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sábado, 18 de diciembre de 2021

En medio de las zozobras y de los momentos de prueba se ha de manifestar la madurez de nuestra fe para ser capaces de dar el paso adelante que nos pide el Señor como lo hizo José

 


En medio de las zozobras y de los momentos de prueba se ha de manifestar la madurez de nuestra fe para ser capaces de dar el paso adelante que nos pide el Señor como lo hizo José

Jeremías 23, 5-8; Sal 71; Mateo 1, 18-24

Hay situaciones que se nos presentan en la vida que son verdaderas pruebas para nosotros. Una situación inesperada, un cambio de rumbo que hay que tomar dejando muchas cosas queridas a un lado, una estabilidad en la vida a la que nos habíamos acostumbrado pero que de la noche a la mañana todo cambia y nos sentimos totalmente inseguros, algo que parece romper nuestra relación con las personas que amamos por algún acontecimiento o por algo que sucede y que no tiene humana explicación.

Cuando nos vemos en una situación así lo pasamos mal y nos parece que todo el mundo se derrumba bajos nuestros pies. Es difícil enfrentarnos a la situación, es difícil mantener la serenidad y del equilibrio, la equidad del espíritu, es difícil lo que nos parece que es comenzar una vida nueva y de cero.

Pero ahí es donde se manifiesta nuestra madurez, nuestra fortaleza, el sentirnos bien afirmados en unos principios, en no perder la paz del corazón. No sentirnos resquebrajados y seguimos adelante; somos capaces de tener ecuanimidad y con serenidad de espíritu descubrir lo bueno que se nos puede deparar para nosotros incluso de esa situación amarga; como creyentes el saber descubrir lo que es la voluntad de Dios para mi vida y el paso adelante que Dios quizás nos está pidiendo. Y muchas veces, aunque no nos guste o las tratemos de disimular, tenemos que enfrentarnos a situaciones semejantes.

Hoy en el evangelio y en el entorno de Cristo vemos una situación así. Duro tuvo que ser el momento para José; María, su prometida, la que legalmente de alguna manera se podía considerar su esposa, estaba encinta sin haber convivido con él. Amaba a María, era su mujer, no podía entender lo que sucedía, María quizás tampoco se manifestaba porque María sí había comprendido el misterio de Dios que en ella se realizaba, pero era difícil hacerlo entender a otras personas. José, sin querer dañar a nadie, tenía más o menos la decisión tomada; pero aquí aparece el ángel del Señor.

José era bueno y un hombre abierto a Dios; lo que podemos llamar un auténtico creyente; nos da señales de ello. Y siente la voz de Dios en su corazón. ¿En sueños? ¿Un ángel? Dios tiene muchas formas misteriosas de manifestarse, lo que el hombre tiene que estar atento a la voz de Dios para ser capaz de escucharla, aunque muchas sean las tormentas que lleva en su corazón. Es lo que sucedió en José. Y supo escuchar la voz de Dios y a él también se le reveló el misterio; y él supo aceptar de forma madura ese designio de Dios. Y José se llevó a Maria su mujer a su casa.

¿Seremos capaces en medio de nuestras zozobras de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón? Hemos de estar entrenados para ello; tenemos que saber ir abriendo nuestro corazón a Dios cada día hasta en las cosas más pequeñas; podrán venir tormentas fuertes pero estaremos bien anclados en Dios y sabremos tomar la decisión, dar el paso adelante y seguir el camino que se abre ante nosotros. Como lo hizo José, como lo hizo María, como tenemos que hacerlo nosotros cada día.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Dios en su amor quiere hacerse hombre injertándose en nuestra humanidad también pecadora porque viene para ser nuestra salvación

 


Dios en su amor quiere hacerse hombre injertándose en nuestra humanidad también pecadora porque viene para ser nuestra salvación

Génesis 49, 1-2. 8-10; Sal 71; Mateo 1, 1-17

Podríamos decirlo así, somos hijos y herederos de nuestra historia. Alguien me podría decir que cada uno se construye su propia historia, que no queremos depender del pasado ni de nadie, sino que por nosotros mismos nos vamos construyendo la vida. Pero, ¿sobre qué terreno? Eres hijo de unos padres, de una familia, que tiene su historia y sus características, que quieras que no han influido en lo que tu eres.

Es cierto que ahora vas día a día haciéndote tu propia y personal historia, pero no has venido del aire a este mundo, sino que además estás en un lugar, con sus características, con su historia. Nos podrá gustar o no lo que ha sido lo anterior a nuestra vida, nos podrá gustar o no el lugar en el que habitas, las personas de las que te rodeas, la familia que has tenido, pero han sido parte de tu ser, de lo que ahora eres y de lo que ahora construyes. Queríamos que todo fuera brillante, pero las oscuridades también forman parte de ese cuadro de nuestra historia y de alguna manera lo engrandecen. Mucho quizá podríamos discutir del tema, pero somos lo que somos y donde estamos, con sus orígenes y con el futuro que iremos construyendo.

¿Por qué me hago estas consideraciones en la reflexión de este día? Es lo que estamos viendo en el evangelio. Dios ha querido hacerse hombre, encarnarse y nacer en el seno de una familia y de un pueblo. Que tienen su historia uno y otro. Y esa genealogía que nos ofrece hoy san Mateo en el principio de su evangelio de alguna manera eso es lo que quiere decirnos. Dirá al final ‘y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo’. Jesús que nació en el seno de una familia pero en la historia de un pueblo. Es la genealogía donde conectará con el origen de la humanidad pero que se ha desarrollado en un pueblo concreto, entroncando con los orígenes de aquel pueblo. ‘Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’, nos dice.

Esa historia que tendrá sus claroscuros, sus luces y sus sombras, porque todos los personajes que en ella se nos describen no serán siempre santos, pero precisamente por eso mismo se nos manifiesta la maravilla y la grandeza del Dios que se hizo hombre en nuestra humanidad concreta, una humanidad también pecadora, porque precisamente para eso ha venido; se le ha puesto el hombre de Jesús porque el salvará al pueblo de sus pecados.

Es lo que se nos quiere manifestar en esta genealogía que nos ofrece el evangelista. Y es ahí donde se manifiesta de forma maravillosa y extraordinaria lo que es el amor de Dios. Que es lo maravilloso que vamos a celebrar cuando celebremos su nacimiento, su natividad. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros que así ha querido insertarse en nuestra humanidad, injertarse en la vida del hombre cuando El ha querido hacerse hombre como nosotros tan lleno de debilidades. En El, porque es Dios no habrá pecado, pero en El porque es el Hijo de Dios encontraremos la salvación.

Y es lo que escuchamos cuando comenzamos estos últimos ocho días del Adviento en nuestra intensa preparación para la navidad. Esa es la maravilla del amor de Dios que vamos a celebrar, porque no ha venido porque seamos santos, sino para hacernos santos cuando ha querido ser partícipe de nuestra humanidad, pero hacernos a nosotros partícipes de su divinidad.

Nos enseñará esto a amarnos a nosotros mismos, también con nuestra historia y con nuestras debilidades. No nos quejemos de forma absurda de las debilidades que hayan podido forma parte de esa historia de la que somos herederos, porque también en nuestra vida personal, esa historia que decimos que ahora vamos construyendo, hemos de reconocer que tampoco todo son luces, porque también tenemos muchas sombras personales en nuestra vida. Y así como somos Dios nos ama; así como somos hemos de amarnos a nosotros mismos; así como somos también amamos a los demás cualquiera que sea su historia, porque todos somos unos amados de Dios.

jueves, 16 de diciembre de 2021

En este camino de adviento que estamos realizando escuchemos al Bautista y dejémonos purificar por la gracia de la Palabra de Dios que nos salva

 


En este camino de adviento que estamos realizando escuchemos al Bautista y dejémonos purificar por la gracia de la Palabra de Dios que nos salva

Isaías 54,1-10; Sal 29; Lucas 7,24-30

‘Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti...’ Es lo que había anunciado el profeta. Una referencia clara a Juan Bautista. No era otra su misión, pero ¡qué excelsa misión! El que preparaba el camino, el que caminaba delante señalando el camino, por eso lo llamamos el Precursor.

No todos comprendieron el mensaje de Juan. Muchas veces los mensajes de los profetas pueden parecer enigmáticos para el resto de los mortales. No es como poner un calco para que todo salga igual, pero sí vemos en la misión, las palabras y la presencia del profeta algo que nos dice, que nos llama la atención, que nos obliga a aterrizar en la vida para de una forma concreta ver hecho realidad lo que antes está anunciado en profecía.

Es lo que vemos en Juan. Cuando aquella embajada había venido en nombre Juan preguntando si era El o habían de esperar a otro, los enviados se convirtieron en testigos, lo que parecían los enigmas comienza a ser descifrado, todo se convierte en una palabra profética que nos invita a nuestras actitudes, a nuevos actos de servicio, a nuevo estilo de vida. Y con palabras y con hechos tenemos que encontrar la respuesta.

Ya la figura de Juan en si misma es todo un gesto profético. Su andar por los desiertos, su estilo de vida, su austeridad y su pobreza, sus vestiduras y aquello silvestre de lo que se alimentaba. Todo va indicando que nos encontramos con alguien superior, no es como el resto de los mortales aunque él sea también un simple mortal.

Todos sus gestos, todas sus palabras, todos los signos que emplea nos están hablando. No viste a la manera de los que andan en los palacios, su vestidura hecha de piel de camello, y la frugalidad de su comida, saltamontes o miel silvestre, estarán poniendo en un interrogante la vida de los que lo contemplen. No hay modo de que nos comparemos con El. Es pequeño, pero es grande, sus palabras y enseñanzas parecen sencillas pero tienen una profundidad y unas exigencias grandes. Son un fiel espejo en el que tenemos que mirarnos, nuestras ropas de marca, nuestro estilo cómodo de vida, la exquisitez que buscamos en nuestros alimentos pueden estar hablándonos de nuestras superficialidades.

Por eso su palabra exige un cambio en nosotros, nos habla de conversión. Y nos hablará de fuego que purifica, como de hacha que está dispuesta para arrancar todo lo inservible porque ha de ser el principio de un hombre nuevo, que si va a recibir alguna unción será la que nos consagrará como sacerdotes profetas y reyes. ¿Estaríamos dispuestos a esa purificación, a dejarnos arrancar esas ramas inservible que nada de fruto dan y que solo merecerán el fuego de la hoguera donde todo es purificado?

‘¿Qué salisteis a ver en el desierto?’ Les pregunta Jesús. No al hombre que viste ricos ropajes ni el que habita en el confort de un palacio. Es el que viene con una misión, aquel que ha sido escogido como precursor, el que va delante y va marcando el camino. Cuando utilizamos estos medios técnicos y electrónicos para escribir en la pantalla va apareciendo algo que llamamos el cursor que nos está indicando por donde irán apareciendo las letras, las palabras, los dibujos que nosotros vayamos componiendo o realizando. Es la misión del bautista; por eso lo llamamos el precursor, el que va delante, el que nos va señalando el camino.

‘Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta… Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamó que Dios es justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos’.

Nosotros ¿escucharemos a Juan o frustraremos el designio de Dios? ¿Queremos en verdad escuchar la Palabra de Dios? ¿Queremos en este camino de adviento que estamos realizando dejarnos purificar por la gracia de la Palabra de Dios que escuchamos?

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Tenemos que decidirnos de una vez por todas a escuchar esa voz de Dios que os habla en el corazón y nos da respuesta a nuestras dudas, confusiones e interrogantes

 


Tenemos que decidirnos de una vez por todas a escuchar esa voz de Dios que os habla en el corazón y nos da respuesta a nuestras dudas, confusiones e interrogantes

Isaías 45, 6c-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23

¿Por qué no le preguntas a él? Quizás nos ha aconsejado alguien en alguna ocasión; hablábamos de un tema en relación a una persona, lo que había hecho o lo que no había hecho, lo que había dicho o lo que pensaba, lo que otros decían que había hecho o dicho, al final estábamos en una confusión terrible, no sabíamos a qué quedarnos, pero alguien sabiamente nos dijo ¿por qué no se lo preguntas a él? El interesado podrá saber más o darnos la mejor respuesta.

Andamos muchas veces en la vida con esas confusiones; pero referente a muchas cosas; al juicio que nos hacemos de las personas, y nos llenamos de desconfianzas, y andamos quizás por detrás queriendo enterarnos. Y esas confusiones nos llevan a malos entendidos, y se crean tensiones entre las personas, y aparece la desconfianza, y al final quedamos peor de lo que estábamos. Podemos poner en peligro la fama de alguien porque con nuestras medias palabras quizás creamos más confusión, o hacemos dudar a la gente. Cuántos castillos en el aire que nos hacemos, pero cuánto daño nos podemos hacer los unos a los otros. Cómo tendríamos que aprender a ir a la fuente.

Confuso podía hallarse Juan el Bautista con las noticias que le llegaban de Jesús. ¿Estaba ya encarcelado por Herodes? Es posible. Pero lo que le decían que era la predicación de Jesús y el estilo de vida que Jesús llevaba parecía que distaba mucho de la imagen que él tenía del Mesías, y en cierto modo de parte de las palabras con las que había anunciado la llegada del Mesías. Porque de eso sí estaba seguro, que era el Mesías. Así lo había sentido impulsado por el Espíritu allá en su corazón y así lo había anunciado directamente a los discípulos. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, había dicho un día y algunos de sus discípulos se habían ido con Jesús. No le importaba porque tenía la humildad y sabiduría de saber lo que era su misión, preparar los caminos del Señor. El Mesías había de crecer aunque él menguara; era consciente de ello.

Pero quizás lo que le anunciaban podía crear confusión también en sus discípulos. Por eso había enviado aquella embajada. Era mejor preguntar directamente a Jesús para encontrar la respuesta. Era la forma más pedagógica también de ayudar a sus discípulos a discernir sobre su camino. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’

Jesús había realizado aquel día muchos signos de los que fueron también testigos los discípulos del bautista que habían venido en su nombre. ‘En aquella hora Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista’. ¿No era eso lo que habían anunciado los profetas? ¿No era la señal de un mundo nuevo, de un cielo nuevo y de una nueva tierra?

‘Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!’ Allí estaban las obras de Jesús, allí estaban las señales del Reino. Directamente lo habían vivido y experimentado. No necesitaban preguntarle a nadie más.

¿También nosotros tendremos que irle a preguntar a Jesús? ¿Cómo lo haremos? Nos sentimos confusos también en ocasiones, parece que no terminamos de entender nada porque surgen nuevos problemas, se agradan los interrogantes, escuchamos decir tantas cosas a nuestro alrededor de la iglesia, de los curas, del Papa, de los cristianos que no sabemos en momentos en qué quedarnos. ¿Por qué no le preguntas a El?

Es lo que tendríamos que saber hacer, preguntar y saber escuchar, interrogarnos pero hacernos silencio por dentro para poder escuchar en verdad la voz de Dios, interiorizar de verdad buscando a Jesús, buceando en su evangelio, rumiando en nuestro interior, hablando con el Señor en nuestra oración.  ¿Seremos capaces de decidirnos de una vez por todas a escuchar en nuestro interior esa voz que nos habla, esa voz que nos revela el amor de Dios?

martes, 14 de diciembre de 2021

Promesas, bonitas palabras, buenos propósitos… no pueden quedarse en la rutina de siempre sino que hay que despertar

 


Promesas, bonitas palabras, buenos propósitos… no pueden quedarse en la rutina de siempre sino que hay que despertar

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

Todos conocemos al clásico charlatán, hablador hasta por los codos, que siempre quiere quedar bien con todo el mundo y a todos dice que les va a facilitar las cosas, que les va a ayudar en esto, en aquello y lo de más allá, pero que sabemos que son solo palabras, fantochadas, apariencia porque pronto todas sus promesas se van a quedar en nada.

Exagero quizá un poco en la descripción, pero es para que caigamos en la cuenta que de alguna manera todos hacemos un poco de la misma manera. Cuántas promesas nos hacemos, y por empezar, tenemos que decir que a nosotros mismos, diciendo que vamos a hacer esto o aquello, que nuestra vida va a cambiar, que de ahora en adelante todo no va a ser igual porque nosotros hemos tomado una determinación muy en serio. Pero ¿qué nos suele pasar? Agua de borrajas, todo se nos queda en bonitas palabras y en bonitos deseos, en promesas y en propósitos, pero no terminamos de comenzar a dar lo pasos necesarios para que nuestra vida sea distinta. ¿Qué nos pasa? ¿Falta de voluntad? ¿Ilusión de un día? ¿Sueños maravillosos?

Tenemos la experiencia de lo que nos ha pasado tantas veces; tras unos días de reflexión – quizás unos ejercicios espirituales -, tras un momento de especial fervor en nuestra vida como una semana santa que hemos querido vivir con fervor, tras un parón que nos hecho dar en la vida algo que escuchamos como un sermón o la palabra de Dios que un día nos caló cuando la escuchamos el domingo en Misa, quizás un mal momento por el que hemos pasado con duras experiencias, sufrimientos, agobios o angustias, nos dijimos que íbamos a cambiar, que todo iba a ser diferente, pero pronto volvimos a la rutina de siempre y no terminamos de responder a esa llamada de gracia que un día sentimos.

Promesas y promesas, palabras y palabras, propósitos y propósitos, pero rutina al canto del día que nos hace quedarnos en lo que estábamos. Lo de siempre.

Quizá miramos a nuestro alrededor y vemos que una persona que antes nos parecía despreocupada de todo, ahora lo vemos comprometido, lo vemos participando en diferentes acciones, lo vemos implicado en actividades de la Iglesia, y dentro de nosotros en lugar de sentir alegría porque una persona haya encontrado su rumbo en la vida, nos surge en nuestro interior la duda y la desconfianza, estamos viendo dobles intereses en lo que hacen los demás, y nuestro corazón lleno de envidia siempre querrá destruir es buen paso que ha dado alguien en la vida.

Cuánto nos falta del sentido de Cristo en nuestro actuar y en nuestro pensar, en la pureza que tendría que haber en nuestro corazón, o en los deseos de estimulo que tendríamos que tener con esas personas. Que duros de corazón nos volvemos.


Es en lo que quiere hacernos reflexionar hoy el evangelio. Nos dice el evangelista que Jesús estaba mirándoles a los ojos a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Y les habla con esa parábola de los dos hijos a los que el padre envió a su viña. Mientras uno buenas promesas se presenta como cumplidor pronto deja de hacer lo que le pide su padre, mientras que el rebelde que de entrada había dicho no, pronto se arrepiente y va a hacer lo que el padre le ha pedido.

Pero termina Jesús con palabras fuertes para aquellos que le escuchan y que siempre andan con sus apariencias y vanidades presentándose como cumplidores pero con el corazón bien lejos del mandamiento del Señor. Y les dirá: ‘En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.

Los que consideraban pecadores y eran objeto de todo desprecio y discriminación se van a adelantar en el Reino de Dios. ¿Quiénes escucharon a Juan en el desierto? Lo hemos escuchado estos días que son los publicanos y los que se consideraban pecadores los que iban a escucharle. ¿Qué es lo que vemos en el resto del evangelio en relacion a Jesús? Estará siempre rodeado de gente pecadora que busca encontrar la vida y la salvación escuchando las palabras de Jesús. Le echarán en cara precisamente a Jesús que come con publicanos y pecadores.

¿Qué nos estará pidiendo el Señor en este camino de Adviento que estamos haciendo? ¿Nos quedaremos en una respuesta superficial?

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

Oídos atentos para saber discernir lo bueno que nos puede enriquecer espiritualmente y para descubrir los signos de Dios en el mundo que nos rodea

 


Oídos atentos para saber discernir lo bueno que nos puede enriquecer espiritualmente y para descubrir los signos de Dios en el mundo que nos rodea

Números 24, 2-7. 15-17ª; Sal 24; Mateo 21, 23-27

¿Quién eres tú para decirme nada a mí?, respondemos enfadados cuando nos dicen algo que no nos gusta, nos llaman la atención por alguna cosa, o cuando esa persona nos está mostrando con su buen hacer que nosotros andamos equivocados o no estamos haciendo lo que debemos hacer.

Y vaya si estaban enfadados los fariseos y los letrados o maestros de la ley o los sacerdotes del templo. La vida de Jesús en sí misma ya era un duro reproche para su manera de actuar, pero además Jesús les señalaba claramente cómo se movían movidos por sus intereses o sus ganancias, por las situaciones que se habían creado en torno a sí buscando siempre lugares de privilegio o por lo que Jesús se había atrevido a hacer en el templo expulsando a vendedores y diciéndoles que lo habían convertido en una cueva de ladrones. Sus privilegios, su status quo se veían amenazados porque la gente podía llegar a tomar conciencia de lo que Jesús decía y denunciaba y ellos podían perder muchos privilegios.

Además a Jesús no se le conocía que perteneciera a ninguna de las escuelas rabínicas de Jerusalén o de alguna parte de Israel, y para ellos era solo un galileo que había comenzado por aquellos lugares a ganarse un prestigio y ahora en Jerusalén ya no se lo quieren permitir. Hasta Galilea, hasta Cafarnaún había llegado en ocasiones gente que espiaba a Jesús y que querían analizar con lupa lo que hacía y lo que decía. Por eso ahora, cuando está abiertamente enseñando a la gente, le vienen con la pregunta. ¿Cuál es tu autoridad? ¿Quién eres tú para ponerte a enseñar a la gente si no eres ni de la casta sacerdotal, ni los que han aprendido con otros maestros de la ley?

Quieren desmontarle la autoridad a Jesús pero es Jesús el que les desmonta sus preguntas porque ellos no saben o no se atreven – a vuelta con sus intereses – a responder a la pregunta de Jesús. Les pregunta por la autoridad del bautista para administrar aquel bautismo allá en las orillas del Jordán; les pregunta por el valor o el sentido del bautismo que Juan administraba, ¿era cosa de Dios o era cosa solamente de los hombres? Estaban cogidos, si era cosa de Dios, ¿por qué ellos no lo aceptaron? Y si era solo fruto de caprichos humanos se las iban a ver y desear con el pueblo que tenía a Juan como un profeta.

La autoridad de Jesús está por encima de ese tiquis-mikis tan propio de los hombres. Las obras de Jesús daban testimonio de su autoridad. Como vendría a reconocer un fariseo y maestro de la ley, ‘nadie puede hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él’. Por eso Jesús en otros momentos les querrá hacer comprender que sus obras son obras de Dios y que El no hace nada sino lo que el Padre le ha mandado hacer, con lo que está manifestando que está lleno del Espíritu de Dios.

¿Podrá hablarnos con Jesús como lo hace con toda claridad y con toda autoridad? ¿No seremos capaces de ver las obras de Dios en Jesús? Pero pensemos además que el Espíritu de Dios aletea por donde quiere y muchas veces se nos puede manifestar en lo que escuchamos o en lo que nos dicen los que están a nuestro lado.

Oídos atentos hemos de tener para saber discernir la bueno que nos puede ayudar y nos puede enriquecer espiritualmente escuchando esos signos de Dios en la voz de los que nos rodean. Siempre hay un mensaje bueno, siempre hay una buena palabra, siempre hay una señal que nos hable. No es que andemos como veletas de acá para allá dejándonos llevar por cualquier comentario, pero sí tenemos que saber discernir lo bueno, esa semilla buena que plantada en nuestro corazón nos puede llevar a dar buenos frutos. Estemos atentos a los signos de Dios.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Mira dentro de ti y haz una evaluación de tu fe, tu amor y tu esperanza para encontrar en la venida del Señor el camino de la verdadera alegría



Mira dentro de ti y haz una evaluación de tu fe, tu amor y tu esperanza para encontrar en la venida del Señor el camino de la verdadera alegría

 Sofonías 3, 14-18ª; Sal.: Is 12, 2-6; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18

¿Tendremos razones y motivos para estar alegres? Todos queremos la alegría, la buscamos, queremos ser felices, queremos arrancar sombras de tristeza en la vida, pero también hemos de reconocer que hay muchas formas; algunas veces nos quedamos en alegrías que son efímeras, ficticias porque no sabiendo en ocasiones cómo encontrarla nos buscamos sucedáneos de la alegría; y hay muchos; y muchas veces se crean confusiones, y tenemos el peligro de parecer alegres pero mantener un deje de tristeza en la vida, que nos cuesta ocultar y no sabemos por qué.

Suelo ser de los que voy pidiendo una sonrisa o haciéndosela despertar a aquellos con los que me encuentro; pero no pueden ser sonrisas forzadas, porque se quedarían en una mueca y no expresan de verdad lo que llevamos por dentro; nos pasa con la alegría, nos pasa con lo que decimos muchas veces que es la felicidad; se nos queda en el rostro como impostada, porque es forzada, porque no es lo que llevamos dentro. Por eso sigo preguntándome ¿tendremos razones y motivos para estar alegres?

Ahora viene Navidad, y decimos que es tiempo para alegría, que todos tenemos que estar alegres, que todos tenemos que hacer fiesta; pero quizás algunos se quedan en una alegría forzada porque detrás comienzan a sacar recuerdos, a traer a colación añoranzas y algunos dicen que para ellos son días tristes.  Como hay que estar alegres, ¿podría sucedernos que estamos haciéndonos una alegría impostada, para la galería y no desentonar, pero no la habremos encontrado? Claro nos buscaremos muchos sucedáneos. ¿Habremos descubierto de verdad lo que tiene que ser la alegría de la navidad? Ya sé que teóricamente podemos decir muchas cosas que nos sabemos, pero no sé si eso que decimos cala en nosotros, deja huella en nosotros y es motivo de esa verdadera alegría.

Hoy sin embargo es el domingo de la alegría. Es la palabra y la invitación que se repite a través de toda la liturgia de este tercer domingo de Adviento. Es casi como un mandato del Señor. Tenemos que estar alegres. Pero como una coletilla al mismo tiempo nos sigue viniendo el pensamiento, pero ¿podemos estar alegres? Y pensamos en tantos sufrimientos en los que nos vemos envueltos, en tantas situaciones difíciles y dolorosas por las que están pasando muchos e incluso nosotros mismos, en el derrotero que lleva nuestra sociedad que no termina de salir de una para meterse en otra como se suele decir.

Pues nos está pidiendo el Señor que sí, que tenemos que estar alegres. La alegría tiene que ser una realidad que llevemos en el corazón y es también una esperanza con la que alentamos nuestra vida. Navidad es presencia de Dios. Y si tenemos a Dios con nosotros ¿qué nos puede entristecer? Porque tener a Dios es tener vida; tener a Dios es sentirnos inundados por su amor; tener a Dios es sentir la fuerza de su presencia porque el camina a nuestro lado, Emmanuel decimos, Dios con nosotros. Tener a Dios con nosotros va a ser un nuevo sentido de vida; tener a Dios con nosotros es tener la seguridad de que podemos vencer de todos esos males que nos acechan.

El profeta invitaba al pueblo a alegrarse y a llenarse de gozo, precisamente cuando los momentos por los que estaba pasando el pueblo no eran nada fáciles, porque con el Señor de su lado tenían asegurada la victoria y podrían iniciar un nuevo camino de paz y de libertad. ‘Gritad jubilosos habitantes de Sión porque es grande en medio de ti el Santo de Israel’, nos sentíamos invitados nosotros también con el salmo.

San Pablo con el mismo sentido invitaba a la alegría a los cristianos de Filipos. Aquella fe que vivía en el Señor era su fuerza y su alegría. Y ellos vivían en medio de un mundo de paganos. ¿No será la alegría verdadera nacida de nuestra fe en lo más hondo del corazón la que tenemos que manifestar en medio del mundo que nos rodea señalándole donde está la verdadera fuente de nuestra alegría?

Es la que nos ayuda a mantenernos firmes a pesar de todos los contratiempos que tengamos que soportar o todas las desgracias y calamidades que nos puedan sobrevenir. Con el Señor nos levantaremos, con el Señor podremos seguir luchando, con el Señor podremos realizar un nuevo mundo. Y esto lo decimos a pesar de que haya una pandemia que haya trastocado muchas cosas en nuestra vida, o a pesar de volcanes destructores que arrasen la vida de muchas personas que se han quedado en la nada. Una alegría nacida de la fe en la presencia del Señor y que nos llena de esperanza.

Por último fijémonos en la figura del Bautista que nos aparece en el evangelio. Predica en el desierto, en la orilla del Jordán, invitando a la conversión a Dios y a un bautismo como signo de purificación para la venida del Mesías y la gente que acudía a él le preguntaba qué es lo que tenían que hacer. Nos presenta el evangelio lo que responde de forma genérica a todos, pero lo que responde en particular a los recaudadores de impuestos y a los soldados. Esa purificación a la que invita con el bautismo en las aguas del Jordán es un desprendimiento de si mismo, para compartir y para vivir con responsabilidad sus funciones. Es el compartir la túnica y es el actuar en justicia y responsabilidad. Quienes son capaces de comenzar a actuar así en su vida comenzarán a sentir paz en el corazón, que es el camino de la auténtica alegría.

        También nosotros nos preguntamos ¿y qué tenemos que hacer? Mírate dentro de tu corazón y no acapares para ti; mira dentro de tu corazón y descubre los caminos de rectitud por los que has de caminar en las responsabilidades de la vida; mira dentro de ti y arranca esas tristezas que se nos meten en el alma cuando nos encerramos en nosotros mismos y no somos capaces de abrir el corazón para que en él quepan los demás; mira dentro de ti y evalúa la intensidad de tu fe para ser capaz de sentir la presencia de Dios en tu vida pase lo que pase; mira dentro de ti y mide la calidad de tu esperanza. Verás entonces en donde encontrarás la verdadera alegría.