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domingo, 29 de enero de 2017

Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido serán otras las cosas que nos van a dar plenitud y felicidad

Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido serán otras las cosas que nos van a dar plenitud y felicidad

Sofonías 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1Corintios 1, 26-31; Mateo 5, 1-12a
¿Quién no busca y desea ser dichoso, ser feliz? Es un deseo que llevamos dentro de nosotros mismos y todos buscamos la felicidad. Desearíamos que nada malo nos pasase, que estuviéramos lejos de dolores y sufrimientos, que pudiéramos tener abundantes bienes para cubrir todas nuestras necesidades e incluso contentar algunos caprichitos de cosas que nos gustaría poseer, que pudiéramos vivir en paz y en armonía con los que convivimos.
Pero quizá pronto nos damos cuenta de que no tenemos todo lo que quisiéramos, que hay cosas que nos hacen sufrir en nuestras limitaciones, dolores o carencias, que no siempre logramos que todo nos salga bien, que quizá nos vamos tropezando con personas que sufren en sus penurias o personas que por su ser nos hacen quizá sufrir, y nos preguntamos con una vida así ¿podemos ser felices? ¿Podemos alcanzar aquellos deseos de dicha y de felicidad que todos llevamos dentro? Ahí está la paradoja o quizá el problema.
Hacer que no perdamos la paz interior a pesar de los contratiempos y problemas, que no perdamos la alegría a pesar de los dolores corporales que nos puedan aparecer por nuestras limitaciones o debilidades, que seamos capaces de no perder la sonrisa a pesar de tantas cosas que nos podamos encontrar haciéndonos frente a nuestros buenos deseos, que el sufrimiento de los que nos rodean no nos haga perder un equilibrio interior que nos impulse a luchar a favor de un mundo más justo o más humano, es algo que quizá nos cuesta, ponga limitaciones a esa felicidad que deseamos. 
¿Cómo podemos ser felices? ¿Dónde encontrar una felicidad que de verdad nos llene por dentro? Ponerla solo en la posesión de cosas, la felicidad del tener es una felicidad efímera que pronto puede pasar, pero que no deja huella dentro de nosotros que plenifique nuestra vida. Estar sobrado de salud o pensar que la vida no tiene sus dificultades y limitaciones pronto nos hará caer en la cuenta que solo por ese camino no vamos a ser felices. Tenemos que buscar algo que colme nuestras mejores expectativas, nos de una plenitud a nuestra vida para tener un sentido por el que luchar y trabajar, encontrar aquello que nos enriquezca por dentro porque nos haga mejores personas y en consecuencia nos lleve a un encuentro mas pleno con los demás, con ese mundo que nos rodea.
Hoy Jesús en el evangelio nos ofrece un camino lleno de paradojas pero que realmente será el que nos conduzca por sendas de autentica felicidad. Nos habla de los pobres y de los que nada tienen, nos habla de los que sufren o de los que tienen una inquietud en su interior que parece que no les deja tranquilos, nos habla de los que quieren caminar por la vida sin malicias ni desconfianzas y de los que van a hacer frente a ese mundo de violencias con unas armas que no son precisamente armas de guerra, nos habla de los que sinceramente quieren poner el corazón en las miserias que puedan tener los demás, y de los que lloran porque quizás se ven imposibilitados para muchas cosas que no podrán conseguir a pesar de sus buenos deseos, y nos habla incluso de los que son incomprendidos por que hacen el bien y hasta habrá alguien que se lo tome a mal y hasta quiera hacerles la vida imposible.
Y a esos les dice que serán felices, que serán dichosos, que eso bueno y justo que desean desde lo más hondo de si mismos lo van a tener en plenitud, que encontraran consuelo para sus penas y llantos, que esa vida sin malicia ni maldad que viven les hará descubrir el más autentico rostro de Dios y que van a encontrar también ese corazón que se pondrá a su lado en sus propias miserias y necesidades. Para ellos les dice será la felicidad más grande, porque para ellos es el Reino de Dios.
Jesús había comenzado su predicación anunciando que llegaba el tiempo del Reino de Dios, que era necesario en verdad cambiar el corazón y poner toda la fe en Dios y en su Palabra. Y nos hablaba del Reino de Dios como la dicha más grande que podríamos alcanzar y los corazones se llenaban de esperanza cuando veían los signos que Jesús iba realizando de ese Reino de Dios. Y ahora nos dice como podemos vivir ese Reino de Dios y con El alcanzar la felicidad y la dicha más grande.
Cuando sentimos en verdad que Dios es nuestro único Señor todo cambia de sentido, serán otras las cosas que nos van a dar plenitud, es un sentido nuevo el que le vamos a ir dando a la vida, lo importante no será las cosas que tengamos sino lo que seamos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Será una vida llena de Dios y llena entonces de amor; será una vida que vivamos sin malicias y sin la búsqueda de intereses materiales porque lo que nos importa será hacer felices a los demás, a los que nos rodean, a pesar de sus penurias y necesidades, a pesar de sus lloros y sufrimientos, porque vamos a luchar por el bien, por la justicia, por todo lo bueno que pueda dar plenitud al otro y en eso encontraremos la satisfacción más grande que llena nuestro espíritu, la verdadera felicidad.
No importa que nos desprendamos de lo que tenemos porque queremos compartirlo con los demás, no importa que lloremos con los que lloran porque queremos ser su consuelo, no importan las incomprensiones y hasta desprecios que encontremos porque nos sentimos comprometidos con el bien. Eso bueno que queremos hacer y con lo que queremos dar más felicidad a los demás nos hará a nosotros felices y dichosos. Son las bienaventuranzas que hoy Jesús nos propone en el Sermón del Monte.

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