El corazón lleno de misericordia de Jesús vence todas las barreras del mal invitándonos a caminos nuevos de compasión, de amor y de paz
2Samuel 12, 7-10. 13; Sal 31; Gálatas 2, 16.
19-21; Lucas 7, 36 - 8, 3
El corazón lleno de misericordia vence todas las barreras del pecado y
de la maldad moviéndonos también a caminos nuevos de compasión y de amor.
Podría ser una manera de resumir el cuadro que se nos presente hoy en el
evangelio.
Una mujer pecadora que se atreve a llegar hasta Jesús. Aunque pecadora
ahora la mueve el amor que le hace saltar también barreras atreviéndose a
entrar en la sala del banquete que aquel celoso fariseo había preparado para Jesús.
Nada le ha impedido llegar hasta Jesús mostrando ya así lo que puede el amor.
En ese lado oscuro del cuadro, aunque están comenzando a relumbrar los
resplandores del amor en aquella mujer, están la intransigencia y el fanatismo,
el creernos mejores y superiores y los aires de la discriminación y del
desprecio. Está ya en el pensamiento del fariseo que ha invitado a Jesús que se
siente incomodo con aquella interferencia, pero que además se está diciendo ‘si
supiera lo que es esta mujer, no le dejaría tocar sus pies’, en referencia
a lo que aquella mujer hacia a los pies de Jesús. Aunque aparecerán luego también
el fanatismo y la intransigencia y hasta la condena contra Jesús porque se
atreve a perdonar pecados. ‘¿Quién es éste,
que hasta se atreve a perdonar pecados?’, murmuran entre los amigos del fariseo convidados.
Pero vayamos poniendo como si una plantilla fuera la escena del
evangelio sobre nuestra vida y nuestras actitudes. ‘Si éste supiera lo que
yo sé…’ habremos dicho en más de una ocasión. Y ahí están esos pensamientos
morbosos en ocasiones con deseos de condenar o de desprestigiar, o surgen las
insinuaciones para tratar de quitar a alguien la buena voluntad con que está
haciendo las cosas porque no merece la pena, porque todo va a seguir igual,
porque esos por los que estás sacrificándote no se lo merecen, porque… y
ponemos tantas pegas, tantas dificultades, sembramos tantas desconfianzas,
condenamos de antemano a los que nos parece que no son de los nuestros o no
piensan igual, marcamos con un sambenito para siempre a los que han cometido algún
error en la vida, o muchos errores, porque no queremos tener la esperanza de la
regeneración.
Pero frente a ese cuadro de sombras resplandece con fuerza la luz del
amor; brota y se refleja en el corazón de aquella mujer pecadora que porque
tiene esperanza llena su corazón de amor, pero surge con fuerza del corazón
misericordioso de Cristo que observa y escucha, escucha y observa incluso lo
que pasa en el corazón de los hombres porque para El nada hay oculto, pero que
para todos tendrá una palabra nueva de vida para que rebrote de nuevo el amor.
Sus gestos y sus palabras serán una invitación al amor y a la compasión
expresando siempre la misericordia infinita de Dios que reina en su corazón.
Como damos por supuesto que antes de leer esta reflexión hayamos leído
y escuchado el texto del evangelio en nuestro corazón no será necesario ahora
entrar en excesivos detalles. Ya hemos escuchado sus palabras con la pequeña
parábola que Jesús le ofrece al fariseo que lo había invitado. ¿Quién amará
más? Aquel que haya experimentado en su corazón lo que es la inmensa misericordia
de Dios a pesar de sus muchas deudas y pecados.
Por ahí hemos de comenzar, reconociendo nuestra miseria y nuestro
pecado. Si no somos capaces de hacerlo nunca va a derrocharse en plenitud esa
misericordia sobre nosotros, no seremos capaces de experimentar lo que es la
dicha de sentirse perdonados. Aquella mujer se está sintiendo pecadora, son
muchos sus pecados, pero así de manera infinita está sintiendo en su corazón la
paz del perdón y de la misericordia. ‘Sus muchos pecados están perdonados,
porque tiene mucho amor…’ sentenciará Jesús. ‘Tu fe te ha salvado… Vete
en paz, no peques más’, le dirá Jesús.
Es la victoria del amor y de la misericordia. Es el resplandor grande
que surge del corazón de Cristo y que ilumina para siempre nuestra vida con su
paz. El corazón lleno de amor rompe barreras y ya nunca más tendríamos que
sentirnos esclavizados de nuestros fanatismos e intransigencias, nuestros
prejuicios y nuestras condenas, de las discriminaciones que queremos hacer
sobre los otros pero que es a nosotros a los que nos marcan; ya para siempre
tendría que estar abierto nuestro corazón al amor y a la misericordia, a la
comprensión y a la aceptación gozosa del hermano que vuelve, aunque se haya
marchado de casa, porque siempre será para nosotros un hermano.
Que los resplandores de luz de la misericordia divina llenen nuestra
vida para siempre para que aprendamos a reconocer nuestros pecados, poner mucho
amor en nuestra vida y llenarnos siempre de la paz que Jesús nos da.
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