Sigamos
nuestro camino de cuaresma queriendo sintonizar con el amor de Dios que se nos
manifiesta tan palpablemente en el amor y la cercanía de Jesús
Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
‘Jamás ha hablado nadie
como ese hombre’. Son los
sencillos los que lo reconocen. Mientras los que se creen entendidos, los
poderosos andarán con sus discusiones, sus elucubraciones, sus interpretaciones
interesadas porque ellos son los que saben, ellos son los que pueden, qué van
decir esos incultos que no entienden nada. Que si el Mesías no sabemos de donde
viene, que a éste lo conocen bien, que nunca ha salido un profeta de Galilea,
veinte mil cosas que se dicen y se razonan para si mismos porque no quieren
aceptar la realidad.
Nos pasa en la vida tantas
veces. Nos creemos poseedores de la verdad que hacemos nuestra y buscaremos mil
razonamientos para convencernos y para querer convencer a los demás; pero aquí
es el bosque enmarañado de cosas y razonamientos interesados el que no nos deja
ver al auténtico árbol.
Nos pasa en las
apreciaciones que nos hacemos de los demás; nos pasa en la manera de entender
las cosas y la solución de los problemas que no queremos dar razón nunca al que
consideramos un contrincante; nos pasa en nuestros afanes de grandeza y de
poder donde siempre queremos quitar de en medio a quien nos pudiera hacer
sombra y quizá no permitirnos alcanzar aquel puesto o aquella ganancia en lo
que estamos tan interesados.
Así andaban ofuscados la
gente principal e influyente entre los judíos, a quienes molestaba aquel nuevo
sentido de las cosas que Jesús venia a descubrirles. Pero a los sencillos que
no andan tan interesados en la vida por sus influencias y ganancias, se les da
despertado una esperanza con las palabras, los anuncios y los signos que Jesús
va realizando que en verdad puede comenzar un mundo nuevo.
‘Jamás nadie ha hablado
como este hombre’,
razonarán aquellos que fueron enviados a prender a Jesús y que vuelven con las
manos vacías. No habían podido prenderle, porque ellos eran los primeros que se
sentían cautivados por las palabras y los gestos de Jesús aunque esto pudiera
costarles el puesto. Estaban dispuestos a todo y por eso vuelven sin haber
cumplido la misión que les habían confiado. Pero es que no había llegado la
hora de Jesús.
Es el Dios que se revela a
los pequeños y a los sencillos; es el Dios a quien podemos alcanzar solo desde
los caminos de la humildad y del amor. Los signos de la presencia de Dios en el
mundo solo los podrán sintonizar los que sepan sintonizar con el amor, los que
sean sensibles en la vida para las cosas buenas, los que tienen generosidad en
su corazón, los que caminan caminos de sencillez y de humildad, los que saben
hacerse pequeños por el Reino de los cielos.
Sigamos nuestro camino de
cuaresma queriendo sintonizar con el amor de Dios que se nos manifiesta tan
palpablemente en Jesús. Toda su vida es un signo del amor que Dios nos tiene.
Entremos, pues, en esa sintonía de Dios para escucharle, para vivirle, para que
haya verdadera pascua en nuestra vida, porque haya paso de Dios por nuestra
vida con su amor y así nos sintamos
verdaderamente transformados. Aprenderemos así a mirar con ojos distintos a
cuantos nos rodean y la vida misma.