Despertemos nuestra esperanza para con ojos de fe saber descubrir la presencia del Señor que viene a nuestra vida
Efesios 3,2-12; Salmo: Is
12,2-3.4bcd.5-6; Lucas 12,39-48
La espera prolongada de algo que ansiamos debería hacer que
estuviéramos vigilantes y atentos a su llegada, pero sabemos muy buen que
también tiene sus riesgos y es el que nos cansemos, de alguna manera nos
aburramos si se prolonga en demasía, o terminemos cayendo en la rutina acostumbrándonos
a quedarnos en hacer siempre lo mismo. Eso nos puede suceder de muchas maneras
en la vida.
A eso nos quiere prevenir el Señor con las palabras que hoy nos ofrece
el evangelio. Nuestra vida tiene que ser siempre un camino de esperanza y de
esperanza vigilante. El promete que estará con nosotros, que vendrá a nuestra
vida y hemos de estar atentos a esos signos y señales en los cuales
reconozcamos su presencia. Es la espera de la venida final en que se
manifestará con todo poder y gloria, como nos repite varias veces en el
evangelio, pero es esa llegada constante del Señor a nuestra vida y si
caminamos con fe sabremos descubrir cada día en multitud de señales.
Podremos sentir al Señor allá en lo hondo de nuestro corazón y esa
oración que hacemos cada día tiene que hacernos despertar esa fe y esa esperanza,
abrir nuestros ojos para ver su presencia, sentir que nuestra oración no es una
simple repetición de palabras y rezos aprendidos de memoria, sino que ha de ser
siempre encuentro vivo con el Señor. Pero es ahí donde podemos caer también en
esa rutina y frialdad que ciegue nuestros ojos, que ciegue nuestro corazón y no
seamos capaces de sentir el calor de su gracia y de su presencia.
Llega el Señor cada día si queremos de forma sacramental a nosotros
si, por ejemplo, participamos en la Eucaristía u otras celebraciones de los
sacramentos. No se puede quedar en algo ritual, sino que siempre ha de ser
presencia del Señor que viene a alimentar nuestra vida.
Pero de forma casi sacramental llega el Señor a nosotros en los
acontecimientos y en las personas con quienes nos vamos encontrando en la vida.
Nos habla el Señor en esos acontecimientos; hemos de saber tener ojos de fe y oídos
atentos en nuestro corazón para descubrir esos caminos que el Señor nos va
señalando y abriendo ante nosotros. No es algo mágico que pueda sucedernos,
sino es descubrir en cuanto sucede cual es ese papel que nosotros como
creyentes, como cristianos hemos de tener. En esa historia actuamos, tenemos
nuestro papel y nuestro lugar, hemos de intervenir con nuestras decisiones, con
nuestra actuación convirtiendo así para nosotros ese acontecer de la vida en
historia de salvación para nosotros.
Y como decíamos el Señor nos sale al encuentro en esas personas a
quienes nos vamos acercando o se acercan a nosotros. No olvidemos lo que nos
dice Jesús que cuanto hagamos al hermano a El se lo hacemos. Hemos de ver,
pues, en ese hombre o mujer que pasa a nuestro lado, que convive con nosotros,
o que se acerca a nosotros con una mano tendida o con un corazón roto la
presencia del Señor.
Hablábamos al principio de una espera en la vida que se nos pudiera
hacer tediosa y que nos hiciera perder la tensión de la vigilancia. Pero ya
vemos cómo el Señor llega a nosotros cada día; nos es necesaria esa vigilancia
atenta porque abramos de verdad los ojos de la fe. Nuestra esperanza entonces
será una esperanza viva.
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