Aprendamos la sabiduría de Dios rumiando en nuestro corazón cuánto nos sucede
Ef. 4, 7-16; Sal. 121; Lc. 13, 1-9
Me atrevo a comenzar diciendo que sabio no es aquel que
ya se lo sabe todo, sino el que tiene inquietud en su interior por querer
aprender y saber cada día más; por eso el hombre maduro será una persona
reflexiva que va rumiando en su interior todo aquello que le pasa o que
contempla a su alrededor; sabe que siempre puede aprender una lección, siempre
puede aprender algo más porque es en la vida reflexionada donde va adquiriendo
esa sabiduría. Así se manifiesta su madurez que, repito, no son solo los años,
sino esa hondura que le va dando a la vida desde esa reflexión para ser capaz
siempre de recibir algo que le enriquezca y con lo que además puede enriquecer
a los demás.
Pero ya sabemos lo que se suele decir que nunca
aprendemos en cabeza ajena, cuando vemos lo que le sucede a los demás, pero es
por esa cerrazón que vivimos en nuestro interior lleno muchas veces de
autosuficiencia y autocomplacencia; así nos sucederá que no solo no aprendemos
en cabeza ajena, sino que muchas veces ni en nuestra propia cabeza. Quizá somos
fáciles para juzgar a los demás, para hacernos nuestra propia opinión muchas
veces condenatoria, pero nos cuesta abrirnos a eso que podríamos aprender.
Pensamos que porque ya somos mayores o tenemos un trecho de la vida recorrido
ya nos lo sabemos todo y no necesitamos ser receptivos a lo que de los demás o
de la vida misma podamos recibir. Lo que denota una gran pobreza de valores en
nuestra vida.
A partir de unos acontecimientos, en cierto modo
dolorosos, que vienen a contarle a Jesús que sucedieron en Jerusalén y en el
templo Jesús quiere hacer reflexionar a sus discípulos. Están escandalizados
por lo que hizo Pilatos, que realmente era algo sacrílego, pero Jesús quiere
que aprendan la lección. Y les habla de aquellos acontecimientos, como también
de algo que había sucedido anteriormente cuando la torre de Siloé cayó y
aplastó a diez y ocho personas, como una invitación y una llamada a cambiar y
mejorar sus vidas. ‘¿Pensáis que esos
galileos eran más pecadores que los demás galileos?, les dice; ¿pensáis que aquellos aplastados por la
torre de Siloé eran más culpables que el resto de habitantes de Jerusalén?’
Y termina diciéndoles, ‘si no os
convertís, todos pereceréis de la misma manera’.
Lo que nos sucede, como los acontecimientos que vemos a
nuestro alrededor pueden ser una llamada a nuestra vida. Aquello que ayer reflexionábamos
de esa mirada creyente que habíamos de hacer de la vida y del mundo; pues una
mirada creyente para ver lo que nos sucede y ver ese actuar de Dios que nos
llama, que nos muestra su amor, que nos invita a cambiar nuestra vida, que nos
está pidiendo que demos fruto.
Es precisamente la parábola que nos propone Jesús. La
higuera que no da fruto y merece ser arrancada porque lleva así mucho tiempo en
medio de aquel campo; pero al agricultor insiste en abonarla una vez más
labrando la tierra en su entorno debidamente esperando que dé fruto. Creo que
el mensaje es bien claro. El Señor que pacientemente está esperando que demos
fruto y una y otra vez nos está regalando su gracia para que despertemos en
nuestra vida y realicemos la necesaria conversión.
La gracia del Señor que nos llega en la Palabra que
cada día escuchamos; la gracia del Señor que alimenta nuestra vida
continuamente con los sacramentos; esa gracia del Señor que buscamos cuando
venimos al encuentro del Señor en nuestra oración; pero esa gracia del Señor
que nos llega a través de los demás, a través de los mismos acontecimientos que
nos suceden a nosotros o que podemos contemplar a nuestro lado y, como decíamos
antes, son llamadas del Señor a nuestra vida.
Que vayamos adquiriendo más y más esa sabiduría de
Dios, porque vivamos con espíritu abierto a su gracia, a sus llamadas, a cuanto
de El recibimos por los cauces que el Señor quiera hacérnoslo llegar. Que en
ese rumiar de las cosas en nuestro corazón vayamos sacando lecciones para
nuestra vida, vayamos adquiriendo esa sabiduría de Dios. ¿Sabéis en quien
tenemos ejemplo para esto? En María, la que guardaba todo cuanto le sucedía en
el corazón, como nos repite el evangelio de san Lucas en varias ocasiones.
Y no olvidemos que con ellos podemos enriquecer a los demás.