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viernes, 4 de enero de 2019

No rompamos la cadena del anuncio de la buena nueva del evangelio que un día recibimos nosotros para que también los hombres de hoy conozcan el evangelio de Jesús



No rompamos la cadena del anuncio de la buena nueva del evangelio que un día recibimos nosotros para que también los hombres de hoy conozcan el evangelio de Jesús

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1,35-42

Hay momentos en que nos sentimos impactados ya sea en el encuentro con alguien que de una forma o de otra nos llama la atención, ya sea por algo que acontece a nuestro alrededor, o ya sea también por una palabra que escuchamos, un testimonio que recibimos de alguien, algo que se  nos trasmite de la forma que sea, pero que nos llega dentro, nos causa impresión, no podemos olvidarlo.
Puede ser también que esa impresión o ese impacto sea algo fugaz, porque dejamos pasar el tiempo y ya no volvemos a pensar en ello, u otros acontecimientos que se van sucediendo se van solapando y vamos dejando en segundo lugar aquello que antes nos había impactado tanto. Pero también nos puede suceder que nos lo tomemos en serio, no lo echemos en el saco del olvido, sino que eso nos haga buscar más, profundizar en aquello que nos había llamado la atención y ya procuraremos de la forma que sea seguir indagando para conocer más que nos puede llegar a tomar decisiones importantes en la vida.
Puede sucedernos en el ámbito de lo espiritual y de lo religioso, o nos puede suceder solamente desde un lado humano en aquello a lo que dedicamos nuestra vida, o que nos pueda impulsar a que le cojamos gusto a una profesión, por ejemplo, o a algo a lo que vamos luego a dedicar nuestra vida. Así nacen las vocaciones, que nos hacen descubrir capacidades que llevamos dentro y que podemos desarrollar en nosotros para darle una mayor plenitud y sentido a nuestra existencia. Aquello que vimos o que descubrimos nos hace abrir horizontes para la vida y desde ahí un paso para dedicar nuestra existencia a algo que nos damos cuenta que nos llena profundamente por dentro.
Toda esta experiencia humana que subyace debajo de esta reflexión que me vengo haciendo lo podemos contemplar hoy en lo que nos relata el evangelio. Al paso de Jesús, como ya ayer escuchábamos en el evangelio Juan da testimonio de Jesús. También él se había visto impactado en su encuentro con Jesús y lo que había sucedido allí junto al agua del Jordán en el Bautismo de Jesús. Ahora ante los discípulos que le siguen proclama rotundamente: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
No caen en el vacío estas palabras y testimonio de Juan. Dos de sus discípulos impactados por estas palabras no las echan en el olvido sino que se van detrás de Jesús. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ es lo que se atreven a balbucear cuando Jesús se vuelve para preguntarles que es lo que buscan. ‘Venid y lo veréis’, les dice y ellos se fueron con El. Algo les estaba marcando por dentro que nunca olvidarían incluso ni la hora en que todo esto había sucedido. Cuando el evangelista – que era uno de los dos que se fueron con Jesús – escribe el evangelio nos dirá que serían como las cuatro de la tarde.
Las cosas se van sucediendo aunque con lenguaje escueto nos lo narra el evangelista y comenzaría como una cadena que parece que no tiene fin. Lo que ellos habían vivido pronto lo comunican a los demás; Andrés se encontrará con su hermano Simón y le lleva la noticia, pero diciendo ya que han encontrado al Mesías, y lo traerá hasta Jesús. Es el testimonio y comunicación que se ha seguido repitiendo a lo largo de los siglos, porque además ese sería el mandato de Jesús. Así ha llegado la noticia de Jesús hasta hoy. Y como nos dicen cuando nos envían cadenas por las redes sociales, que no se rompa esta cadena.
Podemos recordar aquí como fue nuestro primer encuentro con Jesús de una forma viva, el testimonio o enseñanza que recibimos y que nos hizo a nosotros creer en Jesús. Pero tendríamos que recordar ese testimonio que de una forma u otra nosotros también hemos dado a muchos a nuestro alrededor con nuestras palabras, con el testimonio de nuestras acciones, con nuestros gestos y posturas en distintos momentos de la vida, en una palabra, con toda nuestra vida. No podemos dejar que ese anuncio caiga en saco roto, sino que nuestro testimonio tiene que ser claro y valiente.
Que no se rompa la cadena. El evangelio tenemos que seguirlo anuncio, esa buena nueva de Jesús, esa buena nueva que es Jesús. Quienes están a nuestro lado necesitan ese anuncio, nuestro mundo necesita ese anuncio, nuestra sociedad está necesitada de evangelio, ¿lo estaremos haciendo bien? ¿Qué impacto sigue produciendo nuestra vida cristiana en los que están a nuestro lado?


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