Compasión
para padecer con los demás, misericordia para poner el corazón en la mirada y
en las manos, y solidaridad para sentirnos uno con los que sufren
Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Sal.: Is 38, 10.
11. 12; Mateo 12, 1-8
Navegando por las redes como todos hacemos
hoy me encontré un video que para mi fue muy significativo y aleccionador. Se
trataba de una escuela en la que la maestra observó que un niño se dormía
constantemente en clase y no respondía a las tareas de estudio que se le
encomendaban; la reacción de la docente fue violenta expulsando al niño de la
clase, pero no se quedó satisfecha con aquello por lo que al salir trató de
averiguar por donde andaba o qué hacía aquel niño. Se lo encontró trabajando de
limpiabotas en la calle para ganar unos dineros con los que comprar comida para
su madre que estaba enferma y a la que cuidaba con toda dedicación. Fue
suficiente y no es necesario entrar en los detalles que al día siguiente no
solo ella sino todos los niños de la clase tuvieron con aquel muchacho.
¿Por qué juzgamos sin saber? No sabes
cual es la situación que está viviendo aquella persona y porque su
comportamiento nos parece extraño no solo juzgamos sino que condenamos. De
muchas situaciones semejantes podríamos hablar donde tendríamos que comenzar
por mirarnos a nosotros mismos. Nos hemos llenado tanto de desconfianzas que
siempre estamos, como se suele decir, con la mosca detrás de la oreja, y
estamos prontos para juzgar y para condenar sin saber realmente cual es la
situación de las personas y por qué han llegado a donde están.
Entran aquí las desconfianzas que nos
tenemos los unos con los otros, unos vecinos con otros, la gente que vemos mal
encarada como decimos y que siempre estamos viendo como unos malvados, la prevención
que los mayores tenemos hacia los jóvenes, es justo que lo reconozcamos, o todo
lo que pensamos en referencia a los inmigrantes que nos llegan a nuestras
costas de manera que llamamos ilegal pero a lo que tendríamos que buscar otro
nombre por las tragedias con que llegan hasta nosotros.
¿Seremos capaces de ver a alguien que ha dejado atrás lo más que quería en el mundo, que ha sido un drama la travesía para llegar a donde está ahora, pero que está soñando con un mundo de oportunidades que algunas veces parece que se ven truncadas quizás por nuestra insolidaridad? No sé muchas veces qué hacer, pero cuando me cruzo en nuestras calles con esos muchachos que han llegado hasta aquí decimos de forma ilegal pienso en todo lo que puede haber detrás de sus ojos y de su mirada, que aunque los veamos con sus risas juveniles no sabemos las tragedias que se ocultan en sus corazones.
Me ha hecho pensar en todo esto el
episodio que nos ofrece hoy el evangelio. Los discípulos que van con Jesús en
su caminar de una lado para otro en el anuncio del Reino, que sintiendo esa
fatiga que se nos mete en el estómago al pasar por un sembrado cogen algunas
espigas para echarse a la boca unos granos; pero es sábado y allá estarán
vigilantes los fariseos para recordarles que segar es un trabajo que no se puede
hacer en sábado. ¿Se parecerá a algunas de esas situaciones en las que nosotros
juzgamos antes de conocer lo que realmente está pasando?
Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús.
Recuerda distintos episodios de la Escritura, pero los quiere decir que allí
está alguien que es más que el sábado. El sábado, podíamos decir, tenía sus
normas con la finalidad de que todo se centrará en Dios a quien debían de dar
culto, pero el sábado sería siempre un instrumento mientras nos sirviera, pero
no para convertirle en algo tan sagrado que pareciera que el culto es para el
sábado y no para Dios.
¿De qué nos valen todos esos rigorismos
en el cumplimiento de unas normas si no somos capaces de llenar de misericordia
y compasión nuestro corazón? Estamos esperando tantas veces leyes bonitas y
bien codificadas como si esa fuera la salvación del mundo y nos olvidamos de la
compasión que es padecer también con el sufrimiento de los demás, de la
misericordia que es poner nuestro corazón en nuestra mirada y en cuanto hagamos
por los demás, y la solidaridad para sentirnos uno con aquellos que sufren. ‘Misericordia
quiero y no sacrificios’, nos recuerda hoy el evangelio.
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