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lunes, 13 de diciembre de 2021

Oídos atentos para saber discernir lo bueno que nos puede enriquecer espiritualmente y para descubrir los signos de Dios en el mundo que nos rodea

 


Oídos atentos para saber discernir lo bueno que nos puede enriquecer espiritualmente y para descubrir los signos de Dios en el mundo que nos rodea

Números 24, 2-7. 15-17ª; Sal 24; Mateo 21, 23-27

¿Quién eres tú para decirme nada a mí?, respondemos enfadados cuando nos dicen algo que no nos gusta, nos llaman la atención por alguna cosa, o cuando esa persona nos está mostrando con su buen hacer que nosotros andamos equivocados o no estamos haciendo lo que debemos hacer.

Y vaya si estaban enfadados los fariseos y los letrados o maestros de la ley o los sacerdotes del templo. La vida de Jesús en sí misma ya era un duro reproche para su manera de actuar, pero además Jesús les señalaba claramente cómo se movían movidos por sus intereses o sus ganancias, por las situaciones que se habían creado en torno a sí buscando siempre lugares de privilegio o por lo que Jesús se había atrevido a hacer en el templo expulsando a vendedores y diciéndoles que lo habían convertido en una cueva de ladrones. Sus privilegios, su status quo se veían amenazados porque la gente podía llegar a tomar conciencia de lo que Jesús decía y denunciaba y ellos podían perder muchos privilegios.

Además a Jesús no se le conocía que perteneciera a ninguna de las escuelas rabínicas de Jerusalén o de alguna parte de Israel, y para ellos era solo un galileo que había comenzado por aquellos lugares a ganarse un prestigio y ahora en Jerusalén ya no se lo quieren permitir. Hasta Galilea, hasta Cafarnaún había llegado en ocasiones gente que espiaba a Jesús y que querían analizar con lupa lo que hacía y lo que decía. Por eso ahora, cuando está abiertamente enseñando a la gente, le vienen con la pregunta. ¿Cuál es tu autoridad? ¿Quién eres tú para ponerte a enseñar a la gente si no eres ni de la casta sacerdotal, ni los que han aprendido con otros maestros de la ley?

Quieren desmontarle la autoridad a Jesús pero es Jesús el que les desmonta sus preguntas porque ellos no saben o no se atreven – a vuelta con sus intereses – a responder a la pregunta de Jesús. Les pregunta por la autoridad del bautista para administrar aquel bautismo allá en las orillas del Jordán; les pregunta por el valor o el sentido del bautismo que Juan administraba, ¿era cosa de Dios o era cosa solamente de los hombres? Estaban cogidos, si era cosa de Dios, ¿por qué ellos no lo aceptaron? Y si era solo fruto de caprichos humanos se las iban a ver y desear con el pueblo que tenía a Juan como un profeta.

La autoridad de Jesús está por encima de ese tiquis-mikis tan propio de los hombres. Las obras de Jesús daban testimonio de su autoridad. Como vendría a reconocer un fariseo y maestro de la ley, ‘nadie puede hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él’. Por eso Jesús en otros momentos les querrá hacer comprender que sus obras son obras de Dios y que El no hace nada sino lo que el Padre le ha mandado hacer, con lo que está manifestando que está lleno del Espíritu de Dios.

¿Podrá hablarnos con Jesús como lo hace con toda claridad y con toda autoridad? ¿No seremos capaces de ver las obras de Dios en Jesús? Pero pensemos además que el Espíritu de Dios aletea por donde quiere y muchas veces se nos puede manifestar en lo que escuchamos o en lo que nos dicen los que están a nuestro lado.

Oídos atentos hemos de tener para saber discernir la bueno que nos puede ayudar y nos puede enriquecer espiritualmente escuchando esos signos de Dios en la voz de los que nos rodean. Siempre hay un mensaje bueno, siempre hay una buena palabra, siempre hay una señal que nos hable. No es que andemos como veletas de acá para allá dejándonos llevar por cualquier comentario, pero sí tenemos que saber discernir lo bueno, esa semilla buena que plantada en nuestro corazón nos puede llevar a dar buenos frutos. Estemos atentos a los signos de Dios.

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