En cuanto nos sucede aunque sean cosas que nos parecen negativas seamos capaces de descubrir el amor del Señor que nos cuida, nos busca y nos ofrece continuamente vida
Efesios 4,7-16; Sal 121; Lucas
13,1-9
Algo habrá hecho para que le sucedan esas cosas… Alguna vez
habremos escuchado algo así o acaso también se nos ha pasado por el pensamiento
cuando vemos desgracias o cosas desagradables que les puedan suceder a personas
de nuestro entorno. Es el grito angustiado que brota del corazón de aquel a
quien le sucede una desgracia o se ve, por ejemplo, sometido a una enfermedad
maligna. ¿Por qué a mí? ¿Qué es lo que he hecho yo?
Es el concepto, no muy en sentido cristiano, que tenemos de la
enfermedad o de las desgracias que nos suceden como un castigo. Como puede ser
también el sentimiento que nos puede surgir dentro de nosotros cuando vemos las
injusticias de este mundo, las maldades que tanto daño hacen a los demás y
pensamos cómo Dios no los castiga y los arranca de la vida para que no sigan
haciendo tanto mal.
Es lo que le vinieron a contar a Jesús por unos sucesos lamentables
que habían sucedido en el entorno del templo por unas revueltas contra los
romanos y la actuación del gobernador que las había sofocado derramando sangre
incluso dentro del mismo templo; por eso se habla de la mezcla de la sangre de
aquellos galileos con la sangre de los sacrificios.
Jesús quiere hacerles reflexionar, recordando también a los que habían
muerto cuando se había caído una torre en la fuente de Siloé alcanzando a
algunos que allí se encontraban y que había encontrado la muerte. ‘¿Pensáis
que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron
así?’ les pregunta Jesús. ‘¿Pensáis que aquellos dieciocho que
murieron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que los demás
habitantes de Jerusalén?’
Aprovecha Jesús para invitarnos
una vez más a la conversión, a mirarnos a nosotros mismos, a ver la realidad de
nuestra vida en lugar de juzgar a los demás, a ser capaces de darnos cuenta de
aquellas cosas que en nosotros habría que mejorar.
Y nos habla de cómo Dios no quiere
la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Para eso nos propone una
pequeña parábola. El dueño de la vida que viene a buscar frutos en la higuera
pero que como no encuentra quiere arrancarla de raíz; pero allá está el
verdadero agricultor que pacientemente sigue esperando y cavará en su entorno,
la abonará debidamente confiando que al próximo año dé fruto. Así el Señor en
nuestra vida. Es la paciencia de Dios con nosotros frente a tantas
irregularidades de nuestra vida; es la espera de Dios que sigue regándonos con
su amor. Cada uno ha de pensar en la realidad de lo que es y ha sido su propia
vida; cuánto hemos recibido del Señor y el poco fruto que damos cuando no somos
capaces de mantenernos en fidelidad, no somos constantes en nuestra respuesta,
tantas negatividades como sigue habiendo en nuestra vida.
Que sea otra la mirada que
tengamos ante lo que nos sucede y siempre seamos capaces de ver la mirada
amorosa de Dios sobre nosotros que nos llama una y otra vez a que nos
convirtamos a El. Seamos capaces también de tener una mirada distinta sobre
cuanto nos sucede para descubrir siempre en ello un signo del amor de Dios que
nos cuida, nos busca y nos ofrece continuamente vida.