1Rey. 3, 4-13
Sal. 118
Mc. 6, 30-34
Sal. 118
Mc. 6, 30-34
Quiero subrayar brevemente varios pensamientos que me surgen a partir de la reflexión de los textos de la Palabra proclamados hoy.
Hemos hablado en varias ocasiones recientemente cómo Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con El. Y hemos escuchado en días pasados cómo los envió a predicar de dos en dos anunciando el Reino, predicando la conversión y dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Hoy contemplamos el regreso de los apóstoles que ‘volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’.
A continuación nos dice el evangelista que Jesús quiso llevárselos a un lugar tranquilo y apartado para estar con El. ‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’. Nos está manifestando la preocupación de Jesús por ese grupo de los apóstoles y cómo, podríamos decir, el trata de cuidarlos de manera especial.
Estar con Jesús. En la intimidad de la soledad. Como amigos que se encuentran y quieren estar juntos para contarse muchas cosas. Lo necesitamos hacer con Jesús. Después de un encuentro así cómo crece la amistad y el amor. Lo necesitamos para alimentar nuestra fe. Es la intimidad de la oración. Es el descanso y el alimento del alma. Es el diálogo de amor. Es sentir la paz del Señor en la vida. Es el hablarle, contarle nuestras cuitas y preocupaciones, pero también es el escucharle, sentir lo que El quiere decirnos allá en lo más hondo del corazón. Es el silencio, quizá, de estar simplemente con El. Necesitamos de ese silencio de paz.
Un segundo pensamiento al hilo de lo que sigue contándonos el evangelio. La gente quiere estar también con Jesús. En esta ocasión vemos que no lo dejan en paz y le buscan a donde quiera que se vaya. ‘Eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer’. Ahora vienen de todas partes e incluso se les adelantan para cuando llegue a desembarcar. ‘Al desembarcar Jesús vio una multitud’ que se les habían adelantado.
Pero aquí aparece una vez más el corazón lleno de amor de Jesús. ‘Le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles con calma’. Nunca nos faltará ese amor. Siempre El está dispuesto a alimentarnos. Ahora lo hace con su Palabra. Si siguiéramos leyendo el texto del evangelio, lo veríamos realizar el milagro de la multiplicación de los panes. Es un amor que da totalmente por nosotros.
Finalmente el tercer pensamiento lo tomamos del texto del libro de los Reyes. ¿Qué desearíamos en realidad pedir nosotros al Señor como deseo más importante? Nos lo va a enseñar este texto. Salomón ha heredado el reino de David, su Padre. Se acerca a los santuarios para hacer las ofrendas y dar gracias. ‘Pídeme lo que quieras’, le dice el Señor.
¿Qué es lo que le pediría Salomón? Comienza reconociendo la misericordia que el Señor ha tenido con David, su padre. Para él sólo pide sabiduría y prudencia. No pide riquezas, ni pide poder ni ostentación. ‘Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien…’ Un corazón dócil y discernimiento. En una palabra, sabiduría. Saber encontrar el sentido de la vida y de las cosas. Saber discernir el bien del mal. Un corazón que aprecie lo bueno, que busque lo bueno, que sus aspiraciones sean metas altas y nobles.
¿Qué le pedimos nosotros al Señor? ‘Bendito eres, Señor; enséñame tus leyes’, decíamos en el salmo; que sepamos descubrir lo que es la voluntad del Señor. Que por nuestra rectitud y bondad seamos gratos al Señor y toda nuestra vida será bendición y alabanza para el Señor.