Que el
Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros y nos conceda
su favor, se fije en nosotros y nos conceda la paz
Números 6, 22-27; Sal 66;
Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21
‘Ya podemos estar en paz’, decimos cuando hemos luchado por algo
y al final lo hemos conseguido a pesar
de las dificultades y contratiempos del camino; nos sentimos en paz cuando
hemos actuado con rectitud, sin dejarnos influir, obrando correctamente; nos
sentimos en paz cuando tenemos el deber cumplido; nos sentimos en paz cuando a
pesar de los tumultos externos que podamos encontrar o sufrir en la vida sin
embargo logramos tener serenidad en nuestro espíritu; nos sentimos en paz
cuando decimos la verdad, pero lo hacemos con delicadeza sin querer herir a
nadie; nos sentimos en paz cuando logramos trabajar unidos, cada uno actuando
con responsabilidad en su faceta y logrando que esa unión nos fortalezca en
nuestra lucha por hacer un mundo mejor…
Podríamos decir aun muchas mas cosas, pero nos damos cuenta que la paz no es solo la
ausencia de violencias externas, o la ausencia de la guerra, porque quizá tras
apagarse el ruido de esas armas violentas tenemos que lograr serenar los
espíritus para que no haya odios ni
resentimientos, al tiempo que recuperamos muchas cosas perdidas cuando vivíamos
en medio de enfrentamientos, cuando logramos desarrollar la vida, los valores
de todos y vamos consiguiendo una nueva armonía.
Me hago esta reflexión sobre la paz, que aun podríamos desarrollar
mucho más, cuando en este principio del año todos tenemos tan buenos deseos de
los unos para con los otros, ansiamos esa paz que de muchas maneras quizá nos
falta, y además respondiendo al llamamiento de la Iglesia y del Papa en este
día celebramos una Jornada de oración por la paz.
Claro que no han de ser solo buenos deseos, aunque también hemos de
tenerlos; claro que necesitamos individualmente serenar nuestro espíritu frente
a tantas violencias que nos rodean por todas partes y que no son solo las
violencias físicas. Claro que en nuestra responsabilidad tenemos que sentirnos
responsables para ser verdaderos constructores de paz y así ingeniemos todo lo
que sea necesario para ir lográndola cada vez más y mejor, una paz que sea
duradera, una paz que vaya desarrollándose desde esa plenitud que cada uno
vayamos logrando en nuestra vida que nunca será a costa de los demás.
Aún resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón los ecos del
cántico de los ángeles en la noche de Belén, en el nacimiento del Señor. Nacía
quien venia a traernos la paz. Con Jesús llegaba ese mundo nuevo en que seria
posible la paz. Jesús venia a ponernos en paz porque venia a hacer posible la
reconciliación y el perdón, el reencuentro de todos en una nueva comunión si en
verdad queríamos seguirle y poner por obra la buena nueva que nos anunciaba de
un mundo nuevo y mejor que llamaría el Reino de Dios.
Quien en verdad siguiera a Jesús tenia que hacer una andadura nueva en
su vida desde una nueva responsabilidad que sentiría sobre su vida pero también
sobre la de los demás; quien se pusiera a seguir los pasos de Jesús estaría en
todo momento actuar en unos nuevos parámetros de rectitud, de justicia, de
verdad, de búsqueda del encuentro, de ser en verdad constructor de la paz.
Quien sigue los pasos del evangelio habría de ser siempre dialogante para
buscar el encuentro, el entendimiento, el aunar esfuerzos, el saber ser
colaborador de todo lo bueno, alejando de si resentimientos y orgullos,
envidias y malas artes, porque su camino seria siempre el camino del amor.
Que ese saludo de paz que en este primer día del año nos hacemos los
unos a los otros sea en verdad sincero; que no sea solamente decirle que sea
feliz, sino decirle yo quiero hacer todo lo que esté de mi parte para que seas
más feliz. No pueden ser solo bonitas palabras y buenos deseos sino compromisos
concretos porque queremos un mundo feliz.
Y a ese Niño nacido en Belén, ante cuya presencia los Ángeles cantaron
la gloria de Dios y la paz para todos los hombres, lo contemplamos en brazos de
María. Los pastores, aquellos hombres y mujeres, pobres y sencillos que
escuchando ese anuncio corrieron a Belén para ver cuanto Dios les había
revelado se encontraron al Niño como les habían dicho recostado en un pesebre,
pero en brazos de María. ‘Encontraron a María, a José y al Niño recostado en
el pesebre’. Aquellos que fueron humildes y sencillos, aquellos que se
dejaron sencillamente guiar por la voz celestial que resonaba en sus corazones,
son los que pudieron encontrar a Jesús, y lo encontraron con María, su Madre.
Por eso hoy en la octava de la Navidad cuando aun seguimos celebrando
con toda intensidad el nacimiento de Jesús nos fijamos de manera especial en
María, la Madre de Jesús que es la Madre de Dios. Ya san Pablo nos decía en la
carta a los Gálatas: ‘Cuando se
cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la
Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser
hijos por adopción’.
Es María, la madre de Jesús, repito, que es la Madre de Dios. El Señor
había hecho en ella maravillas, se fijó en la pequeñez de su esclava, como ella
misma cantaría en el Magnificat, pero la hizo grande, la hizo su madre, la
Madre de Dios. El Espíritu de Dios vino sobre María para hacerla la Madre de
Dios al ser posible que el Hijo de Dios se encarnase en sus entrañas.
Es la maravilla que Dios hizo en ella, es su mayor grandeza cuando
Dios volvió su rostro sobre ella, que era también la mirada de Dios sobre
nosotros los hombres. La grandeza de María nos señala también nuestra grandeza;
porque ella dijo sí al plan de Dios nosotros recibimos a Jesús y nosotros
recibimos lo que no nos da la carne ni la sangre sino la fuerza del espíritu de
Dios que también está sobre nosotros para hacernos ‘hijos por adopción’.
Que María, la Madre de Dios, que es también nuestra madre nos haga
sentir también la mirada de Dios sobre nosotros para concedernos la paz, tal
como se decía en la lectura del libro de los Números. Que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine
su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor. El Señor se fije en nosotros y
nos conceda la paz.
Es la bendición que Dios
queremos recibir. Es la bendición que imploramos de Dios para nuestro mundo.
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