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lunes, 10 de abril de 2023

Sorpresa y alegría en el encuentro con el Señor resucitado y necesidad de anunciarlo aunque seamos unos pecadores para que el mundo crea

 


Sorpresa y alegría en el encuentro con el Señor resucitado y necesidad de anunciarlo aunque seamos unos pecadores para que el mundo crea

Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Sal 15; Mateo 28, 8-15

Si algo que teníamos muchos deseos que sucediera, cuando ya parece que habíamos perdido la esperanza vemos que nos sucede, seguro que la alegría que sintamos será grande, se desbordará muy efusivamente de nuestro corazón; alguien que amábamos con especial amor y que de repente desaparece de nuestra vida y nos parece que ya no volveremos a encontrarlo, si de pronto viene a nuestro encuentro y tenemos la certeza de que ya nunca más lo vamos a perder seguro que nos volveremos locos de alegría.

Aquellas mujeres habían ido llenas de desconsuelo aquella mañana al sepulcro para completar los ritos funerarios de quien había sido el amor de sus vidas y había muerto violentamente; tan violentos habían sido aquellos momentos que por razón del sábado y de la fiesta de la pascua ni siquiera habían podido embalsamarlo debidamente. Ahora venían con el deseo de poderlo realizar, sin pensar ni siquiera quien les correría la pesada piedra de la entrada del sepulcro. Pero la piedra estaba rodada, allí no estaba el cuerpo que buscaban y un ser celestial les anuncia que está vivo y vayan a comunicarlo al resto del grupo.

Sorpresa, alegría, miedo y temores quizás, muchas cosas se amontonaban en sus espíritus. Mayor fue la sorpresa, ahora llena de una alegría que nadie podría arrebatarles cuando en el camino de regreso Jesús les sale al encuentro. Los temores se difuminan, ‘no temáis’, les dice Jesús, y la envía con la misión de anunciarlo al resto del grupo. Las primeras misioneras, las primeras enviadas y ahora con la gran noticia que tenía que conmocionar el mundo.

Luego veremos que ni los propios discípulos las creen, pero será el principio de los que rechazan, de los que no quieren creer, de los que siempre lo van a poner en duda, incluso como imaginación de unas mujeres visionarias. Pero será también el principio de una fe que ira creciendo poco a poco y hará que en verdad la noticia se difunda. Ha llegado hasta nuestros días.

Es lo que vivimos y se sigue repitiendo. Es lo que provoca nuestra fe y tendrá que seguir siendo anuncio al mundo que nos rodea. Querrán poner en duda nuestras palabras y nuestras creencias, nos llamarán visionarios y soñadores, pero es algo de lo que estamos convencidos y aun con la debilidad de nuestra vida pecadora tenemos que seguir anunciando.

Como lo hizo Pedro en aquella mañana de Pentecostés como hemos escuchado en la primera lectura. Allí estará Pedro el que profundamente amaba al Señor y que había estado dispuesto a dar la vida por su Señor, pero el que no siempre entendía las palabras y los anuncios de Jesús queriendo quitarle incluso de la cabeza la idea de subir a Jerusalén si allí había de suceder cuanto anunciaba Jesús. 

Allí está Pedro el de la confesión en Cesarea de Filipo el que se deja revelar en su corazón los misterios de Jesús o el que subirá a lo alto de la montaña donde pretenderá edificar unas para que lo que allí está viviendo no se acabe; el Pedro que valiente llevará una espada al huerto, pero que ante las insinuaciones de unas criadas o de quien había participado también en el prendimiento de Jesús niega conocerle; el Pedro que más tarde sentirá la alegría de volver a encontrarse con Jesús y se tirará al agua para llegar más pronto y que le confesará su amor que quiere que ahora de verdad sea para siempre.

Es el Pedro con sus luces y con sus sombras, pero que ahora lleno del Espíritu de Jesús resucitado lo anunciará sin miedo a represalias, sin esconderse en el cenáculo y tendrá la valentía de decir que aquel Jesús que habían crucificado y dado muerte Dios lo había resucitado y constituido Señor y Mesías. No teme ahora Pedro porque está convencido de quien es Jesús, el Mesías de Dios, el Hijo de Dios, a quien un día la voz del cielo le había dicho que había que escuchar y seguir. Se acabaron ahora los temores.

Es también nuestra misión. Es el anuncio que hoy, en el año 2023, también con esas nuestras debilidades que arrastramos tras nosotros tenemos que anunciar. No tiene ya que importarnos que nos digan que si hicimos o que si fuimos, porque ahora nos sentimos unos hombres nuevos con el perdón del Señor, con su salvación que nos envuelve. 

No somos nosotros los importantes y por eso no importan ni nuestros méritos ni nuestros deméritos, no importa que quizás nos suceda como aquellas mujeres a las que no creyeron y que a nosotros no nos quieran creer algunas veces ni los propios discípulos del Señor, porque lo importante es el anuncio que tenemos que hacer. 

Tenemos que anunciarlo para que todos puedan verlo y para que todos puedan creer en El.

 

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