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jueves, 15 de marzo de 2018

Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida y acudimos con fe y humildad a la Escritura santa




Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida y acudimos con fe y humildad a la Escritura santa

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47

‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre, vino a los suyos pero los suyos no la recibieron…’ Así ya desde el principio del evangelio de san Juan se nos refleja cual es la acogida que hacemos de Jesús, que hacemos de la luz y de la vida.
Es lo que se nos va presentando a lo largo de todo el evangelio. Al principio de la actividad pública de Jesús en Galilea se recordaban aquellas palabras del profeta que hablaban de que al pueblo que andaba en tinieblas le apareció una luz grande. Así entre resplandores de gloria también el evangelista nos habla del nacimiento de Jesús. Y los humildes y los sencillos lo acogieron. ‘Nadie ha hablado como El’, decían. Se maravillaban de sus palabras, de sus signos y querían seguirle.
Pero  no todos lo seguían. Había quienes estaban al acecho; quienes filtraban sus palabras y andaban con preguntas capciosas a ver como podía cogerle con sus palabras; quienes en su interior lo despreciaba y se oponían y hasta llegaban a decir que sus obras eran las obras del príncipe de las tinieblas. Era la hora de la confusión y del rechazo. Ya proféticamente el anciano Simeón había dicho que sería signo de contradicción, pero que ante su presencia habían de decantarse los malos y los buenos.
Son las diatribas que de manera especial iremos escuchando en estos últimos días de la cuaresma que nos preparan para la pasión y para la pascua. Jesús trata de hacerles comprender a los judíos – y cuando emplea Juan la palabra judíos en este caso se está refiriendo a los principales del pueblo, sus autoridades religiosas y magisteriales – de quien realmente era El.
El texto del evangelio de hoy nos recuerda cómo había venido Juan para preparar los caminos del Señor y lo había señalado como el Ungido de Dios, por todas aquellas manifestaciones de las que el bautista había sido testigo. Pero Jesús les dice que le crean por sus obras, que son las obras de Dios, que son las obras del Padre que se manifiestan en Jesús. Por eso, como nos dice, el Padre es quien con sus obras da testimonio de Jesús.
El es el anunciado por las Escrituras, por los profetas; en El tienen cumplimiento todas las profecías. Pero algunas veces nos cegamos ante la luz y la rechazamos, preferimos las tinieblas. ‘Estudias las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mi, y no venís a mi para encontrar vida’, les dice. Nos cegamos ante la luz y no queremos ver.
Todo esto tiene que hacernos reflexionar sobre la fe que nosotros tenemos y vivimos. Tenemos igualmente el peligro de cegarnos en muchas ocasiones. Y acudimos también a las Escrituras – cada semana y cada día se nos proclama la Palabra de Dios – pero no llegamos a entender, no llegamos a llevar ese mensaje a la vida.
Depende de la actitud con que vayamos a la Biblia. No vamos como unos eruditos que queremos aprender y quienes queremos disfrutar con una buena literatura, no dejando de reconocer que nos contienen paginas maravillosas; no vamos a buscar explicaciones o simples razonamientos aunque también los podamos encontrar; tenemos que ir a buscar vida, sintiendo que ahí el Señor quiere hablarnos. Es el espíritu de fe con que tenemos que acercarnos siempre a la Escritura Santa. Queremos escuchar a Dios y queremos llenaros de su luz y de su vida.
Este tiempo de cuaresma que estamos recorriendo ha sido y es un tiempo propicio para acercarnos a la Palabra de Dios, que es acercarnos a Jesús y a su vida. Con esa profunda humildad y con una grande fe tenemos que escuchar esa Palabra sintiendo que es Dios quien nos habla y si abrimos el corazón seguramente que esa semilla caerá en nosotros y dará frutos de vida. Intensifiquemos en estos días de cuaresma que nos quedan hasta la Pascua ese encuentro con la Palabra de Dios. Que  no se diga que la luz vino a nuestro encuentro y nosotros no la recibimos.

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