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domingo, 12 de junio de 2016

El corazón lleno de misericordia de Jesús vence todas las barreras del mal invitándonos a caminos nuevos de compasión, de amor y de paz

El corazón lleno de misericordia de Jesús vence todas las barreras del mal invitándonos a caminos nuevos de compasión, de amor y de paz

2Samuel 12, 7-10. 13; Sal 31; Gálatas 2, 16. 19-21; Lucas 7, 36 - 8, 3
El corazón lleno de misericordia vence todas las barreras del pecado y de la maldad moviéndonos también a caminos nuevos de compasión y de amor. Podría ser una manera de resumir el cuadro que se nos presente hoy en el evangelio.
Una mujer pecadora que se atreve a llegar hasta Jesús. Aunque pecadora ahora la mueve el amor que le hace saltar también barreras atreviéndose a entrar en la sala del banquete que aquel celoso fariseo había preparado para Jesús. Nada le ha impedido llegar hasta Jesús mostrando ya así lo que puede el amor.
En ese lado oscuro del cuadro, aunque están comenzando a relumbrar los resplandores del amor en aquella mujer, están la intransigencia y el fanatismo, el creernos mejores y superiores y los aires de la discriminación y del desprecio. Está ya en el pensamiento del fariseo que ha invitado a Jesús que se siente incomodo con aquella interferencia, pero que además se está diciendo ‘si supiera lo que es esta mujer, no le dejaría tocar sus pies’, en referencia a lo que aquella mujer hacia a los pies de Jesús. Aunque aparecerán luego también el fanatismo y la intransigencia y hasta la condena contra Jesús porque se atreve a perdonar pecados. ¿Quién es éste, que hasta se atreve a perdonar pecados?’, murmuran entre los amigos del fariseo convidados.
Pero vayamos poniendo como si una plantilla fuera la escena del evangelio sobre nuestra vida y nuestras actitudes. ‘Si éste supiera lo que yo sé…’ habremos dicho en más de una ocasión. Y ahí están esos pensamientos morbosos en ocasiones con deseos de condenar o de desprestigiar, o surgen las insinuaciones para tratar de quitar a alguien la buena voluntad con que está haciendo las cosas porque no merece la pena, porque todo va a seguir igual, porque esos por los que estás sacrificándote no se lo merecen, porque… y ponemos tantas pegas, tantas dificultades, sembramos tantas desconfianzas, condenamos de antemano a los que nos parece que no son de los nuestros o no piensan igual, marcamos con un sambenito para siempre a los que han cometido algún error en la vida, o muchos errores, porque no queremos tener la esperanza de la regeneración.
Pero frente a ese cuadro de sombras resplandece con fuerza la luz del amor; brota y se refleja en el corazón de aquella mujer pecadora que porque tiene esperanza llena su corazón de amor, pero surge con fuerza del corazón misericordioso de Cristo que observa y escucha, escucha y observa incluso lo que pasa en el corazón de los hombres porque para El nada hay oculto, pero que para todos tendrá una palabra nueva de vida para que rebrote de nuevo el amor. Sus gestos y sus palabras serán una invitación al amor y a la compasión expresando siempre la misericordia infinita de Dios que reina en su corazón.
Como damos por supuesto que antes de leer esta reflexión hayamos leído y escuchado el texto del evangelio en nuestro corazón no será necesario ahora entrar en excesivos detalles. Ya hemos escuchado sus palabras con la pequeña parábola que Jesús le ofrece al fariseo que lo había invitado. ¿Quién amará más? Aquel que haya experimentado en su corazón lo que es la inmensa misericordia de Dios a pesar de sus muchas deudas y pecados.
Por ahí hemos de comenzar, reconociendo nuestra miseria y nuestro pecado. Si no somos capaces de hacerlo nunca va a derrocharse en plenitud esa misericordia sobre nosotros, no seremos capaces de experimentar lo que es la dicha de sentirse perdonados. Aquella mujer se está sintiendo pecadora, son muchos sus pecados, pero así de manera infinita está sintiendo en su corazón la paz del perdón y de la misericordia. ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor…’ sentenciará Jesús. ‘Tu fe te ha salvado… Vete en paz, no peques más’, le dirá Jesús.
Es la victoria del amor y de la misericordia. Es el resplandor grande que surge del corazón de Cristo y que ilumina para siempre nuestra vida con su paz. El corazón lleno de amor rompe barreras y ya nunca más tendríamos que sentirnos esclavizados de nuestros fanatismos e intransigencias, nuestros prejuicios y nuestras condenas, de las discriminaciones que queremos hacer sobre los otros pero que es a nosotros a los que nos marcan; ya para siempre tendría que estar abierto nuestro corazón al amor y a la misericordia, a la comprensión y a la aceptación gozosa del hermano que vuelve, aunque se haya marchado de casa, porque siempre será para nosotros un hermano.
Que los resplandores de luz de la misericordia divina llenen nuestra vida para siempre para que aprendamos a reconocer nuestros pecados, poner mucho amor en nuestra vida y llenarnos siempre de la paz que Jesús nos da.

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