Aprendamos a saborear la ley del Señor llenando nuestro corazón de paz
Col. 1, 21-23; Sal. 53; Lc. 6, 1-5
Un simple gesto como estrujar unas espigas para comer
unos granos, como quien coge cualquier fruta que esté en un árbol junto al
camino, y vemos los comentarios y reacciones que se produjeron en los fariseos.
Era sábado y aquello podía considerarse como romper el descanso sabático, como
si el descanso sabático estuviera reñido con el bien del hombre. ‘¿Por qué hacéis en sábado lo que no está
permitido?’, les preguntan. Y ya vemos la respuesta de Jesús en que se
manifiesta como el Señor del sábado, de la vida y del hombre, recordando
también hechos que se reflejaban en la Escritura y que por el bien de la
persona permitían hacer lo que por otra parte podría resultar impensable en el
cumplimiento estricto de la ley.
El descanso sabático que esta pensado para dedicar el
tiempo para Dios, para su culto, pero que buscaba también el bien de la
persona, porque cuando en otras costumbres y leyes no había ningún día de
descanso, en la ley del Señor se prescribía ese descanso que tenía que
repercutir en el bien de la persona.
Pero ya conocemos la manera de actuar de los fariseos
tan legalistas ellos cuando se trataba de exigir a los demás. Como dirá Jesús
en otra ocasión ‘ni entran ni dejan
entrar’; siempre dispuestos a poner pesadas cargas sobre los hombres de los
demás mientras ellos no son capaces ni de mover un dedo para tener compasión
con los demás. Y es que lo que era la ley del Señor la habían traducido luego
en numerosas normas y preceptos donde
parecía que todo estaba reglamentado y se vivía luego como con un agobio
esclavizante ante el hecho de si se cumplía o no la ley del Señor.
Y es que la ley del Señor nunca la podemos ver como una
pesada carga que haga insoportable la vida de las personas, sino todo lo
contrario; buscando la gloria del Señor estamos buscando siempre el bien del
hombre, el bien de la persona, porque nos impedirá hacerle daño y lo que
buscará siempre es salvar la dignidad de todo ser humano. Por eso no podemos
entrar en el juego de los fariseos quedándonos en minucias y en cosas sin
importancia, sino que hemos de aprender a saborear la ley del Señor. Como
escuchamos en otros lugares del evangelio Jesús se quejará de esa actitud de
los fariseos porque lo que enseñan son preceptos humanos, pero su corazón está
lejos de Dios.
‘La ley del Señor es
descanso del alma’,
decimos en los salmos, y es la sabiduría del pueblo elegido del Señor. Recordamos
aquello que decía el autor sagrado preguntándose si habría un pueblo que
tuviera una sabiduría tan grande en sus leyes como ellos lo tenían en la ley
del Señor.
‘Instrúyeme en el
camino de tus mandatos que son mi delicia, los amo profundamente… cuanto anhelo
tus decretos, dame vida con tu salvación’, repetimos en los salmos. Muchos
textos podríamos recoger para expresar el gozo del creyente cuando cumple la
ley del Señor. Así tenemos que aprender a saborear los mandatos del Señor que
siempre moverán nuestro corazón a la ternura y a la compasión. Dejarnos
instruir por la sabiduría de Dios para encontrar gusto en la ley del Señor,
para sentirnos siempre felices cumpliendo los mandamientos de Dios.
Triste es la vida de aquellos que quieren ser muy
cumplidores hasta en las más pequeñas cosas, pero luego no son capaces de tener
un corazón compasivo y misericordioso con el hermano que está a su lado. Dichoso
el que tiene siempre ante sus ojos el mandamiento del Señor porque sabrá
siempre buscar lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo que es la gloria del Señor,
que nunca es ajena al bien del hombre.
Aprendamos, pues, a saborear la ley del Señor, pero
viviéndola sin agobios, con mucha paz, porque el Señor conoce muy bien el
corazón del hombre.