Mira
dentro de ti y haz una evaluación de tu fe, tu amor y tu esperanza para
encontrar en la venida del Señor el camino de la verdadera alegría
Sofonías 3, 14-18ª; Sal.: Is 12, 2-6;
Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18
¿Tendremos
razones y motivos para estar alegres? Todos queremos la alegría, la buscamos,
queremos ser felices, queremos arrancar sombras de tristeza en la vida, pero
también hemos de reconocer que hay muchas formas; algunas veces nos quedamos en
alegrías que son efímeras, ficticias porque no sabiendo en ocasiones cómo
encontrarla nos buscamos sucedáneos de la alegría; y hay muchos; y muchas veces
se crean confusiones, y tenemos el peligro de parecer alegres pero mantener un
deje de tristeza en la vida, que nos cuesta ocultar y no sabemos por qué.
Suelo ser de
los que voy pidiendo una sonrisa o haciéndosela despertar a aquellos con los
que me encuentro; pero no pueden ser sonrisas forzadas, porque se quedarían en
una mueca y no expresan de verdad lo que llevamos por dentro; nos pasa con la
alegría, nos pasa con lo que decimos muchas veces que es la felicidad; se nos
queda en el rostro como impostada, porque es forzada, porque no es lo que
llevamos dentro. Por eso sigo preguntándome ¿tendremos razones y motivos para
estar alegres?
Ahora viene
Navidad, y decimos que es tiempo para alegría, que todos tenemos que estar
alegres, que todos tenemos que hacer fiesta; pero quizás algunos se quedan en
una alegría forzada porque detrás comienzan a sacar recuerdos, a traer a
colación añoranzas y algunos dicen que para ellos son días tristes. Como hay que estar alegres, ¿podría
sucedernos que estamos haciéndonos una alegría impostada, para la galería y no
desentonar, pero no la habremos encontrado? Claro nos buscaremos muchos
sucedáneos. ¿Habremos descubierto de verdad lo que tiene que ser la alegría de
la navidad? Ya sé que teóricamente podemos decir muchas cosas que nos sabemos,
pero no sé si eso que decimos cala en nosotros, deja huella en nosotros y es
motivo de esa verdadera alegría.
Hoy sin
embargo es el domingo de la alegría. Es la palabra y la invitación que se
repite a través de toda la liturgia de este tercer domingo de Adviento. Es casi
como un mandato del Señor. Tenemos que estar alegres. Pero como una coletilla
al mismo tiempo nos sigue viniendo el pensamiento, pero ¿podemos estar alegres?
Y pensamos en tantos sufrimientos en los que nos vemos envueltos, en tantas
situaciones difíciles y dolorosas por las que están pasando muchos e incluso
nosotros mismos, en el derrotero que lleva nuestra sociedad que no termina de
salir de una para meterse en otra como se suele decir.
Pues nos está
pidiendo el Señor que sí, que tenemos que estar alegres. La alegría tiene que
ser una realidad que llevemos en el corazón y es también una esperanza con la
que alentamos nuestra vida. Navidad es presencia de Dios. Y si tenemos a Dios
con nosotros ¿qué nos puede entristecer? Porque tener a Dios es tener vida;
tener a Dios es sentirnos inundados por su amor; tener a Dios es sentir la
fuerza de su presencia porque el camina a nuestro lado, Emmanuel decimos, Dios
con nosotros. Tener a Dios con nosotros va a ser un nuevo sentido de vida;
tener a Dios con nosotros es tener la seguridad de que podemos vencer de todos
esos males que nos acechan.
El profeta
invitaba al pueblo a alegrarse y a llenarse de gozo, precisamente cuando los
momentos por los que estaba pasando el pueblo no eran nada fáciles, porque con
el Señor de su lado tenían asegurada la victoria y podrían iniciar un nuevo
camino de paz y de libertad. ‘Gritad jubilosos habitantes de Sión porque es
grande en medio de ti el Santo de Israel’, nos sentíamos invitados nosotros
también con el salmo.
San Pablo con
el mismo sentido invitaba a la alegría a los cristianos de Filipos. Aquella fe
que vivía en el Señor era su fuerza y su alegría. Y ellos vivían en medio de un
mundo de paganos. ¿No será la alegría verdadera nacida de nuestra fe en lo más
hondo del corazón la que tenemos que manifestar en medio del mundo que nos
rodea señalándole donde está la verdadera fuente de nuestra alegría?
Es la que nos
ayuda a mantenernos firmes a pesar de todos los contratiempos que tengamos que
soportar o todas las desgracias y calamidades que nos puedan sobrevenir. Con el
Señor nos levantaremos, con el Señor podremos seguir luchando, con el Señor
podremos realizar un nuevo mundo. Y esto lo decimos a pesar de que haya una
pandemia que haya trastocado muchas cosas en nuestra vida, o a pesar de
volcanes destructores que arrasen la vida de muchas personas que se han quedado
en la nada. Una alegría nacida de la fe en la presencia del Señor y que nos
llena de esperanza.
Por último
fijémonos en la figura del Bautista que nos aparece en el evangelio. Predica en
el desierto, en la orilla del Jordán, invitando a la conversión a Dios y a un
bautismo como signo de purificación para la venida del Mesías y la gente que
acudía a él le preguntaba qué es lo que tenían que hacer. Nos presenta el
evangelio lo que responde de forma genérica a todos, pero lo que responde en
particular a los recaudadores de impuestos y a los soldados. Esa purificación a
la que invita con el bautismo en las aguas del Jordán es un desprendimiento de
si mismo, para compartir y para vivir con responsabilidad sus funciones. Es el
compartir la túnica y es el actuar en justicia y responsabilidad. Quienes son
capaces de comenzar a actuar así en su vida comenzarán a sentir paz en el
corazón, que es el camino de la auténtica alegría.
También nosotros nos preguntamos ¿y qué tenemos que hacer? Mírate dentro de tu corazón y no acapares para ti; mira dentro de tu corazón y descubre los caminos de rectitud por los que has de caminar en las responsabilidades de la vida; mira dentro de ti y arranca esas tristezas que se nos meten en el alma cuando nos encerramos en nosotros mismos y no somos capaces de abrir el corazón para que en él quepan los demás; mira dentro de ti y evalúa la intensidad de tu fe para ser capaz de sentir la presencia de Dios en tu vida pase lo que pase; mira dentro de ti y mide la calidad de tu esperanza. Verás entonces en donde encontrarás la verdadera alegría.
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