Vamos
en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro entorno cuando no
somos capaces de tener en cuenta a los otros y ayudarles a levantarse
Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16
‘Señor, no tengo a nadie
que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro
se me ha adelantado’.
¿Cuáles serian los sentimientos que podían anidarse en aquel corazón que se
sentía incapacitado e imposibilitado en muchos sentidos?
Era su invalidez, no podía
moverse, estaba postrado en una camilla con la esperanza, es cierto, de que un
día milagrosamente podría curarse. Pero era algo más lo que le dolía en su corazón,
era su soledad. No podía moverse, pero no tenía a nadie que le ayudara. Era
quizá lo que más le doliera en el corazón.
Duro tiene que ser verse así
solo sin que nadie te eche una mano; que pasen por tu lado y aunque sientan
compasión traten de disimularlo y vuelvan el rostro para otro lado; que no te
valoren ni te tengan en cuenta; que quizás, sea por lo que sea que has llegado
a la situación en la que te encuentras, te miren quizás como un maldito, con
quien no se pude uno mezclar, te ignoren o pasen de ti porque ya no vales, porque
no cabes en los parámetros que nos hemos creado los hombres para aceptar o no
aceptar a una persona.
No tengo quien me ayude…
son tantos los que caminan por la vida o lo vemos arrinconados en los arrabales
de nuestros caminos, los que van sin rumbo de un lado para otro sin que
encuentren una luz que les oriente, una palabra que les aliente, una mirada con
la que se sienten mirados y valorados. No tienen quien les ayude… no es una
limosna o una ayuda material, es la consideración de la persona, es el que te
tengan en cuenta, es el que se sepa descubrir que también tienes unos valores y
unas posibilidades.
Este detenerse de Jesús
junto a aquel hombre ignorado y olvidado nos hace pensar en muchas cosas. La
presencia de Jesús junto a aquel hombre le hace comenzar a valorarse porque
alguien se interesa por él; la presencia de Jesús le hará sentir de nuevo
fuerzas en sus piernas para caminar, para cargar con su camilla y volver a los
suyos donde de nuevo será valorado, pero más en su espíritu para emprender una
vida nueva. El milagro de Jesús va más allá de lo que pudieran hacer aquellas
aguas porque la curación de verdad del hombre viene de Jesús.
Y Jesús viene a nuestro
encuentro para que nos curemos, para que valoremos todo lo que podemos hacer,
para que recobremos de nuevo nuestra dignidad que ha de pasar también por la
aceptación de los demás, por la valoración que nosotros seamos capaces de hacer
de los demás, por la mano que nosotros seamos capaces de tender al otro que
camina a nuestro lado y en el que quizá no nos habíamos fijado.
Creo que es un hermoso
mensaje que nos deja hoy el evangelio. Jesús que nos cura de nuestras soledades
y de nuestras angustias, de nuestra impotencia o de nuestra incapacidad para
hacer las cosas buenas que tenemos que hacer. Pero Jesús que nos cura de algo
más, nos cura y nos sana para que aprendamos a tener unas actitudes nuevas con
los demás. Vamos en la vida demasiadas veces creando soledades en nuestro
entorno cuando no somos capaces de tener en cuenta a los otros. Tenemos que
saber ir y meternos en el rebullicio de las gentes que nos rodean que quizás
vemos tan naturales pero que encierran muchas angustias en su corazón. Y en el
nombre de Jesús podemos sanar si aprendemos a actuar a la manera de Jesús.
Tenemos que aprender
también a decir ‘levántate, toma tu camilla y echa a andar’.
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