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jueves, 21 de noviembre de 2024

Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

 


Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

Apocalipsis 5,1-10; Salmo 149; Lucas 19,41-44

Si hay algo que a todos nos conmueve son las lágrimas de cualquier ser vivo, de cualquier ser humano en nuestra presencia. Siempre nos preguntamos ¿por qué? ¿por qué esas lágrimas? Y tratamos de ser paño de lágrimas aunque no siempre sepamos como enjugarlas.

¿Por qué lloramos? ¿Por qué son esas lágrimas? Por empezar por las que puedan ser más agradable, podemos pensar que lloramos de alegría, de emoción, de sorpresa por algo bueno que nos acontece; todos hemos visto a una madre llorar de alegría cuando recibe noticias del hijo del que hace tanto tiempo que no sabe nada; lloramos de alegría si tenemos la suerte de que las cosas nos vayan bien o conseguimos aquella meta que tanto ansiábamos; todos nos emocionamos con quien está emocionado y terminamos derramando lágrimas con él; pero lloramos de rabia y de impotencia cuando no logramos el premio por el que luchábamos, o lloramos de angustia en la separación de un ser querido porque se va de viaje, lloramos de tristeza ante la muerte de seres queridos o allegados a nosotros; pero lloramos insatisfechos cuando vemos que hemos hecho tanto por alguien que no lo agradece, que incluso se puede volver contra nosotros y nos sentimos inútiles en lo que intentamos para el otro.

Muchas y distintas lágrimas pueden salir de nuestros ojos, que manifiestan sentimientos, amarguras, amores disfrutados o frustraciones en el amor, alegrías y tristezas, que expresan lo más hondo que llevamos dentro y que no tenemos palabras para expresarlo. ¿Sabremos descubrir no solo el por qué de nuestras lágrimas sino también el por qué de las lágrimas de tantos en nuestro entorno? ¿Acaso se nos secan nuestras lágrimas por alguna razón o nos volvemos insensibles ante las lágrimas que se derraman en derredor nuestro?

Hemos venido con el evangelio de san Lucas acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén; en ocasiones el caminar de Jesús parece que tiene prisa, como nos dice el evangelista, iba delante, conciente de la Pascua que en Jerusalén ha de celebrar, ha de vivir. Son muchos los anuncios que ha ido haciendo a lo largo del camino de lo que sucederá en Jerusalén aunque nunca los discípulos parecen entender las palabras de Jesús. Ahora se asoma ya como en un bacón a contemplar la ciudad de Jerusalén desde el monte de los Olivos. Allí nos queda una iglesia como recuerdo de ese momento.

Era de emoción grande para todo peregrino llegar a contemplar la ciudad santa a la que todos querían subir, además de la belleza que desde allí se contemplaba. Los que hemos peregrinado en alguna ocasión a aquel lugar hemos sentido también esa emoción, gratos recuerdos llevo en la memoria de mi alma.

Y nos dice el evangelista que Jesús llora. ¿Era solo la emoción de la contemplación de la ciudad santa? Todo buen judío sentía esa emoción. En otros momentos se nos hablará de cómo ponderaban las bellezas y tesoros que desde allí se contemplaban. Pero, ¿cuál era el motivo del llanto de Jesús? ¿El pensar en todo lo que allí había de sufrir en su pasión y en su pascua? Otros serían los momentos, al pie precisamente de ese monte en el huerto donde estaba el molino de aceite, para llegar incluso a sudar sangre por la angustia de lo que iba a suceder que El tan claramente veía.

Pero el llanto de Jesús ahora es distinto. Jesús llora por aquella ciudad a la que había amado tanto, por la que tanto había hecho, en la que había enseñado en sus calles y en la explanada del templo, en la que les había ido manifestando una y otra vez todo lo que era el misterio y el regalo de Dios, pero que ellos rechazaban. Es cierto que en algún momento los niños y la gente sencilla lo van a aclamar precisamente al final de aquella bajada del monte de los olivos, pero estaba el rechazo de quienes no querían recibir la luz; curaría a sus ciegos en sus calles, haría caminar a los inválidos postrados en sus piscinas siempre en eterna espera de la salud, pero ellos no sabían ver la luz, no sabían descubrir la verdadera salvación que Jesús les traía. Y llora Jesús por todos ellos, a los que había querido acoger como la gallina acoge a sus polluelos bajo sus alas.

Pero ¿nos dirá algo a nosotros hoy ese llanto de Jesús? Es un llanto que también es por nosotros a quienes tanto ha regalado, pero que tan poca respuesta hemos dado. Detengámonos a pensar ahora en nosotros mismos, en nuestras rutinas y en nuestras actitudes de derrotismo, en nuestras cobardías que a tantas negaciones nos han conducido, en nuestras cegueras cuando no hemos sabido descubrir la luz que nos llega de tantas maneras para despertar nuestro espíritu en tantas cosas que nos suceden a nuestro alrededor y que son señales de Dios en nuestro camino, en ese dejarnos envolver por ese egoísmo que nos hace insolidarios y que como lepra nos aísla y nos separa de los demás, en esos oídos sordos para escuchar lo que la Palabra nos dice a nosotros pero que esquivamos pretendiendo adosársela a los demás…

Cuántos motivos tendríamos pero para llorar nosotros, para terminar de escuchar esa palabra de Jesús que nos dice ‘levántate y anda’ como al paralítico de la piscina, ‘levántate y sal fuera’ como a Lázaro de Betania, ‘tus pecados quedan perdonados’ como al paralítico de Cafarnaún, ‘tu fe te ha curado’, como a la mujer de las hemorragias, ‘¿no te he dicho que tengas fe?, como a Jairo en el camino...

¿Nos sentiremos conmocionados por ese llanto y esas lágrimas?

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

 


Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Salmo 150; Lucas 19, 11-28

¿En qué ocupamos la vida? Eso viene a decirnos el sentido que la vida tiene para nosotros. Hay quienes no piensan en  hacer nada, simplemente dejarse llevar por la pasividad, a lo que salga, pasarlo bien y vivir la vida; pero claro, tendríamos que preguntarnos y ¿qué es vivir la vida?  Creo que una vida así no se vive, se soporta o nos queremos aprovechar de ella, pero nada aportamos.

Pero hay quienes se arriesgan, quieren salir de esa pasividad, buscan algo nuevo y algo mejor, algo que en verdad les haga sentirse vivos, y siempre estarán buscando qué hacer, no simplemente por ocupar el tiempo sino por darle sentido a su tiempo haciéndolo productivo. Pero es un riesgo, conlleva esfuerzo, no siempre vamos a encontrar el resultado apetecido tan pronto como deseamos, nos exigirá sacrificios, buscar metas, darle hondura a la vida, aunque haya tropiezos, se puedan cometer errores, pero encontraremos satisfacciones más hondas que las de aquellos que no hacen nada y se quedan en la pasividad. Es un riesgo, porque nos exigirá poner todo lo nuestro, lo que somos más que lo que tenemos, porque no son cosas solo lo que buscamos.

Y surgen las personas emprendedoras, aparecen nuevas iniciativas, desarrollamos toda nuestra creatividad, porque de alguna manera estamos siendo creadores de esa vida que vivimos, y por eso mismo sentimos mayor satisfacción. Lo vemos en el orden también de lo material, quien quiere emprender un nuevo negocio, quiere avanzar en la vida para no quedarse en lo de siempre, quien busca también ¿por qué no?, un beneficio material, una riqueza para su vida, tiene que arriesgar y esforzarse, no se puede quedar con los brazos cruzados esperando que todo se lo den hecho.

De esto nos está hablando Jesús en el evangelio. Lo hace como una lección amplia para nuestra vida, pero está también en aquellas circunstancias que ahora mismo están viviendo sus seguidores, pero de alguna manera lo que es la vida del pueblo de Israel. Estaban subiendo a Jerusalén, nos dice el evangelista. Y algunos de sus seguidores más entusiastas ya estaban pensando que llegaba la hora de aquel reino que Jesús tanto había anunciado; claro que seguían sin terminar de entender el sentido del Reino de Dios que Jesús les anunciaba. Algunos pensaban que era la hora de la restauración de Israel, con todas las connotaciones que aquello tenía en su mentalidad. Pero también pensaban que todo se les iba a dar por nada, surgía un Mesías, un liberador y todo estaba hecho. Pero Jesús les propone una parábola.

Alguien que va a buscar el titulo de rey, aunque hay muchos que no están de acuerdo, pero mientras él deja a sus más cercanos un encargo. Les reparte una minas de oro (era una expresión que tenían de esos valores o riquezas que poseían), pero a no todos reparte de la misma manera, unos más y otros menos. Han de negociarlo.

Ponerse a negociar es una habilidad y es también un riesgo, porque aquel con quien negociemos también tiene sus mañas y habilidades y él también quiere ganar. Lo que son los negocios de la vida, como bien sabemos. A su vuelta pide cuentas; unos han dado rendimiento, más o menos según sus capacidades y habilidades, pero hay quien no ha rendido nada, porque nada ha negociado, y así lo reconoce. Había guardado aquella mina de oro que le habían confiado para no perderla y ahora la entrega dando la razón del miedo que tenía de no ganar, de perderla. Y con él aquel que viene con el titulo de rey es muy severo.

Como decíamos, Jesús quiere hablarnos de una forma general para la vida y para nuestras responsabilidades, y ya tomamos nota. Pero Jesús quiere hablarnos de lo que hemos de hacer para realizar ese Reino de Dios. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos decir que son tiempos difíciles, no nos podemos quedar en que la gente no responde por mucho que nosotros hagamos, no podemos quedarnos en la pasividad del que se resigna. Y cuidado que habemos cristianos resignados y pacíficos, cuidado que algunas veces también en nuestros ámbitos eclesiales nos falta ese entusiasmo, esa iniciativa y esa creatividad, cuidado que no contentamos, decimos, con conservar los que aun tenemos para que no se vayan, pero nada estamos haciendo para sean otros los que vengan, los que reciban el anuncio del Reino que tenemos que realizar.

¿Querremos entender de verdad lo que Jesús nos está diciendo con la parábola? ¿Llegará un momento en que terminemos por despertar y salir de nuestras rutinas? ¿Seguiremos los cristianos en nuestra dejadez y nuestro poco entusiasmo? ¿Seguiremos refugiándonos en nuestras reuniones de siempre y en nuestros rezos dentro de nuestros templos? ¿Nos daremos cuenta de que es algo más que organizar procesiones lo que los cristianos tenemos que hacer en medio del mundo?

martes, 19 de noviembre de 2024

Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

 


Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Salmo 14; Lucas 19, 1-10

Estamos allí aglomerados un grupo diverso de personas, unas conocidas, otras no, quizás vecinos o personas cercanas a nosotros, porque estamos esperando quizá para entrar en algún sitio, o porque estamos esperando el transporte publico para nuestro viaje; más o menos charlamos entre todos en nuestra impaciencia como suele ser habitual, pero en un momento dado se acerca una persona que desconocida que por sus características nos puede parecer que es de otro lugar, un inmigrante quizás, y se hace silencio, nos hacemos a un lado casi como si no quisiéramos que se pusiera junto a nosotros, nuestras miradas de desconfianza tratan de soslayar su mirada porque quizás nos sentimos incómodos; ¿habrá alguien que rompa el silencio y se dirija con una palabra amable al recién llegado al que quizás ni respondimos a su saludo? El también quiere tomar ese autobús, él también quiere llegar a ese sitio, ¿habrá alguien que le ponga las cosas fáciles? Seguro que brotaría una sonrisa de agradecimiento y se sentiría distinto.

He querido comenzar la reflexión de hoy con un episodio como este con el que nos encontramos en cualquier momento del día, queriendo traer al hoy de nuestra vida el episodio que nos narra el evangelio. También las gentes estaban aglomeradas en la vía que atravesaba la ciudad de Jericó y que tendría su continuación en el camino que llevaba a Jerusalén. Jesús estaba atravesando la ciudad y la gente se agolpaba para ver pasar a Jesús; quizás habían traído sus enfermos con la esperanza que Jesús los curara; todos querían verle y escuchar alguna de sus palabras.

En medio de toda aquella gente apareció el que menos pensaban que tuviera curiosidad por conocer a Jesús. El publicano Zaqueo con el que nadie quería mezclarse. Por eso le costó tanto encontrar un lugar desde donde él también viera pasar a Jesús, porque además era bajo de estatura y detrás de la gente poco podría ver. Encontró una solución; más adelante había una higuera y subido entre sus ramas podría ver pasar a Jesús y él pasaría desapercibido ya que tanto lo despreciaban sus vecinos.  No molestaría a nadie y se podía ver saciada su curiosidad.

Pero es Jesús el que inesperadamente se detiene ante aquella higuera; había descubierto a Zaqueo y ahora era Jesús el que se dirigía a El porque quería hospedarse en su casa. No es necesario poner mucha imaginación para ver la alegría y el entusiasmo con que se bajó Zaqueo de la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús. Algo renació en su corazón como luego se va a manifestar. Su vida cambiará radicalmente, así lo manifestará, devolverá y con creces lo que ha robado y lo que tiene lo repartirá entre los pobres. ¿Recordaremos quizá aquel joven rico al que Jesús un día le dijo que vendiera todo lo que tenía para repartir su dinero con los pobres?

‘Hoy ha entrado la salvación a esta casa’, proclamará Jesús. Un paso grande se había dado cuando se había atrevido – aunque pareciera una temeridad – subirse a la higuera para ver pasar a Jesús.

¿Significará esto algo para nosotros? Nos refugiamos muchas veces tras las hojas de tantas higueras en la vida, no por nuestra curiosidad de querer encontrarnos con Jesús; pesan quizás nuestros miedos y cobardías porque estamos pensando más en lo que pueda pensar la gente que en lo que realmente por nosotros mismos tendríamos que hacer, nuestras indecisiones a pesar de que pareciera que hay una vocecita en nuestro interior que nos está invitando a dar un paso distinto, nuestros respetos humanos o el amor propio tras los que queremos ocultarnos porque nos cuesta reconocer nuestra realidad, nuestros pedestales a los que queremos subirnos porque queremos estar en primera línea se convierten en obstáculo para que otros puedan alcanzar a ver a Jesús.

¿Daremos el paso de la higuera, porque fue importante el subirse a ella, pero fue importante también la prontitud para bajarnos? No solo es la curiosidad que podamos sentir porque queremos conocer algo nuevo, es el encuentro profundo que vamos a realizar con Jesús lo que verdaderamente va a transformar nuestra vida; no es solo la buena voluntad que nosotros podamos poner, sino el dejarnos llevar por los impulsos del Espíritu que nos empuja y guía dentro de nosotros lo que nos va a llevar a la auténtica conversión.

¿Cómo vamos a recibir y a tratar a ‘Zaqueo’ que se cruza con nosotros en cualquier aglomeración de la vida o en cualquier esquina del camino?

lunes, 18 de noviembre de 2024

Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

 


Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Salmo 1; Lucas 18, 35-43

Al borde del camino, sin saber que hacer o sin tener nada que hacer, ensimismados quizás en nuestras cosas, en nuestras rutinas de cada día, abrumados por los problemas que caen encima como una loza que paraliza y encierra, perdida quizás la ilusión y la esperanza, llenos de miedos para emprender otros caminos, con deseos de hacerlo pero con cobardías que ciegan, sintiéndose quizás ignorados y no tenidos en cuenta marcados por una cierta marginación… son tantos los que podemos encontrar en nuestros caminos, pero que tampoco vemos porque quizás hemos perdido la sensibilidad o porque pensamos que si se hacen notar nos molestan porque pueden despertar inquietudes con las que no queremos cargar.

¿Quiénes son los ciegos? ¿Los que están tirados al borde del camino o los que vamos por el camino pero que miramos para otro lado? Mejor no enterarnos, mejor seguir con nuestras prevenciones y prejuicios, mejor hacernos los desconocidos cuando nos tropezamos con ellos en cualquier esquina o se suben al transporte con nosotros. Su manera de ser, su forma de actuar, sus gestos o sus palabras, las sonrisas que surgen en sus conversaciones entre ellos, sus miradas nos molestan y tratamos de evitarlos, hacernos los sordos o mirar para otro lado.  Y vamos a Misa.

¿Será posible que nos quedemos tan tranquilos sin implicarnos cuando escuchamos un evangelio como el que hoy se nos propone? Jesús iba de camino para Jerusalén; atravesaba Jericó, casi al final de la bajada del valle del Jordán antes de emprender la subida a Jerusalén; mucha gente lo acompañaba, por allí lo rodea el grupo de los discípulos que fieles van siempre con él, pero también mucha gente que hacía del camino de subida a Jerusalén, pues se acercaba la Pascua. Parece que lo importante es hacer el recorrido y de camino ir escuchando las enseñanzas de Jesús que siempre tiene una palabra que enriquece la vida; por el barullo de la gente y que no siempre podían mantenerse en la misma cercanía, en ocasiones se hacía costoso escucharle. No iban pendientes de nada más.

Pero al borde del camino hay un ciego pidiendo limosna. Era casi habitual encontrarlos, además siendo un lugar de paso de muchos peregrinos en su subida a Jerusalén. En la pobreza acrecentada con la ceguera era la ocasión de recoger alguna limosna que aliviara sus necesidades.

Al oír el barullo de gentes en el camino el ciego pregunta y le dicen que pasa Jesús, el Nazareno. No fue necesario  nada más para que su pusiera a gritar pidiendo a Jesús que tuviera compasión de él. Qué molesto, no podían escuchar las palabras de Jesús; quieren hacerlo callar, lo regañaban pero él gritaba más fuerte. Cuando Jesús se entera de lo que sucede lo manda llamar.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ el ciego soltándolo todo de un salto se había puesto a los pies de Jesús. ¿Qué es lo que puede pedir? ¿Qué es lo que hubiéramos pedido si  nos encontráramos en su misma situación? ¿Se nos habrá ocurrido pensarlo? Nosotros que llevamos la lista (de la compra) elaborada de nuestras peticiones cuando vamos a rezar… ¿Habría que hacer una revisión de esas listas que llevamos en nuestra mente?

Hemos comenzado hoy nuestra reflexión haciéndonos unas consideraciones sobre lo de estar al borde del camino. Traigamos acá ahora aquellos pensamientos, pero seguramente en aquellos en los que íbamos pensando cuando nos hacíamos aquella descripción y pensemos que es lo que realmente quieren.

¿Nos habremos detenido a pensar alguna vez cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y que algunas veces evitamos qué es lo que quieren que hagan por ellas? Quizás solo esperen de nosotros una mirada – esa mirada que tantas veces desviamos -, que los tengamos en consideración, que los saludemos igual que saludamos a los conocidos o a los amigos, el no sentirse ignorados, el que los dejemos actuar con libertad y confianza tal como son dejando a un lado nuestras prevenciones, nuestros prejuicios y nuestras desconfianzas. Volvamos a leer los primeros renglones de nuestra reflexión de hoy y pongamos por medio esa pregunta de Jesús ‘¿Qué es lo que quieres que haga por ti?

Pero no nos quedemos con los brazos cruzados, sino comencemos a hacer lo que desean de nosotros. Unas nuevas actitudes, unas nuevas posturas, unos nuevos gestos tendrán que ir acompañando nuestra vida a partir de que Jesús hoy a nosotros también quiere hacernos ver, quiere romper nuestras cegueras, quiere devolvernos también la visión. Da pasos como aquellos que iban con Jesús y al final ayudaron a ciego a ir también hasta Jesús.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

 


Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

En la lectura de la historia y de la vida que todos de alguna manera nos hacemos surge la cuestión de si otros tiempos fueron mejores o peores, si acaso nosotros estamos viviendo los peores momentos de la historia o acaso nuestros tiempos son los mejores gracias al desarrollo que hemos alcanzado y el estilo de bienestar que hoy podemos vivir, aunque cuando contemplamos la cruda realidad de nuestro mundo pareciera que si todo eso del bienestar se nos queda en agua de borrajas.

No soy un experto para dictaminar si fueron o son peores o mejores los antiguos o los de nuestra época, pero siempre nos vamos a encontrar cosas que hacen sufrir a la humanidad, la naturaleza no sé si de manera cíclica o no pero se nos muestra violenta y destructora, como ahora hemos vivido en la cercanía de nuestra tierra, pero todos recordamos avalanchas y destrucción, volcanes y terremotos, devastación y muerte a lo largo de la historia que, vamos a decirlo así, nos ponen la carne de gallina, porque nos llenan de sufrimiento y de dolor.

Pero ¿nos resignamos ante lo irremediable? ¿O acaso nos llenamos de insensibilidad cuando no nos sucede a nosotros directamente? ¿Nos hará plantearnos quizás un sentido de la vida o una nueva manera de hacer las cosas o enfrentarnos a esas realidades? Claro que no nos quedamos en esos daños materiales, en esos sufrimientos y dolor diríamos solamente desde lo material. Descubrimos o nos damos cuenta que en la vida hay otros muchos sufrimientos que nos provocamos los unos a los otros cuando quizás vivimos un sentido egoísta de la vida, nos dejamos arrastrar por nuestros orgullos y pasiones, o algunas veces queremos convertirnos en dioses del mundo para que todos nos adoren.

No nos es fácil la vida porque muchas veces no son fáciles nuestras relaciones con los demás porque nos puede faltar madurez y entereza para afrontar la vida y sus problemas, para suavizar esas aristas que muchas veces todos llevamos con los que al rozar los unos con los otros en nuestros mutuos y necesarios encuentros nos podemos hacer daño. No siempre quizás estamos dispuestos a limar esas asperezas y nos vamos haciendo daño los unos a los otros. Algo nuevo y distinto tendríamos que hacer, tendríamos que plantearnos.

¿Se estarán refiriendo a esas turbulencias los anuncios que nos hace hoy Jesús en el evangelio? Es cierto que escuchamos un lenguaje apocalíptico, y parece como si nos hablara del fin del mundo, del fin de los tiempos. Muchos se han quedado en la interpretación de estos evangelios que escuchamos sobre todo en estos días del final del año litúrgico en este sentido. Es cierto también que es algo que está podríamos decir en el sentir de muchos de nuestra sociedad hoy como también ha sido en otros tiempos.

Los que tenemos unos años podemos recordar cuantas veces en los últimos tiempos se ha hablado de la proximidad del fin del mundo. Estos días pasados leía el anuncio que se hacía de que se podía datar ya la fecha o algo así del fin del mundo que hoy conocemos, aunque la verdad no me entretuve mucho en leer con detalle lo que se decía. De algunas maneras todos pensamos, aunque lo tratemos de disimular, en un final de la vida o de la historia. Pero ¿esto ha de ser motivo de angustias y de agobios?

Jesús con sus palabras en el evangelio, que no valen para todos los tiempos, son buena noticia de Dios en todos los tiempos, trata de hacer que vivamos en paz y en serenidad. ¿Por qué no seguir viviendo con responsabilidad el tiempo presente que de alguna manera estar construyendo un futuro mejor?

Jesús nos propone unas imágenes muy bonitas y que pueden ser bien significativas. Habla de los brotes de las yemas de la higuera, que nos anuncian primavera y nos anuncian un verano de frutos que se acerca. ¿Por qué, pues, en todo eso que sucede, en todo eso que es nuestra vida, con sus luces y con sus sombras, no vemos surgir esas yemas o esos brotes que nos anuncian un tiempo mejor? ¿No podríamos descubrir en medio de todas esas oscuridades pequeñas luces que van brotando porque van surgiendo corazones generosos y solidarios, porque nos hacen preguntarnos y plantearnos qué es lo que podemos hacer mejor para que nuestro mundo sea mejor?

Tenemos que saber descubrir y ver el esfuerzo de tantos que siguen luchando con responsabilidad y constancia a pesar de las dificultades, vemos el trabajo que se intenta realizar por una mejor educación de nuestra sociedad, constatamos el sacrificio de tantos que trabajan desinteresadamente por hacer que los que están a su lado tengan una vida más digna, el espíritu fuerte de tantos que se levantan de en medio del barro en que los ha envuelto la vida para recomenzar de nuevo con ilusión y con esperanza.

Si abrimos los ojos, dejándonos iluminar por la fe y la esperanza podemos ver muchas cosas bellas, no solo las negruras del sufrimiento o de los horrores que puedan ir surgiendo. Hay muchas luces en nuestro mundo que nos dan esperanza.