No
por el afán de prestigio o de seguridades, de la vanidad del poder o del
orgullo, sino fundamentémonos en unos nuevos valores, camino vida en plenitud
1Macabeos 6,1-13; Sal 9; Lucas 20,27-40
Hay una
reacción, yo diría sicológica y no soy psicólogo, que cuando alguien no nos
complace en aquello que deseamos y quizá nos sentíamos muy seguros en lo que
queríamos o nos presenta un plan de vida que viene a echar por tierra aquellas
cosas en las que habíamos puesto nuestras seguridades, no solo mostramos nuestro
desacuerdo – lo que podría parecer normal pues cada uno tiene su opinión o
manera de pensar y plantearse las cosas – sino que quizá lo que queremos es
destruir a nuestro adversario.
Utilizamos
quizá mil formas de maldad desprestigiando, queriendo hacer quedar en ridículo,
formando un circulo ardedor que pueda anularlo en su prestigio y en
consecuencia en sus planteamientos. Aparece con facilidad la maldad del corazón
que nos lleva muchas veces a cosas que ignoráramos que pudiéramos hacer. Cuántas
guerras nos creamos los unos contra los otros simplemente porque nosotros no
hemos logrado – o tenemos el peligro de perderlo – mantenernos quizá en lo que pudiéramos
considerar nuestros privilegios. Odios que surgen como volcanes que todo lo
quieren destruir. Sufrimientos y amarguras que nos hacen perder la paz.
En algo así
se vio envuelto Jesús. El reino nuevo que anunciaba Jesús venia a trastocar
muchos planteamientos exigiendo nuevas actitudes, nuevos valores, un estilo de
vida totalmente distinto. Y como fácilmente nos acomodamos a nuestras rutinas y
también a los privilegios y honores de los que nos hemos rodeado, así surgió en
muchos esa oposición fuerte a Jesús. Algo nuevo tenía que comenzar con el Reino
nuevo que anunciaba Jesús y muchos que se consideraban peligros veían poner en
peligro sus privilegios de poder y de manipulación. Distintos grupos se iban
oponiendo a Jesús y querían socavar el mensaje que Jesús trataba de anunciar
para crear ese mundo nuevo del Reino de Dios.
Hoy son los
saduceos los que quieren socavar toda la credibilidad de Jesús; lo saduceos, un
partido político religioso de gente acomodada y que ansiaba mantenerse en
cuotas de poder, negaban la resurrección y no creían en la vida eterna. No les cabía
en la cabeza lo que Jesús enseñaba de la vida eterna y de la esperanza de vida y
resurrección junto a Dios para siempre. Vienen con sus pegas queriendo oponer
la enseñanza de Jesús con lo que ellos enseñaban como tradición basada en la
Escritura. Ya conocemos los detalles de la pregunta que terminaba planteando y
negando algo que ellos consideraban ridículo, pues quien seria el verdadero
marido de aquella mujer en la vida eterna.
Pero Jesús
habla del Dios de la vida y de que nos ofrece vida para siempre. Pero ese
sentido de vida no lo hemos de considerar de una vida a la manera de lo que es
una vida humana con sus pasiones y sus deseos. Lo que Jesús viene a decirnos es
algo más sublime y que lleva a la persona a una plenitud de verdad. Y con la
misma Escritura les rebate diciéndoles que el Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob, que era la base de toda su religiosidad y fundamento de su fe, es un
Dios de vivos, no un Dios de muertos.
De este texto
del evangelio que comentamos podemos sacar muchas consecuencias. Primero que
nada viene a animar nuestra esperanza y dar sentido de trascendencia a lo que
hacemos y vivimos ahora porque un día lo vamos a tener en una plenitud mucho
más maravillosa. Quitemos imaginaciones a lo humano y alejemos de nosotros lo
que sean solo deseos sensuales, porque la dicha y la felicidad que Dios nos
promete es otra cosa que es vivir en Dios en plenitud.
Pero también tendríamos
que sacar consecuencias para poner unas nuevas actitudes en nuestros corazones
en esas luchas que humanamente sostenemos tantas veces los unos contra los
otros buscando prestigios, buscando honores, buscando seguridades, dejándonos
arrastrar por vanidades y deseos de poder. Otro ha de ser el sentido de nuestra
vida, otras tienen que ser nuestras actitudes y nuestros valores.