No
tengamos miedo a las sorpresas divinas, a las llamadas que el Señor nos hace en
acontecimientos, en palabras que escuchamos, en testimonios que se nos puedan
ofrecer
1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan
1,43-51
Hay quien no es amigo de las sorpresas, como si quisieran que todo
estuviera reglamentado y medido y nada pudiera salirse de lo normal; no sé si
sus vidas se convertirán en una rutina, pero lo sorpresivo los inquieta, les
produce una intranquilidad y una inseguridad que no pueden soportar; a todo
querrán darle explicaciones porque la vida para ellos parece que siempre tiene
que ir por unos cauces conocidos. Parece como si lo que les sorprendiera les disgustara.
No saben admirarse quizá por la luz nueva que amanece cada día, ni son capaces
de sentir admiración por cada atardecer que siempre será distinto, pero que nos
abrirá tras la noche a un día nuevo y que tiene que ser distinto.
Pero mientras a otros les gusta la sorpresa, la novedad, les hace
estar inquietos, es cierto, pero eso parece que les da nueva vida. La sorpresa
les puede hacer estar atentos, pero puede ser para ellos comienzo de algo nuevo
que les abre otros horizontes y otros
caminos. Siempre nos podemos ir encontrando novedades en la vida y eso nos
puede hacer hasta más creativos. Sabe detenerse ante cada atardecer y descubrir
la nueva belleza que se abre a sus ojos pero que es anuncio de algo nuevo para
su vida en el mañana.
Creo que puede ser muy bueno ser capaces de dejarse sorprender por las
novedades que la vida nos va presentando y saber leer en esos acontecimientos
aperturas a una vida distinta, a una vida que no se queda en la comodidad de lo
siempre repetido sino que sabe innovar, que saber encontrar creatividad y que
con ello le da más vitalidad a lo que vive y a lo que hace. La vida a los que
son capaces de sentir esa admiración por lo nuevo no se les hará monótona, y
sabrán salir siempre de la rutina que es un no vivir plenamente.
La buena noticia de Jesús fue una sorpresa grande en medio del pueblo
de Israel. Es cierto que estaban ansiosos en su esperanza de que se cumplieran
las promesas y apareciera el Mesías que los salvaría. Pero sus expectativas no
iban por los caminos, podíamos decir, que ahora se estaban desarrollando las
cosas. Los anuncios del Bautista en el Jordán querían indicar la inminencia de
la llegada del Mesías; pero ellos se habían hecho a una idea que no era
precisamente por donde parecía que comenzaban a caminar las cosas. Eso hacia,
incluso, que hubiera gente como cansada y sin esperanza y ya las noticias que
pudieran llegarles de acá o de allá nos les llamaban mucho la atención; podíamos
decir que de alguna manera pasaban de ello.
Hoy dos momentos en el evangelio de hoy. Por una parte está la llamada
e invitación directa por parte de Jesús a Felipe y su pronto seguimiento.
Aquello le había entusiasmado. Comenzaba a sentir admiración por aquel profeta
que ahora aparecía y veía ya lleno de esperanza que las promesas de los
patriarcas y profetas se comenzaban a cumplir.
Es el segundo momento, el anuncio que pronto hace a su amigo Natanael.
Pero éste no se deja impresionar. ¿Esperaba otra cosa? ¿Qué el Mesías
apareciera desde un lugar desconocido o de otra forma? ¿Cómo podía ser un
vecino del cercano pueblo de Nazaret? ‘¿Es que de Nazaret puede salir algo
bueno?’ y aparecen los resabios y las envidias de pueblos vecinos.
Pero al final se deja arrastrar por Felipe y aquí viene la gran
sorpresa para él en la manera de recibirle por parte de Jesús. ‘Aquí está un
verdadero israelita en el que no hay engaño’. Se sorprende por las palabras
de Jesús y se desestabiliza, podríamos decir, y ya no sabe que contestar cuando
antes tan mal había hablado de los
habitantes de Nazaret. Poco menos que balbuceando se atreve a decir como para
salir del paso. ‘¿Y tú de qué me conoces?’ Pero Jesús seguirá sorprendiéndole.
‘Antes de que Felipe te llamara, te hablara de mi, yo te vi debajo de la
higuera’.
No sabemos a qué podría referirse Jesús pero si fue algo que le
impacto profundamente a Natanael, como para hacer una hermosa confesión de fe. ‘Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres
el Rey de Israel’. Y Jesús
le dirá que aun verá cosas mayores. De sorpresa en sorpresa, y en este caso,
aunque a regañadientes, se dejó conducir por Felipe llegó a la fe.
¿Nos dejaremos sorprender
nosotros por el misterio de Dios que se nos revela? Quizá nuestros ojos están
tan opacos que ya no somos capaces de ver, ya no somos capaces de
sorprendernos, ya nada parece que no nos llama la atención, que parece que
estamos de vuelta de todo. No tengamos miedo a las sorpresas divinas, a las
llamadas que el Señor nos hace en acontecimientos, en palabras que escuchamos,
en testimonios que se nos puedan ofrecer a nuestro lado. No vayamos con ojos
cansados y ya críticos para todo que en nada queramos ya creer. Abramos la vida
al misterio de Dios. Abramos los ojos de la fe.