Oídos
atentos para saber discernir lo bueno que nos puede enriquecer espiritualmente
y para descubrir los signos de Dios en el mundo que nos rodea
Números 24, 2-7. 15-17ª; Sal 24; Mateo 21,
23-27
¿Quién eres
tú para decirme nada a mí?, respondemos enfadados cuando nos dicen algo que no
nos gusta, nos llaman la atención por alguna cosa, o cuando esa persona nos
está mostrando con su buen hacer que nosotros andamos equivocados o no estamos
haciendo lo que debemos hacer.
Y vaya si
estaban enfadados los fariseos y los letrados o maestros de la ley o los
sacerdotes del templo. La vida de Jesús en sí misma ya era un duro reproche
para su manera de actuar, pero además Jesús les señalaba claramente cómo se movían
movidos por sus intereses o sus ganancias, por las situaciones que se habían
creado en torno a sí buscando siempre lugares de privilegio o por lo que Jesús
se había atrevido a hacer en el templo expulsando a vendedores y diciéndoles
que lo habían convertido en una cueva de ladrones. Sus privilegios, su status
quo se veían amenazados porque la gente podía llegar a tomar conciencia de lo
que Jesús decía y denunciaba y ellos podían perder muchos privilegios.
Además a
Jesús no se le conocía que perteneciera a ninguna de las escuelas rabínicas de
Jerusalén o de alguna parte de Israel, y para ellos era solo un galileo que
había comenzado por aquellos lugares a ganarse un prestigio y ahora en
Jerusalén ya no se lo quieren permitir. Hasta Galilea, hasta Cafarnaún había
llegado en ocasiones gente que espiaba a Jesús y que querían analizar con lupa
lo que hacía y lo que decía. Por eso ahora, cuando está abiertamente enseñando
a la gente, le vienen con la pregunta. ¿Cuál es tu autoridad? ¿Quién eres tú
para ponerte a enseñar a la gente si no eres ni de la casta sacerdotal, ni los
que han aprendido con otros maestros de la ley?
Quieren
desmontarle la autoridad a Jesús pero es Jesús el que les desmonta sus
preguntas porque ellos no saben o no se atreven – a vuelta con sus intereses –
a responder a la pregunta de Jesús. Les pregunta por la autoridad del bautista
para administrar aquel bautismo allá en las orillas del Jordán; les pregunta
por el valor o el sentido del bautismo que Juan administraba, ¿era cosa de Dios
o era cosa solamente de los hombres? Estaban cogidos, si era cosa de Dios, ¿por
qué ellos no lo aceptaron? Y si era solo fruto de caprichos humanos se las iban
a ver y desear con el pueblo que tenía a Juan como un profeta.
La autoridad
de Jesús está por encima de ese tiquis-mikis tan propio de los hombres. Las obras
de Jesús daban testimonio de su autoridad. Como vendría a reconocer un fariseo
y maestro de la ley, ‘nadie puede hacer las cosas que tú haces si Dios no
está con él’. Por eso Jesús en otros momentos les querrá hacer comprender
que sus obras son obras de Dios y que El no hace nada sino lo que el Padre le
ha mandado hacer, con lo que está manifestando que está lleno del Espíritu de
Dios.
¿Podrá
hablarnos con Jesús como lo hace con toda claridad y con toda autoridad? ¿No
seremos capaces de ver las obras de Dios en Jesús? Pero pensemos además que el
Espíritu de Dios aletea por donde quiere y muchas veces se nos puede manifestar
en lo que escuchamos o en lo que nos dicen los que están a nuestro lado.
Oídos atentos
hemos de tener para saber discernir la bueno que nos puede ayudar y nos puede
enriquecer espiritualmente escuchando esos signos de Dios en la voz de los que
nos rodean. Siempre hay un mensaje bueno, siempre hay una buena palabra,
siempre hay una señal que nos hable. No es que andemos como veletas de acá para
allá dejándonos llevar por cualquier comentario, pero sí tenemos que saber
discernir lo bueno, esa semilla buena que plantada en nuestro corazón nos puede
llevar a dar buenos frutos. Estemos atentos a los signos de Dios.
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