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sábado, 15 de marzo de 2025

No podemos andar con mediocridades en la vida porque señala nuestra pobreza, de ninguna manera puede andar el que se dice discípulo de Jesús con medidas mediocres cuando se trata de amor

 


No podemos andar con mediocridades en la vida porque señala nuestra pobreza, de ninguna manera puede andar el que se dice discípulo de Jesús con medidas mediocres cuando se trata de amor

Deuteronomio 26, 16-19; Salmo 118; Mateo 5, 43-48

El que anda con mediocridades en la vida manifiesta la pobreza de su espíritu. Con esto es suficiente, nos decimos muchas veces, para que dar más si con eso tiene para sus necesidades elementales. Así andamos muchas veces con nuestras medidas; claro las medidas con las que damos a los demás, porque bien distintas son las medidas que queremos usar cuando se trata de nosotros recibir.

Bueno y no se trata solo de lo que demos o de lo que recibamos, que esa mediocridad la damos también muchas veces en nuestros trabajos lo mismo que en nuestras metas. Para qué voy a esforzarme más sin ya con eso apruebo dice muchas veces el estudiante eludiendo el esfuerzo, contentándose con lo fácil, habiendo perdido la ilusión de lo mejor y quizás mañana nos damos cuenta si hubiéramos estudiado bien aquello, si nos hubiéramos esforzado más en aquella materia que nos parecía menos importante, y nos encontramos con lagunas en la vida, en la formación, en la preparación con lo que luego no podemos responder a la altura que se nos pide.

Para qué esforzarnos, nos dijimos un día y ahora nos damos cuenta de nuestras carencias. Ya estudié lo que era necesario en mis tiempos de estudiante, ahora los libros, la actualización de la vida lo dejamos aparte, y nos encontramos con tantos vacíos, pero aun, nos encontramos con tanto vacío en nuestro espíritu. Es la peor pobreza, la de nuestro espíritu.

La madurez de nuestra existencia nos está pidiendo que demos un paso más, que vayamos más allá y más arriba, que no nos quedemos en la mediocridad, que tengamos siempre deseos de crecer, que lleguemos a ser capaces de dar lo mejor, lo más profundo de nosotros mismos. Serán nuestras responsabilidades, será lo que podemos contribuir a hacer nuestra sociedad mejor, serán las motivaciones hondas que tengamos en nuestro corazón, será la medida de nuestro amor.

Es de lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Nos pone el listón del amor bien alto. Nos contentamos a amar a los que nos aman, somos amigos de nuestros amigos, ayudamos al que a mi me ayuda, hoy me toca a mi pero ya sabes que mañana te toca a ti. Seguramente nos suenan estas palabras. Porque son las medidas que usamos habitualmente, suele ser hasta donde pensamos que tiene que llegar la medida del amor.

Dar un paso más para ayudarle a aquel que nunca ayuda a nadie, eso nos parece un heroísmo; ser capaces de ser amables con aquellos que quizás pasan serios a nuestro lado y ni nos miran a la cara, eso nos parece impensable; tener paciencia con aquel que siempre nos está molestando y llegar incluso a ayudarle cuando le vemos muy apurado en su necesidad, bueno, eso sería un milagro por nuestra parte que llegáramos a hacerlo.

Nuestras mediocridades, encerrados en nosotros mismos como si nosotros fuéramos los únicos y más valiosos del mundo. Así vamos tantas veces arrastrándonos por la vida. Por eso nos cuesta tanto entender el mensaje de Jesús. Porque cuando Jesús nos dice que también tenemos que amar a nuestros enemigos y hasta rezar por los que nos han hecho mal o nos han hecho daño, eso ya nos parece imposible y a eso no somos capaces de llegar.

Pues ese es el listón que nos está poniendo Jesús. Porque si amamos a los que nos aman, ¿qué mérito tenemos? Eso lo hace cualquiera. Si saludamos solo a los que nos saludan, como dice Jesús, eso hasta los que no tienen fe lo hacen. En nosotros tiene que haber algo especial cuando hemos recibido la buena nueva del evangelio diciéndonos todo lo que nos ama Dios. ¿Nos podemos quedar encerrados en lo mismo?

Es tajante Jesús. Claro, El ha ido por delante en ese amor. Lo ha hecho, así ha amado, así nos ama a nosotros que aunque nos creemos que nos lo merecemos todo, bien que somos pecadores. Pues, quien ha experimentado en su vida ese amor de Dios, no puede menos que amar y amar con un amor semejante. Por eso tajantemente terminará diciéndonos Jesús que tenemos que ser perfectos como nuestro Padre del cielo lo es, tenemos que ser misericordiosos como lo ha sido Dios con nosotros.

¿No tenemos la muestra de lo que es ese amor de Dios en Jesús que por nosotros se dio y llegó a morir en una cruz? Y no hay amor mayor que el de quien da su vida por aquel a quien ama. Y Jesús terminará diciéndonos en el evangelio que amemos con un amor como el suyo. Será el mandamiento del amor.

¿Seremos capaces de intentar ponernos en nuestro amor a esa altura? ¿Llegaremos de verdad a entender lo que es un amor verdadero? Ya seguirá mostrándonos este camino de Cuaresma lo que tenemos que entender por amor.

viernes, 14 de marzo de 2025

Dejémonos cautivar por el mensaje de amor del evangelio y llenemos de delicadeza la vida para hacer un mundo mejor

 


Dejémonos cautivar por el mensaje de amor del evangelio y llenemos de delicadeza la vida para hacer un mundo mejor

Ezequiel 18, 21-28; Salmo 129;  Mateo 5, 20-26

Seguramente lo hemos escuchado muchas veces o acaso lo hemos pensado o lo hemos dicho también, ‘yo no mato ni robo, yo no tengo pecados’; y nos quedamos tan tranquilos quizás. Pero seguramente que en un buen razonamiento nos hemos dicho también que no nos podemos quedar reducidos a la literalidad de las palabras, no para quitarnos culpa ni ponernos, sino para encontrarles todo su sentido y valor. No es el crimen de derramar una sangre quitando una vida, sino que de muchas maneras nos damos cuenta cómo podemos dañar la vida de quienes están a nuestro lado. Y entramos, no mirándolo solo desde lo negativo sino en un sentido positivo en la amplitud de la delicadeza del amor.

Es en lo que quiere hacernos reflexionar hoy la Palabra de Dios, las palabras de Jesús en el evangelio. Entra Jesús en algunos detalles, que en una buena reflexión repito, tiene una gran amplitud en todo lo que hacemos en la vida y en nuestras relaciones con los demás. Hoy nos dice Jesús: ‘Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego’.

Es la delicadeza del amor que se hace respeto y valoración de los demás. Es por ese respeto por donde tenemos que comenzar a expresar nuestro amor. Por eso nos habla Jesús del control que tenemos que ejercer sobre nosotros mismos, para que nunca sea la pasión las que nos domine, nunca nos dejemos arrastrar por la cólera ante las situaciones en que nos encontremos con los demás. Nos cuesta, y lo digo por mi mismo, estamos pronto para hacer saltar la chispa, y la chispa produce en consecuencia un incendio que muchas veces es difícil de apagar.

Y eso significa el saber ordenar nuestra vida para tener ese control de nuestras pasiones, sea cual sea. La pasión es esa fuerza interior que todos tenemos pero que hemos de saber encauzar para que no se desborde, para que no sea la que nos domine, porque por encima tiene que estar nuestra humanidad, nuestra razón, y la motivación del amor. En nuestro camino de superación y crecimiento es un aspecto muy importante a tener en cuenta para no perder la serenidad de nuestra vida, sea cual sea la situación en la que nos encontremos. Es un signo de nuestra madurez que no siempre damos.

Esa delicadeza de nuestra vida que nos hace cuidar nuestros gestos y nuestras palabras. Es la atención que prestamos al otro, es el buen trato que le damos desde ese respeto y tenemos que decir también desde ese amor que hemos de tener, es el evitar palabras que no hieran, que no menosprecien ni discriminen, que no estén llenas de violencia, que eviten la tensión y el enfrentamiento. Es la humildad y cercanía, son los gestos de la ternura y del amor, es el cuidado y el mimo que nos hemos de tener como hermanos que nos queremos y amamos.

Creo que es algo de tremenda actualidad en este mundo de acritud y descalificación en que vivimos; no son simplemente los desacuerdos que puedan haber cuando desde nuestros diferentes criterios o manera de ver las cosas expresamos nuestra opinión o nuestros deseos, es que realmente no nos escuchamos, no valoramos lo bueno que puedan ofrecernos los demás, y llega la descalificación aunque para ello tengamos que llegar al desprestigio e incluso a la mentira.

Todo está profundamente interrelacionado y desde que perdemos el equilibrio en el trato en algún aspecto como en una pendiente vamos rodando y llenándonos de maldad, de distanciamiento y hasta de odio. Podemos ser adversarios de ideas pero no tenemos que ser enemigos como personas; podemos no estar de acuerdo en algo, pero no tenemos por qué destruir lo que otros hayan realizado; y eso vemos que desgraciadamente sucede en nuestra sociedad y daña las relaciones entre unos y otros. De tantas maneras nos estamos matando los unos a los otros y robándonos la felicidad porque nos hacen perder la paz del corazón.

¿Cuándo seremos capaces de caminar tendiéndonos la mano, valorando lo bueno que hacen los demás, y cada uno poniendo su grano de arena bueno para la construcción de una sociedad mejor? Dejémonos cautivar por el mensaje de amor del evangelio y llenemos de delicadeza la vida para hacer un mundo mejor.

 

jueves, 13 de marzo de 2025

Oramos y pedimos con la confianza de los hijos que se saben amados y sentirán siempre al Padre a su lado como estímulo y fortaleza para el crecimiento de su vida

 


Oramos y pedimos con la confianza de los hijos que se saben amados y sentirán siempre al Padre a su lado como estímulo y fortaleza para el crecimiento de su vida

Ester 4, 17k. l-z; Salmo 137; Mateo 7, 7-12

Afrontando la vida con realismo y sinceridad nos damos cuenta que en el mundo en que vivimos estamos llamados a interrelacionarnos los unos con los otros, porque mutuamente nos necesitamos empezando para comunicarnos pero también por la ayuda que nos podemos dar los unos a los otros en las mismas necesidades vitales con que nos encontramos.

Surge, pues, esa relación y esa intercomunicación, ese pedir ayuda en multitud de ocasiones y aceptar lo que los demás puedan ofrecernos. Orgullosos somos en ocasiones para no querer o no atrevernos a pedir a los demás eso que necesitamos, aunque haya otros que viven en una dependencia total de los demás porque tampoco son capaces de hacer nada por si mismos.

Hoy Jesús en el evangelio está enseñándonos esa relación de humildad pero también de confianza que nosotros hemos de tener con Dios. Es la confianza de los hijos que se sienten amados por sus padres y a ellos llegarán con toda confianza con lo que es su vida porque sabe que siempre serán escuchados y comprendidos y siempre van a encontrar el apoyo que necesitan para desarrollar su propia vida.

El padre en su amor hará siempre todo lo que pueda por su hijo porque lo ama, pero también dejará crecer al hijo, estará a su lado como apoyo que le sostiene en ese enfrentarse con los problemas de la vida; no es mejor padre el que se convierte es un insustituible en la vida del hijo haciéndolo todo por él, sino el que mejor estimula, acompaña y ayuda a crecer haciéndole sentir la fuerza que necesita para hacer también todo lo que es capaz.

Hoy nos dice ‘Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre’, y no es para que nos sintamos incapaces y que nos lo den todo hecho sino para que tengamos la confianza de que somos escuchado, que se nos dará lo que necesitemos, se nos responderá a nuestras súplicas o en aquellas angustias que podamos pasar en los momentos tormentosos de la vida, vamos a tener la seguridad de quien está a nuestro lado y será nuestra fortaleza. ‘Quien busca encuentro y al que llama se le abre’, nos dirá Jesús.

Algunas veces le hemos dado una literalidad a estas palabras de Jesús que vemos a Dios solo como el solucionador de problemas o ese paternalismo de quien nos da las cosas hechas sin que nosotros pongamos nada de nuestra parte. Así muchas veces vamos en nuestra oración a Dios, como al solucionador de problemas o la tómbola que nos regala las cosas en función de la suerte o la lotería que reparte premios, vamos al que nos va a sacar las castañas del fuego para que nosotros no nos quememos.

La presencia de Dios en nuestra vida es mucho más que todo eso. Es, sí, nuestro refugio y nuestra fortaleza, pero es también la luz que nos guía, la Palabra que nos pone en camino, la Sabiduría que ilumina nuestro espíritu en las decisiones que hemos de tomar, y el viático que nos acompaña para hacer que nos sintamos fuertes en nuestras luchas y en la consecución de nuestros mejores deseos. Otra tiene que ser la forma de nuestra oración.

Una imagen preciosa de una hermosa oración la tenemos en el ejemplo de la reina Esther. Era ella la que tenía que presentarse ante el rey para suplicar por su pueblo que se veía oprimido y humillado; acude ella en su oración a Dios antes de enfrentarse a aquella situación para sentir esa presencia y esa fortaleza del Señor para hacer lo que tenía que hacer. ‘Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos….’ Se siente sola y desamparada, incapaz de pronunciar palabra, pero pide la ayuda del Señor que ponga en sus labios la palabra oportuna. Y con esa confianza da el paso adelante para realizar su tarea.

Tenemos que quemarnos en la vida, tenemos que afrontar nuestras tareas y responsabilidades, tenemos que luchar contra el mal, tenemos que hacer el camino, pero lo hacemos con la confianza de que Dios está con nosotros, Dios inspirará lo que hemos de hacer o lo que hemos de decir, será nuestra fortaleza para superar nuestros decaimientos y para levantarnos de donde nos hundimos.

Es la confianza con que hacemos el camino, porque somos escuchados, encontraremos esa luz o esa fuerza, sentiremos ese regalo de la presencia del Señor en nuestro camino. Oramos y pedimos con la confianza de los hijos que se saben amados.


miércoles, 12 de marzo de 2025

Señales y llamadas tenemos junto a nuestro camino de fe que pone Dios ante nosotros de las que no nos podemos desentender, ni andar tan distraídos que no las veamos

 

Señales y llamadas tenemos junto a nuestro camino de fe que pone Dios ante nosotros de las que no nos podemos desentender, ni andar tan distraídos que no las veamos

Jonás, 3, 1-10; Sal.50; Lucas, 11, 39-42

Nuestros caminos y carreteras están llenas de señales que nos indican las direcciones que hemos de tomar, las diferentes opciones que tenemos, pero también nos advierten de los peligros que podemos encontrar, los cuidados y precauciones que hemos de tener y lo que podemos hacer o no hacer en aquel camino. Pero hay ocasiones en que vamos tan absortos en nosotros mismos, en nuestras preocupaciones o nuestros sueños que nos pasamos de la señal; allí estaba, nos lo decía claramente, nos advertía del peligro o de la dirección que habíamos de tomar para llegar a nuestra meta, pero no fuimos capaces de verla; luego quizás nos quejamos, como sucede tantas veces, que si no estaba bien situada, si podía crearnos confusión y no se cuantas disculpas más que nos buscamos, pero la señal estaba allí y no la vimos.

Y no vamos a hablar de esos problemas de esas señales de carreteras o caminos, pero sí de la señal que hemos de saber descubrir en el camino de la vida; hay llamadas en nuestro interior que no queremos escuchar, suceden cosas a nuestro lado que pueden ser una buena lección para nosotros, palabras que escuchamos y a las que no atendemos o que decimos que no entendemos pero realmente no les prestamos atención, testimonios hermosos en personas de buena voluntad y de gran entrega que tendrían que ser un toque de atención y un estimulo para que nosotros comencemos también a hacer algo distinto. No vemos las señales o no escuchamos las llamadas pero estamos quizás un milagro, algo extraordinario por lo que sí saldríamos corriendo a buscarlo, aunque luego se nos quede en un fuego fatuo.

En el evangelio que hoy se nos ofrece contemplamos cómo Jesús se queja de aquella generación que no hacen sino pedir signos y señales para creer. Lo tienen delante y no quieren creer, no saben leer la señal. Se pasan de largo, podíamos decir con la imagen que antes empleábamos, y no saben descubrir quien está allí delante de ellos. Y le habla del signo de Jonás, o la reina del Sur que vino a conocer la sabiduría de Salomón, o la actitud de las gentes de Nínive que creyeron la palabra del profeta y se convirtieron. Aquí está en medio de ellos el Hijo del Hombre y no lo saben ver, la Sabiduría eterna de Dios que se manifiesta en la Palabra encarnada y no la escuchan aunque se admiran de que la Reina del Sur viniera a escuchar la sabiduría de Salomón.

Jonás es todo un signo que nos hace dirigir nuestra mirada a Jesús. Largo fue el recorrido, el camino de vida de Jonás para aceptar la misión que Dios le había confiado. Muchas cosas tuvieron que sucederle para que él cambiara de actitud y fuera fiel a su misión, que tendría los hermosos frutos de aquel pueblo que creyó en su palabra y se convirtió al Señor. Como una señal que viene a ser tipo del misterio de Jesús en su muerte y resurrección fue aquella zozobra del barco en medio de la tormenta y el ser devorado por el cetáceo que a los tres días lo devolvería vino a la tierra donde había de realizar su misión. Supo ver Jonás las señales que Dios puso en su camino.

Llegaremos a entender el recorrido que nosotros hemos de hacer también que es recorrido pascual, que es de muerte para la vida, de morir a nosotros mismos, nuestros miedos y cobardías como Jonás, nuestros pecados e infidelidades, nuestro tantas veces querer desengancharnos de nuestras responsabilidades o de las misiones que tenemos que desarrollar hasta llegar a comprender el verdadero sentido de nuestra vida que pasa por la entrega y por el amor. Atravesamos nosotros tormentosos mares de la vida, llenos de dudas y de flaquezas, zarandeados por mil cosas que nos atraen de aquí y de allá y que pretenden desviarnos del camino que hemos de recorrer, de la misión que tenemos que cumplir. Pero todo eso tenemos que hacerlo pascua, todo tenemos que transformarlo en vida, todo nos ha de llevar a un nuevo renacer, a resurrección.

Un camino maravilloso, así tiene que ser, que hemos de ir realizando en esta cuaresma guiados por la Palabra del Señor, Sabiduría de Dios, que transformará nuestra vida, que nos llevará a la Pascua, que dará sentido a la celebración de la Pascua de la muerte y resurrección del Señor. Señales y llamadas tenemos junto a nuestro camino de las que no nos podemos desentender, no podemos andar tan distraídos que no las veamos.

martes, 11 de marzo de 2025

No hacen falta muchas palabras para orar, solo nos hace falta una, saborear el poder llamar Padre a Dios

 


No hacen falta muchas palabras para orar, solo nos hace falta una, saborear el poder llamar Padre a Dios

 Isaías 55, 10-11; Salmo 33; Mateo 6, 7-15

En ese deambular por la vida, que es la vida misma con lo que hacemos, en lo que nos relacionamos con los demás, en lo que vamos encontrando o en los pensamientos o que van surgiendo dentro de nosotros o en las ideas que otros nos proponen, quizá en un momento determinado descubrimos algo que nos llama la atención, que nos sorprende, que nos deja llenos de admiración de manera que queremos poseerlo, queremos llegar a ese lugar si de un espacio se tratara, o queremos vivirlo; y nos ponemos en camino para conseguirlo, para tenerlo, para vivirlo y luego nos sentiremos como transformados por esa felicidad y de ninguna manera queremos perderlo; ya buscaremos medios, formas de poder seguir disfrutándolo.

Podemos estar pensando en cosas materiales, en cosas que nos darían una riqueza, podemos pensar en un lugar paradisíaco, podíamos pensar en un estado de vida. ¡Cómo nos gustaría conseguirlo, disfrutarlo!

Pues os voy a decir que lo tenemos a nuestro alcance. Leamos con atención de nuevo el texto del evangelio de hoy. De entrada decimos es la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, la oración que nos enseña a nosotros. Ahí lo tenemos. Está bien descrito. Es lo maravilloso de sentirnos en Dios, del encuentro con Dios, de la presencia de Dios en nosotros, en nuestra vida y que tenemos que hacer que sea también en nuestro mundo.

En tres palabras quiero resumir hoy lo que es la oración del padrenuestro, que Jesús nos ha enseñado: contemplación, camino, compromiso.

¿Qué es lo primero que nos llena de admiración cuando comenzamos a rezar el padrenuestro? Qué podamos llamar Padre a Dios. Como nos dirá san Juan en sus cartas es una maravilla que podamos llamarnos hijos de Dios, y nos dice, pues en verdad lo somos. Es para quedarse extasiado. Dios que nos ama, porque es nuestro Padre, que nos llama sus hijos, que quiere que vivamos como hijos. Los hijos no son esclavos, los hijos viven la libertad de su condición, de su filiación; como tal nos trata, como tal nos ama. Por eso no podemos hacer otra cosa que bendecir a Dios, bendecir su nombre, sentirnos dichosos con su amor que es sentirnos bendecidos por Dios. Es una contemplación esta primera parte de nuestra oración. No podemos pasar de largo, no lo podemos hacer a la carrera, tenemos que detenernos para contemplar, para alabar, para dar gracias, para santificar el nombre de Dios en el que nos sentimos santificados.

Como decíamos antes, eso tan bello y hermoso lo queremos poseer; nos ponemos en camino para conseguirlo. Por eso nos abrimos a Dios, a su Palabra que queremos que se plante en nosotros, que se cumpla en nosotros esa palabra del Señor, como pedía y quería María en la anunciación. Queremos hacer la voluntad de Dios; no nos queda otra, es la voluntad del Padre, y a los padres se les obedece, a los padres les somos fieles u leales, a los padres queremos agradarles con nuestro amor y se lo manifestamos haciendo su voluntad. Un camino que hemos de recorrer en esa búsqueda de la voluntad de Dios.

Un camino que se hace compromiso porque ahora veremos las cosas de otra manera; un camino en el que sentimos su presencia junto a nosotros y teniéndole a El, nada nos faltará; un camino que nos lleva a una nueva comunión con los que nos rodean, porque de ellos también Dios es Padre, ¿no decíamos al principio padre nuestro? No es solo mío sino de todos, todos entonces tenemos que sentirnos hermanos, entre todos ha de haber una nueva comunión, a todos tenemos que aceptar y comprender; y nos amamos y nos perdonamos, porque así es la garantía de que seguiremos sintiendo el amor de Dios sobre nosotros a pesar de nuestros errores y debilidades. Con Dios a nuestro lado, nos sentiremos fuertes para no dejarnos arrastrar por el mal, para sentir la fortaleza que nos lleve a hacer siempre el bien.

Una oración para saborear, como siempre tiene que ser nuestro encuentro con Dios, ante el que muchas veces nos quedaremos mudos sin saber qué decir, nos quedamos en silencio, dejando que nuestra mente contemple ese misterio de Dios, pero nuestro corazón se derrita en ese amor de Dios que se está derramando en nosotros. No hacen falta muchas palabras, nos decía Jesús; sólo nos es necesaria una, saborear el poder llamar a Dios Padre.

lunes, 10 de marzo de 2025

Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?

 

Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?

Cuantas veces, en un momento de fervor quizás, habremos dicho cosas así, si yo hubiera estado en aquellos tiempos – cualquier episodio que nos cuente el evangelio – hubiera actuado de otra manera y no habría sido tan duro de entendederas como vemos tantas veces a los apóstoles, o pensamos también, si ahora lo viéramos caminar entre nosotros y hablarnos le seguiría sin más como nadie lo ha hecho.

Nos olvidamos de una cosa, del evangelio de hoy. ‘¿Cuándo te vimos enfermo y no te atendimos? ¿Cuándo te vimos hambriento y no te dimos de comer? O ¿cuándo te vimos desnudo y te vestimos?’ Eran las preguntas que le hacían a Jesús tanto los de la derecha como los de la izquierda ante lo que Jesús les estaba diciendo en el juicio final. ‘Cuando lo hicisteis… cuando no lo hicisteis con uno de estos hermanos pequeños… a mi no me lo hicisteis… conmigo lo hicisteis…’

Es claro Jesús en el evangelio. No nos va a preguntar Jesús si robamos o matamos a alguien, nos va a preguntar por lo que hicimos en positivo o por lo que dejamos de hacer, aunque no le hayamos robado, aunque no los hayamos matado. No significa que eso no lo tengamos en cuenta. No podemos olvidar a ninguno de los mandamientos, porque Jesús no ha venido a abolir la ley sino a darle plenitud. Y recordamos cuando aquel joven le pregunta qué ha de hacer para heredar la vida eterna, lo primero que le responde Jesús es que cumpla los mandamientos. Luego será cuando Jesús pida dar un paso más para compartir lo que somos, para despojarnos de lo que tenemos porque el tesoro mejor guardado es lo que hagamos con los demás.

Y lo que hacemos a los demás es como si se lo hiciéramos a Jesús. Se identifica con el pobre y con el hambriento, con el que está solo en su soledad o vive triste y sin consuelo en la vida, con el que se siente abandonado por todos o es discriminado por su condición o por las circunstancias que condicionen su vida. ‘A mi me lo hicisteis’, nos dirá Jesús.

Por eso nuestro amor no es un amor cualquiera. No es amar solamente a los que me aman, ser amigo solo de los que son amigos y a lo más amigos de mis amigos, como tantas veces decimos; no es saludar solo a los que me saludan, sino ir por la vida con mi semblante sonriente para regalar mi saludo a todo el que encuentro a mi paso, no es ayudar solo a los que un día me echaron una mano, sino también sentar a mi mesa a aquel que no podrá corresponderme invitándome también, no es solo preocuparme de los que están más cercanos a mi y quizás me manifiestan sus problemas, sino tender mi mirada más allá para detectar allí donde hay una necesidad o está alguien esperando entrar a la piscina sin que nadie le ayude.

Es lo que vemos hacer a Jesús en el evangelio. Lavará Jesús los pies a los discípulos siendo el maestro y el Señor para que nosotros también lo hagamos; perdonará a los que están clavándolo a la madera, pidiendo incluso disculpas por ellos porque no saben lo que hacen. Aunque eso algunas veces nos sea pesado como una cruz que tengamos que cargar, pero cuando las cosas se hacen desde el amor no hay peso que se nos resista, no hay nada que tengamos que dejar de hacer.

Por eso, dejémonos envolver por el amor, un amor como el de Jesús, para que podamos amar como El ama; y su amor es incondicional, su amor es generoso y universal, su amor no tiene límites porque ya nos dirá que el amor más grande es dar la vida por aquellos a los que ama. El lo hizo ¿seremos capaces nosotros de hacerlo?

domingo, 9 de marzo de 2025

Un desierto y unas tentaciones de donde podemos salir victoriosos si nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios

 


Un desierto y unas tentaciones de donde podemos salir victoriosos si nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios

 Deuteronomio 26, 4–10; Salmo 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

¿Qué nos sugiere la imagen del desierto? Desolación, soledad, silencio, vida agreste y dura, dificultad, carencias de todo tipo, impotencia, abandono, debilidad… Algo que por tendencia natural rehuimos, no nos gusta, lo evitamos de la forma que sea. No nos gusta vernos impotentes, no chilla en nuestros oídos el silencio, sentimos angustia ante la soledad, lloramos en nuestras dificultades y carencias, no sabemos que hacer con nuestra impotencia, queremos verlo lejano de nuestra vida.

Sin embargo quizás todos habremos pasado por situaciones difíciles donde no sabíamos como salir de ellas, hemos llorando en silencio porque quizás no teníamos un  hombro sobre el que derramar nuestras lágrimas, hemos atravesado momentos oscuros de la vida en que nos sentíamos desorientados sin saber qué camino tomar, los problemas nos han envuelto de tal manera que casi queríamos morir. ¿Qué hacer nos hemos preguntado más de una vez sin encontrar respuesta? Hemos tenido la tentación, como se suele decir, tomar el camino del medio y querer valernos de lo que sea, aunque no siempre fuera bueno, para salir de esas situaciones; hubiéramos deseado tener influencias en quien fuera, pagando lo que fuera, para no seguir en esas situaciones; habríamos estado dispuestos a vender el alma al diablo, como de suele decir.

En una palabra que también nosotros hemos pasado o quizás estemos pasando por esas tentaciones de las que nos habla hoy el evangelio. Es tradicional en nuestra liturgia que el primer domingo de cuaresma escuchemos en el evangelio el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Un buen pórtico, como un encuadre de la vida al iniciar este camino del tiempo cuaresmal. Un tiempo en el que queremos dejar guiar por la Palabra de Dios en ese camino de renovación que tiene que ser nuestra pascua. Si queremos vivir con toda intensidad la Pascua cuando lleguemos a celebrar la Resurrección del Señor, esa pascua hemos de irla haciendo en nosotros este camino de preparación que es la Cuaresma. Buena es, pues, esta composición de lugar que se nos hace en este primer domingo con el desierto y las tentaciones.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto durante cuarenta días, nos dice el evangelio. Un desierto, como veíamos, que estamos muchas veces en nuestra vida sufriendo también esas mismas tentaciones. Un desierto al que hemos de dejarnos conducir por el Espíritu, aunque nos parezca que no nos es agradable, pero sí necesario por una parte para encontrarnos con nosotros mismos, pero sobre todo para encontrarnos con la Palabra de Dios. No temamos ese silencio, esos momentos de soledad, esa aspereza que podamos encontrar en el camino. Como toda Pascua siempre termina en luz.

Ya hemos mencionado algunas de esas tentaciones con que nos podemos encontrar aunque cada uno tenemos que saber ver o descubrir lo que son esas luchas que vamos sosteniendo en nuestra vida; esas ambiciones o esas vanidades, ese orgullo que se nos mete dentro de nosotros y que tantas veces nos hace destructivos o esos sueños de grandeza que nos pueden llevar incluso a la manipulación de lo que sea, incluso las personas, para conseguir aquello que deseamos; esas pasiones que se nos desbordan y nos ciegan y crean ataduras en nosotros de las que no sabemos como liberarnos; esas voces o cantos de sirena que nos llaman de acá o de allá para invitarnos a una vida fácil porque ahí nos dicen que seremos más felices.

¿Qué hacer?, nos preguntamos tantas veces. Pero no solo de pan vive el hombre, no es con esas cosas de las que nos revestimos tantas veces las que nos van a dar un sentido verdadero a nuestra vida; no es endiosándonos a nosotros  como vamos a hacer una vida mejor porque creemos que con lo que hacemos tenemos el aplauso de las gentes; no es dejándonos llevar por los apegos cómo vamos a encontrar la verdadera libertad; no es convirtiéndonos en el ombligo del mundo porque queremos que todo gire en torno nuestro cómo lograremos unas relaciones más humanas o un mundo mejor.

Sólo Dios tiene que ser el único Señor de nuestra vida, cuando tantas veces nos sentimos tentados a adorar las riquezas o los oropeles de este mundo, los honores o los reconocimientos que los demás nos hagan porque nos creemos merecedores de todo o nos parece que son lo más importante para la vida sin lo cual no podríamos vivir.

Aunque se nos presenten como placenteros y se nos ofrezcan como si fueran preciosos jardines son duros esos desiertos que el mundo nos ofrece y del que tenemos que salir victoriosos. Ese desierto en el que tantas veces nos vemos metidos, como hemos dicho desde el principio de esta reflexión, es un desierto del que podemos salir si también nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús. 

Es el camino que queremos hacer en esta Cuaresma en este reencuentro con nosotros mismos, pero lo más importante, en nuestro reencuentro con el Evangelio, en nuestro reencuentro con Dios.