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sábado, 17 de marzo de 2018

Sigamos nuestro camino de cuaresma queriendo sintonizar con el amor de Dios que se nos manifiesta tan palpablemente en el amor y la cercanía de Jesús


Sigamos nuestro camino de cuaresma queriendo sintonizar con el amor de Dios que se nos manifiesta tan palpablemente en el amor y la cercanía de Jesús

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53

‘Jamás ha hablado nadie como ese hombre’. Son los sencillos los que lo reconocen. Mientras los que se creen entendidos, los poderosos andarán con sus discusiones, sus elucubraciones, sus interpretaciones interesadas porque ellos son los que saben, ellos son los que pueden, qué van decir esos incultos que no entienden nada. Que si el Mesías no sabemos de donde viene, que a éste lo conocen bien, que nunca ha salido un profeta de Galilea, veinte mil cosas que se dicen y se razonan para si mismos porque no quieren aceptar la realidad.
Nos pasa en la vida tantas veces. Nos creemos poseedores de la verdad que hacemos nuestra y buscaremos mil razonamientos para convencernos y para querer convencer a los demás; pero aquí es el bosque enmarañado de cosas y razonamientos interesados el que no nos deja ver al auténtico árbol.
Nos pasa en las apreciaciones que nos hacemos de los demás; nos pasa en la manera de entender las cosas y la solución de los problemas que no queremos dar razón nunca al que consideramos un contrincante; nos pasa en nuestros afanes de grandeza y de poder donde siempre queremos quitar de en medio a quien nos pudiera hacer sombra y quizá no permitirnos alcanzar aquel puesto o aquella ganancia en lo que estamos tan interesados.
Así andaban ofuscados la gente principal e influyente entre los judíos, a quienes molestaba aquel nuevo sentido de las cosas que Jesús venia a descubrirles. Pero a los sencillos que no andan tan interesados en la vida por sus influencias y ganancias, se les da despertado una esperanza con las palabras, los anuncios y los signos que Jesús va realizando que en verdad puede comenzar un mundo nuevo.
‘Jamás nadie ha hablado como este hombre’, razonarán aquellos que fueron enviados a prender a Jesús y que vuelven con las manos vacías. No habían podido prenderle, porque ellos eran los primeros que se sentían cautivados por las palabras y los gestos de Jesús aunque esto pudiera costarles el puesto. Estaban dispuestos a todo y por eso vuelven sin haber cumplido la misión que les habían confiado. Pero es que no había llegado la hora de Jesús.
Es el Dios que se revela a los pequeños y a los sencillos; es el Dios a quien podemos alcanzar solo desde los caminos de la humildad y del amor. Los signos de la presencia de Dios en el mundo solo los podrán sintonizar los que sepan sintonizar con el amor, los que sean sensibles en la vida para las cosas buenas, los que tienen generosidad en su corazón, los que caminan caminos de sencillez y de humildad, los que saben hacerse pequeños por el Reino de los cielos.
Sigamos nuestro camino de cuaresma queriendo sintonizar con el amor de Dios que se nos manifiesta tan palpablemente en Jesús. Toda su vida es un signo del amor que Dios nos tiene. Entremos, pues, en esa sintonía de Dios para escucharle, para vivirle, para que haya verdadera pascua en nuestra vida, porque haya paso de Dios por nuestra vida con su amor y así  nos sintamos verdaderamente transformados. Aprenderemos así a mirar con ojos distintos a cuantos nos rodean y la vida misma.


viernes, 16 de marzo de 2018

Contemplamos la grandeza del amor y nos sentimos agradecidos al tiempo que impulsados al mismo amor aunque nos cueste llegar a vivir la Pascua de Jesús


Contemplamos la grandeza del amor y nos sentimos agradecidos al tiempo que impulsados al mismo amor aunque nos cueste llegar a vivir la Pascua de Jesús

Sabiduría 2,1ª.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30
‘Intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora…’ Ha comenzado el acoso de Jesús, buscaban quitarlo de en medio; en las discusiones con Jesús no podían con El, pero para ellos Jesús era un problema. Maquinarán por un lado y por otro para quitarlo de en medio.
Pero la entrega de Jesús tenía otro sentido; no era que ellos lo entregaran aunque eso fuera lo que hicieran, sino que la entrega era del propio Jesús. Libremente había subido a Jerusalén porque sabia que se acercaba la hora de la entrega. Era conciente de ello y así lo había anunciado a los discípulos una y otra vez. El nos dirá que libremente entrega su vida que nadie se la arrebata. Pero aun no había llegado su hora.
Así había dicho allá en Caná cuando lo de las bodas y el agua convertida en vino para salvar la situación de aquel joven matrimonio. En otros momentos veremos también que no ha llegado su hora y se les escabulle de las manos. Pero cuando llegue el momento de la Pascua, de su Pascua, ya nos dirá el evangelista que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y se comenzaran entonces a desarrollar todos los gestos y todos los actos que lo conducen a la pasión, a la entrega, a la muerte en la cruz por nosotros.
Vendrán también momentos de angustia como le sucederá en Getsemaní pidiendo incluso al Padre que pase aquella hora, pero siempre dispuesto a que se cumpla por encima de todo la voluntad del Padre; libremente saldrá al encuentro de aquellos que le buscan. Dirá entonces que ha llegado el momento, que ha llegado la hora. No querrá incluso que sus discípulos lo defienden con la violencia. Es una entrega de paz, es una entrega de amor. En el momento final dirá ‘todo está cumplido’, había llegado la hora y en las manos del Padre pondrá su espíritu.
Contemplamos y vivimos. Contemplamos la grandeza del amor y nos sentimos agradecidos al tiempo que impulsados al mismo amor. Nos cuesta, es cierto. Porque no es un amor cualquiera. Es la entrega hasta el final consciente de todo lo que significa esa entrega. Por eso cuando nos lo pensamos bien, nosotros también algunas veces sentimos miedo. Porque sabemos que el amor nos compromete y cuando comenzamos ese camino de amor somos conscientes de que tenemos que comenzar a olvidarnos de nosotros mismos y que tenemos que llegar hasta el final.
También como Jesús algunas veces gritamos, que pase este cáliz, que pase esta hora, y parece que nos sentimos sin fuerzas. Pero el ángel del Señor estará con nosotros, la fuerza de su Espíritu no nos faltará. Sentimos miedo, no queremos ser el hazmerreír de la gente que no entiende de nuestra entrega, tendremos que hacer gestos y signos que los que nos rodean no nos entenderán, tendrá que haber también un despojo de nosotros mismos y hay muchos apegos en nuestro corazón de los que nos cuesta arrancarnos.
Pero es el camino de Jesús y ha de ser también el camino del cristiano. Es nuestra Pascua que es unirnos a la Pascua de Jesús. Y tendremos que estar dispuestos para cuando llegue la hora, para estar atentos al momento y no nos coja desprevenidos. Cuando nos cuesta todo esto. Tenemos que pensárnoslo muy bien. Tenemos que abrir nuestro corazón a la fuerza y a la gracia del Señor porque de lo contrario no podremos vivir nuestra entrega, nuestra Pascua. Sigamos haciendo el camino en esta cuaresma con toda intensidad, libertad y amor.



jueves, 15 de marzo de 2018

Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida y acudimos con fe y humildad a la Escritura santa




Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida y acudimos con fe y humildad a la Escritura santa

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47

‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre, vino a los suyos pero los suyos no la recibieron…’ Así ya desde el principio del evangelio de san Juan se nos refleja cual es la acogida que hacemos de Jesús, que hacemos de la luz y de la vida.
Es lo que se nos va presentando a lo largo de todo el evangelio. Al principio de la actividad pública de Jesús en Galilea se recordaban aquellas palabras del profeta que hablaban de que al pueblo que andaba en tinieblas le apareció una luz grande. Así entre resplandores de gloria también el evangelista nos habla del nacimiento de Jesús. Y los humildes y los sencillos lo acogieron. ‘Nadie ha hablado como El’, decían. Se maravillaban de sus palabras, de sus signos y querían seguirle.
Pero  no todos lo seguían. Había quienes estaban al acecho; quienes filtraban sus palabras y andaban con preguntas capciosas a ver como podía cogerle con sus palabras; quienes en su interior lo despreciaba y se oponían y hasta llegaban a decir que sus obras eran las obras del príncipe de las tinieblas. Era la hora de la confusión y del rechazo. Ya proféticamente el anciano Simeón había dicho que sería signo de contradicción, pero que ante su presencia habían de decantarse los malos y los buenos.
Son las diatribas que de manera especial iremos escuchando en estos últimos días de la cuaresma que nos preparan para la pasión y para la pascua. Jesús trata de hacerles comprender a los judíos – y cuando emplea Juan la palabra judíos en este caso se está refiriendo a los principales del pueblo, sus autoridades religiosas y magisteriales – de quien realmente era El.
El texto del evangelio de hoy nos recuerda cómo había venido Juan para preparar los caminos del Señor y lo había señalado como el Ungido de Dios, por todas aquellas manifestaciones de las que el bautista había sido testigo. Pero Jesús les dice que le crean por sus obras, que son las obras de Dios, que son las obras del Padre que se manifiestan en Jesús. Por eso, como nos dice, el Padre es quien con sus obras da testimonio de Jesús.
El es el anunciado por las Escrituras, por los profetas; en El tienen cumplimiento todas las profecías. Pero algunas veces nos cegamos ante la luz y la rechazamos, preferimos las tinieblas. ‘Estudias las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mi, y no venís a mi para encontrar vida’, les dice. Nos cegamos ante la luz y no queremos ver.
Todo esto tiene que hacernos reflexionar sobre la fe que nosotros tenemos y vivimos. Tenemos igualmente el peligro de cegarnos en muchas ocasiones. Y acudimos también a las Escrituras – cada semana y cada día se nos proclama la Palabra de Dios – pero no llegamos a entender, no llegamos a llevar ese mensaje a la vida.
Depende de la actitud con que vayamos a la Biblia. No vamos como unos eruditos que queremos aprender y quienes queremos disfrutar con una buena literatura, no dejando de reconocer que nos contienen paginas maravillosas; no vamos a buscar explicaciones o simples razonamientos aunque también los podamos encontrar; tenemos que ir a buscar vida, sintiendo que ahí el Señor quiere hablarnos. Es el espíritu de fe con que tenemos que acercarnos siempre a la Escritura Santa. Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida.
Este tiempo de cuaresma que estamos recorriendo ha sido y es un tiempo propicio para acercarnos a la Palabra de Dios, que es acercarnos a Jesús y a su vida. Con esa profunda humildad y con una grande fe tenemos que escuchar esa Palabra sintiendo que es Dios quien nos habla y si abrimos el corazón seguramente que esa semilla caerá en nosotros y dará frutos de vida. Intensifiquemos en estos días de cuaresma que nos quedan hasta la Pascua ese encuentro con la Palabra de Dios. Que  no se diga que la luz vino a nuestro encuentro y nosotros no la recibimos.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Creemos en Jesús, ponemos toda nuestra fe en El y escuchamos su Palabra, creemos que es el enviado del Padre y estamos llamados a la vida eterna


Creemos en Jesús, ponemos toda nuestra fe en El y escuchamos su Palabra, creemos que es el enviado del Padre y estamos llamados a la vida eterna

Isaías 49,8-15; Sal. 103; Juan 5, 17-30

Nos vamos ya acercando a la celebración del misterio pascual. Emprendimos un camino el miércoles de ceniza que quería ser peregrinación que nos preparara y nos purificara para llegar a vivir con intensidad la Pascua de Jesús que es, ha de ser también nuestra Pascua. Es un sentir ese paso de Dios por nuestra vida que nos renueva, nos purifica, nos llena de nueva vida. Y esto hay que hacerlo con intensidad.
No será semana santa así porque sí, porque toca, porque llega el tiempo y así nos lo ofrece la liturgia; no es semana santa porque queramos hacer una serie de actos piadosos y asistir a unas celebraciones. Si a esa semana la llamamos santa es porque algo grande vamos a vivir, y no es otra cosa que sentir ese paso salvador de Dios por nosotros, en nosotros, cuando conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Pero la conmemoración no es solo un recuerdo, no son solo unos actos piadosos; la conmemoración tiene que ser un revivir en nosotros esa gracia salvadora que en Jesús llega a nuestra vida y a nuestro mundo. Pero no entrará nadie a nuestra casa si no le abrimos la puerta. No sentiremos ese paso salvador de Dios en nosotros si no abrimos nuestro corazón, si no disponemos nuestra vida para esa renovación salvadora. Y no es solo buena voluntad, es la disponibilidad real que tiene que haber en nuestra vida.
Para eso nos hemos ido preparando durante este camino cuaresmal que estamos haciendo. Esa apertura de nuestro corazón cada día a la Palabra de Dios hecha con verdadera sinceridad nos transforma. No nos quedamos impasibles ante toda esa riqueza de gracia que cada día se nos ofrece. Vamos dando respuestas, algunas veces tímidamente y hasta con miedo, pero con decisión queremos seguir adelante, queremos seguir siendo esa tierra preparada para esa semilla que se va sembrando en nosotros.
Por eso todo lo que nos va ofreciendo la cuaresma es como una gran catequesis que nos ayuda a descubrir el misterio de Dios, que nos ayuda a escuchar su palabra y ponerla por obra, que nos ayuda en esa renovación de nuestra vida. Así habrá Pascua.
Ante la grandeza del misterio que vamos a celebrar, ante lo fuerte que va a ser para nuestro espíritu la contemplación de la pasión y muerte de Jesús hemos de ir por delante con unas certezas de fe. El dolor y el sufrimiento de Jesús no nos pueden escandalizar porque estamos contemplando todo el misterio de amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús.
No simplemente vamos a contemplar la crueldad del sufrimiento en la cruz, sino que vamos a contemplar la maravilla del amor que se da hasta el final, el mayor amor, el amor más grande de quien es capaz de dar la vida por sus hermanos. Pero es además que no vamos a contemplar simplemente a un hombre que sufre sino que ese hombre es al mismo tiempo el Hijo de Dios. Con lo que ese amor, esa entrega, ese dolor y esa muerte tienen el valor infinito de la Redención.
Por eso en el evangelio en estos días vamos a escuchar con insistencia, en las discusiones que Jesús mantiene con los judíos en este relato del evangelio de Juan que principalmente se nos va a ir presentando, cómo Jesús nos manifiesta su unión con el Padre para ser verdaderamente el Hijo de Dios. Es el mensaje fundamental que escuchamos en el texto de hoy.
Por eso nos dirá: ‘Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida’. Creemos en Jesús, ponemos toda nuestra fe en El y escuchamos su Palabra, creemos que es el enviado del Padre y estamos llamados a la vida eterna. Esa fe en Jesús, una fe viva y que envuelve toda nuestra vida, nos llena de salvación; ‘ha pasado ya de la muerte a la vida’, que nos dice. Avivemos, pues, nuestra fe y llenémonos de su salvación.



martes, 13 de marzo de 2018

Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros y ayudarles a levantarse


Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros y ayudarles a levantarse

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16

‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado’. ¿Cuáles serian los sentimientos que podían anidarse en aquel corazón que se sentía incapacitado e imposibilitado en muchos sentidos?
Era su invalidez, no podía moverse, estaba postrado en una camilla con la esperanza, es cierto, de que un día milagrosamente podría curarse. Pero era algo más lo que le dolía en su corazón, era su soledad. No podía moverse, pero no tenía a nadie que le ayudara. Era quizá lo que más le doliera en el corazón.
Duro tiene que ser verse así solo sin que nadie te eche una mano; que pasen por tu lado y aunque sientan compasión traten de disimularlo y vuelvan el rostro para otro lado; que no te valoren ni te tengan en cuenta; que quizás, sea por lo que sea que has llegado a la situación en la que te encuentras, te miren quizás como un maldito, con quien no se pude uno mezclar, te ignoren o pasen de ti porque ya no vales, porque no cabes en los parámetros que nos hemos creado los hombres para aceptar o no aceptar a una persona.
No tengo quien me ayude… son tantos los que caminan por la vida o lo vemos arrinconados en los arrabales de nuestros caminos, los que van sin rumbo de un lado para otro sin que encuentren una luz que les oriente, una palabra que les aliente, una mirada con la que se sienten mirados y valorados. No tienen quien les ayude… no es una limosna o una ayuda material, es la consideración de la persona, es el que te tengan en cuenta, es el que se sepa descubrir que también tienes unos valores y unas posibilidades.
Este detenerse de Jesús junto a aquel hombre ignorado y olvidado nos hace pensar en muchas cosas. La presencia de Jesús junto a aquel hombre le hace comenzar a valorarse porque alguien se interesa por él; la presencia de Jesús le hará sentir de nuevo fuerzas en sus piernas para caminar, para cargar con su camilla y volver a los suyos donde de nuevo será valorado, pero más en su espíritu para emprender una vida nueva. El milagro de Jesús va más allá de lo que pudieran hacer aquellas aguas porque la curación de verdad del hombre viene de Jesús.
Y Jesús viene a nuestro encuentro para que nos curemos, para que valoremos todo lo que podemos hacer, para que recobremos de nuevo nuestra dignidad que ha de pasar también por la aceptación de los demás, por la valoración que nosotros seamos capaces de hacer de los demás, por la mano que nosotros seamos capaces de tender al otro que camina a nuestro lado y en el que quizá no nos habíamos fijado.
Creo que es un hermoso mensaje que nos deja hoy el evangelio. Jesús que nos cura de nuestras soledades y de nuestras angustias, de nuestra impotencia o de nuestra incapacidad para hacer las cosas buenas que tenemos que hacer. Pero Jesús que nos cura de algo más, nos cura y nos sana para que aprendamos a tener unas actitudes nuevas con los demás. Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros. Tenemos que saber ir y meternos en el rebullicio de las gentes que nos rodean que quizás vemos tan naturales pero que encierran muchas angustias en su corazón. Y en el nombre de Jesús podemos sanar si aprendemos a actuar a la manera de Jesús.
Tenemos que aprender también a decir ‘levántate, toma tu camilla y echa a andar’.



lunes, 12 de marzo de 2018

Con Jesús siempre encontraremos un nuevo sentido, una nueva vida, unas ganas nuevas de vivir


Con Jesús siempre encontraremos un nuevo sentido, una nueva vida, unas ganas nuevas de vivir

Isaías 65,17-21; Sal. 29; Juan 4,43-54

‘Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose’.
En la vida continuamente tenemos que estar enfrentándonos a una multitud de problemas. Y no el menor de ellos el dolor y la enfermedad. No solo cuando personalmente nos vemos afectados por alguna enfermedad, por el dolor de algún miembro de nuestro cuerpo del que nos cuesta liberarnos, o cuando nos vemos sometidos a la invalidez y la discusión de algún miembro del cuerpo como consecuencia de un accidente que hayamos sufrido o alguna enfermedad grave que hayamos padecido, sino cuando esto tenemos que sufrirlo en un ser querido que está a nuestro cuidado ya sea por el paso de los años o los sufrimientos de la vida. ¿Cómo nos enfrentamos a ello? ¿Cuál es nuestra manera de reaccionar?
Tenemos el peligro de refugiarnos en la pasividad o como dicen algunos el destino porque esto me tocó a mi y pacientemente lo sufrimos aguantándonos como podamos; aparece en muchas ocasiones la desesperación, la pérdida de la esperanza que nos llena de amargura nuestro corazón y que no solo nos hará sufrir a nosotros sino que hará sufrir mucho más a los que están a nuestro lado. O tratamos de ser positivos en la vida para luchar y buscar por todos los medios la solución de esos problemas encontrando remedio de la forma que sea para nuestro dolor, nuestra enfermedad o nuestras discapacidad.
Siempre buscamos un sentido aunque algunas veces se nos haga tan oscuro que no seamos capaces de encontrarlo. Queremos no perder la esperanza y al mismo tiempo reconociendo la limitación que de alguna manera se nos impone tratamos de encontrar una fuerza, aunque también con humildad seremos capaces de pedir ayuda para lo que no podemos hacer por nosotros mismos. En esa misma debilidad podremos ser capaces de sentirnos fuertes o encontrar la fuerza para mantener el ánimo y darle un valor y sentido a lo que tenemos que vivir.
No es fácil todo esto que estamos diciendo. Aparece muchas veces la depresión y nos sentimos tentados a tirar la toalla. Necesitamos también encontrar a nuestro lado ejemplos que nos estimulen, palabras que nos den ánimos, metas por las que cada día luchar un poco para ir subiendo peldaños en ese camino de la vida que por el sufrimiento se nos puede hacer muy duro.
Allá en lo más profundo de nosotros mismos queremos mantenernos firmes, no perder la esperanza, y encontrar un sentido desde esa fe que tenemos.  Fe, es cierto, en nosotros mismos que somos capaces de levantar vuelo aunque sea difícil, pero también una fe sobrenatural que nos haga mirar a lo alto o a lo mas hondo de nosotros donde podemos encontrarnos con Dios. Tenemos que intentar buscarle y escucharle, sentir su presencia que nos da fuerza, pero al mismo tiempo mirar a su Hijo en la cruz también en medio de sufrimientos como nosotros que lo convirtieron en Redentor.
Hoy hemos visto en el evangelio a un hombre, que además era pagano, era un funcionario real, pero que en el problema de enfermedad que tiene en su casa, ha oído hablar de Jesús y acude a Jesús. Básicamente va pidiendo la curación del enfermo, pero en su encuentro con Jesús encontró algo más, porque su fe se vio fortalecida para confiar en la palabra de Jesús. No bajó Jesús a su casa para curar al enfermo, pero estuvo al lado de aquel hombre que sufría y le hizo creer y no perder la esperanza iluminando su vida a un sentido nuevo y a un valor nuevo. Su hijo se vería curado, pero quien realmente se curó fue él y toda su familia porque comenzaron a creer y confiar plenamente en Jesús.
¿No será algo así lo que nosotros necesitemos cuando nos veamos enfrentados al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad o a la discapacidad de nuestros miembros? Con Jesús siempre encontraremos un nuevo sentido, una nueva vida, unas ganas nuevas de vivir.




domingo, 11 de marzo de 2018

Mirando a lo alto de la cruz de Jesús afinemos bien la cuerda de nuestro amor para que esté siempre en la sintonía del amor misericordioso de Dios


Mirando a lo alto de la cruz de Jesús afinemos bien la cuerda de nuestro amor para que esté siempre en la sintonía del amor misericordioso de Dios

2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21

Da la impresión de que no estuviéramos suficientemente convencidos; nuestra vida seria otra, otra forma de actuar, otro sentido de vivir, otros sentimientos en nuestro corazón, otro compromiso en la vida.
Nos lo sabemos pero como algo que aprendimos de memoria pero que no terminamos de asimilar para la vida. ¿Nos faltará una verdadera experiencia de amor? Creer en Dios y creer en su amor no solo cuestión de ideas y de razonamientos, necesitamos vivencias, necesitamos la experiencia en nuestra vida de lo que es ese amor de Dios que nos llena con su presencia y esa experiencia de la presencia de Dios en nosotros que nos inunda con su amor. No es solo necesario que nos digan que Dios nos ama, sino que desde la experiencia de nuestra vida con sus luces y con sus sombras hayamos sentimos ese amor y esa presencia.
Ese amor y esa presencia que se hace viva en nosotros por Jesucristo. Es la prueba del amor de Dios; es la manifestación del amor que Dios nos tiene. Es lo que hoy nos repite de una forma y otra la Palabra que escuchamos en este cuarto domingo de Cuaresma. Necesitamos mirar a lo alto y necesitamos mirar hacia la cruz. Hasta aquel pagano que era el centurión encargado de cumplir la sentencia de Pilatos mirando hacia quien estaba en la cruz terminó por reconocer la grandeza del amor de Jesús.
Hoy nos ha dicho el evangelio que ‘lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna’. Moisés había levantado en el desierto un estandarte con una serpiente de bronce para que mirándola reconociesen su pecado pero al mismo tiempo sintieran el amor de Dios que les perdonaba una y otra vez en tantas veces que se habían rebelado contra El en el desierto. Era un signo que les recordaba su pecado, pero les hacia comprender lo que era el amor de Dios por su pueblo. Así eran curados los mordidos por serpiente; así experimentaban en su vida ese amor de Dios que les curaba, en adelante habían de ser fieles al Dios de la Alianza para siempre.
Pues así nos lo recuerda el evangelio. Jesús sería levantado en lo alto también, para que en El descubramos el amor de Dios que en su misericordia tiene piedad de nuestra miseria y nuestro pecado. En la contemplación de Jesús hemos de experimentar nosotros ese amor que nos hace creer y creer para siempre, creer para tener vida eterna. Es el juicio de amor de Dios que nos salva, porque ‘Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por El’. Si así nos sentimos salvados ¿terminaremos de una vez por todos de creernos todo lo que es el amor que Dios nos tiene?
Por eso nos dirá tajantemente el evangelio: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna’. Así es el amor de Dios. Así es el amor que se da, que se olvida de si, que busca siempre el bien, que ofrece salvación.
¿Merecemos ese amor? Es un regalo de Dios. Es lo que luego reflexionaría san Pablo en la carta a los Efesios. ‘Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él’.
Fijémonos como nos dice que ‘estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir en Cristo’. Ya nos dirá también san Juan en sus cartas que el amor de Dios es primero. No que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero y así nos creó, y así nos envió a su Hijo que daría la vida por nosotros. Miramos a lo alto de la cruz, como recordábamos. Es gracia, es don gratuito, es regalo de Dios, de su amor generoso para con nosotros. Es Dios, que es rico en misericordia.
Por eso, como decíamos, es necesario mirarnos a nosotros mismos que nos sentimos pecadores, para comprender la grandeza del amor de Dios. ‘Por el gran amor con que nos amó’. Sintámoslo hondamente en nosotros y aprendamos a amar así. Por eso decía que si estamos convencidos porque lo experimentamos en nosotros nuestra manera de actuar será distinta, nuestra manera de amar tendrá otros matices.
No nos vale decir a los cristianos que amamos a los que nos aman, que somos amigos de nuestros amigos. Eso lo hace cualquiera. Nuestro amor tiene que tener otra amplitud, otra universalidad. No esperamos a que nos amen para nosotros amar. Es que entonces no nos diferenciaríamos de los demás. Y nuestro amor tiene que ser distinto.
Por eso seremos capaces de regalar el perdón, eso que nos cuesta tanto, y hasta de rezar por nuestros enemigos y por los que nos hayan dañado o hecho mal. Esa cuerda de nuestro amor tiene que estar bien afinada en la sintonía de Dios. Y porque no lo cuidamos suena tan mal en tantas ocasiones la sinfonía de nuestra vida cristiana. No olvidemos que Jesús en la cruz nos está dando el tono para que afinemos bien la cuerda de nuestro amor.