Dios
en su amor quiere hacerse hombre injertándose en nuestra humanidad también
pecadora porque viene para ser nuestra salvación
Génesis 49, 1-2. 8-10; Sal 71; Mateo 1, 1-17
Podríamos
decirlo así, somos hijos y herederos de nuestra historia. Alguien me podría
decir que cada uno se construye su propia historia, que no queremos depender
del pasado ni de nadie, sino que por nosotros mismos nos vamos construyendo la
vida. Pero, ¿sobre qué terreno? Eres hijo de unos padres, de una familia, que
tiene su historia y sus características, que quieras que no han influido en lo
que tu eres.
Es cierto que
ahora vas día a día haciéndote tu propia y personal historia, pero no has
venido del aire a este mundo, sino que además estás en un lugar, con sus características,
con su historia. Nos podrá gustar o no lo que ha sido lo anterior a nuestra
vida, nos podrá gustar o no el lugar en el que habitas, las personas de las que
te rodeas, la familia que has tenido, pero han sido parte de tu ser, de lo que
ahora eres y de lo que ahora construyes. Queríamos que todo fuera brillante,
pero las oscuridades también forman parte de ese cuadro de nuestra historia y
de alguna manera lo engrandecen. Mucho quizá podríamos discutir del tema, pero
somos lo que somos y donde estamos, con sus orígenes y con el futuro que iremos
construyendo.
¿Por qué me hago estas consideraciones
en la reflexión de este día? Es lo que estamos viendo en el evangelio. Dios ha
querido hacerse hombre, encarnarse y nacer en el seno de una familia y de un
pueblo. Que tienen su historia uno y otro. Y esa genealogía que nos ofrece hoy
san Mateo en el principio de su evangelio de alguna manera eso es lo que quiere
decirnos. Dirá al final ‘y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús, llamado Cristo’. Jesús que nació en el seno de una
familia pero en la historia de un pueblo. Es la genealogía donde conectará con
el origen de la humanidad pero que se ha desarrollado en un pueblo concreto, entroncando
con los orígenes de aquel pueblo. ‘Libro del origen de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abrahán’, nos dice.
Esa historia que tendrá sus
claroscuros, sus luces y sus sombras, porque todos los personajes que en ella
se nos describen no serán siempre santos, pero precisamente por eso mismo se
nos manifiesta la maravilla y la grandeza del Dios que se hizo hombre en
nuestra humanidad concreta, una humanidad también pecadora, porque precisamente
para eso ha venido; se le ha puesto el hombre de Jesús porque el salvará al
pueblo de sus pecados.
Es lo que se nos quiere manifestar en
esta genealogía que nos ofrece el evangelista. Y es ahí donde se manifiesta de
forma maravillosa y extraordinaria lo que es el amor de Dios. Que es lo
maravilloso que vamos a celebrar cuando celebremos su nacimiento, su natividad.
Es el Emmanuel, el Dios con nosotros que así ha querido insertarse en nuestra
humanidad, injertarse en la vida del hombre cuando El ha querido hacerse hombre
como nosotros tan lleno de debilidades. En El, porque es Dios no habrá pecado,
pero en El porque es el Hijo de Dios encontraremos la salvación.
Y es lo que escuchamos cuando
comenzamos estos últimos ocho días del Adviento en nuestra intensa preparación
para la navidad. Esa es la maravilla del amor de Dios que vamos a celebrar,
porque no ha venido porque seamos santos, sino para hacernos santos cuando ha
querido ser partícipe de nuestra humanidad, pero hacernos a nosotros partícipes
de su divinidad.
Nos enseñará esto a amarnos a nosotros
mismos, también con nuestra historia y con nuestras debilidades. No nos quejemos
de forma absurda de las debilidades que hayan podido forma parte de esa
historia de la que somos herederos, porque también en nuestra vida personal,
esa historia que decimos que ahora vamos construyendo, hemos de reconocer que
tampoco todo son luces, porque también tenemos muchas sombras personales en
nuestra vida. Y así como somos Dios nos ama; así como somos hemos de amarnos a
nosotros mismos; así como somos también amamos a los demás cualquiera que sea
su historia, porque todos somos unos amados de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario