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miércoles, 15 de diciembre de 2021

Tenemos que decidirnos de una vez por todas a escuchar esa voz de Dios que os habla en el corazón y nos da respuesta a nuestras dudas, confusiones e interrogantes

 


Tenemos que decidirnos de una vez por todas a escuchar esa voz de Dios que os habla en el corazón y nos da respuesta a nuestras dudas, confusiones e interrogantes

Isaías 45, 6c-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23

¿Por qué no le preguntas a él? Quizás nos ha aconsejado alguien en alguna ocasión; hablábamos de un tema en relación a una persona, lo que había hecho o lo que no había hecho, lo que había dicho o lo que pensaba, lo que otros decían que había hecho o dicho, al final estábamos en una confusión terrible, no sabíamos a qué quedarnos, pero alguien sabiamente nos dijo ¿por qué no se lo preguntas a él? El interesado podrá saber más o darnos la mejor respuesta.

Andamos muchas veces en la vida con esas confusiones; pero referente a muchas cosas; al juicio que nos hacemos de las personas, y nos llenamos de desconfianzas, y andamos quizás por detrás queriendo enterarnos. Y esas confusiones nos llevan a malos entendidos, y se crean tensiones entre las personas, y aparece la desconfianza, y al final quedamos peor de lo que estábamos. Podemos poner en peligro la fama de alguien porque con nuestras medias palabras quizás creamos más confusión, o hacemos dudar a la gente. Cuántos castillos en el aire que nos hacemos, pero cuánto daño nos podemos hacer los unos a los otros. Cómo tendríamos que aprender a ir a la fuente.

Confuso podía hallarse Juan el Bautista con las noticias que le llegaban de Jesús. ¿Estaba ya encarcelado por Herodes? Es posible. Pero lo que le decían que era la predicación de Jesús y el estilo de vida que Jesús llevaba parecía que distaba mucho de la imagen que él tenía del Mesías, y en cierto modo de parte de las palabras con las que había anunciado la llegada del Mesías. Porque de eso sí estaba seguro, que era el Mesías. Así lo había sentido impulsado por el Espíritu allá en su corazón y así lo había anunciado directamente a los discípulos. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, había dicho un día y algunos de sus discípulos se habían ido con Jesús. No le importaba porque tenía la humildad y sabiduría de saber lo que era su misión, preparar los caminos del Señor. El Mesías había de crecer aunque él menguara; era consciente de ello.

Pero quizás lo que le anunciaban podía crear confusión también en sus discípulos. Por eso había enviado aquella embajada. Era mejor preguntar directamente a Jesús para encontrar la respuesta. Era la forma más pedagógica también de ayudar a sus discípulos a discernir sobre su camino. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’

Jesús había realizado aquel día muchos signos de los que fueron también testigos los discípulos del bautista que habían venido en su nombre. ‘En aquella hora Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista’. ¿No era eso lo que habían anunciado los profetas? ¿No era la señal de un mundo nuevo, de un cielo nuevo y de una nueva tierra?

‘Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!’ Allí estaban las obras de Jesús, allí estaban las señales del Reino. Directamente lo habían vivido y experimentado. No necesitaban preguntarle a nadie más.

¿También nosotros tendremos que irle a preguntar a Jesús? ¿Cómo lo haremos? Nos sentimos confusos también en ocasiones, parece que no terminamos de entender nada porque surgen nuevos problemas, se agradan los interrogantes, escuchamos decir tantas cosas a nuestro alrededor de la iglesia, de los curas, del Papa, de los cristianos que no sabemos en momentos en qué quedarnos. ¿Por qué no le preguntas a El?

Es lo que tendríamos que saber hacer, preguntar y saber escuchar, interrogarnos pero hacernos silencio por dentro para poder escuchar en verdad la voz de Dios, interiorizar de verdad buscando a Jesús, buceando en su evangelio, rumiando en nuestro interior, hablando con el Señor en nuestra oración.  ¿Seremos capaces de decidirnos de una vez por todas a escuchar en nuestro interior esa voz que nos habla, esa voz que nos revela el amor de Dios?

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