Necesitamos
dar un testimonio auténtico de Pascua con el anuncio de la resurrección de
Jesús al mundo que nos rodea para ser verdaderos signos de luz y esperanza
Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117;
Marcos 16, 9-15
Completamos casi la semana de la octava
de Pascua en que hemos venido proclamando con toda alegría e intensidad la
alegría de la pascua, la alegría de nuestra fe, que venimos a concluir mañana,
octava de pascua y fiesta de la misericordia, pero la palabra de Dios que ha
ido resonando en estos días aun nos hace detenernos para que nos revisemos cual
es la intensidad de la fe que estamos viviendo y celebrando.
Y lo hace en este como resumen que nos
hace el evangelista Marcos, es el más breve como lo ha sido todo su evangelio,
de lo que fueron esos momentos de pascua de los discípulos de Jesús. Ya Juan en
especial, aunque también Lucas, nos recordarán como estaban encerrados los discípulos
en el cenáculo desde el momento del prendimiento de Jesús en el huerto. En ese
momento se nos dice que lo abandonaron y huyeron.
Salvo la aparición esporádica de Pedro
en el patio del Sumo Sacerdote, y ya conocemos sus resultados, y de Juan al pie
de la cruz como nos narrará el evangelio de Juan, el refugio, por así decirlo,
fue el Cenáculo. Había sido el lugar de la despedida con todas las maravillas
que aquella noche en el cenáculo se fueron sucediendo. Habían sido momentos
también de tensión y de hondas emociones, donde los signos se habían
multiplicado. Y allí vinieron a refugiarse, de manera que se va a convertir
como en el centro de la Iglesia naciente.
Allí acude en la mañana de aquel primer
día, como nos cuenta hoy Marcos, María Magdalena tras sus experiencias en el
sepulcro a donde había acudido con las otras mujeres a querer completar el
embalsamamiento del cuerpo muerto de Jesús. Pero Jesús no está en la tumba; los
otros evangelistas nos hablarán de aparición de ángeles para decirles que no
busquen en el lugar de los muertos al que está vivo, y será María Magdalena la última
que regrese al cenáculo para anunciar que Jesús había resucitado. Habría ella
vivido, como nos narra Juan, la experiencia de su encuentro con Jesús, al que
había confundido con el hortelano. Pero ante la noticia los discípulos no la
creen.
Otros discípulos se habían querido
marchar a su pueblo, Emaús, pero alguien les había salido al encuentro en el
camino, y aunque en principio no lo reconocieron a pesar de que les ardía el
corazón mientras les hablaba, cuando sentados a la mesa partió el pan para
ellos, lo reconocieron y volvieron a Jesús con la noticia. Pero los que estaban
reunidos en el cenáculo tampoco los creyeron.
Será Jesús mismo el que haga sentir su
presencia en medio de ellos, entre su estupor, su asombro y finalmente su
alegría, y les echará en cara la dureza de su corazón porque no habían querido
creer a los testigos. Les abrirá ahora el corazón para que entendieran las
Escrituras pero al mismo tiempo les encomienda una misión. Han de ir a llevar
esa buena noticia por todo el mundo. ‘Id
al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’, les había dicho.
Es la misión que tienen, que tenemos que realizar.
¿Seremos
también nosotros duros de corazón para no creer, para no aceptar el testimonio
que nos pueden ofrecer otros testigos? ¿Seremos también nosotros duros de
corazón, se nos habrá encallecido el corazón, nos habremos acostumbrado tanto a
esto de la pascua y de la resurrección que en nosotros no haga mella este
anuncio?
Aquí con
sinceridad tendríamos que preguntarnos muchas cosas, si, preguntarnos por la
intensidad que hemos vivido y seguimos viviendo esta pascua. ¿Esa alegría de la
pascua de verdad ha estado presente en nuestra vida en estos días? ¿En qué se
ha notado? ¿Hemos sido capaces de anunciarla, de testimoniarla con nuestra vida
a ese mundo que nos rodea?
Tenemos
que reconocer que a la mayoría de la gente que nos rodea no les dice nada la
pascua, ha sido eso, Semana Santa, una ocasión quizás para unas vacaciones,
algo que hacen en la Iglesia, unas procesiones que salen a la calle, pero no se
han visto en nada implicados. ¿Habrá faltado un testimonio autentico de quienes
nos decimos cristianos, un testimonio más intenso y lleno de vida de la misma
Iglesia para ser un signo de luz y de esperanza en medio del mundo?