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sábado, 4 de febrero de 2017

Necesitamos un descanso que no solo nos haga reponer fuerzas sino que nos ayude a crecer humana y espiritualmente para vivir mejor nuestro encuentro con Dios y con los demás

Necesitamos un descanso que no solo nos haga reponer fuerzas sino que nos ayude a crecer humana y espiritualmente para vivir mejor nuestro encuentro con Dios y con los demás

Hebreos 13,15-17.20-21; Sal 22; Marcos 6,30-34
A lo largo de la historia una de las luchas y de los logros en el desarrollo de la humanidad ha sido el lograr un justo descanso para el hombre trabajador que no solo le haga reponer fuerzas para poder continuar desarrollando su tarea sino que le sirva también para el relax, para el encuentro con los demás y para la merecida y necesaria convivencia familiar.
En nuestra tradición judeocristiana sin embargo eso ha sido algo que ha estado marcado desde siempre, dándole un sentido sagrado y religioso puesto que ese día del descanso era también necesario para el debido culto a la divinidad. Así lo tenemos traducido en los mandamientos y en la organización de la semana laboral desde toda la historia de la salvación en el pueblo judío en el que el sábado era el día del descanso y del culto al Señor.
Justo es que en nuestra sociedad desarrollada se mantenga ese tiempo de descanso en la organización de nuestra vida, como decíamos antes para la necesaria recuperación de nuestras fuerzas pero que ha de servir también para otras muchas actividades que nos ayuden a la estabilización de nuestra vida, a nuestro crecimiento personal y también para poder contribuir mejor al bien de nuestra comunidad en tantas actividades sociales y comunitarias que en esos momentos podríamos realizar.
Descansar no es simplemente estar sin hacer nada, aunque necesitemos también ese tiempo de inactividad física; es un tiempo hermoso para la meditación, para la reflexión, para la lectura, simplemente si queremos decirlo así para pensar en nuestras cosas o en nuestros propios planteamientos revisando lo que somos o lo que hacemos. Es un tiempo muy necesario para ese crecimiento interior, esa profundización en nuestra vida, como decíamos, en lo que somos y en lo que hacemos.
Son momentos propicios para crear ilusión en nuestro corazón y en nuestros sueños plantearnos cosas nuevas para nuestra vida con nuevos proyectos, con ambiciones nobles; son momentos para ayudarnos al descubrimiento de los demás y aprender a ir al encuentro con los otros no ya por la necesidad de la vida laboral, sino simplemente para convivir y soñar juntos.
Como decíamos no es quedarnos en la inactividad o la pasividad, sino que pueden ser momentos para desarrollar nuestra creatividad más allá de lo que puedan ser nuestras obligaciones laborales o las responsabilidades ordinarias que tengamos en la vida. Nuestro descanso nos puede hacer más creativos, despertar iniciativas, ayudar a vivir una vida social más intensa y más participativa.
Me podréis decir y a cuenta de qué vienen ahora estas reflexiones en la semilla de cada día. Pues he de decir que estos pensamientos me han surgido desde lo que hoy escuchamos en el evangelio. Los apóstoles y discípulos regresan de la misión a la que Jesús les había enviado de ir anunciando el Reino. Y ahora nos dice el evangelista que Jesús quiso llevárselos a un lugar tranquilo y apartado para descansar un poco. Era, sí, el momento del descanso donde los discípulos compartirían sus experiencias en el cumplimiento de aquella misión de Jesús. Era el momento del descanso pero para estar más a solas con Jesús. Era el momento del descanso para escuchar esa palabra viva y distinta que Jesús podría decirles a cada uno según fuera su vida y lo que habían realizado.
¿No será eso también lo que nosotros espiritualmente también necesitaríamos? Ir a estar a solas con Jesús para compartir con El nuestra vida, nuestras ilusiones y nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras luchas, nuestros tropiezos y nuestros fracasos. Necesitamos descansar en el Señor. Y escuchar esa palabra que nos dirige personalmente a nuestro corazón, palabra que nos anima y que nos da fuerza, palabra que nos reconforta allá en lo más hondo de nosotros mismos y nos hace caminar con nueva fuerza.
Pero hay una cosa que también aprendemos en el evangelio de hoy. Porque vayamos al descanso en el encuentro con el Señor con nuestra oración o con nuestra celebración, sin embargo nunca nos podremos desentender de los demás. Como nos dice el evangelista cuando llegaron a aquel sitio se encontraron con una multitud hambrienta y sedienta de Dios que les estaba esperando. Es ese mundo que nos rodea del que nunca podremos desentendernos. 

viernes, 3 de febrero de 2017

Cuidemos lo que prometemos desde nuestros entusiasmos pasajeros y nunca olvidemos ni ocultemos nuestra condición de cristianos

Cuidemos lo que prometemos desde nuestros entusiasmos pasajeros y nunca olvidemos ni ocultemos nuestra condición de cristianos

Hebreos 13,1-8; Sal 26; Marcos 6,14-29
Es algo que sucede fácilmente cuando estamos entusiasmados por algo, y no digamos cuando a este entusiasmo de la fiesta le añadimos cualquier tipo de estimulantes, nos volvemos locuaces, terminamos por decir lo que no pensamos aunque en ese momento digamos que estamos siendo los más sinceros del mundo, y prometemos no sé cuantas cosas que cuando volvemos a la cordura no sabemos cómo cumplir. Muchas experiencias de este tipo podemos recordar, ya porque nos haya pasado a nosotros, o porque lo hayamos visto claramente en personas a nuestro lado.
Así estaba entusiasmado Herodes en aquella fiesta a la que había convidado a la gente principal y como suele suceder en estos casos estaba rodeado de los que se hacían llamar amigos pero en quienes todo eran adulaciones y sometimiento ante el poderoso. Vanidades de la vida. En medio de esa ‘alegría’ por llamarla de alguna manera bailó la hija de Herodías con quien estaba conviviendo a pesar de ser la mujer de su hermano. Y aquello agradó a Herodes y lo entusiasmó mucho más hasta decirle que le pidiera lo que quisiera que estuviera dispuesto a darle la mitad de su reino si se lo pedía. Las promesas nacidas de ciertos entusiasmos que se pueden volver contra nosotros. Qué prudentes tendríamos que ser para no dejarnos arrastrar por la pasión del momento.
Fue lo que aprovechó Herodías. Tanto había instigado que había logrado que Herodes, a pesar de que tenia buena consideración de Juan el Bautista, lo metiera en la cárcel, y en los calabozos estaba. Herodes decía que estaba buscando una oportunidad para soltarlo. Es que Juan le había echado en cara a Herodes que la vida que vivía no era lo correcto, que grave era su pecado de estar viviendo con la mujer de su hermano, un adulterio incestuoso. Por la defensa de la verdad y la búsqueda de la recta vida Juan estaba en la cárcel. Era un testigo y tenia que dar testimonio de lo que anunciaba cuando predicaba para ayudar a preparar los caminos del Señor que era su misión.
‘Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista’, pidió instigada por su madre. Herodes no sabía que hacer. Allí estaba la palabra que había dado, las promesas en su entusiasmo y rodeado estaba de toda su corte pronta a la fiesta de la sangre, como suele suceder. No sabia que hacer, pero estaban los respetos humanos y la posible merma de su poder si se negaba. Su cobardía, porque el principio de la vida tendría que estar por encima de todo, le llevo a condescender y así se presentó la cabeza de Juan como pedía Salomé.
¿Serán los entusiasmos momentáneos los que guíen la actuación de nuestra vida? ¿Nos dejaremos influir por los respetos humanos y dejamos a un lado lo que tendrían que ser los verdaderos principios y valores para nosotros? Muchas preguntas en este sentido tendríamos que hacernos porque hoy lo que se lleva es hacer lo que sea políticamente correcto, como se suele decir.
Pronto se olvidan principios, prontos estamos para prometer lo que no podemos cumplir, las apariencias y vanidades marcan muchas veces nuestro actuar, fácil nos es ocultar muchas veces nuestra verdadera condición, disimulamos sin importarnos mucho nuestra condición de creyentes y de cristianos porque en nuestro ambiente no se lleva, condescendemos con lo que sea con tal de que nos miren bien y no nos critiquen. Así tantas cosas que tendríamos que revisar.
No juzguemos la actuación de Herodes sino veámonos reflejados en él en muchas cosas que hacemos.

jueves, 2 de febrero de 2017

María de Candelaria nos está enseñando a llevar a Jesús en nuestros brazos iluminando con su luz las tinieblas del mundo en que vivimos

María de Candelaria nos está enseñando a llevar a Jesús en nuestros brazos iluminando con su luz las tinieblas del mundo en que vivimos

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40

Hoy hace cuarenta días que celebramos el nacimiento de Jesús, la Navidad. En un sentido tradicional y popular hoy vienen a terminar las fiestas de la Navidad, aunque litúrgicamente se culminaran en la Epifanía y el Bautismo de Jesús en el Jordán.
A los cuarenta días de su nacimiento todo primogénito varón había de ser presentado al Señor según la ley mosaica que era algo así como un reconocimiento en un pueblo creyente de que la vida viene del Señor y a El se la debemos y para El ha de ser lo mejor de nuestra vida. Por eso en la ley de Moisés todo primogénito era consagrado al Señor, de hombres y de animales. Era la acción de gracias al Señor. Es lo que hoy celebramos en la presentación de Jesús en el templo, como nos relata el evangelio de este día.
En este momento en que Jesús es llevado al templo de Jerusalén – ‘¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria’, cantan los salmos en la liturgia de este día – se suceden muchas cosas. Cumplido el rito por allá aparecen unos ancianos, primero Simeón luego aparecerá Ana una anciana profetisa, que van a cantar su especial acción de gracias al Señor.
Aquel anciano, inspirado por el Espíritu Santo, reconoce en aquel niño al que viene a ser el Salvador del pueblo de Israel y la luz para todas las naciones. Era un hombre de Dios, lleno del Espíritu del Señor, y sabía que sus ojos no se cerrarían a la luz de este mundo sin contemplar al que era la verdadera luz. Por eso prorrumpe en cánticos de alabanza al Señor porque sabe que ya se han cumplido los días de su vida  porque se cumplen las Escrituras y se cumple la promesa que en su corazón había recibido del Espíritu Santo.
Luego vendrán los anuncios y las profecías señalándolo como signo de contradicción entre los pueblos y cómo a María, su madre, una espada le atravesará el alma. Bien reflejado lo veremos a lo largo del Evangelio porque la presencia de Jesús va a ser en verdad ese signo de contradicción, mientras unos le aclaman y reconocen, se gozan en su palabra y entienden sus signos de salvación, habrá quienes vayan a la contra, no querrán entender la Palabra de Jesús y porque quieren permanecer en las tinieblas de la muerte a la muerte querrán llevar a Jesús para quitarlo de en medio. Ya bien sabemos que aquel signo de la muerte no será de derrota sino de victoria, porque será el signo de la salvación.
Ya algo podemos ir deduciendo para nuestra vida de esta reflexión que nos vamos haciendo. Tomemos también nosotros en brazos a Jesús como aquel anciano Simeón para cantar nuestra particular acción de gracias al Señor. Reconocemos también que la vida viene del Señor y a El se la debemos y por ello con nuestra vida todo ha de ser siempre para la gloria del Señor.
Consagrados del Señor también nosotros somos, como un signo hemos recibido la unción con el Crisma en nuestro Bautismo y Confirmación, y eso ha de expresar en consecuencia en la santidad de nuestra vida. Aunque nuestra vida pueda y debe significar un signo de contradicción en medio de nuestro mundo. Sí, porque nosotros no nos podemos dejar cautivar por las seducciones del mundo que nos rodea, porque nosotros hemos de manifestarnos siempre como testigos de unos valores nuevos, de un nuevo sentido de vida que del Evangelio aprendemos.
Hoy de María aprendemos a llevar en brazos a Jesús. En nuestra tierra celebramos con especial solemnidad y devoción a la Virgen en su advocación de Candelaria. Es fiesta grande para nosotros. ¿Y cómo contemplamos a María en su bendita imagen? Con Jesús en sus brazos, pero con una luz en su mano. Está diciéndonos que Jesús es nuestra luz, de quien hemos de dejarnos iluminar, a quien hemos de escuchar. Pero ¿no nos estará diciendo también cómo hemos de llevar en brazos a Jesús, cómo hemos de llevar a Jesús en nuestra vida para mostrarlo a los demás? Esa luz, esa candela encendida en las manos de María, nos está diciendo que nosotros tenemos que ser esa luz, esa luz encendida de la luz de Cristo, pero esa luz que hemos de llevar a los demás, con la que hemos de iluminar nuestro mundo.
Somos los testigos de esa luz en medio de un mundo en tinieblas, y mientras tantos se dejan seducir por luces efímeras y engañosas nosotros queremos iluminar con la verdadera y autentica luz que nos trae la salvación. Seremos signos de contradicción porque frente a las cosas aparentemente fáciles y placenteras que nos pueda ofrecer nuestro mundo nosotros presentamos esta luz que tendrá sus exigencias, porque tendremos que cuidar esa luz y no permitir que se nos apague – ya se nos dijo en nuestro bautismo -, y hemos de apartarnos de tantas tinieblas que nos quieren confundir o quieren devorarse esa luz – las tinieblas no la recibieron que nos dice san Juan en su evangelio -.  
Nos gozamos en esta fiesta de la presentación de Jesús en el templo pero que para nosotros tiene tan hermoso sabor mariano. Nos gozamos en María de Candelaria, la madre del Señor y nuestra Madre. De ella escucharemos siempre que nos dice ‘haced lo que El os diga’.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Un camino en que aprendemos de Jesús a valorar a dignificar a las personas contando siempre con los demás y queriendo caminar juntos aprendiendo unos de otros

Un camino en que aprendemos de Jesús a valorar a dignificar a las personas contando siempre con los demás y queriendo caminar juntos aprendiendo unos de otros

Hebreos 12,4-7.11-15; Sal 102; Marcos 6,1-6
‘No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa…’ es el refrán que Jesús recuerda y les comenta a las gentes de Nazaret.
Cuánto nos cuesta muchas veces valorar a los cercanos a nosotros; admiramos y valoramos lo que nos viene de fuera, los que son de otro lugar, y no queremos darnos cuenta de lo bueno que tenemos cerca de nosotros. Tenemos la tentación de comenzar a fijarnos en cosas circunstanciales más que fijarnos en los verdaderos valores de cada persona, para reconocerlo, para creer en ellos, para aprender.
Es una fácil tentación que tenemos en la vida y nos sucede en nuestras relaciones personales, pero sucede también en nuestros pueblos donde todos nos conocemos, pero que más pronto nos fijamos en las manchas que en lo que en verdad pueda resplandecer en nuestros convecinos. Está desde el chauvinismo de creernos los mejores y nadie hace nada como lo hacemos nosotros, hasta las discriminaciones que nos hacemos unos a otros porque conocemos la familia, porque conocemos lo que haya podido suceder anteriormente, porque consideramos incapaces de hacer algo bueno y que merezca la pena a esas personas que quizá comiencen a destacar por algo.
Hoy el evangelio nos habla de que Jesús fue a su pueblo, a Nazaret donde se había criado. Hasta allí había llegado su fama de predicador y taumaturgo, porque las noticias vuelan e incluso en aquellos tiempos que no tenían los medios de comunicación que hoy tenemos, las cosas se saben, se comentan, las noticias se llevaban de un lado para otro. Y Jesús fue a la sinagoga – el evangelista Lucas nos dirá hasta el texto de Isaías que Jesús proclamó y comentó – y la gente en principio se admira de lo que Jesús enseñaba.
‘¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?’ Comienza la admiración por sus palabras, pero continúa la desconfianza. ‘¿De donde saca todo eso?’ Si es que ellos lo conocían y conocían a sus parientes; si él se había criado en Nazaret como uno más de aquel pequeño pueblo; si era el hijo del carpintero, ¿Dónde ha aprendido todas esas cosas? Lo que nos pasa a nosotros tantas veces con las gentes cercanas a nosotros.
No tenían fe. Su corazón se cerraba a la gracia. Nos dice el evangelista que allí Jesús no realizó ningún milagro. Aunque ellos estaban ansiosos por verle actuar maravillas. Pero los milagros de Jesús no son un espectáculo circense. Es necesario una fe, como tantas veces Jesús les decía a aquellos que venían hasta El para que los curara. Es necesario tener otras actitudes en el corazón, y para eso hay que cambiar muchas cosas, hay que cambiar profundamente el corazón.
Es el cambio de corazón que nosotros necesitamos para aceptar a Jesús con nuestra fe, pero para aceptar también el camino que Jesús nos propone; un camino que nos dignifica, un camino en que hemos de aprender a tratar con dignidad a todas las personas; un camino del que hemos de alejar discriminaciones o viejos resentimientos; un camino en que siempre buscaremos la armonía y la valoración de todas las personas; un camino en el aprendemos a caminar juntos tendiéndonos la mano, aprendiendo siempre de los demás, queriendo compartir lo que somos y lo que tenemos; un camino de verdadero amor.

martes, 31 de enero de 2017

Un testimonio valiente de nuestra fe que vivimos con gozo también en los momentos oscuros de la vida porque siempre sentimos la presencia de vida del Señor

Un testimonio valiente de nuestra fe que vivimos con gozo también en los momentos oscuros de la vida porque siempre sentimos la presencia de vida del Señor

Hebreos 12, 1 – 4; Sal 21; Marcos 5, 21 – 43
‘Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: - Mi niña está en las últimas, ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba…’
Habían regresado de nuevo a Cafarnaún después de la corta visita a la tierra de los gerasenos. Ahora la gente se arremolina una vez más en torno a Jesús. Y allí se acerca el jefe de la sinagoga. ¿Vendrá para invitar a Jesús a hablar en la sinagoga? Ya lo solía hacer habitualmente y era normal que cualquiera pudiera participar en la oración del sábado y hacer comentario sobre la Ley y los Profetas. Son otras las cosas que trae Jairo en su corazón por su hija está en las últimas. Ha sido testigo muchas veces de cómo Jesús en la misma sinagoga o en cualquier otro lugar donde se acercasen a él los enfermos mostraba siempre su amor y su misericordia.
‘Mi niña está en las últimas, ven, pon las manos sobre ella, para que cure y viva’, es la petición que le hace a Jesús. Y allá va Jesús con él hasta su casa aunque por camino sucedan muchas cosas. Solo le está pidiendo Jesús a Jairo su fe; aunque sean duros los momentos, aunque vengan algunos diciendo que ya no hay nada que hacer, aunque se encuentra al llegar a la casa los lloros de las plañideras de turno, solo es necesaria la fe. ‘Basta que tengas fe’, le dirá Jesús.
Pero otro episodio de una grande fe se va a suceder en el camino. Una mujer con hemorragias incurables desde hace muchos años, en lo que había gastado todo lo que tenía buscando curarse se acercará también a Jesús. Aquí no mediarán palabras sino que será una fe silenciosa y que quiere pasar desapercibida. Pensaba ella que con solo tocarle la orla del manto podría curarse. Y así fue.
Pero aquella fe no puede quedarse en el anonimato. Jesús que sabe bien lo que ha ocurrido quiere hacer pública y patente aquella fe. ‘¿Quién me ha tocado?’ ¿Cómo hace tal pregunta si la gente lo apretuja por todas partes y muchos serían los empujones, las manos que se tienden para tocar a Jesús, la gente con la que se tropieza mientras va caminando? Es lo que le quieren hacer ver sus discípulos más cercanos. Pero Jesús sigue buscando con la mirada a la mujer que lo ha tocado, para quien ha llegado por su fe la salud y la salvación. ‘Hija, tu fe ha curado. Vete en paz y con salud’, le dirá finalmente Jesús cuando aquella mujer humildemente se atreva a acercase públicamente a Jesús.
Fe, vida, salud, salvación son los ejes de los distintos episodios que hoy se entrelazan en el evangelio. La fe de Jairo que pide por su hija y que ha de mantener firme frente a toda duda cuando las cosas pueden parecer que se vuelven más oscuras. Fe la de aquella mujer que calladamente acude a Jesús con la certeza de que en Jesús encontrará salud. Vida en la salud y en la vuelta a la vida de la niña que estaba en las últimas. Vida y salvación que va mucho más allá de una salud corporal que es lo que nos ofrece Jesús cuando en verdad creemos en El.
Una fe firme, con confianza, sin dudas, en el silencio y también en la proclamación publica de esa fe que anima nuestra vida. Fe de la que hemos de dar testimonio, aunque no nos entiendan, aunque se rían de nosotros como se reían de Jesús cuando decía que la niña no estaba muerta sino dormida. Fe que nos hace vivir una vida distinta de total confianza en el Señor. Fe que tenemos que contagiar a los demás para que todos puedan descubrir esa alegría que allá en lo más hondo de nosotros sentimos cuando vivimos nuestra fe. Fe que nos tiene que llevar también a la alabanza, a la acción de gracias al Señor por tantas maravillas que realiza en nosotros, por esa luz que ilumina nuestras vidas, por esa fuerza que sentimos en nuestro interior que nos salva y nos llena de vida nueva.

lunes, 30 de enero de 2017

No tengamos miedo a unas actitudes positivas en la vida que nos ayuden a crecer cada día superándonos de rutinas y de apegos de los que hemos de desprendernos

No tengamos miedo a unas actitudes positivas en la vida que nos ayuden a crecer cada día superándonos de rutinas y de apegos de los que hemos de desprendernos

Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20
Hay ocasiones en que por muy claras que tengamos las cosas delante de los ojos parece que no queremos verlas, que no queremos enterarnos. Nos puede parecer mentira, pero muchas veces también nos sucede porque no queremos verlo, porque preferimos seguir con nuestra idea o nuestro pensamiento; quizá aquello nuevo que descubrimos nos incomode, nos moleste o nos haga salir de rutinas o comodidades; pudiera ser también que nos exige cambios en los que tendríamos que desprendernos de muchas cosas, muchas ideas, o de nuestra manera de actuar, en la que pensamos que ya tenemos garantizada la vida. No hay peor ciego que el que no quiere ver, solemos decir.
La vida nos exige cambios si en verdad queremos vivirla con toda intensidad y todo sentido; no podemos acomodarnos en la rutina de siempre por muy bien que nos parezca que estamos. Si queremos en verdad darle intensidad a la vida tenemos que crecer, aunque la ropa nos quede chica y por eso tenemos que aprender nuevas actitudes, nueva manera de ver las cosas, aspirar a lo más alto, a lo mejor, superarnos en una palabra. Hemos de quitar miedos y cobardías.
Siempre ha sorprendido la actitud de la gente de Gerasa que aunque se habían visto liberada de las locuras de aquel endemoniado con la presencia y la fuerza de Jesús, sin embargo le piden que se marche. Ya hemos escuchado en el evangelio, Jesús que había atravesado el lago en la barca con los discípulos llega al lado opuesto que era ya tierra de paganos. Se encuentra allí con un hombre endemoniado al que Jesús libera de su mal. El evangelista nos da con detalle las circunstancias de aquella liberación en la que los demonios se habían apoderado de aquella piara de cerdos que osaba en las cercanías que se arrojaron acantilado abajo al lago. ¿Era quizá un medio de sustento para aquellas gentes?
Podemos verlo todo como un signo de la liberación que Jesús quiere hacernos de nuestro mal, pero que sin embargo tantas veces rechazamos, porque queremos seguir con nuestras rutinas, nuestras malas costumbres, nos cuesta arrancarnos de nuestros vicios y controlar nuestras pasiones. Cuántas veces en la vida nos hacemos oídos sordos a aquello que nuestra conciencia nos condena, a la palabra que un día escuchamos y que nos abría las puertas a algo nuevo y mejor para nuestra vida. Nos cuesta arrancarnos de nuestros apegos; nos buscamos mil justificaciones con tal de ahorrarnos esfuerzos y luchas. Permitimos que el mal siga apegado a nuestro corazón.
Hoy escuchamos este evangelio como una invitación a la superación y al crecimiento espiritual y humano. Jesús llega a nuestra vida y quiere que seamos mejores. Con Jesús a nuestro lado los resentimientos y los rencores tendrían que desaparecer de nuestro corazón aunque nos cueste mucho conseguirlo; con Jesús a nuestro lado no podemos permitirnos seguir viviendo insensibles a los sufrimientos de los demás, aunque para llevarles consuelo tengamos que implicarnos en muchas cosas que nos hagan salir de nuestra comodidad. Así tendríamos que irnos fijando en tantas rutinas de nuestra vida, en tantos apegos de los que tendríamos que saber liberarnos.
Que la Palabra caiga como buena semilla en la tierra de nuestro corazón y demos frutos de una vida mejor aprendiendo a superarnos más y más en nuestra vida de cada día. ‘Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor’, nos decía el salmo.

domingo, 29 de enero de 2017

Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido serán otras las cosas que nos van a dar plenitud y felicidad

Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido serán otras las cosas que nos van a dar plenitud y felicidad

Sofonías 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1Corintios 1, 26-31; Mateo 5, 1-12a
¿Quién no busca y desea ser dichoso, ser feliz? Es un deseo que llevamos dentro de nosotros mismos y todos buscamos la felicidad. Desearíamos que nada malo nos pasase, que estuviéramos lejos de dolores y sufrimientos, que pudiéramos tener abundantes bienes para cubrir todas nuestras necesidades e incluso contentar algunos caprichitos de cosas que nos gustaría poseer, que pudiéramos vivir en paz y en armonía con los que convivimos.
Pero quizá pronto nos damos cuenta de que no tenemos todo lo que quisiéramos, que hay cosas que nos hacen sufrir en nuestras limitaciones, dolores o carencias, que no siempre logramos que todo nos salga bien, que quizá nos vamos tropezando con personas que sufren en sus penurias o personas que por su ser nos hacen quizá sufrir, y nos preguntamos con una vida así ¿podemos ser felices? ¿Podemos alcanzar aquellos deseos de dicha y de felicidad que todos llevamos dentro? Ahí está la paradoja o quizá el problema.
Hacer que no perdamos la paz interior a pesar de los contratiempos y problemas, que no perdamos la alegría a pesar de los dolores corporales que nos puedan aparecer por nuestras limitaciones o debilidades, que seamos capaces de no perder la sonrisa a pesar de tantas cosas que nos podamos encontrar haciéndonos frente a nuestros buenos deseos, que el sufrimiento de los que nos rodean no nos haga perder un equilibrio interior que nos impulse a luchar a favor de un mundo más justo o más humano, es algo que quizá nos cuesta, ponga limitaciones a esa felicidad que deseamos. 
¿Cómo podemos ser felices? ¿Dónde encontrar una felicidad que de verdad nos llene por dentro? Ponerla solo en la posesión de cosas, la felicidad del tener es una felicidad efímera que pronto puede pasar, pero que no deja huella dentro de nosotros que plenifique nuestra vida. Estar sobrado de salud o pensar que la vida no tiene sus dificultades y limitaciones pronto nos hará caer en la cuenta que solo por ese camino no vamos a ser felices. Tenemos que buscar algo que colme nuestras mejores expectativas, nos de una plenitud a nuestra vida para tener un sentido por el que luchar y trabajar, encontrar aquello que nos enriquezca por dentro porque nos haga mejores personas y en consecuencia nos lleve a un encuentro mas pleno con los demás, con ese mundo que nos rodea.
Hoy Jesús en el evangelio nos ofrece un camino lleno de paradojas pero que realmente será el que nos conduzca por sendas de autentica felicidad. Nos habla de los pobres y de los que nada tienen, nos habla de los que sufren o de los que tienen una inquietud en su interior que parece que no les deja tranquilos, nos habla de los que quieren caminar por la vida sin malicias ni desconfianzas y de los que van a hacer frente a ese mundo de violencias con unas armas que no son precisamente armas de guerra, nos habla de los que sinceramente quieren poner el corazón en las miserias que puedan tener los demás, y de los que lloran porque quizás se ven imposibilitados para muchas cosas que no podrán conseguir a pesar de sus buenos deseos, y nos habla incluso de los que son incomprendidos por que hacen el bien y hasta habrá alguien que se lo tome a mal y hasta quiera hacerles la vida imposible.
Y a esos les dice que serán felices, que serán dichosos, que eso bueno y justo que desean desde lo más hondo de si mismos lo van a tener en plenitud, que encontraran consuelo para sus penas y llantos, que esa vida sin malicia ni maldad que viven les hará descubrir el más autentico rostro de Dios y que van a encontrar también ese corazón que se pondrá a su lado en sus propias miserias y necesidades. Para ellos les dice será la felicidad más grande, porque para ellos es el Reino de Dios.
Jesús había comenzado su predicación anunciando que llegaba el tiempo del Reino de Dios, que era necesario en verdad cambiar el corazón y poner toda la fe en Dios y en su Palabra. Y nos hablaba del Reino de Dios como la dicha más grande que podríamos alcanzar y los corazones se llenaban de esperanza cuando veían los signos que Jesús iba realizando de ese Reino de Dios. Y ahora nos dice como podemos vivir ese Reino de Dios y con El alcanzar la felicidad y la dicha más grande.
Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido, serán otras las cosas que nos van a dar plenitud, es un sentido nuevo el que le vamos a ir dando a la vida, lo importante no será las cosas que tengamos sino lo que seamos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Será una vida llena de Dios y llena entonces de amor; será una vida que vivamos sin malicias y sin la búsqueda de intereses materiales porque lo que nos importa será hacer felices a los demás, a los que nos rodean, a pesar de sus penurias y necesidades, a pesar de sus lloros y sufrimientos, porque vamos a luchar por el bien, por la justicia, por todo lo bueno que pueda dar plenitud al otro y en eso encontraremos la satisfacción más grande que llena nuestro espíritu, la verdadera felicidad.
No importa que nos desprendamos de lo que tenemos porque queremos compartirlo con los demás, no importa que lloremos con los que lloran porque queremos ser su consuelo, no importan las incomprensiones y hasta desprecios que encontremos porque nos sentimos comprometidos con el bien. Eso bueno que queremos hacer y con lo que queremos dar más felicidad a los demás nos hará a nosotros felices y dichosos. Son las bienaventuranzas que hoy Jesús nos propone en el Sermón del Monte.