Vistas de página en total

viernes, 6 de septiembre de 2013

Demos gracias a Dios por esa Iglesia Diocesana a la que pertenecemos

Demos gracias a Dios por esa Iglesia Diocesana a la que pertenecemos

Apoc. 21, 1-5; Sal. 121; Jn. 10, 22-30
Hoy para nuestra diócesis de Tenerife es una fecha muy especial por cuanto celebramos el aniversario de la consagración de nuestra Catedral, pero además cumpliéndose además su primer centenario; aunque no lo podamos celebrar en el propio templo catedralicio por encontrarse en las obras de restauración de todos conocidas, no deja de tener por eso para los cristianos que formamos parte de esta Iglesia Diocesana una especial relevancia.
Cuando estamos celebrando una fiesta como ésta de la dedicación de la Catedral no lo hacemos solamente desde el orgullo humano que podamos sentir por un templo que pueda ser una expresión de un patrimonio cultural de una comunidad o como un edificio que sea un símbolo importante para la ciudad y como una expresión artística que enriquezca y dé categoría a un lugar determinado, que también, por supuesto, lo puede ser. Pero es algo más lo que los cristianos queremos celebrar.
La catedral no es un templo más; es, podríamos decir, nuestro templo madre porque es la sede del Obispo que como sucesor de los Apóstoles nos preside en la fe y en la caridad y desde él extiende por todos los rincones de nuestra Iglesia su magisterio anunciándonos la Palabra del Señor, el Evangelio de Jesús. De ahí el nombre de catedral que viene de cátedra y cátedra es el lugar desde donde se nos proclama una enseñanza; por eso la catedral es la sede del Obispo, el templo que viene a ser signo muy importante de la unidad de toda la Iglesia en torno a Cristo y a quien lo representa como su Vicario en la Diócesis como verdadero y autentico sucesor de los Apóstoles.
Ya venimos diciendo cosas importantes que nos explican y dan sentido a nuestra celebración y que nos ayudan a vivir con verdadero sentido eclesial nuestra fe en Jesús. Contemplamos esta casa visible, este templo construido, donde nos reunimos y celebramos nuestra fe; luego este templo material, la catedral, viene a ser signo de unión y de comunión, porque no solo ahí somos congregados para celebrar y alimentar nuestra fe, sino que desde esa unión y comunión vamos a manifestarnos como signo de esa Iglesia de Jesús frente al mundo que nos rodea.
Por eso decimos en unos de los prefacios propios de esta fiesta que ‘en esta casa visible que hemos construido, donde reúnes y proteges sin cesar a esta familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros’. Allí nos sentimos congregados, allí nos alimentamos de la Palabra que se nos proclama y de los Sacramentos que celebramos, allí unidos y congregados manifestamos esa comunión que con Dios hemos de vivir, pero también de esa comunión de hermanos formamos los que somos una sola familia. Verdadero signo de comunión es para nosotros la catedral que se convierte en una exigencia para ser capaces de llegar a vivir entre nosotros dicha comunión.
Hablamos de ese templo material donde nos reunimos para rendir nuestro culto a Dios pero del que tenemos que trascender para pensar en ese verdadero templo de Dios que nosotros hemos de ser como cristianos y lo que en verdad la Iglesia en si misma lo es en medio del mundo. No nos quedamos en el templo material, necesariamente hemos de pensar en ese templo espiritual que somos nosotros desde nuestra consagración bautismal. En ese templo material con el culto que allí le damos a Dios, con la proclamación de la Palabra y la celebración de los sacramentos vamos edificando ese verdadero templo de Dios que somos nosotros haciendo que resplandezca, entonces, nuestra vida de gloria y de santidad.
Templo aquí en la tierra e Iglesia peregrina en este mundo que viene a ser un signo temporal de la Jerusalén del cielo. Por la santidad con que hemos de manifestarnos los que aun peregrinamos en este mundo, sintiendo de verdad cómo Dios quiere habitar en medio nuestro, queremos ser un signo y un anticipo de esa Jerusalén del cielo que, como nos decía el Apocalipsis, contemplamos como ‘la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo’. Somos el nuevo pueblo de Dios en el que El quiere habitar, estar para siempre con nosotros; que resplandezcamos, entonces, por la santidad de nuestra vida, para que podamos ser para cuantos nos rodean signos de esa presencia y de ese amor de Dios.
Damos gracias por ser Iglesia; damos gracias por esa Iglesia a la que pertenecemos; nos sentimos en verdadera comunión de iglesia con todos nuestros hermanos que peregrinamos juntos en nuestra tierra; queremos sentirnos reunidos y congregados en esa comunión de Iglesia y pedimos al Señor que pronto de nuevo podamos congregarnos en nuestra Iglesia catedral.

Que de la misma manera que estamos renovando, reedificando ese templo material, así todos nos sintamos renovados en nuestra fe y en nuestra comunión en torno a Jesús y a su Vicario - así lo llama el concilio en la constitución sobre la Iglesia - el Obispo que nos preside en la fe y en el amor, y en comunión con toda la Iglesia universal y al Papa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario