Detengámonos
a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el
camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas
Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Salmo 1; Lucas
18, 35-43
Al borde del camino, sin saber que hacer
o sin tener nada que hacer, ensimismados quizás en nuestras cosas, en nuestras
rutinas de cada día, abrumados por los problemas que caen encima como una loza
que paraliza y encierra, perdida quizás la ilusión y la esperanza, llenos de
miedos para emprender otros caminos, con deseos de hacerlo pero con cobardías
que ciegan, sintiéndose quizás ignorados y no tenidos en cuenta marcados por
una cierta marginación… son tantos los que podemos encontrar en nuestros
caminos, pero que tampoco vemos porque quizás hemos perdido la sensibilidad o
porque pensamos que si se hacen notar nos molestan porque pueden despertar
inquietudes con las que no queremos cargar.
¿Quiénes son los ciegos? ¿Los que están
tirados al borde del camino o los que vamos por el camino pero que miramos para
otro lado? Mejor no enterarnos, mejor seguir con nuestras prevenciones y
prejuicios, mejor hacernos los desconocidos cuando nos tropezamos con ellos en
cualquier esquina o se suben al transporte con nosotros. Su manera de ser, su
forma de actuar, sus gestos o sus palabras, las sonrisas que surgen en sus
conversaciones entre ellos, sus miradas nos molestan y tratamos de evitarlos,
hacernos los sordos o mirar para otro lado.
Y vamos a Misa.
¿Será posible que nos quedemos tan
tranquilos sin implicarnos cuando escuchamos un evangelio como el que hoy se
nos propone? Jesús iba de camino para Jerusalén; atravesaba Jericó, casi al
final de la bajada del valle del Jordán antes de emprender la subida a
Jerusalén; mucha gente lo acompañaba, por allí lo rodea el grupo de los discípulos
que fieles van siempre con él, pero también mucha gente que hacía del camino de
subida a Jerusalén, pues se acercaba la Pascua. Parece que lo importante es
hacer el recorrido y de camino ir escuchando las enseñanzas de Jesús que
siempre tiene una palabra que enriquece la vida; por el barullo de la gente y
que no siempre podían mantenerse en la misma cercanía, en ocasiones se hacía
costoso escucharle. No iban pendientes de nada más.
Pero al borde del camino hay un ciego pidiendo
limosna. Era casi habitual encontrarlos, además siendo un lugar de paso de
muchos peregrinos en su subida a Jerusalén. En la pobreza acrecentada con la
ceguera era la ocasión de recoger alguna limosna que aliviara sus necesidades.
Al oír el barullo de gentes en el
camino el ciego pregunta y le dicen que pasa Jesús, el Nazareno. No fue
necesario nada más para que su pusiera a
gritar pidiendo a Jesús que tuviera compasión de él. Qué molesto, no podían
escuchar las palabras de Jesús; quieren hacerlo callar, lo regañaban pero él
gritaba más fuerte. Cuando Jesús se entera de lo que sucede lo manda llamar.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ el ciego soltándolo todo de un salto se había puesto
a los pies de Jesús. ¿Qué es lo que puede pedir? ¿Qué es lo que hubiéramos
pedido si nos encontráramos en su misma
situación? ¿Se nos habrá ocurrido pensarlo? Nosotros que llevamos la lista (de
la compra) elaborada de nuestras peticiones cuando vamos a rezar… ¿Habría que
hacer una revisión de esas listas que llevamos en nuestra mente?
Hemos comenzado hoy nuestra reflexión
haciéndonos unas consideraciones sobre lo de estar al borde del camino.
Traigamos acá ahora aquellos pensamientos, pero seguramente en aquellos en los
que íbamos pensando cuando nos hacíamos aquella descripción y pensemos que es
lo que realmente quieren.
¿Nos habremos detenido a pensar alguna
vez cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino
y que algunas veces evitamos qué es lo que quieren que hagan por ellas? Quizás
solo esperen de nosotros una mirada – esa mirada que tantas veces desviamos -,
que los tengamos en consideración, que los saludemos igual que saludamos a los
conocidos o a los amigos, el no sentirse ignorados, el que los dejemos actuar
con libertad y confianza tal como son dejando a un lado nuestras prevenciones,
nuestros prejuicios y nuestras desconfianzas. Volvamos a leer los primeros
renglones de nuestra reflexión de hoy y pongamos por medio esa pregunta de
Jesús ‘¿Qué es lo que quieres que haga por ti?’
Pero no nos quedemos con los brazos
cruzados, sino comencemos a hacer lo que desean de nosotros. Unas nuevas
actitudes, unas nuevas posturas, unos nuevos gestos tendrán que ir acompañando
nuestra vida a partir de que Jesús hoy a nosotros también quiere hacernos ver,
quiere romper nuestras cegueras, quiere devolvernos también la visión. Da pasos
como aquellos que iban con Jesús y al final ayudaron a ciego a ir también hasta
Jesús.
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