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martes, 11 de abril de 2023

También nos sale al encuentro Jesús resucitado, nos llama por nuestro nombre y nos envía a anunciar a los hermanos lo que hemos visto y oído

 


También nos sale al encuentro Jesús resucitado, nos llama por nuestro nombre y nos envía a anunciar a los hermanos lo que hemos visto y oído

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18

Al final podrá María Magdalena correr hasta donde están los discípulos, aún encerrados después de todo lo sucedido, para anunciarles que ha visto al Señor. Pero le ha costado muchas lágrimas. Había estado al pie de la cruz como de las primeras, muy valiente en aquellos momentos difíciles. Le había visto exhalar el último suspiro y había estado muy atenta del sepulcro donde habían colocado el cuerpo de Jesús. No había podido hacer otra cosa en el día del sábado porque el descanso sabático le impedía realizar el trabajo que tanto estaba deseando.

Ella también quería ser de las primeras que aquel primer día de la semana, pasado ya el sábado y la noche, para venir a embalsamar el cuerpo de Jesús. Pero allí no estaba. ¿Se lo habían robado? ¿Quién había tenido tal atrevimiento? Otros evangelistas nos hablaran de las mujeres que habían vuelto y de camino Jesús les había salido al encuentro, o de Magdalena corriendo para anunciar a los discípulos que se habían robado el cuerpo de Jesús – ya lo meditaremos en otro momento – pero Lucas nos habla ahora de María Magdalena, llorosa, a la entrada del sepulcro. Los ángeles que les habían anunciado a las mujeres la resurrección de Jesús y que no buscasen al que estaba vivo en el reino de la muerte, le preguntan ahora a María Magdalena por qué llora.

No hay otra obsesión en la cabeza de quien tanto había amado a Jesús, porque también tanto se había visto perdonado en su encuentro con Jesús. Repetirá una y otra vez la misma cantinela, ‘porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto’. Ella quería estar con Jesús. Estaría dispuesta incluso a llevarse el cuerpo muerto de Jesús para darle sepultura allí donde ella pudiera estar siempre a su lado, tanto es la fuerza del amor.

Será lo que repite a quien ella cree que es el encargado del huerto. ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Está dispuesta a todo. Pero sus lágrimas le han sellado los ojos como para no reconocer con quien está hablando. Cuando nos obsesionamos con nuestras angustias, ciegos y sordos nos volvemos. Hasta lo que era lo más palpable, aquello que siempre habíamos creído y que incluso nos había valido para consolar a otros, ahora de nada nos sirve porque nuestra mente se ha bloqueado.

¿No te he dicho que si crees todo será posible?, le diría un día a Jairo cuando marchaban a su casa y le traían malas nuevas. Es el grano de fe que mueve montañas. Es el grano de fe que nos hará ver las maravillas del Señor. Es lo que le pide a Marta y a María cuando ellas sienten la pena de que Jesús no había estado con ellas en los momentos de la enfermedad y la muerte de su hermano. Te he dicho que si crees vivirá, les dice. Es la fe que va pidiendo a cuantos se acercan a El a lo largo del evangelio. Tú fe te ha salvado. Y no nos podemos dejar envolver por las tinieblas. El centurión romano se siente incluso incapaz de ir por si mismo a pedir a Jesús por su criado, pero cuando se entera que viene Jesús le saldrá al encuentro para reconocer humilde que no es digno de que Jesús vaya a su casa, pero cree en la palabra de Jesús que con solo una palabra puede salvarle.  

Ahora será una palabra la que va a despertar a María Magdalena, le va abrir los ojos porque cesarán ya para siempre sus lágrimas. ‘María’, le dice Jesús. No es necesario más. ‘Maestro’, exclamará la Magdalena y ya la vemos a los pies de Jesús. Se acabaron las tinieblas que velaban sus ojos, se acabaron las angustias que le embargaban el corazón, se acabaron las lágrimas porque ahora todo será alegría y fiesta, ya se podrá quedar aletargado al pie del reino de la muerte sino que correrá a anunciarlo a los hermanos. ‘He visto al Señor, y me ha dicho esto’.

Despertemos nosotros a esa fe, salgamos de nuestro letargo para escuchar también esa Palabra de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Nos llama por nuestro nombre y nos envía también al encuentro con los hermanos para hacerles el anuncio de la Palabra de Jesús. Es lo que tenemos que seguir anunciando aunque la gente no nos crea. Quizás muchos nos mirarán con lástima o con desdén cuando nosotros estos días hablamos de la resurrección de Jesús y como nosotros estamos llamados a esa resurrección y a esa vida. Le es más fácil a las gentes del mundo de hoy el creer en reencarnaciones que creer en la resurrección de Jesús y hasta querrán que cambiemos la palabra, porque, nos dicen, tenemos que adaptarnos a los tiempos modernos.

No es cuestión ni de adaptaciones ni modernismos. Nosotros vamos con la experiencia del encuentro vivo con Cristo resucitado como lo hemos vivido en estos días de la semana santa y sobre todo en la noche de la vigilia pascual. Es sentir que Jesús está vivo en esa vida nueva que estamos sintiendo allá en lo más hondo del corazón. Escuchamos también, como Magdalena, esa voz del Señor que nos habla, que nos llama por nuestro nombre, que se convierte en el centro de nuestra vida, de nuestra existencia toda, por lo que nos sentimos impulsados a algo nuevo, por lo que sentimos esa nueva paz interior.

También pasamos por momentos de lágrimas y de angustias, pasamos por momentos de sentirnos unos bellacos a causa de nuestro pecado, de sentirnos rotos por dentro y sin encontrar salidas para nuestras tinieblas, pero con la presencia de Cristo resucitado en nuestras vidas todo es distinto, hay de verdad una luz que nos guía, hay una fuerza interior que nos impulsa, hay una paz que llena e inunda nuestro corazón porque nos sentimos amados, porque nos sentimos perdonados, porque nos sentimos con esa túnica nueva con que el Padre quiere vestirnos.

Y haya sido lo que haya sido nuestra vida, como María Magdalena a la que Dios había perdonado sus muchos pecados, podemos también hacer el anuncio que nadie nos podrá acallar, es verdad, ha resucitado el Señor.

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