Un estilo nuevo del amor que nos enseña Jesús para amar a todos incluso a los que no nos hacen bien
1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48
Yo soy bueno porque ayudo a los que me ayudan, escuchamos decir tantas
veces o acaso nosotros también lo decimos; a esa persona nadie lo ayuda porque
es que ella tampoco ayuda a nadie nunca. Y pensamos que ya somos buenos y lo
suficiente ayudamos a los que son buenos con nosotros. ¿Es suficiente?
Entra, es cierto, dentro de una bondad natural, pero el estilo nuevo
que Jesús quiere darnos es mucho más que todo eso. Es claro y tajante Jesús en
sus palabras. Además nos propone como modelo lo que es el amor que Dios nos
tiene. ¿Merecemos nosotros ese amor de Dios? ¿Qué hacemos para merecer que Dios
nos ame? Pudiera ser que incluso con nuestras ofrendas y sacrificios andemos
también de interesados. Le ofrecemos o le prometemos a Dios tantas cosas para
que nos ayude, para que nos saque de aquellas situaciones difíciles, para que
se nos resuelvan nuestros problemas.
Hoy nos propone Jesús una meta muy alta. ‘Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto’.
Alta es la meta de perfección porque nos pide ser perfectos en el amor como lo
es Dios. Y eso tiene que traducirse en el estilo de nuestro amor. No nos
podemos contentar en amar a los que nos aman, con ser buenos con los que son
buenos con nosotros. El ideal y la meta que nos propone Jesús es mucho más
amplia, porque tenemos que amar también a los que no nos aman, incluso a los
que nos odian, a los que se consideran enemigos nuestros.
Son claras las palabras de Jesús.
Conviene recordarlas y repetírnoslas muchas veces. ‘Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen’. Es que si no fuera así no haríamos nada de
extraordinario. Y extraordinario tiene que ser el amor con que hemos de amar a
los demás. Hemos de romper moldes. Los que nos llamamos cristianos porque
seguimos a Jesús y queremos vivir el Reino de Dios no nos podemos contentar con
lo que todos hacen. Si hacemos lo mismo que los demás, ¿en qué nos
diferenciamos? ¿Dónde estamos expresando lo que nos caracteriza en el amor
cristiano?
Por eso nos dice Jesús: ‘Así
seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los
que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y
si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo también los gentiles?’
Tenemos que revisar nuestras posturas,
nuestras costumbres, nuestras maneras de hacer las cosas. No porque hagamos lo
que todos hacen significa que estamos comportándonos con el espíritu y el
sentido de Cristo. Y eso es lo que tiene que primar en nuestra vida para en
verdad llamarnos seguidores de Jesús. Y esto tiene muchas traducciones en
nuestra vida diaria, en nuestra vida de cada día. En la forma como nos ayudamos y a quien ayudamos, en el
espíritu de generosidad que tiene que haber en nuestro corazón, en la
disponibilidad de nuestra vida para estar siempre en disposición de servicio
sea a quien sea, en arrancar de nosotros esa rebeldía interior que podamos
sentir cuando nos desairan, en la amabilidad con que hemos de tratar a todo
aquel con quien nos encontremos, y así no sé cuantas cosas más podríamos decir.
No olvidemos la meta que nos
propone el Señor. ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto’.
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