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sábado, 22 de octubre de 2016

En cuanto nos sucede aunque sean cosas que nos parecen negativas seamos capaces de descubrir el amor del Señor que nos cuida, nos busca y nos ofrece continuamente vida

En cuanto nos sucede aunque sean cosas que nos parecen negativas seamos capaces de descubrir el amor del Señor que nos cuida, nos busca y nos ofrece continuamente vida

Efesios 4,7-16; Sal 121; Lucas 13,1-9

Algo habrá hecho para que le sucedan esas cosas… Alguna vez habremos escuchado algo así o acaso también se nos ha pasado por el pensamiento cuando vemos desgracias o cosas desagradables que les puedan suceder a personas de nuestro entorno. Es el grito angustiado que brota del corazón de aquel a quien le sucede una desgracia o se ve, por ejemplo, sometido a una enfermedad maligna. ¿Por qué a mí? ¿Qué es lo que he hecho yo?
Es el concepto, no muy en sentido cristiano, que tenemos de la enfermedad o de las desgracias que nos suceden como un castigo. Como puede ser también el sentimiento que nos puede surgir dentro de nosotros cuando vemos las injusticias de este mundo, las maldades que tanto daño hacen a los demás y pensamos cómo Dios no los castiga y los arranca de la vida para que no sigan haciendo tanto mal.
Es lo que le vinieron a contar a Jesús por unos sucesos lamentables que habían sucedido en el entorno del templo por unas revueltas contra los romanos y la actuación del gobernador que las había sofocado derramando sangre incluso dentro del mismo templo; por eso se habla de la mezcla de la sangre de aquellos galileos con la sangre de los sacrificios.
Jesús quiere hacerles reflexionar, recordando también a los que habían muerto cuando se había caído una torre en la fuente de Siloé alcanzando a algunos que allí se encontraban y que había encontrado la muerte. ‘¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así?’ les pregunta Jesús. ‘¿Pensáis que aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?’
Aprovecha Jesús para invitarnos una vez más a la conversión, a mirarnos a nosotros mismos, a ver la realidad de nuestra vida en lugar de juzgar a los demás, a ser capaces de darnos cuenta de aquellas cosas que en nosotros habría que mejorar.
Y nos habla de cómo Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Para eso nos propone una pequeña parábola. El dueño de la vida que viene a buscar frutos en la higuera pero que como no encuentra quiere arrancarla de raíz; pero allá está el verdadero agricultor que pacientemente sigue esperando y cavará en su entorno, la abonará debidamente confiando que al próximo año dé fruto. Así el Señor en nuestra vida. Es la paciencia de Dios con nosotros frente a tantas irregularidades de nuestra vida; es la espera de Dios que sigue regándonos con su amor. Cada uno ha de pensar en la realidad de lo que es y ha sido su propia vida; cuánto hemos recibido del Señor y el poco fruto que damos cuando no somos capaces de mantenernos en fidelidad, no somos constantes en nuestra respuesta, tantas negatividades como sigue habiendo en nuestra vida.
Que sea otra la mirada que tengamos ante lo que nos sucede y siempre seamos capaces de ver la mirada amorosa de Dios sobre nosotros que nos llama una y otra vez a que nos convirtamos a El. Seamos capaces también de tener una mirada distinta sobre cuanto nos sucede para descubrir siempre en ello un signo del amor de Dios que nos cuida, nos busca y nos ofrece continuamente vida.

viernes, 21 de octubre de 2016

Como creyentes en Jesús también tenemos una mirada distinta para leer los signos de los tiempos y una forma de actuar desde los valores del evangelio

Como creyentes en Jesús también tenemos una mirada distinta para leer los signos de los tiempos y una forma de actuar desde los valores del evangelio

Efesios 4,1-6; Sal 23; Lucas 12,54-59

Hoy estamos pendientes de las noticias cuando al final nos dan los pronósticos del tiempo para el día que sigue; los meteorólogos nos hacen sus predicciones, nos ponen las cartas de isobaras, nos muestran fotografías de satélite y nos dicen que tiempo habrá. Pero recordamos bien cómo los viejos del lugar sin tener esos adelantos científicos nos hacían también sus predicciones por una serie de signos que ellos descubrían en la atmósfera, en las nubes en las montañas o según fueran de poniente o no trataban de vislumbrar el horizonte para decirnos el tiempo que iba a venir. En unos y otros los signos del tiempo nos hacían o hacen ver lo que podía o no pasar.
Era la lectura de los signos del cielo, en este caso entendiendo el cielo como el firmamento y todo lo que hiciera referencia a la meteorología. Pero tendríamos que aprender a leer otros signos de los tiempos; ya los futurólogos se encargan de hacerlo, o los comentaristas sociales, económicos o políticos están tratando de descubrir en aquellas cosas que van sucediendo los tiempos que se avecinan, en este caso por donde va a ir a la vida social, económica o política de nuestra sociedad. Mucha gente trata de discernir en lo que sucede lo que es el futuro de nuestra sociedad.
Pero ¿nos tenemos que quedar en esas predicciones sean de un signo o de otro que ya sean metereólogos o comentaristas políticos nos puedan decir en esa lectura de los signos de los tiempos? ¿Tendríamos quizá que buscar algo de mayor trascendencia y tratar de hacer una lectura de la vida, de la historia o del tiempo presente también desde el sentido creyente? ¿Dios querrá hablarnos también a través esos signos de los tiempos, para que descubramos en el acontecer de cada día una señal de lo que Dios quiere de nosotros, de lo que Dios nos pide?
Todos tenemos nuestro lugar en la historia y la historia no la construyen solo los grandes personajes, sino que cada uno de nosotros va construyendo esa historia de cada día, y no solo en su propia vida sino también con una influencia en ese mundo que le rodea. Y ahí hemos de tener una mirada creyente para ser capaces también de ver la vida y la historia que construimos con los ojos de Dios.
Sí, una mirada creyente, para saber descubrir ese actuar de Dios, que aun cuando respeta nuestra autonomía y libertad porque El nos la ha dado, sin embargo está inspirando en nuestro corazón una forma de actuar, una manera distinta de hacer las cosas. Y cuando nos llamamos creyentes y nos llamamos cristianos es porque esa inspiración la encontramos en el evangelio y en sus valores.
Ojalá sepamos de verdad abrir los ojos de la fe; abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu de Dios que nos ilumina, que nos guía, que nos hace descubrir también cuantas cosas buenas podemos realizar. No nos podemos cruzar de brazos ante el devenir de la historia y ante lo que los otros quieran realizar de nuestro mundo.
Nosotros también hemos de actuar, también tenemos un cariz que darle a la vida, a los acontecimientos, a cuanto sucede a nuestro alrededor. Ese sentido creyente de nuestra vida nos hace ver las cosas con una mirada distinta, pero también nos compromete a un actuar de una forma distinta. Nosotros desde nuestra condición de creyentes también tenemos que dejar nuestra impronta en la historia. Necesitamos ser valientes y dejarnos conducir por el Espíritu de Dios.

jueves, 20 de octubre de 2016

Quien está lleno del amor de Jesús ha de ir prendiendo esa llama del amor allá donde vaya

Quien está lleno del amor de Jesús ha de ir prendiendo esa llama del amor allá donde vaya

Efesios 3,14-21; Sal 32; Lucas 12,49-53

En la experiencia de la vida todos nos habremos encontrado con personas que parecen un torbellino; personas inquietas que no se detienen ante nada, personas que siempre están buscando cómo mejor hacer las cosas, que luchan y se esfuerzan a pesar de que puedan encontrar dificultades o todo un mundo en contra; tienen claras sus ideas, sus objetivos y metas y son incansables en su lucha por conseguirlos. Parece que tienen un fuego interior que les quema por dentro en ese ardor que sienten en su lucha por lo mejor pero que al mismo tiempo parece que contagian o quieren contagiar a cuantos están a su lado.
Junto a ellos no cabe la pasividad, en ellos parece que nunca hay cansancios, nos inquietan a nosotros también y entre muchas posibles reacciones de alguna manera quisiéramos parecernos a ellos. Sin embargo también constatamos que muchas veces en el entorno de estas personas se crean ciertas divisiones o enfrentamientos que pudieran caer en la violencia porque hay a quienes les molestan posturas así y se puede crear esa división o enfrentamiento, como decíamos. Los vemos en la vida social, en la política, en las familias, en muchas partes vemos surgir personas así con inquietud y fuego en el corazón y podemos ver también las distintas reacciones que se producen.
¿No será de esto o algo así de lo que nos está hablando hoy Jesús en el Evangelio? ¿No es eso lo que vemos en Jesús, en sus palabras, en su actuar, en el anuncio que hace del Reino de Dios? ¿No nos estará queriendo llevar a eso Jesús con sus palabras?
En una interpretación excesivamente literal de las palabras de Jesús muchas veces nos pareciera que están en contradicción con otros mensajes del evangelio, porque en una interpretación así diera la impresión que Jesús busca la violencia y no la paz, la división en lugar del amor y la comunión. No queremos hacer rebajas en las palabras de Jesús ni en sus planteamientos, pero hemos de saber entender su significado y también las consecuencias que para nosotros puedan tener.
‘He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! nos dice Jesús. Es ese fuego del amor que ha de producir en nosotros esa inquietud. Es ese fuego ardiente por el Reino de Dios al que hemos de buscar y por el que tenemos que luchar para hacer que se vaya implantando en nuestro mundo. Es esa inquietud en nuestro corazón porque quien ha encontrado a Jesús ya no podrá quedarse con los brazos cruzados para siempre, sino que tendrá que arremangarse y ponerse en camino, como nos decía ayer, para hacer ese anuncio de la Buena Nueva del Reino.
Quien está lleno del amor de Jesús ha de ir prendiendo esa llama del amor allá donde vaya. Su amor que le hará buscar siempre el bien y la justicia, que le hará bajarse de la cabalgadura de su orgullo para ponerse siempre a servir al necesitado, a llevar consuelo al que está triste, a mostrar la misericordia del Señor con la compasión y el amor de su corazón, que no le permitirá quedarse insensible ante el que sufre o pasa necesidad, que no puede quedarse con los brazos cruzados con la injusticia que ve brotar por todas partes en nuestro mundo. Y un amor así ha de contagiar, como el fuego se ha de ir prendiendo en el corazón de los demás.
No siempre será comprendido.  Habrá muchos que le dirán que no hace falta llegar a tanto para ser bueno. Muchos serán los conformistas que tratarán de calmarse en ese fuego que le brota por dentro. En muchas ocasiones la oposición le va a venir quizá de los más cercanos. Es lo que nos está diciendo Jesús que con su presencia se produce división. Como había anunciado proféticamente el anciano Simeón allá en el templo será ‘un signo de contradicción’ y muchos tendrán que decantarse ante El.
Fue el camino de Jesús. Será nuestro camino de pascua si en verdad nosotros optamos por los valores del Reino, si en verdad nos sentimos comprometidos en el amor de Jesús. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

Despertemos nuestra esperanza para con ojos de fe saber descubrir la presencia del Señor que viene a nuestra vida

Despertemos nuestra esperanza para con ojos de fe saber descubrir la presencia del Señor que viene a nuestra vida

Efesios 3,2-12; Salmo: Is 12,2-3.4bcd.5-6; Lucas 12,39-48

La espera prolongada de algo que ansiamos debería hacer que estuviéramos vigilantes y atentos a su llegada, pero sabemos muy buen que también tiene sus riesgos y es el que nos cansemos, de alguna manera nos aburramos si se prolonga en demasía, o terminemos cayendo en la rutina acostumbrándonos a quedarnos en hacer siempre lo mismo. Eso nos puede suceder de muchas maneras en la vida.
A eso nos quiere prevenir el Señor con las palabras que hoy nos ofrece el evangelio. Nuestra vida tiene que ser siempre un camino de esperanza y de esperanza vigilante. El promete que estará con nosotros, que vendrá a nuestra vida y hemos de estar atentos a esos signos y señales en los cuales reconozcamos su presencia. Es la espera de la venida final en que se manifestará con todo poder y gloria, como nos repite varias veces en el evangelio, pero es esa llegada constante del Señor a nuestra vida y si caminamos con fe sabremos descubrir cada día en multitud de señales.
Podremos sentir al Señor allá en lo hondo de nuestro corazón y esa oración que hacemos cada día tiene que hacernos despertar esa fe y esa esperanza, abrir nuestros ojos para ver su presencia, sentir que nuestra oración no es una simple repetición de palabras y rezos aprendidos de memoria, sino que ha de ser siempre encuentro vivo con el Señor. Pero es ahí donde podemos caer también en esa rutina y frialdad que ciegue nuestros ojos, que ciegue nuestro corazón y no seamos capaces de sentir el calor de su gracia y de su presencia.
Llega el Señor cada día si queremos de forma sacramental a nosotros si, por ejemplo, participamos en la Eucaristía u otras celebraciones de los sacramentos. No se puede quedar en algo ritual, sino que siempre ha de ser presencia del Señor que viene a alimentar nuestra vida.
Pero de forma casi sacramental llega el Señor a nosotros en los acontecimientos y en las personas con quienes nos vamos encontrando en la vida. Nos habla el Señor en esos acontecimientos; hemos de saber tener ojos de fe y oídos atentos en nuestro corazón para descubrir esos caminos que el Señor nos va señalando y abriendo ante nosotros. No es algo mágico que pueda sucedernos, sino es descubrir en cuanto sucede cual es ese papel que nosotros como creyentes, como cristianos hemos de tener. En esa historia actuamos, tenemos nuestro papel y nuestro lugar, hemos de intervenir con nuestras decisiones, con nuestra actuación convirtiendo así para nosotros ese acontecer de la vida en historia de salvación para nosotros.
Y como decíamos el Señor nos sale al encuentro en esas personas a quienes nos vamos acercando o se acercan a nosotros. No olvidemos lo que nos dice Jesús que cuanto hagamos al hermano a El se lo hacemos. Hemos de ver, pues, en ese hombre o mujer que pasa a nuestro lado, que convive con nosotros, o que se acerca a nosotros con una mano tendida o con un corazón roto la presencia del Señor.
Hablábamos al principio de una espera en la vida que se nos pudiera hacer tediosa y que nos hiciera perder la tensión de la vigilancia. Pero ya vemos cómo el Señor llega a nosotros cada día; nos es necesaria esa vigilancia atenta porque abramos de verdad los ojos de la fe. Nuestra esperanza entonces será una esperanza viva.

martes, 18 de octubre de 2016

Es necesario de una vez por todas ponernos en camino para ir al encuentro de nuestro mundo con la Buena Nueva de la Paz que nos ofrece Jesús y tanto necesitamos

Es necesario de una vez por todas ponernos en camino para ir al encuentro de nuestro mundo con la Buena Nueva de la Paz que nos ofrece Jesús y tanto necesitamos

2Timoteo 4,9-17ª; Sal 144; Lucas 10,1-9

‘¡Poneos en camino!... Paz a esta casa… Está cerca de vosotros el Reino de Dios…’ Un mandato, una misión que compartir, un anuncio, es el encargo que Jesús les hace a los discípulos que envía. Es el encargo que nosotros también recibimos.
‘¡Poneos en camino!’ Quien ha recibido el mensaje de la salvación no puede quedarse encerrado en si mismo, no se lo puede guardar solo para él. Como Jesús tenemos que ponernos en camino; así lo vemos en el evangelio. No espera a que vengan a El; va allí donde está la gente, donde hay personas que sufren, donde hay gente ansiosa de paz. Camina por los pueblos y aldeas de Galilea, va siempre es búsqueda del que está atormentado, se hace el encontradizo con los que sufren por cualquier motivo, para todos tiene un gesto y una palabra de esperanza. Es siempre un camino de amor el que va realizando Jesús porque se va encontrando con las personas, porque va llevando la paz a los corazones, porque El mismo es Buena Nueva, es Evangelio para los demás, porque su presencia está anunciando un mundo nuevo, una vida nueva.
‘Paz a esta casa’. Es el anuncio de la paz; no una paz que buscamos en lugares lejanos, sino que la hemos de encontrar y disfrutar allí donde estamos, donde está nuestra vida que es donde están los conflictos. No es una paz lejana o que nos venga impuesta, sino que es una paz que hemos de aprender a sentir dentro del corazón; es la paz que nace de la misericordia y del perdón; es la paz que se vive cuando vivimos de verdad en el amor, cuando amamos; quienes aman no solo sienten la paz en su corazón sino que la hacen sentir a los demás; quienes aman de verdad son siempre instrumentos de paz, sembradores de paz, constructores de la paz.
‘Está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Cerca porque hemos de sentirlo en nuestra vida; cerca porque cuando buscamos la paz con nuestro amor, con nuestra misericordia, con el perdón que recibimos y que también damos a los demás, estamos haciendo presente el Reino de Dios; cerca porque cuando vamos escuchando la Buena Nueva que es Jesús y lo vamos reconociendo  como verdadero Señor de nuestra vida ya comienza a haber un mundo nuevo en nosotros y entre aquellos que nos rodean.
Hoy estamos celebrando a san Lucas, evangelista. El supo trasmitirnos esa Buena Nueva de Jesús que nos dejó plasmado en su Evangelio y en como lo vivían las primeras comunidades cristianas como nos narra en los Hechos de los Apóstoles. Su celebración nos impulsa y nos compromete a ser nosotros también evangelio, porque nos pone en camino para hacer ese anuncio de la paz y del Reino de Dios. Nuestra vida, a través de nuestro compromiso, de lo que pensamos y de lo que hacemos, de nuestros gestos y de lo que decimos ha de ser siempre signo de Evangelio.
Muchos son los que necesitan ese anuncio, esos gestos y signos de nuestra vida para impregnarse también de la Buena Nueva de Salvación que Jesús nos trae. Muchos son, igual que en los tiempos de Jesús, los que están esperando esa Buena Noticia, necesitan recibir esa Buena Noticia desde sus vidas atormentadas, desde las oscuridades que los envuelven, desde sus desesperanzas y angustias, desde tantos sufrimientos en su cuerpo o en su espíritu, desde tantos vacíos que necesitan encontrar una luz y un sentido para sus vidas.
Hoy la Iglesia con intensidad desde la figura y desde los gestos y palabras del Papa Francisco nos está invitando también a ponernos en camino. Hemos vivido demasiado hacia adentro y el Papa nos recuerda que hemos de salir a las periferias, allí donde es necesario que sea anunciado el Evangelio de Jesús. En ese sentido van los planes pastorales en nuestras diócesis y en nuestras parroquias en los que es necesario que nos impliquemos más. La misma celebración del Domund que celebraremos el próximo domingo, domingo de las Misiones, nos lo recuerda también.

lunes, 17 de octubre de 2016

Cuántos sueños y ambiciones nos creamos en nuestro interior al pensar que la posesión de bienes es la solución de nuestra vida

Cuántos sueños y ambiciones nos creamos en nuestro interior al pensar que la posesión de bienes es la solución de nuestra vida

Efesios 2,1-10; Sal 99; Lucas 12,13-21

‘Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes…’ Es la respuesta que Jesús le da a uno que viene a suplicarle para que medie en un conflicto entre hermanos sobre cuestiones de herencias. Parece una cosa tan normal. Entonces y ahora. Siguen conflictos semejantes hoy en que las familias se destrozan, los hermanos terminan poco menos que odiándose por la posesión de unos bienes materiales.
Son los conflictos humanos que nos encontramos cada día cuando los intereses que tenemos van por lo material, cuando quizá ponemos nuestra felicidad en la posesión de unos bienes o unas riquezas. Es el descalabro que se arma en la vida cuando no buscamos una verdadera escala de valores para darle a cada cosa su importancia y poner cada cosa en su sitio. Y es en lo que Jesús quiere hacernos reflexionar.
No nos dice Jesús que esos bienes materiales sean algo malo en sí; es el uso que hemos de saber darles, o es la posesión que esas cosas hayan hecho de nuestro corazón o nuestra vida. No es solo que ambicionemos poseer medios para nuestra vida y para nuestra subsistencia, no es la posesión que de ellos hagamos nosotros, sino como esas cosas hay el peligro de que lleguen a poseer nuestro corazón cuando las hagamos imprescindibles de nuestra vida de manera que parece que nada podemos hacer ni nada tiene sentido si no llenamos nuestra vida de riquezas. Terminarán esclavizándonos.
Jesús nos propone la parábola de aquel hombre trabajador, hay que reconocerlo, que un día obtiene un precioso fruto de su trabajo de manera que sus bodegas y almacenes se hacen cortos para todo lo que tiene que guardar. Las agranda todo lo que sea necesario y cuando lo tiene todo almacenado ya se cree el hombre más feliz del mundo. Ya no tendrá que trabajar más, ahora a darse la buena vida.
No sé, pero me recuerda, los sueños y las ambiciones que nos creamos en nuestra mente cuando pensamos que nos vamos a sacar la lotería o cualquiera de esos otros juegos de hacer que prometen tantos y tantos millones. Ya tendremos la vida resuelta, ya se nos acabaron los problemas para siempre, ya comenzamos a pensar solo en nosotros mismos, a como lo vamos a pasar, lo que vamos a disfrutar de la vida, si acaso le echaremos una mano a algún familiar o a algún amigo en apuros, pero que no piense que nosotros se lo vamos a resolver todo.  Como en nuestros sueños nos volvemos ambiciosos y hasta usureros. A todos se nos pueden pasar esos sueños por nuestra cabeza.
La parábola que nos propone Jesús termina de forma abrupta. Aquel hombre murió aquella noche, y todo aquello que había acumulado ¿de qué le había servido? ¿quién se iba ahora a beneficiar? ¿de qué nos vale ese amasar riquezas? No le habían servido ni para prolongar la vida ni realmente para una vida mejor; no había sido capaz de compartir con nadie porque solo había pensado en si mismo, y no había, entonces, sabido guardar los tesoros allí donde la pollilla no los corroe ni los ladrones se los pueden robar, como nos dirá Jesús en otros momentos del Evangelio. ¿Dónde había puesto su corazón? Allí donde estaba lo que él consideraba que eran sus tesoros.
Otros textos del evangelio podríamos recordar aquí, como aquel joven rico que no fue capaz de desprenderse de lo suyo para seguir a Jesús a pesar de sus deseos de alcanzar la vida eterna. O podríamos recordar también la parábola de los talentos que hay que saber hacer fructificar. ¿Lo que tenemos lo hacemos fructificar en beneficio de lo demás? Porque ese venderlo todo para darlo a los pobres podría traducirse en crear lugares de trabajo donde esos que ahora nada tienen puedan ganarse su sustento dignamente. Muchas consideraciones podríamos seguir haciéndonos y que tienen rabiosa actualidad en los momentos que vivimos en el estado de pobreza de nuestra sociedad.

domingo, 16 de octubre de 2016

Levantamos los brazos a lo alto en nuestra oración como un estado de vigilancia, de esperanza y de fidelidad, porque en el Señor tenemos puesta nuestra confianza

Levantamos los brazos a lo alto en nuestra oración como un estado de vigilancia, de esperanza y de fidelidad, porque en el Señor tenemos puesta nuestra confianza

Éxodo 17, 8-13; Sal 120; 2Timoteo 3, 14-4, 2; Lucas 18, 1-8
Qué fácil nos es desanimarnos; quizá comenzamos con entusiasmo algo bueno, ya sea en el campo de nuestra superación personal, ya sea en nuestro compromiso por los demás en medio de la sociedad en la que vivimos, ya sea en algún aspecto de la vida, de la relación con los demás en nuestra convivencia diaria con los que nos rodean en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, pero pronto parece que nos desinflamos; un contratiempo que surge, un comentario que nos hacen y que no nos agrada, la poca valoración o estimulo que podemos encontrar en aquellos que pensamos que más tendrían que ayudarnos, un amigo que nos deja solos en la estacada cuando más lo necesitamos; perdemos el entusiasmo, nos desanimamos, sentimos la tentación de tirar la toalla y dejarlo todo.
Es ahí donde tenemos que hacer florecer nuestra madurez; es el momento en que ha de manifestarse nuestra personalidad madura; es donde tiene que aparecer la constancia, el esfuerzo de superación personal, la continuidad de aquello que queremos hacer con madurez. Igual nos sucede en nuestra vida espiritual, en el camino de nuestra vida cristiana. Sabemos que tenemos que mantenernos fuertes y que esa fuerza la obtenemos de la gracia del Señor; es donde ha de aparecer nuestro verdadero espíritu de oración.
Muchas veces en esos problemas que tenemos en la vida y por los que oramos con insistencia ante el Señor parece que no terminan de resolverse; es como si el Señor no nos escuchara o nos pusiera a prueba. Está por una parte todas esas cosas que nos distraen de la oración, pero está el que nos parece que no somos escuchados porque no vemos resolverse las cosas como nosotros quisiéramos. Y nos dejamos, nos abandonamos en nuestra oración, no terminamos de cogerle el gusto a ese encuentro con el Señor, o ya la hacemos de una fría y rutinaria.
Es de lo que quiere hablarnos hoy Jesús en su mensaje del evangelio, aunque lo que hemos venido reflexionando en ese aspecto humano de nuestros desánimos y nuestros cansancios nos viene muy tenerlo en cuenta en la vida. El evangelio también nos ayuda a ello, porque en todas las cosas nos es necesaria la perseverancia porque aquello que queremos conseguir en la vida lo vamos a hacer desde nuestro esfuerzo, desde un planteamiento maduro de las cosas, y también contando con una fe madura con la ayuda del Señor.
No podemos estar esperando milagros siempre que hagan que se nos resuelvan las cosas por si solas, sino que hemos de ser conscientes de ese esfuerzo personal que siempre hemos de poner. Y es ahí, en ese esfuerzo, en esa perseverancia donde hemos de saber ver la gracia del Señor que nos ayuda; por ahí ha de ir el sentido de nuestra oración.
Como decíamos, de eso nos quiere hablar Jesús. Ya el evangelista apostilla que Jesús para explicar a sus discípulos que tenían que orar siempre sin desanimarse, les propone esta parábola. Les habla del juez injusto que no quiere escuchar las suplicas de aquella pobre viuda que le suplicaba una y otra vez que se le haga justicia; pero la imagen hermosa está en esa perseverancia de aquella mujer que una y otra vez repetía su petición.
La parábola nos habla de algo así como que el juez cansado con la insistencia de aquella mujer, al final le concede lo que le pide. Pero el mensaje nos viene dicho en lo que apostilla Jesús al final. ‘Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar’. ¿Cómo no nos va a escuchar Dios si somos sus elegidos, sus hijos muy amados?
Dios nos escucha; Dios no nos deja solos y abandonados aunque nos pudiera parecer; Dios está a nuestro lado y será nuestra fuerza para esa perseverancia, para ese no perder los ánimos. En esas luchas, esfuerzos de superación, deseos de más y mejores cosas, en ese compromiso que queremos vivir en la vida y, como decíamos al principio, tantas veces nos vemos tan cansados que nos parece no tener fuerzas, donde tenemos la tentación y el peligro del desánimo, la fuerza y la presencia del Señor no solo hemos de buscarla en la solución de esos problemas o la llegada a buen puerto de esos deseos que tenemos, sino en esa perseverancia que nos hace seguir luchando, que nos hace que no perdamos los ánimos aunque todo lo veamos oscuro, en esa fuerza interior que sentimos para seguir adelante aunque todo nos pareciera torcido.
Los brazos en alto en nuestra oración como se nos decía en la primera lectura que mantenía Moisés mientras el pueblo luchaba. No era simplemente la destrucción de unos enemigos que se interponían en su camino hacia la tierra prometida, sino que era la supervivencia de aquel pueblo y el conseguir las metas añoradas; era ese sentirse fuertes en el Señor para seguir adelante en la construcción de aquella comunidad. Y lo hacían con Moisés levantando los brazos hacia lo alto para acudir al Señor, para sentir su presencia, para caminar siempre en su fidelidad.
Levantemos los brazos hacia lo alto, levantemos nuestro espíritu hacia el Señor de la vida que nos quiere llenar de vida. Ese levantar los brazos hacia lo alto en nuestra oración es un estado de vigilancia para no dejarnos caer, para no dejarnos seducir; es un estado de esperanza y de fidelidad que queremos mantener, porque toda nuestra confianza la tenemos puesta en el Señor. Y El no nos defraudará.