Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida y acudimos con fe y humildad a la Escritura santa
Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina
a todo hombre, vino a los suyos pero los suyos no la recibieron…’ Así ya
desde el principio del evangelio de san Juan se nos refleja cual es la acogida
que hacemos de Jesús, que hacemos de la luz y de la vida.
Es lo que se nos va presentando a lo largo de todo el evangelio. Al
principio de la actividad pública de Jesús en Galilea se recordaban aquellas
palabras del profeta que hablaban de que al pueblo que andaba en tinieblas le
apareció una luz grande. Así entre resplandores de gloria también el
evangelista nos habla del nacimiento de Jesús. Y los humildes y los sencillos
lo acogieron. ‘Nadie ha hablado como El’, decían. Se maravillaban de sus
palabras, de sus signos y querían seguirle.
Pero no todos lo seguían. Había
quienes estaban al acecho; quienes filtraban sus palabras y andaban con
preguntas capciosas a ver como podía cogerle con sus palabras; quienes en su
interior lo despreciaba y se oponían y hasta llegaban a decir que sus obras
eran las obras del príncipe de las tinieblas. Era la hora de la confusión y del
rechazo. Ya proféticamente el anciano Simeón había dicho que sería signo de
contradicción, pero que ante su presencia habían de decantarse los malos y los
buenos.
Son las diatribas que de manera especial iremos escuchando en estos últimos
días de la cuaresma que nos preparan para la pasión y para la pascua. Jesús
trata de hacerles comprender a los judíos – y cuando emplea Juan la palabra
judíos en este caso se está refiriendo a los principales del pueblo, sus
autoridades religiosas y magisteriales – de quien realmente era El.
El texto del evangelio de hoy nos recuerda cómo había venido Juan para
preparar los caminos del Señor y lo había señalado como el Ungido de Dios, por
todas aquellas manifestaciones de las que el bautista había sido testigo. Pero Jesús
les dice que le crean por sus obras, que son las obras de Dios, que son las
obras del Padre que se manifiestan en Jesús. Por eso, como nos dice, el Padre
es quien con sus obras da testimonio de Jesús.
El es el anunciado por las Escrituras, por los profetas; en El tienen
cumplimiento todas las profecías. Pero algunas veces nos cegamos ante la luz y
la rechazamos, preferimos las tinieblas. ‘Estudias las Escrituras pensando
encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mi, y no venís
a mi para encontrar vida’, les dice. Nos cegamos ante la luz y no queremos
ver.
Todo esto tiene que hacernos reflexionar sobre la fe que nosotros
tenemos y vivimos. Tenemos igualmente el peligro de cegarnos en muchas
ocasiones. Y acudimos también a las Escrituras – cada semana y cada día se nos
proclama la Palabra de Dios – pero no llegamos a entender, no llegamos a llevar
ese mensaje a la vida.
Depende de la actitud con que vayamos a la Biblia. No vamos como unos
eruditos que queremos aprender y quienes queremos disfrutar con una buena
literatura, no dejando de reconocer que nos contienen paginas maravillosas; no
vamos a buscar explicaciones o simples razonamientos aunque también los podamos
encontrar; tenemos que ir a buscar vida, sintiendo que ahí el Señor quiere
hablarnos. Es el espíritu de fe con que tenemos que acercarnos siempre a la
Escritura Santa. Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su
vida.
Este tiempo de cuaresma que estamos recorriendo ha sido y es un tiempo
propicio para acercarnos a la Palabra de Dios, que es acercarnos a Jesús y a su
vida. Con esa profunda humildad y con una grande fe tenemos que escuchar esa
Palabra sintiendo que es Dios quien nos habla y si abrimos el corazón
seguramente que esa semilla caerá en nosotros y dará frutos de vida. Intensifiquemos
en estos días de cuaresma que nos quedan hasta la Pascua ese encuentro con la
Palabra de Dios. Que no se diga que la
luz vino a nuestro encuentro y nosotros no la recibimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario