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martes, 13 de marzo de 2018

Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros y ayudarles a levantarse


Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros y ayudarles a levantarse

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16

‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado’. ¿Cuáles serian los sentimientos que podían anidarse en aquel corazón que se sentía incapacitado e imposibilitado en muchos sentidos?
Era su invalidez, no podía moverse, estaba postrado en una camilla con la esperanza, es cierto, de que un día milagrosamente podría curarse. Pero era algo más lo que le dolía en su corazón, era su soledad. No podía moverse, pero no tenía a nadie que le ayudara. Era quizá lo que más le doliera en el corazón.
Duro tiene que ser verse así solo sin que nadie te eche una mano; que pasen por tu lado y aunque sientan compasión traten de disimularlo y vuelvan el rostro para otro lado; que no te valoren ni te tengan en cuenta; que quizás, sea por lo que sea que has llegado a la situación en la que te encuentras, te miren quizás como un maldito, con quien no se pude uno mezclar, te ignoren o pasen de ti porque ya no vales, porque no cabes en los parámetros que nos hemos creado los hombres para aceptar o no aceptar a una persona.
No tengo quien me ayude… son tantos los que caminan por la vida o lo vemos arrinconados en los arrabales de nuestros caminos, los que van sin rumbo de un lado para otro sin que encuentren una luz que les oriente, una palabra que les aliente, una mirada con la que se sienten mirados y valorados. No tienen quien les ayude… no es una limosna o una ayuda material, es la consideración de la persona, es el que te tengan en cuenta, es el que se sepa descubrir que también tienes unos valores y unas posibilidades.
Este detenerse de Jesús junto a aquel hombre ignorado y olvidado nos hace pensar en muchas cosas. La presencia de Jesús junto a aquel hombre le hace comenzar a valorarse porque alguien se interesa por él; la presencia de Jesús le hará sentir de nuevo fuerzas en sus piernas para caminar, para cargar con su camilla y volver a los suyos donde de nuevo será valorado, pero más en su espíritu para emprender una vida nueva. El milagro de Jesús va más allá de lo que pudieran hacer aquellas aguas porque la curación de verdad del hombre viene de Jesús.
Y Jesús viene a nuestro encuentro para que nos curemos, para que valoremos todo lo que podemos hacer, para que recobremos de nuevo nuestra dignidad que ha de pasar también por la aceptación de los demás, por la valoración que nosotros seamos capaces de hacer de los demás, por la mano que nosotros seamos capaces de tender al otro que camina a nuestro lado y en el que quizá no nos habíamos fijado.
Creo que es un hermoso mensaje que nos deja hoy el evangelio. Jesús que nos cura de nuestras soledades y de nuestras angustias, de nuestra impotencia o de nuestra incapacidad para hacer las cosas buenas que tenemos que hacer. Pero Jesús que nos cura de algo más, nos cura y nos sana para que aprendamos a tener unas actitudes nuevas con los demás. Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros. Tenemos que saber ir y meternos en el rebullicio de las gentes que nos rodean que quizás vemos tan naturales pero que encierran muchas angustias en su corazón. Y en el nombre de Jesús podemos sanar si aprendemos a actuar a la manera de Jesús.
Tenemos que aprender también a decir ‘levántate, toma tu camilla y echa a andar’.



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