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sábado, 20 de julio de 2024

Cuánto nos cuesta ser instrumentos constructores y signos de la paz como señal del Reino de Dios y no apagar la mecha humeante ni el pabilo vacilante

 


Cuánto nos cuesta ser instrumentos constructores y signos de la paz como señal del Reino de Dios y no apagar la mecha humeante ni el pabilo vacilante

Miqueas 2, 1-5; Salmo 9; Mateo 12, 14-21

La vida está llena de momentos de desencuentro, situaciones que si no sabemos manejar con prudencia pueden llevarnos a enfrentamientos que terminen incluso con violencias. ¡Qué fácil surge una discusión acalorada, muchas veces desde una nimiedad, pero que no saber tener el necesario control y madurez en la vida nos puede llevar a funestas consecuencias! Amistades que se enfríen, se debilitan y tienen el peligro de romperse y perderse; todos lo contemplamos con tristeza cuando vemos que hay gente que puerta con puerta no llegan ni siquiera a darse los buenos días; todos nos podemos ver envueltos en situaciones así.

Es que no me puedo callar, decimos y podemos tener razón, pero la razón ha de pasar también por saber rumiar las cosas y encontrar el momento más oportuno. Es que tenemos un mensaje que trasmitir, nos escudamos, pero mal podemos trasmitir un mensaje de paz en medio de la violencia. Algunas veces nos cuesta entender, nos cuesta dar el paso a un lado aunque sea momentáneo para evitar el enfrentamiento. Es cierto que Jesús nos dice que lo que hemos escuchado al oído tenemos que proclamarlo desde la azotea, pero nunca podemos hacer un buen anuncio desde un acaloramiento que se puede volver violento, porque además sería lo más contradictorio con el mensaje que queremos trasmitir.

Hoy comienza a decirnos el evangelista que cuando salió de allí, ya los fariseos estaban haciendo planes para quitar de en medio a Jesus. No habían soportado que Jesús hiciera el milagro de curar a un hombre un sábado y parecía que se mundo se venía abajo, y era entonces necesario eliminar a Jesus.

En otro momento dirá que ha llegado su Hora y entra decidido a la ciudad santa de Jerusalén; vemos su determinación cuando se acerca la hora de la Pascua, que va a ser su hora, la hora de la pascua definitiva. Pero no es la hora en estos momentos. El anuncio del evangelio no ha llegado a su término ni a su plenitud, pero veremos que Jesus se marcha de aquel lugar y aunque allí cura a muchos de sus males y enfermedades, les recomienda que no lo divulguen. Ya llegará el momento de su subida decidida a Jerusalén para la Pascua.

Y nos recuerda el evangelista los textos del canto del siervo de Yahvé del Antiguo Testamento. ‘Mirad a mi siervo mi elegido… sobre El he puesto mi Espíritu…no gritará, no voceará, nadie escuchará su voz por las calles… la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará…’ Es el Siervo de Yahvé, es el elegido del Señor, en los corazones se plantará su Palabra, la mano del Señor irá enderezando a los caídos, los que parecen débiles no van a ser descartados, la más mínima luz merece la pena mantenerla y ayudarla a crecer.

Creo que estos textos tienen que hacernos pensar, hacer recapacitar sobre la manera que hacemos las cosas muchas veces; no siempre destacamos por nuestra mansedumbre, no siempre seguimos el camino de la humildad y de la sencillez; muchas veces en lugar de reconstruir lo que hacemos es echar abajo aquello que nos parece poco importante o insignificante, otras tendrían que ser nuestras actitudes y nuestras posturas; mucho tiene que brillar en nosotros la humildad para decir la buena palabra a tiempo, en el momento oportuno; tenemos que estar convencidos de que tenemos que bajarnos de nuestros pedestales y que no nos podemos dejar adular por los que parecen poderosos de nuestro mundo; siempre hemos de ir con la mano tendida que busca la paz, que se ofrece para levantar al caído, que pueda convertirse en bastón para el que va renqueante por la vida.

Tenemos que ser siempre instrumentos de paz, constructores de la paz, signos de la paz que con Jesús podemos ganar en nuestros corazones. Nos convertiremos así en signos del Reino de Dios que tenemos que anunciar. Cuánto cuesta, tenemos que reconocer.


viernes, 19 de julio de 2024

Compasión para padecer con los demás, misericordia para poner el corazón en la mirada y en las manos, y solidaridad para sentirnos uno con los que sufren

 


Compasión para padecer con los demás, misericordia para poner el corazón en la mirada y en las manos, y solidaridad para sentirnos uno con los que sufren

Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Sal.: Is 38, 10. 11. 12; Mateo 12, 1-8

Navegando por las redes como todos hacemos hoy me encontré un video que para mi fue muy significativo y aleccionador. Se trataba de una escuela en la que la maestra observó que un niño se dormía constantemente en clase y no respondía a las tareas de estudio que se le encomendaban; la reacción de la docente fue violenta expulsando al niño de la clase, pero no se quedó satisfecha con aquello por lo que al salir trató de averiguar por donde andaba o qué hacía aquel niño. Se lo encontró trabajando de limpiabotas en la calle para ganar unos dineros con los que comprar comida para su madre que estaba enferma y a la que cuidaba con toda dedicación. Fue suficiente y no es necesario entrar en los detalles que al día siguiente no solo ella sino todos los niños de la clase tuvieron con aquel muchacho.

¿Por qué juzgamos sin saber? No sabes cual es la situación que está viviendo aquella persona y porque su comportamiento nos parece extraño no solo juzgamos sino que condenamos. De muchas situaciones semejantes podríamos hablar donde tendríamos que comenzar por mirarnos a nosotros mismos. Nos hemos llenado tanto de desconfianzas que siempre estamos, como se suele decir, con la mosca detrás de la oreja, y estamos prontos para juzgar y para condenar sin saber realmente cual es la situación de las personas y por qué han llegado a donde están.

Entran aquí las desconfianzas que nos tenemos los unos con los otros, unos vecinos con otros, la gente que vemos mal encarada como decimos y que siempre estamos viendo como unos malvados, la prevención que los mayores tenemos hacia los jóvenes, es justo que lo reconozcamos, o todo lo que pensamos en referencia a los inmigrantes que nos llegan a nuestras costas de manera que llamamos ilegal pero a lo que tendríamos que buscar otro nombre por las tragedias con que llegan hasta nosotros.


¿Seremos capaces de ver a alguien que ha dejado atrás lo más que quería en el mundo, que ha sido un drama la travesía para llegar a donde está ahora, pero que está soñando con un mundo de oportunidades que algunas veces parece que se ven truncadas quizás por nuestra insolidaridad? No sé muchas veces qué hacer, pero cuando me cruzo en nuestras calles con esos muchachos que han llegado hasta aquí decimos de forma ilegal pienso en todo lo que puede haber detrás de sus ojos y de su mirada, que aunque los veamos con sus risas juveniles no sabemos las tragedias que se ocultan en sus corazones.

Me ha hecho pensar en todo esto el episodio que nos ofrece hoy el evangelio. Los discípulos que van con Jesús en su caminar de una lado para otro en el anuncio del Reino, que sintiendo esa fatiga que se nos mete en el estómago al pasar por un sembrado cogen algunas espigas para echarse a la boca unos granos; pero es sábado y allá estarán vigilantes los fariseos para recordarles que segar es un trabajo que no se puede hacer en sábado. ¿Se parecerá a algunas de esas situaciones en las que nosotros juzgamos antes de conocer lo que realmente está pasando?

Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. Recuerda distintos episodios de la Escritura, pero los quiere decir que allí está alguien que es más que el sábado. El sábado, podíamos decir, tenía sus normas con la finalidad de que todo se centrará en Dios a quien debían de dar culto, pero el sábado sería siempre un instrumento mientras nos sirviera, pero no para convertirle en algo tan sagrado que pareciera que el culto es para el sábado y no para Dios.

¿De qué nos valen todos esos rigorismos en el cumplimiento de unas normas si no somos capaces de llenar de misericordia y compasión nuestro corazón? Estamos esperando tantas veces leyes bonitas y bien codificadas como si esa fuera la salvación del mundo y nos olvidamos de la compasión que es padecer también con el sufrimiento de los demás, de la misericordia que es poner nuestro corazón en nuestra mirada y en cuanto hagamos por los demás, y la solidaridad para sentirnos uno con aquellos que sufren. ‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos recuerda hoy el evangelio.

jueves, 18 de julio de 2024

¿Para qué agobiarnos y volvernos locos con nuestras carreras que al final no nos llevan a ninguna parte? Nos dice Jesús que busquemos en El nuestro descanso

 


¿Para qué agobiarnos y volvernos locos con nuestras carreras que al final no nos llevan a ninguna parte? Nos dice Jesús que busquemos en El nuestro descanso

Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Salmo 101; Mateo 11, 28-30

Tú no agaches la cabeza, no permitas que nadie esté sobre ti… consejo y recomendación que escuchamos y que no estaría mal si es que queremos salvaguardar nuestra dignidad de personas y nadie es mejor que otro, pero, hemos de reconocer, algo en lo que hemos de tener cuidado porque bien sabemos que junto a unas palabras nobles en su origen pudiera pronto aparecer la acritud que deriva fácilmente en violencia.

Y es que vivimos con mucha acritud en nuestras relaciones entre unos y otros; parece como si no pudiéramos salvaguardar nuestra dignidad o reclamar por nuestros derechos si no lo hacemos con esa acritud y con esa violencia. Y yo diría que es una lástima que actuemos así porque con esas actitudes perdemos todos nuestros derechos.

Vivimos con excesiva tensión, lo vemos en nuestras relaciones con los más cercanos y queridos a nosotros, pero pareciera que es la pauta o la manera de relacionarnos en general en la sociedad. Y nos vamos contagiando los unos a los otros; es demasiado fuerte la acritud y violencia sobre la que vamos fundamentando todas nuestras relaciones sociales; cualquier discrepancia – y tendríamos que decir que sería normal que existan distintas maneras de ver las cosas – termina en enfrentamiento y al que discrepa con nosotros ya poco menos que lo estamos viendo como un enemigo.

Podemos ser adversarios porque tengamos distintos planteamientos sobre cualquier aspecto de la vida, pero no tenemos que considerarnos unos enemigos irreconciliables donde nos sea difícil entablar un diálogo para llegar a puntos comunes, es más, si podemos destruimos todo lo que nuestro adversario haya podido levantar. Miremos lo que pasa en la política y en la sociedad.

Hoy Jesús en el evangelio nos invita a que no vivamos agobiados; bien sabemos lo que son las consecuencias, no hay quien hable con nosotros cuando estamos en tensión, perdemos la serenidad y la calma, aflora esa violencia de la vida. Y es difícil en nuestro mundo de prisas, todo lo queremos tener al instante, no sabemos esperar, pronto nos ponemos en tensión por cualquier cosa; a la manera de la informática en que estamos acostumbrados a tocar una tecla y automáticamente nos sale todo, así queremos hacer en la vida; hemos de aprender coger el ritmo de la vida que nos haga disfrutar de lo que vivimos, de lo que hacemos, de lo que nos vamos encontrando en los demás, de lo que la vida nos ofrece.

Pero con nuestros agobios y carreras parece que no tenemos tiempo ni paciencia para nada, y de la misma manera que nos ponemos de mal humor un día que nos falla el ordenador, no funciona tan rápido como queremos el móvil, o tenemos problemas con la tablet, surge el malhumor y la tensión, reaparece nuestra acritud con todo el que esté a nuestro lado, nos llenamos de violencias y queremos machacar a todo el que se nos atraviese en el camino.

Y Jesús nos habla de mansedumbre y de humildad, de serenidad para saber encontrar el descanso y de una paz que de alivio a todas nuestras tensiones. El va por delante enseñándonos. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas…’ ¡Qué hermosas palabras que nos llenan de paz el corazón! Tenemos que rumiar y saborear sin prisas estas palabras de Jesús.

¿Para qué agobiarse? ¿Para qué nos volvemos locos con nuestras carreras que al final no nos llevan a ninguna parte? Muchas veces decimos que tenemos que saber encontrar tiempo para nosotros mismos. Aquí nos lo está diciendo Jesús, que encontremos nuestro descanso. Tenemos que saber dejarnos guiar, que seguro que vamos a encontrar muchos vericuetos que nos llevan a encontrar la paz.

Por eso nos dice Jesús que su yugo es ligero, es liviano; cuando pensamos en un yugo estamos pensando en algo pesado que va a caer sobre nosotros e incluso nos quitará la libertad de movimientos; y es todo lo contrario, porque el yugo nos guía y nos conduce, nos hace evitar malos caminos, nos da seguridad para alcanzar la meta que buscamos, hará que el surco de nuestra vida sea recto y pueda darnos las plantas de los buenos frutos.  Es lo que podemos alcanzar cuando nos dejamos conducir por Jesús, por algo nos dirá en otro momento que es el Camino, y la Verdad, y la Vida.


miércoles, 17 de julio de 2024

Podremos llegar a conocer el misterio de Dios, cuando miremos el corazón de los humildes y sencillos, cuando lo descubramos en el rostro de Jesús

 


Podremos llegar a conocer el misterio de Dios, cuando miremos el corazón de los humildes y sencillos, cuando lo descubramos en el rostro de Jesús

Isaías 10, 5-7. 13-16; Salmo 93; Mateo 11, 25-27

Hay ocasiones en que estamos realizando una tarea con gran ilusión y entusiasmo, parece que las cosas van marchando bien, pero de pronto parece que todo se tuerce, los frutos no son los que apetecemos, las cosas parecen que van abocadas al fracaso; nos derrumbamos con facilidad, no sabemos cómo reaccionar, nos dan ganas de tirar la toalla, como suele decirse, y dejar que todo vaya al garete; así puede ser el aburrimiento y depresión en la que caigamos.

Pero también podemos tener otra reacción para no verlo todo perdido; ver que a pesar de todo van surgiendo buenos brotes que en principio nos pueden parecer pequeños e insignificantes pero que al final nos llenan de esperanza de que no está todo perdido. Esos pequeños brotes nos hacen soñar en buenas cosechas en el futuro y por eso  no perdemos el ánimo ni la esperanza; sabemos leer los acontecimientos para sacar las mejores lecciones y de lo que nos parecía que todo iba a ser muerte, vemos cómo renace la vida.

En ese sentido quiere hablarnos hoy el evangelio. Siempre hemos de saber encuadrar los textos que se nos ofrecen con los hechos que antes o después se nos narran en el entorno de dicho texto. Es lo que nos hará comprender en todo su sentido el texto que hoy se nos ofrece.

Recordamos que en su propio pueblo de Nazaret en el fondo no fue bien recibido, pues si bien al principio se mostraban orgullosos con aquel predicador o profeta que se había criado entre ellos, al final nos dirá el evangelista que Jesus no pudo realizar allí ningún milagro por su falta de fe. Y el texto que hemos leídos en días anteriores nos hablaba del desánimo de Jesús, en cierto modo, por la poca respuesta que daban a su mensaje en ciudades donde también había predicado y realizado signos como era en Corozaín y en Betsaida e incluso el propio Cafarnaúm.

No todos quieren acoger el mensaje de Jesús; los entendidos vendrán por allá con muchas pegas y desconfianzas y mucho le darán la espalda a las enseñanzas de Jesus. Andaban al acecho, nos dirá en otro momento el evangelista. Y sabemos cómo le hacían preguntas y más preguntas no porque tuvieran siempre deseos de aprender sino más bien porque querían cogerle con sus propias palabras.

Pero hoy escuchamos en el evangelio un alivio en el corazón de Cristo. Y lo hace en medio de una oración. Da gracias al Padre, porque los pequeños y los pobres, los que podrían aparentar que tienen más encallecido el corazón a causa de sus sufrimientos, son sin embargo los que abren el corazón a Dios.

‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y .entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien’. Es la oración de la confianza que ha puesto Jesús en Dios, su Padre. Los sabios y entendidos no entenderán nada, tendrán cerrado el corazón, pero son los pequeños, los sencillos, los que son humildes de corazón los que escuchan la revelación de Dios, en los que Dios va derramando su corazón, pero va llenándolos de la sabiduría de Dios.

        Y será ahí donde se revela Dios. Es ahí donde sabremos ver el rostro de Dios en Jesús. Es ahí donde estaremos escuchando a Dios cuando escuchamos a Jesús. ‘Los pobres son evangelizados’, escuchamos el texto de Isaías cuando se proclamó por parte de Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Es el camino que hemos de recorrer, la sabiduría que tenemos que aprender, el misterio de Dios del que nos hemos de empapar.

martes, 16 de julio de 2024

Pensemos en la huella o no que los cristianos hoy estamos dejando en la sociedad y en la cultura en la que vivimos

 


Pensemos en la huella o no que los cristianos hoy estamos dejando en la sociedad y en la cultura en la que vivimos

Isaías 7, 1-9; Salmo 47; Mateo 11, 20-24

Si somos observadores y reflexionamos sobre la vida y las costumbres de los pueblos, o incluso podemos pensarlo también simplemente en el ámbito de las familias nos daremos cuenta donde hubo alguien que supo dejar huella en aquella comunidad o en aquel grupo humano. Un personaje que fue verdaderamente líder y supo ir sembrando valores en aquel grupo humano, o en aquella sociedad y veremos como en aquel grupo se siguen manteniendo unos valores que de alguna manera marcan el sentir y el vivir de aquellas gentes.

Pensemos en el ámbito de las familias uno se da cuenta, porque ha quedado la huella, de aquel padre de familias, de aquel abuelo que supo imponer no solo un respeto sino unos valores que ahora destacan en aquellas familias. Qué importante que haya esas personas, que no tienen que haber hecho cosas extraordinarias, sino que han sabido arrastrar, o más bien han sabido mover desde lo más hondo para marcar nuestro carácter como personas y como pueblo.

Era, podíamos decir de alguna manera, lo que significaba la presencia de Jesús en medio de aquellos pueblos de Galilea donde principalmente desarrollaba su labor; de ahí cómo van surgiendo los discípulos que le siguen, que quieren estar con él, que son capaces de dejarlo todo por seguirle. Era la huella que Jesús iba dejando en sus corazones, era la transformación que se iba realizando en aquellas gentes, aunque bien sabemos que no todos respondían de la misma manera.

El relato del evangelio nos va describiendo ese camino que iba realizando en medio de aquellos pueblos; la gente estaba con Jesús, se iba tras Jesus; lo vemos cómo incluso son capaces de estar días y día siguiéndole en ese camino itinerante que Jesús iba realizando hasta olvidarse de llevar suficientes provisiones como les veremos en determinados momentos. El evangelio nos habla de diferentes momentos en que Jesús multiplica los pocos panes que tienen para repartir entre todos, también como un signo de cómo El se parte y se reparte para ser esa luz y ese alimento de nuestras vidas.

Sin embargo hoy nos encontramos con un episodio en que se manifiesta ese dolor del Corazón de Jesús porque no todos dan la necesaria y suficiente respuesta. Nos habla el evangelista de aquellas poblaciones de los alrededores del lago de Tiberíades donde Jesus tanto ha enseñado y tantos signos ha realizado, pero donde no encuentra la suficiente respuesta. Es la queja de Jesus. Si en otros lugares se hubieran realizado los signos que allí realizó – y menciona Jesús ciudades paganas – otra habría sido la respuesta. Sus corazones estaban endurecidos de manera que en ellos el paso de Jesús parecía que no podía dejar huella. Son duras las palabras de Jesús. ‘Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras’.

Pero no nos quedamos nosotros en hacer un juicio sobre la respuesta de aquellas ciudades. Son un signo y una señal para nosotros. Es donde tenemos que preguntarnos ¿qué huella ha dejado en nuestra vida todo lo que ha sido lo que llamamos nuestra vida cristiana, todo lo que en la Iglesia de una forma o de otra hemos vivido a lo largo de los años de nuestra vida? Es una pregunta seria, una pregunta que de verdad tiene que interpelarnos por dentro. ¿Nos hemos sentido realmente tocados por la gracia de Dios? ¿Dónde están nuestros frutos?

Si además nos decimos cristianos, seguidores de Jesús, decimos que creemos en El y que somos sus seguidores ¿cuál es la huella que dejamos en nuestro entorno? 

¿De qué manera estamos nosotros contagiando a los que están en derredor nuestro de nuestra fe y de nuestra vida cristiana? 

¿Se nota que cada día florecen más los valores cristianos en nuestro entorno porque es lo que sabemos inculcar en nuestras familias, en nuestros hijos, en nuestros convecinos? 

¿Se nota la levadura del evangelio en nuestra sociedad? 

¿Qué estamos haciendo realmente para influir en nuestra sociedad? 

¿O andaremos vergonzosos jugando al escondite para que no se note que nosotros somos cristianos?


lunes, 15 de julio de 2024

¿Seremos capaces de seguir en camino siguiendo los pasos de Jesús después de instruirnos en los planes del Reino de Dios?

 


¿Seremos capaces de seguir en camino siguiendo los pasos de Jesús después de instruirnos en los planes del Reino de Dios?

 Isaías 1, 10-17; Salmo 49;  Mateo 10, 34 – 11, 1

Algunas veces no terminamos de entender lo que nos pasa, nos sentimos desconcertados por muchas cosas; nos decimos lo fácil que sería que nos entendiéramos bien, que nos lleváramos bien, que supiéramos encontrar la manera de evitar o de solucionar conflictos, pero no entendemos la reacción de las personas, o no entendemos nuestras propias reacciones; ¿por qué actué así en aquel momento?, nos preguntamos y seguimos sin entendernos incluso a nosotros mismos.

Vamos escuchando el evangelio, vamos viendo lo que Jesus nos va diciendo lo que tiene que ser nuestra vida cuando creemos en el Reino de Dios, nos parece que no es tan difícil eso que nos queramos, y nos ayudemos, y seamos buenos los unos con los otros, pero luego nos damos cuenta que tropezamos, que aparecen en nosotros sombras de egoísmo y de insolidaridad y comenzamos a hacernos nuestras reservas, nos aparece el orgullo y ya nos cuesta aceptar el que no nos acepten o la forma de reaccionar que algunos pueden tener en relación a lo que hacemos o lo que decimos. Nos sentimos desconcertados y algunas veces desorientados.

Jesús que se ha presentado como el Príncipe de la paz, los Ángeles cantaron la gloria de Dios en su nacimiento anunciando la paz para todos los hombres, y hoy nos dice en el evangelio algo que puede parecer una contradicción. ¿Qué significan estas palabras de Jesús? Nos está hablando de constatar una realidad que se va a dar entre nosotros precisamente por su causa. Ya el anciano Simeón lo anunció como signo de contradicción. ‘Este está puesto como signo de contradicción…

Y es que por su causa vamos a encontrarnos divididos, porque mientras unos quieren seguirle con toda radicalidad aceptando su palabra y su plan de vida para nosotros, nos vamos a encontrar – y será incluso entre los que están más cercanos a nosotros, como la familia – quien piensa de manera distinta, no va a aceptar ese plan que nos ofrece Jesús sobre lo que ha de ser el sentido de nuestra vida y vamos a encontrarnos enfrentados los unos con los otros. Ya alguien aconseja que en familia no discutamos nunca de religión, porque vamos a terminar peleados, enfrentados los unos con los otros.

Pero el que sigue a Jesús no puede dejar de proclamar aquello en lo que cree, no puede dejar de proclamar su fe en Jesús. Aunque no nos entiendan, aunque nos rechacen. La luz no se puede ocultar en el cajón, sino es para ponerla bien en alto para que ilumine a todos; algunos se podrán sentir heridos en sus ojos por esa luz y querrán ocultarla, quitarla de en medio; es que con la luz se van a descubrir las obras de tinieblas que pudiera haber en nuestra vida, y parece que nos sentimos felices en medio de esas oscuridades y queremos rechazar la luz.

Es costoso muchas veces el camino que tenemos que recorrer, pero porque sea costoso no vamos a tratar de quitárnoslo de encima. El camino hay que hacerlo, aunque por medio tengamos que cargar con una cruz pero solo es la forma de llegar a la resurrección, a la vida sin fin. Por eso Jesús nos habla de no rehusar la cruz, que tenemos que aprender a negarnos a nosotros mismos, porque ese es el camino de la vida, el camino que nos conduce a la vida. Tenemos que hacernos dignos de él. ‘Y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí’, nos dice. Aunque tengamos que perder la vida, aunque tengamos que renunciar en un momento determinado a aquello o aquellos que nos resultan los más queridos.

Pero Jesús nos dice que eso es algo tan fácil como dar de beber un vaso de agua. Lo que es necesario es tener esa buena disposición. Porque eso tan pequeño que hacemos no va a quedar sin recompensa. ‘El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa’.

Y nos dice el evangelio que Jesús después de dar estas instrucciones a sus discípulos se puso en camino. ¿Seguirnos nosotros en camino también siguiendo los pasos de Jesús?


domingo, 14 de julio de 2024

Cuidado que los recursos nos distraigan del mensaje, los preparativos oscurezcan la sorpresa de la buena noticia del Reino de Dios que tenemos que proclamar

 


Cuidado que los recursos nos distraigan del mensaje, los preparativos oscurezcan la sorpresa de la buena noticia del Reino de Dios que tenemos que proclamar

Amós 7, 12-15; Sal. 84; Efesios 1, 3-14; Marcos 6, 7-13

Nos confían un trabajo o una tarea y enseguida nos hacemos nuestras planificaciones y nuestros presupuestos; necesitamos esto, lo otro y lo de más allá… pronto vamos a ver con qué contamos, qué es lo que vamos a necesitar para sacar esa obra adelante. No digo que no tengamos que hacerlo en nuestras tareas humanas, en el desempeño de nuestras responsabilidades, pero ¿habría que contar solo con esto o con otras cosas?

Lo mismo podemos decir de un viaje que vamos a emprender; siempre pagamos la novatada en los primeros viajes, nos cargamos de multitud de cosas por lo que pueda suceder, decimos, por los imprevistos que puedan surgir, y llevamos la maleta a reventar de cosas que volverán sin que las hubiéramos tocado y con la incomodidad del peso que hemos ido arrastrando.

Hoy Jesús nos sorprende y bien que tenemos que aprender de esa sorpresa. Ha escogido de entre los discípulos a los apóstoles que va a enviar con su misma misión y autoridad. Han de ponerse en camino para anunciar el Reino de Dios, como había hecho Jesus desde el comienzo de su actividad pública y apostólica.

El también había ido itinerante de pueblo en pueblo anunciando la buena noticia de la llegada del Reino de Dios. Es el envío que ahora realiza en aquellos a los que llama apóstoles. ¿Y qué van a necesitar? Solo les pide que lleven un bastón para el camino y unas buenas sandalias, pero nada de suministros, nada de repuestos, nada en el bolsillo que dé seguridades. Han de ponerse en camino con la confianza de que su fuerza estará en la Palabra que pronuncien, el mismo anuncio que están haciendo.

¿No nos tendría que hacer pensar mucho estas recomendaciones de Jesús a los cristianos que nos sentimos también enviados con la misma misión de Jesús? Cuidado que los recursos nos distraigan del mensaje. Cuidado que los preparativos oscurezcan la sorpresa de la buena noticia que tenemos que proclamar. Con tanto que nos preocupamos de los recursos y de los preparativos no va a llegar a tiempo la Buena Noticia que tenemos que anunciar.

Jesús pone en camino a aquellos discípulos que envía para que con su presencia sean en verdad signos de ese Reino de Dios que anuncian; es anunciar que solo Dios es el Señor, el Rey de nuestras vidas pero lo rodeamos de tantas cosas que pareciera que esas cosas son verdad los señores de nuestra vida. La presencia de los enviados tiene que convertirse en señales y signos de amor; van a acercarse allí donde está el sufrimiento, allí donde se ha perdido la esperanza, allí donde ha reinado la insolidaridad y el desamor para poner señales de vida, para despertar al amor.

Es lo que tenemos que ir curando, es lo que en verdad tenemos que ir transformando nuestro mundo. ¿Irán floreciendo en verdad en torno a donde haya unos cristianos las flores de la solidaridad y del amor? ¿Habrá más corazones sanos porque con nuestra presencia hemos ido contagiando de vida a nuestro mundo enfermo?

Es la autoridad con la que van los discípulos de Jesus, mientras nosotros tantas veces nos preocupamos de organizar muchas cosas, pero no terminamos de ser esos signos de amor. No terminamos de despertar esperanzas en este mundo tan lleno de amarguras y de sufrimientos. Es nuestra tarea, es la misión que Jesus nos ha confiado, es la siembra de evangelio que tenemos que ir haciendo. Nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra presencia tienen que ser en verdad unos rayos de luz para nuestro mundo.

No es tarea fácil, no siempre seremos bien recibidos, pretenderán desprestigiarnos de mil maneras, podemos tener la tentación de sentirnos fracasados porque no logramos realizar lo que Jesus nos ha confiado, hay el peligro de que nuestro corazón se llene de amargura por la desconfianza que encontramos cuando estamos intentando hacer las cosas de la mejor manera posible.

Hay una cosa que nos puede pasar desapercibida en este texto del evangelio. Nos dice Jesus que cuando tengamos que marcharnos de un lugar porque no nos reciben, a la salida nos sacudamos el polvo de nuestros pies. Muchas veces lo hemos interpretado como un echarles en cara a los que no nos ha recibido, lo que han hecho. Pero quiero verlo de otra manera distinta. Nos sacudimos el polvo de nuestros pies, porque no podemos dejar que quede sobre nuestros corazones la amargura y el resentimiento. Son esos lodos los que tenemos que quitar de nuestros pies para poder seguir caminando livianos para ir a hacer el anuncio en otro lugar.

Con el bastón en la mano, con las sandalias limpias de desánimos y desconfianzas tenemos que seguir caminando, porque la semilla tenemos que seguirla sembrando, porque el resplandor de la paz no puede faltar de nuestros rostros, porque tenemos que seguir siendo signos de ese reino que anunciamos con nuestro desprendimiento, con nuestro amor, con nuestra comprensión y nuestro perdón.