Demos gracias a Dios por esa Iglesia Diocesana a la que pertenecemos
Apoc. 21, 1-5; Sal. 121; Jn. 10, 22-30
Hoy para nuestra diócesis de Tenerife es una fecha muy
especial por cuanto celebramos el aniversario de la consagración de nuestra
Catedral, pero además cumpliéndose además su primer centenario; aunque no lo
podamos celebrar en el propio templo catedralicio por encontrarse en las obras
de restauración de todos conocidas, no deja de tener por eso para los
cristianos que formamos parte de esta Iglesia Diocesana una especial
relevancia.
Cuando estamos celebrando una fiesta como ésta de la
dedicación de la Catedral no lo hacemos solamente desde el orgullo humano que
podamos sentir por un templo que pueda ser una expresión de un patrimonio
cultural de una comunidad o como un edificio que sea un símbolo importante para
la ciudad y como una expresión artística que enriquezca y dé categoría a un
lugar determinado, que también, por supuesto, lo puede ser. Pero es algo más lo
que los cristianos queremos celebrar.
La catedral no es un templo más; es, podríamos decir,
nuestro templo madre porque es la sede del Obispo que como sucesor de los
Apóstoles nos preside en la fe y en la caridad y desde él extiende por todos
los rincones de nuestra Iglesia su magisterio anunciándonos la Palabra del
Señor, el Evangelio de Jesús. De ahí el nombre de catedral que viene de cátedra
y cátedra es el lugar desde donde se nos proclama una enseñanza; por eso la
catedral es la sede del Obispo, el templo que viene a ser signo muy importante
de la unidad de toda la Iglesia en torno a Cristo y a quien lo representa como
su Vicario en la Diócesis como verdadero y autentico sucesor de los Apóstoles.
Ya venimos diciendo cosas importantes que nos explican
y dan sentido a nuestra celebración y que nos ayudan a vivir con verdadero
sentido eclesial nuestra fe en Jesús. Contemplamos esta casa visible, este
templo construido, donde nos reunimos y celebramos nuestra fe; luego este
templo material, la catedral, viene a ser signo de unión y de comunión, porque
no solo ahí somos congregados para celebrar y alimentar nuestra fe, sino que
desde esa unión y comunión vamos a manifestarnos como signo de esa Iglesia de
Jesús frente al mundo que nos rodea.
Por eso decimos en unos de los prefacios propios de esta
fiesta que ‘en esta casa visible que
hemos construido, donde reúnes y proteges sin cesar a esta familia que hacia ti
peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu
comunión con nosotros’. Allí nos sentimos congregados, allí nos alimentamos
de la Palabra que se nos proclama y de los Sacramentos que celebramos, allí
unidos y congregados manifestamos esa comunión que con Dios hemos de vivir,
pero también de esa comunión de hermanos formamos los que somos una sola
familia. Verdadero signo de comunión es para nosotros la catedral que se
convierte en una exigencia para ser capaces de llegar a vivir entre nosotros
dicha comunión.
Hablamos de ese templo material donde nos reunimos para
rendir nuestro culto a Dios pero del que tenemos que trascender para pensar en
ese verdadero templo de Dios que nosotros hemos de ser como cristianos y lo que
en verdad la Iglesia en si misma lo es en medio del mundo. No nos quedamos en
el templo material, necesariamente hemos de pensar en ese templo espiritual que
somos nosotros desde nuestra consagración bautismal. En ese templo material con
el culto que allí le damos a Dios, con la proclamación de la Palabra y la
celebración de los sacramentos vamos edificando ese verdadero templo de Dios
que somos nosotros haciendo que resplandezca, entonces, nuestra vida de gloria
y de santidad.
Templo aquí en la tierra e Iglesia peregrina en este
mundo que viene a ser un signo temporal de la Jerusalén del cielo. Por la
santidad con que hemos de manifestarnos los que aun peregrinamos en este mundo,
sintiendo de verdad cómo Dios quiere habitar en medio nuestro, queremos ser un
signo y un anticipo de esa Jerusalén del cielo que, como nos decía el Apocalipsis,
contemplamos como ‘la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una
novia que se adorna para su esposo’. Somos el nuevo pueblo de Dios en el
que El quiere habitar, estar para siempre con nosotros; que resplandezcamos,
entonces, por la santidad de nuestra vida, para que podamos ser para cuantos
nos rodean signos de esa presencia y de ese amor de Dios.
Damos gracias por ser Iglesia; damos gracias por esa
Iglesia a la que pertenecemos; nos sentimos en verdadera comunión de iglesia
con todos nuestros hermanos que peregrinamos juntos en nuestra tierra; queremos
sentirnos reunidos y congregados en esa comunión de Iglesia y pedimos al Señor
que pronto de nuevo podamos congregarnos en nuestra Iglesia catedral.
Que de la misma manera que estamos renovando,
reedificando ese templo material, así todos nos sintamos renovados en nuestra
fe y en nuestra comunión en torno a Jesús y a su Vicario - así lo llama el
concilio en la constitución sobre la Iglesia - el Obispo que nos preside en la
fe y en el amor, y en comunión con toda la Iglesia universal y al Papa.
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