Necesitamos un descanso que no solo nos haga reponer fuerzas sino que nos ayude a crecer humana y espiritualmente para vivir mejor nuestro encuentro con Dios y con los demás
Hebreos
13,15-17.20-21; Sal 22; Marcos 6,30-34
A lo largo de la historia una de las luchas y de los logros en el
desarrollo de la humanidad ha sido el lograr un justo descanso para el hombre
trabajador que no solo le haga reponer fuerzas para poder continuar
desarrollando su tarea sino que le sirva también para el relax, para el encuentro
con los demás y para la merecida y necesaria convivencia familiar.
En nuestra tradición judeocristiana sin embargo eso ha sido algo que
ha estado marcado desde siempre, dándole un sentido sagrado y religioso puesto
que ese día del descanso era también necesario para el debido culto a la
divinidad. Así lo tenemos traducido en los mandamientos y en la organización de
la semana laboral desde toda la historia de la salvación en el pueblo judío en
el que el sábado era el día del descanso y del culto al Señor.
Justo es que en nuestra sociedad desarrollada se mantenga ese tiempo
de descanso en la organización de nuestra vida, como decíamos antes para la
necesaria recuperación de nuestras fuerzas pero que ha de servir también para
otras muchas actividades que nos ayuden a la estabilización de nuestra vida, a
nuestro crecimiento personal y también para poder contribuir mejor al bien de
nuestra comunidad en tantas actividades sociales y comunitarias que en esos
momentos podríamos realizar.
Descansar no es simplemente estar sin hacer nada, aunque necesitemos
también ese tiempo de inactividad física; es un tiempo hermoso para la
meditación, para la reflexión, para la lectura, simplemente si queremos decirlo
así para pensar en nuestras cosas o en nuestros propios planteamientos
revisando lo que somos o lo que hacemos. Es un tiempo muy necesario para ese
crecimiento interior, esa profundización en nuestra vida, como decíamos, en lo
que somos y en lo que hacemos.
Son momentos propicios para crear ilusión en nuestro corazón y en
nuestros sueños plantearnos cosas nuevas para nuestra vida con nuevos
proyectos, con ambiciones nobles; son momentos para ayudarnos al descubrimiento
de los demás y aprender a ir al encuentro con los otros no ya por la necesidad
de la vida laboral, sino simplemente para convivir y soñar juntos.
Como decíamos no es quedarnos en la inactividad o la pasividad, sino
que pueden ser momentos para desarrollar nuestra creatividad más allá de lo que
puedan ser nuestras obligaciones laborales o las responsabilidades ordinarias
que tengamos en la vida. Nuestro descanso nos puede hacer más creativos,
despertar iniciativas, ayudar a vivir una vida social más intensa y más
participativa.
Me podréis decir y a cuenta de qué vienen ahora estas reflexiones en
la semilla de cada día. Pues he de decir que estos pensamientos me han surgido
desde lo que hoy escuchamos en el evangelio. Los apóstoles y discípulos
regresan de la misión a la que Jesús les había enviado de ir anunciando el
Reino. Y ahora nos dice el evangelista que Jesús quiso llevárselos a un lugar
tranquilo y apartado para descansar un poco. Era, sí, el momento del descanso
donde los discípulos compartirían sus experiencias en el cumplimiento de
aquella misión de Jesús. Era el momento del descanso pero para estar más a
solas con Jesús. Era el momento del descanso para escuchar esa palabra viva y
distinta que Jesús podría decirles a cada uno según fuera su vida y lo que
habían realizado.
¿No será eso también lo que nosotros espiritualmente también necesitaríamos?
Ir a estar a solas con Jesús para compartir con El nuestra vida, nuestras
ilusiones y nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras luchas, nuestros
tropiezos y nuestros fracasos. Necesitamos descansar en el Señor. Y escuchar
esa palabra que nos dirige personalmente a nuestro corazón, palabra que nos
anima y que nos da fuerza, palabra que nos reconforta allá en lo más hondo de
nosotros mismos y nos hace caminar con nueva fuerza.
Pero hay una cosa que también aprendemos en el evangelio de hoy. Porque
vayamos al descanso en el encuentro con el Señor con nuestra oración o con
nuestra celebración, sin embargo nunca nos podremos desentender de los demás.
Como nos dice el evangelista cuando llegaron a aquel sitio se encontraron con
una multitud hambrienta y sedienta de Dios que les estaba esperando. Es ese
mundo que nos rodea del que nunca podremos desentendernos.