Somos todos importantes en la edificación del Cuerpo de Cristo
Ef. 4, 7-16; Sal. 121; Lc. 13, 1-9
Bien sabemos que un edificio está compuesto o formado
por distintos elementos. No todo son puertas ni todo son paredes, no todo son
ventanas ni sólo es el techo lo que tenemos que considerar. Es el conjunto
formado armónicamente por los diferentes elementos lo que constituirán el
edificio.
Es la imagen que nos propone hoy el apóstol en su carta
a los Efesios. Es lo que constituimos la Iglesia en sus diferentes miembros,
pero también en sus diferentes carismas y ministerios. Pero todo para ‘la edificación del cuerpo de Cristo’,
como nos dice el Apóstol. No todos en la Iglesia tenemos la misma función, pero
todos formamos parte importante de esa Iglesia.
‘Y El ha constituido a
unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y
doctores, para el perfeccionamiento del Cuerpo de Cristo…’ Así sigue siendo en la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo, pero en que cada uno de sus miembros tiene su
función, como en el edificio cada uno de los elementos tiene su razón de ser.
Pero todos caminamos unidos movidos por una misma fe y en una misma dirección. ‘Un Señor, una fe, un bautismo…’
escuchábamos que nos decía ayer el apóstol. Todos unidos en una misma comunión
construyendo el Reino de Dios.
‘Esforzaos en mantener
la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz’, escuchábamos cómo nos exhortaba
ayer el apóstol. Recordemos cómo Jesús en la última Cena rogaba al Padre por la
unidad de todos los que creyeran en El, para ser una sola cosa. Qué importante
esa unidad y esa comunión. Qué importante esa participación de cada uno en la
misión de la Iglesia desde sus carismas y cualidades, desempeñando cada uno su
función.
Y hasta el que se considera el más pequeño es
importante. Podríamos pensar qué voy a hacer yo que soy tan poquita cosa. Esa
poquita cosa que eres, esa poquita cosa que soy es ese pequeño grano de arena que
participa y colabora en la unidad del conjunto. Ese conjunto, ese edificio de
la Iglesia que está formado por esos pequeños ‘granos de arena’, que podríamos decir, pero donde todos son
importantes y hasta esenciales para la construcción de su conjunto.
Cada uno de nosotros tiene su valor. Nos podremos
considerar pequeños o mayores, gente en la plenitud de su vida y facultades, o
con múltiples limitaciones desde las discapacidades que pueda haber en nuestra
vida o desde lo que nos puede parecer la debilidad de nuestros muchos años,
desde la imposibilidad en la que nos veamos quizá a causa de la enfermedad o
desde la pobreza de nuestros medios o de nuestro ‘saber’, todos somos valiosos en la constitución de esa familia que
es la Iglesia.
Cada uno tenemos nuestros dones y a cada uno no le
faltará la gracia del Señor. ‘A cada uno
de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo’, que
nos decía el apóstol. Todo ‘para la
edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la
fe y en el conocimiento de Cristo, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en
su plenitud’. Dos veces nos lo repite ‘a
la medida del don de Cristo’, todo para conducirnos a la plenitud que en
Cristo podamos alcanzar.
Somos todos importantes en la Iglesia; el Papa, los
Obispos, los sacerdotes tienen su lugar y su ministerio; los que viven una
especial consagración al Señor en la vida religiosa con sus carismas, con su
trabajo, con su oración están por su lado contribuyendo a la construcción del
Reino de Dios; los que tienen especiales cualidades, los que han sentido en su corazón
el compromiso por el trabajo apostólico en movimientos o en diferentes acciones
eclesiales, realizan su labor por Reino; los que viven su vida en su trabajo,
en su familia, en sus compromisos sociales en medio de la comunidad están
también haciendo presente a Cristo en medio del mundo; pero todos, seamos
quienes seamos, tengamos los valores que tengamos, quizá ocultos en una vida
callada y escondida, sin embargo somos también importantes para la construcción
del Reino de Dios.
Que el Señor nos haga comprender tan hermosa tarea. Que
no enterremos nuestro talento aunque nos parezca insignificante. Que esa
semilla plantada con la gracia de Dios en nuestra vida germine y llegue a
producir muchos frutos para el Reino de Dios.