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sábado, 18 de junio de 2016

Una invitación a la confianza en la providencia de Dios que es un Padre bueno que nos ama y una invitación al compromiso por el Reino y su justicia

Una invitación a la confianza en la providencia de Dios que es un Padre bueno que nos ama y una invitación al compromiso por el Reino y su justicia

2ª Crónicas 24, 17-25; Sal 88; Mateo 6,24-34

Es una hermosa página del evangelio la que hoy se nos ofrece - espero que la hayas leído antes de leer este pobre comentario -. Una invitación a la confianza en la providencia de Dios que es un Padre bueno que nos ama. Y si nos ama, ¿qué nos va a faltar? Pero no olvidemos que también es una invitación al compromiso por el Reino y su justicia.
Cuando comentamos cómo Jesús nos enseñó a orar decíamos que la única palabra importante era llamar a Dios Padre. Lo seguimos diciendo. Nos sentimos amados. Ponemos nuestra confianza en El y nos abandonamos a sus brazos de amor que El tiende siempre hacia nosotros.
Pero sentirnos amados y confiados en la providencia de Dios no significa que abandonemos lo que es nuestra vida y son nuestras responsabilidades. Lo que es necesario saber hacer es poner cada cosa en su sitio y darle la prioridad a lo que en verdad es fundamental. Hoy nos dirá Jesús ‘buscad primero el Reino de Dios y su justicia que lo demás se os dará por añadidura’.
Sobran entonces los agobios. No hay razón para las angustias. Aunque la vida se nos haga dura, aunque esa búsqueda del Reino y su justicia algunas veces se nos llene de sombras y penumbras que nos confundan, aunque el cumplimiento de nuestras responsabilidades y trabajos nos sea costoso y sacrificado, aunque podamos llegar a la situación en que alcanzar aquello que necesitamos para nuestra básica subsistencia se nos haga difícil y duro, no podemos perder la paz en el corazón. Estamos en las manos del Padre.
Y nos habla Jesús de los pájaros del cielo y de los lirios de nuestros campos. ¿No valemos nosotros mucho más que todo eso? Dios nos cuida y nos protege. Dios está a nuestro lado. El es la verdadera Sabiduría en la que encontramos el sentido de todo. El es nuestra fuerza, para eso nos da su Espíritu, en nuestras luchas y trabajos. Decir que Dios es nuestro Padre providente en quien ponemos toda nuestra confianza no es decir que ya todo lo tenemos resuelto, que no tenemos que luchar y desarrollar nuestros valores, cumplir con nuestras obligaciones y responsabilidades.
En Dios tenemos el estimulo y la fuerza para nuestras luchas; Dios está a nuestro lado en esa búsqueda de lo bueno que en todo momento hemos de realizar; El nos mantiene firmes aun en los momentos de mayor debilidad; en El encontramos esa fuerza para seguir adelante aunque los caminos sean oscuros. Con El a nuestro lado nada nos hace temblar.
Buscamos el Reino de Dios y su justicia, nos comprometemos por lo bueno y por lo justo, queremos hacer siempre el bien, queremos sentir que en verdad Dios es el único Señor de nuestra vida y eso nos impulsa a buscar siempre la justicia y la verdad para nuestra vida y para nuestro mundo.

viernes, 17 de junio de 2016

Busquemos los que nos hace grandes como personas en el encuentro con los demás, no lo que nos parece que nos pueda hacer más poderosos

Busquemos los que nos hace grandes como personas en el encuentro con los demás, no lo que nos parece que nos pueda hacer más poderosos

2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Sal 131; Mateo 6, 19-23

En la vida parece que nada pudiéramos hacer sin el dinero. Es cierto que nos es necesario para el intercambio comercial de aquello que necesitamos, pero lo hemos convertido en algo tan esencial que nos da la impresión que ni podríamos mantener una relación con las otras personas sin él, ni podríamos ser en verdad felices.
Bien sabemos que para la relación entre unas personas y otras – y eso es algo fundamental en el ser humano que no es un ser aislado y tan independiente que no necesitáramos esa relación – son cosas más importantes que el dinero las que nos van a facilitar el encuentro entre unos y otros y que serán las que en verdad nos ayuden a realizarnos como personas. No es en lo material y en lo pecuniario en lo que debemos basar nuestras relaciones mutuas.
Es ese encuentro entre las personas, donde vayamos con sinceridad y buena voluntad, donde seamos capaces de ofrecer algo de nosotros mismos que no es lo material sino nuestro respeto, nuestros buenos deseos, nuestra amistad, nuestra cercanía, nuestra disponibilidad para una ayuda como para una escucha en el compartir, nuestro cariño. Es por esos caminos de verdadera amistad y de sinceridad donde nos encontraremos profundamente y donde nos ayudaremos a ser felices, porque seremos más nosotros mismos desde lo más hondo de nuestro ser.
No podemos basar nuestro encuentro en unos intereses puramente materiales donde vamos a buscar como más tenemos o como más grandes, poderosos o importantes nos presentemos ante los demás. Cuando nuestros intereses están solo en lo material tenemos el peligro de dañar nuestras relaciones humanas porque solo buscaríamos satisfacer nuestros deseos y nuestras grandezas. Y ya sabemos que cuando somos interesados así nos volvemos egoístas, y surgen muchas cosas en nuestro interior que dañan la relación con los demás, porque pronto aparecen los orgullos y el amor propio, aparecen las envidias y las desconfianzas, pronto nos sentiremos resentidos o heridos por cualquier cosa que veamos en el otro que no nos gusta o que nos pueda parecer que está haciendo en contra nuestra.
Hoy Jesús en el evangelio nos previene para que busquemos lo que han de ser los verdaderos tesoros de nuestra vida ‘porque donde está tu tesoro allí está tu corazón’. Por eso nos dice ‘No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben’.
Pensamos, es cierto, en esa avaricia con la que vivimos tantas veces en la vida, pero hemos de pensar en esa riqueza inmensa que es nuestra amistad, esas relaciones humanas entre unos y otros que hemos de saber cultivar y que son un verdadero tesoro para nuestra vida. Que nada se interponga, que los intereses egoístas y materiales no nos destruyan ese tesoro, que lo alimentemos desde una generosidad nacida del corazón, desde una sinceridad en nuestro intercambio humano, desde una apertura de nuestro corazón que nos haga descubrir cuanto nos enriquecemos como personas con la amistad que nos ofrecen los demás.

jueves, 16 de junio de 2016

Sólo una palabra es necesaria para dirigirnos a Dios y decirla con toda la profundidad del amor, Padre

Sólo una palabra es necesaria para dirigirnos a Dios y decirla con toda la profundidad del amor, Padre

Eclesiástico 48, 1-15; Sal 96; Mateo 6, 7-15
Solo una palabra es necesaria. Es más que una palabra. Ponemos en ella toda nuestra vida, todo nuestro amor. En una ocasión le piden a Jesús que les enseñe a orar; hoy esta enseñanza de Jesús está enmarcada en el sermón de la montaña que comenzó presentándonos el ideal y meta de las bienaventuranzas; luego ha ido desgranando Jesús todo su sentido del Reino; finalmente nos ha hablado del amor, de la profundidad que hemos de darle a nuestra vida para no quedarnos en apariencias; ahora nos habla de nuestra relación con Dios.
¿Cómo  hemos de orar? ¿son necesarias muchas palabras? ¿hemos tenido antes que aprender mucha teología para saber dirigirnos a Dios? Jesús nos lo resume en una palabra. Cuando oréis decid ‘Padre’, ‘padre nuestro’. Ahí lo tenemos todo condensado. No estamos dirigiéndonos a Dios tan poderoso, tan inmenso que lo veamos lejano; no estamos dirigiéndonos a Dios al que hemos de tenerlo tanto respeto que nos llenemos de miedo y casi no queramos acercarnos a El; nos estamos dirigiendo a un Dios que en su inmensidad, en su omnipotencia, en su grandeza e infinitud piensa en nosotros, nos conoce uno a uno por nuestro nombre y nos quiere hacer partícipes de su vida; un Dios que nos ama tanto que es nuestro Padre, somos  sus hijos.
Ahí está todo; aprendamos a gustar esa palabra en toda la ternura del amor; aprendamos a decir esa Palabra llenándonos de paz, porque sentimos su amor sobre nosotros porque quiere hacerse presente en nuestra vida; saboreemos esa palabra como la Palabra más dulce que podamos decir en la tierra por todo el amor que conlleva y porque además sintiéndonos sus hijos nos estamos llenando de su sabiduría eterna, de ese sabor de su divinidad cuando nos ha hecho partícipes de su vida, porque nos regala su Espíritu.
Cuando le decimos Padre es porque le amamos, queremos amarle con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida; cuando le decimos Padre es porque sentimos que es en verdad el único Señor de nuestra vida y nuestro gozo será su gloria, la alegría más profunda de nuestra vida es querer hacer siempre su voluntad; cuando le decimos Padre sabemos que en su providencia infinita El siempre cuida de nosotros y no nos ha de faltar el pan de cada día; cuando le decimos Padre es porque ya hemos aprendido a ser hermanos, a sentirnos hermanos, y nunca más queremos hacer daño a nadie, y pedimos perdón y perdonamos como sabemos que El también siempre nos perdona; cuando le decimos Padre es porque sentimos su fuerza y su protección para vernos libres del mal, para tener la fuerza de apartarnos siempre de todo lo malo que nos pueda tentar.
Decimos Padre y ahí está toda nuestra oración. Decimos Padre y nos sentimos llenos de Dios. Decimos Padre y nos sentimos inundados de su amor, amor con el que queremos amar a los demás. Es nuestra oración. Es la oración que nos enseñó Jesús. Es la oración que de verdad queremos saborear cada día, porque así saboreamos a Dios, su presencia y su gracia en nosotros, allá en lo más hondo del corazón.

miércoles, 15 de junio de 2016

Seremos luz para los demás y seremos sal para nuestro mundo no desde la ostentación y vanagloria sino de la sencillez y de la humildad con que amamos y nos damos a los demás

Seremos luz para los demás y seremos sal para nuestro mundo no desde la ostentación y vanagloria sino de la sencillez y de la humildad con que amamos y nos damos a los demás

1Reyes 2. 1. 6-14; Sal 30; Mateo 6, 1-6- 16-18

Hay gente que le gusta mucho la ostentación y la vanagloria, que vean lo que hacen y recibir halagos y alabanzas. Es una realidad y es también una tentación que en el fondo todos sentimos. Como se suele decir a quien no le gusta un dulce, a quien no le gusta una alabanza. También hemos de decir que es bueno que sepamos reconocer y valorar lo que hacen los demás y sin que ellos busquen esa alabanza o reconocimiento nosotros tengamos una actitud positiva hacia ellos para valorar lo que hacen. Es también una forma de gratitud por lo bueno que recibimos de los demás.
Pero el tema que se nos plantea con lo que Jesús nos está diciendo hoy en el evangelio va por ese camino de los que buscan esa vanagloria. ¿Por qué hacemos las cosas? ¿qué pretendemos cuando hacemos una obra buena o ayudamos, por ejemplo, a los demás? ¿qué buscamos en el cumplimiento de nuestras responsabilidades y obligaciones?
Es lo que Jesús quiere decirnos con su sentencia. ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial’. Buscamos el bien que hacemos; buscamos lo bueno que podamos hacer por los demás; buscamos, es cierto, el cumplimiento de nuestras propias obligaciones y sentirnos satisfechos y en paz en nuestro interior; buscamos, y andamos entre cristianos, la gloria del Señor que se manifiesta también en la alegría que puedan sentir los demás con lo que reciben de nosotros.
En el evangelio Jesús se centra en tres cosas relacionadas con la religiosidad del judío creyente, que son la oración, la limosna y el ayuno. Quiere denunciar la actitud de los fariseos queriendo prevenirnos para que no caigamos nosotros en esa ostentosidad. Ya nos había prevenido en otra ocasión ‘si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos’. Ahora nos dice que ya sea en nuestra oración, o en la manera de compartir con los demás, o en los sacrificios y ayunos que hagamos, no lo hagamos para que nos vea la gente, sino allá en lo escondido, en el secreto de nuestro corazón, en la discreción con que nos acerquemos a aquel con quien vamos a compartir, y ‘tu Padre que ve en lo escondido, te lo recompensará’.
Busquemos la gloria del Señor, busquemos el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se nos dará por añadidura, como nos dirá en otro lugar. Sí, es cierto, que tenemos que ser luz para el mundo que nos rodea y que tenemos que ser sal que dé el sabor de Cristo; también nos dirá el Señor que vean vuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo. Pero es desde la humildad, desde la sencillez, desde el silencio quizá en muchas ocasiones, como iremos siendo esa sal y esa luz.
Será, sí, ese testimonio de lo bueno que hacemos, será ese amor que compartimos, será ese espíritu de servicio y de disponibilidad generosa que tengamos en lo que tenemos que trasmitir ese anuncio del Reino para que todos en verdad puedan dar gloria al Padre del cielo. Seremos luz para nuestro mundo, seremos sal para la tierra no desde la ostentación y vanagloria sino desde la sencillez y la humildad con que amamos y nos damos por los demás.

martes, 14 de junio de 2016

Un estilo nuevo del amor que nos enseña Jesús para amar a todos incluso a los que no nos hacen bien

Un estilo nuevo del amor que nos enseña Jesús para amar a todos incluso a los que no nos hacen bien

1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48
Yo soy bueno porque ayudo a los que me ayudan, escuchamos decir tantas veces o acaso nosotros también lo decimos; a esa persona nadie lo ayuda porque es que ella tampoco ayuda a nadie nunca. Y pensamos que ya somos buenos y lo suficiente ayudamos a los que son buenos con nosotros. ¿Es suficiente?
Entra, es cierto, dentro de una bondad natural, pero el estilo nuevo que Jesús quiere darnos es mucho más que todo eso. Es claro y tajante Jesús en sus palabras. Además nos propone como modelo lo que es el amor que Dios nos tiene. ¿Merecemos nosotros ese amor de Dios? ¿Qué hacemos para merecer que Dios nos ame? Pudiera ser que incluso con nuestras ofrendas y sacrificios andemos también de interesados. Le ofrecemos o le prometemos a Dios tantas cosas para que nos ayude, para que nos saque de aquellas situaciones difíciles, para que se nos resuelvan nuestros problemas.
Hoy nos propone Jesús una meta muy alta. ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Alta es la meta de perfección porque nos pide ser perfectos en el amor como lo es Dios. Y eso tiene que traducirse en el estilo de nuestro amor. No nos podemos contentar en amar a los que nos aman, con ser buenos con los que son buenos con nosotros. El ideal y la meta que nos propone Jesús es mucho más amplia, porque tenemos que amar también a los que no nos aman, incluso a los que nos odian, a los que se consideran enemigos nuestros.
Son claras las palabras de Jesús. Conviene recordarlas y repetírnoslas muchas veces. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen’. Es que si no fuera así no haríamos nada de extraordinario. Y extraordinario tiene que ser el amor con que hemos de amar a los demás. Hemos de romper moldes. Los que nos llamamos cristianos porque seguimos a Jesús y queremos vivir el Reino de Dios no nos podemos contentar con lo que todos hacen. Si hacemos lo mismo que los demás, ¿en qué nos diferenciamos? ¿Dónde estamos expresando lo que nos caracteriza en el amor cristiano?
Por eso nos dice Jesús: ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?’
Tenemos que revisar nuestras posturas, nuestras costumbres, nuestras maneras de hacer las cosas. No porque hagamos lo que todos hacen significa que estamos comportándonos con el espíritu y el sentido de Cristo. Y eso es lo que tiene que primar en nuestra vida para en verdad llamarnos seguidores de Jesús. Y esto tiene muchas traducciones en nuestra vida diaria, en nuestra vida de cada día. En la forma como  nos ayudamos y a quien ayudamos, en el espíritu de generosidad que tiene que haber en nuestro corazón, en la disponibilidad de nuestra vida para estar siempre en disposición de servicio sea a quien sea, en arrancar de nosotros esa rebeldía interior que podamos sentir cuando nos desairan, en la amabilidad con que hemos de tratar a todo aquel con quien nos encontremos, y así no sé cuantas cosas más podríamos decir.
No olvidemos la meta que nos propone el Señor. ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’.

lunes, 13 de junio de 2016

Rompamos la espiral de la violencia y creemos la espiral del amor que es la que verdaderamente nos llenará de paz

Rompamos la espiral de la violencia y creemos la espiral del amor que es la que verdaderamente nos llenará de paz

1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5, 38-42

¡Qué difícil es romper la espiral de la violencia! Pues nosotros los cristianos tenemos que romperlo. Sí, aunque desgraciadamente sabemos cómo somos y cuánto nos cuesta dominarnos y controlarnos cuando alguien nos hace lo que no nos gusta. Tenemos que ser sinceros y reconocerlo. Aquí tenemos veinte siglos predicándose este evangelio y todavía no terminamos de convencernos y tratamos de seguir haciéndole rebajas, buscando disculpas, queriendo encontrar excepciones, en una palabra que no terminamos de romper esa espiral de la violencia en nuestro mundo.
Tenemos que convencernos que la violencia no arregla las cosas, y la respuesta que demos con violencia a la que nos puedan hacer a nosotros generará más violencia. Es el amor el que dulcifica las amarguras y el que lima las asperezas que nos podamos encontrar en la vida. Es cierto que no siempre estamos en la misma sintonía ni quizá tenemos la misma serenidad en el corazón. Pero hemos de aprender a no perder la paz, a mantener esa serenidad y esa calma frente a los atentados de mal que podamos sufrir.
Es difícil; no nos dice Jesús que eso sea fácil. El lo sufrió en su carne, pero ¿cuál fue su reacción? Lo veremos en la cruz primero que nada perdonando y pidiendo por aquellos que le están crucificando, ‘no saben lo que hacen’, los disculpa; y no estaba pidiendo simplemente por los que tenían el martillo en sus manos para coserlo al madero de la cruz, sino a todos aquellos que con su maldad, sus intrigas y sus orgullos estaban detrás de toda aquella conspiración.
Y aunque grita en su dolor sintiendo la soledad del dolor y de la cruz, sabe ponerse en las manos del Padre, sabe hacer la ofrenda de amor de su vida en aquella muerte violenta que estaba sufriendo para convertirla en redención, en salvación para toda la humanidad.
Sí, en todo esto tendríamos que pensar al vernos envueltos en este mundo de violencias, de resentimientos y de venganzas, de envidias y de malas querencias que cada día podamos sufrir. Miramos a Jesús y aprendemos a responder con amor; miramos a Jesús y llenamos de paz nuestro corazón; miramos a Jesús y aunque sintamos tantas soledades interiores que nos podrían hacer gritar con violencia aprendemos a hacer ofrenda de amor de cuanto sufrimos.
Es lo que tenemos que aprender, es el estilo nuevo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia, que es un reino de paz y de amor; paz y amor que expresamos en nuestra comprensión, en la capacidad del perdón hasta llegar a disculpar, en la respuesta de amor que damos, en el silencio de nuestro sufrimiento, en la ofrenda que hacemos en cada momento de lo que es nuestra vida.
Quienes vivimos o queremos vivir el Reino de Dios tenemos que ser siempre instrumentos de paz, constructores de la paz; cuando perdonamos y olvidamos cuánta paz sentimos en nuestro corazón y cuanta paz seremos capaces de trasmitir también a los demás, aunque no nos quieran entender, aunque puedan decir de nosotros lo que sea porque no respondemos del mismo modo a como lo hacen los demás.
Simplemente, rompamos la espiral de la violencia y creemos la espiral del amor que es la que llenará de paz nuestro corazón y en consecuencia nuestro mundo.

domingo, 12 de junio de 2016

El corazón lleno de misericordia de Jesús vence todas las barreras del mal invitándonos a caminos nuevos de compasión, de amor y de paz

El corazón lleno de misericordia de Jesús vence todas las barreras del mal invitándonos a caminos nuevos de compasión, de amor y de paz

2Samuel 12, 7-10. 13; Sal 31; Gálatas 2, 16. 19-21; Lucas 7, 36 - 8, 3
El corazón lleno de misericordia vence todas las barreras del pecado y de la maldad moviéndonos también a caminos nuevos de compasión y de amor. Podría ser una manera de resumir el cuadro que se nos presente hoy en el evangelio.
Una mujer pecadora que se atreve a llegar hasta Jesús. Aunque pecadora ahora la mueve el amor que le hace saltar también barreras atreviéndose a entrar en la sala del banquete que aquel celoso fariseo había preparado para Jesús. Nada le ha impedido llegar hasta Jesús mostrando ya así lo que puede el amor.
En ese lado oscuro del cuadro, aunque están comenzando a relumbrar los resplandores del amor en aquella mujer, están la intransigencia y el fanatismo, el creernos mejores y superiores y los aires de la discriminación y del desprecio. Está ya en el pensamiento del fariseo que ha invitado a Jesús que se siente incomodo con aquella interferencia, pero que además se está diciendo ‘si supiera lo que es esta mujer, no le dejaría tocar sus pies’, en referencia a lo que aquella mujer hacia a los pies de Jesús. Aunque aparecerán luego también el fanatismo y la intransigencia y hasta la condena contra Jesús porque se atreve a perdonar pecados. ¿Quién es éste, que hasta se atreve a perdonar pecados?’, murmuran entre los amigos del fariseo convidados.
Pero vayamos poniendo como si una plantilla fuera la escena del evangelio sobre nuestra vida y nuestras actitudes. ‘Si éste supiera lo que yo sé…’ habremos dicho en más de una ocasión. Y ahí están esos pensamientos morbosos en ocasiones con deseos de condenar o de desprestigiar, o surgen las insinuaciones para tratar de quitar a alguien la buena voluntad con que está haciendo las cosas porque no merece la pena, porque todo va a seguir igual, porque esos por los que estás sacrificándote no se lo merecen, porque… y ponemos tantas pegas, tantas dificultades, sembramos tantas desconfianzas, condenamos de antemano a los que nos parece que no son de los nuestros o no piensan igual, marcamos con un sambenito para siempre a los que han cometido algún error en la vida, o muchos errores, porque no queremos tener la esperanza de la regeneración.
Pero frente a ese cuadro de sombras resplandece con fuerza la luz del amor; brota y se refleja en el corazón de aquella mujer pecadora que porque tiene esperanza llena su corazón de amor, pero surge con fuerza del corazón misericordioso de Cristo que observa y escucha, escucha y observa incluso lo que pasa en el corazón de los hombres porque para El nada hay oculto, pero que para todos tendrá una palabra nueva de vida para que rebrote de nuevo el amor. Sus gestos y sus palabras serán una invitación al amor y a la compasión expresando siempre la misericordia infinita de Dios que reina en su corazón.
Como damos por supuesto que antes de leer esta reflexión hayamos leído y escuchado el texto del evangelio en nuestro corazón no será necesario ahora entrar en excesivos detalles. Ya hemos escuchado sus palabras con la pequeña parábola que Jesús le ofrece al fariseo que lo había invitado. ¿Quién amará más? Aquel que haya experimentado en su corazón lo que es la inmensa misericordia de Dios a pesar de sus muchas deudas y pecados.
Por ahí hemos de comenzar, reconociendo nuestra miseria y nuestro pecado. Si no somos capaces de hacerlo nunca va a derrocharse en plenitud esa misericordia sobre nosotros, no seremos capaces de experimentar lo que es la dicha de sentirse perdonados. Aquella mujer se está sintiendo pecadora, son muchos sus pecados, pero así de manera infinita está sintiendo en su corazón la paz del perdón y de la misericordia. ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor…’ sentenciará Jesús. ‘Tu fe te ha salvado… Vete en paz, no peques más’, le dirá Jesús.
Es la victoria del amor y de la misericordia. Es el resplandor grande que surge del corazón de Cristo y que ilumina para siempre nuestra vida con su paz. El corazón lleno de amor rompe barreras y ya nunca más tendríamos que sentirnos esclavizados de nuestros fanatismos e intransigencias, nuestros prejuicios y nuestras condenas, de las discriminaciones que queremos hacer sobre los otros pero que es a nosotros a los que nos marcan; ya para siempre tendría que estar abierto nuestro corazón al amor y a la misericordia, a la comprensión y a la aceptación gozosa del hermano que vuelve, aunque se haya marchado de casa, porque siempre será para nosotros un hermano.
Que los resplandores de luz de la misericordia divina llenen nuestra vida para siempre para que aprendamos a reconocer nuestros pecados, poner mucho amor en nuestra vida y llenarnos siempre de la paz que Jesús nos da.