos para esos momentos difíciles a los que tengamos que enfrentarnos tantas veces en la vida, y no nos falte la esperanza por una parte y sepamos descubrir por otra el mundo nuevo que Jesús quiere ofrecernos.
A lo largo de la historia no es la primera vez que la humanidad haya que enfrentarse a momentos difíciles en los que parecía que todo se acababa. Guerras y destrucción no han faltado a lo largo de los siglos, como muchas veces no son solo las guerras los que nos pueden producir pánico y temor sino esas otras situaciones difíciles llenas de incertidumbres de cara a la solución de los problemas a los que el mundo y la sociedad tienen que enfrentarse. Nos parece que todo se acaba, que es la destrucción de la sociedad, de una cultura, de unas tradiciones y de alguna manera se produce inquietud en el interior de las personas. Como nos dice Jesús ‘todo esto tiene que suceder primero – no os dejéis envolver por el pánico – pero el final no vendrá enseguida’.
Y nos habla Jesús de perseverancia, de fidelidad hasta el final, y nos habla también de las persecuciones a las que nos veremos sometidos. Pero como nos dice ‘así tendréis ocasión de dar testimonio’. Y es que por mucha que sea la perturbación que tengamos que sufrir, a la que tengamos que enfrentarnos, nosotros hemos de tener una seguridad interior que nos llena siempre de paz. Nos dice incluso que no tengamos preocupación de preparar nuestra defensa ‘porque yo os daré palabras y sabiduría a las que nadie podrá hacer frente’. Y es que Jesús nos promete siempre la asistencia del Espíritu Santo en nuestro corazón, por eso en nuestro corazón no nos ha de faltar la paz.
Es difícil, nos cuesta cuando nos vemos envueltos en problemas, en dificultades, en oposición, que nos difamen o nos quieran hacer perder el honor, donde todo parece que se vuelve en contra nuestro. Es difícil mantenerse en pie y muchas veces en medio de esas revueltas que tantas veces nos aparecen en la vida, mantenernos firmes, no perder la paz en el corazón, no echarlo todo a rodar porque nos parezca que todo lo tenemos perdido. Como nos dice Jesús ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.
Y es que hemos de tener la esperanza, tener la visión de fe para ver como de todo eso puede surgir algo nuevo. Muchas cosas pueden cambiar, nuestra situación pudiera ser distinta, pero en medio de todo hemos de saber descubrir la presencia de Dios en nosotros, el actuar de Dios en nosotros que siempre abrirá caminos nuevos. No podemos acongojarnos porque veamos ese camino nuevo que tengamos que recorrer sin saber bien como va a terminar. Hemos de tener puesta nuestra confianza en el Señor.
Seguro que tenemos la experiencia cuando nos hemos visto en situaciones así, que tras aquellos momentos de oscuridad luego se abrió una nueva luz delante de nosotros con otras posibilidades nuevas en la vida. Es la perseverancia que hemos de mantener, es la apertura del corazón a eso nuevo que nos está ofreciendo el Señor detrás de esas tormentas de la vida.
Y esto hemos de experimentarlo en todo lo que es nuestra vida cristiana, nuestro compromiso de fe, pero también en los cambios que se puedan suceder en nuestra sociedad después de momentos de perturbación, de incertidumbres, de oscuridad porque la situación social que nos envuelve muchas veces no la entendemos. Se nos pueden barruntar momentos difíciles y oscuros en que como cristianos nos veamos en la sociedad postergados o incluso en cierto modo perseguidos. Pero confiemos en las palabras de Jesús, mantengamos firme nuestra fe y nuestra esperanza y estemos atentos a las nuevas señales que pueden aparecer ante nosotros que nos abren a un mundo mejor.
Sepamos hacer una lectura creyente de la historia, pero también del vivir de cada día en cuanto sucede a nuestro alrededor o en esa sociedad concreta en la que vivimos. Hay muchos momentos revueltos en esta sociedad de hoy, cuantos conflictos y situaciones de crisis contemplamos cada día en tantos lugares a lo largo y ancho del mundo, pero sepamos actuar siempre movidos por la esperanza cristiana