Busquemos en el Evangelio los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos conduzcan por caminos de plenitud
1Timoteo
1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49
¿Dónde hemos puesto los cimientos de nuestra vida? Bien
sabemos que no podemos edificar pensando solamente en lo que van a ser los
ornamentos de nuestro edificio. Si no hay un profundo cimiento sobre algo firme
sabemos que todo se nos puede venir abajo en cualquier momento o ante cualquier
tempestad o tormenta de la vida.
Los cimientos hemos de tenerlos bien anclados en
nuestro corazón. Hemos de saber encontrar lo que sean los verdaderos
fundamentos de nuestra vida, esos principios que nos den autentico sentido y
valor. No nos podemos quedar en superficialidades ni apariencias, porque el
brillo exterior pasa y desaparece y solo quedará lo que es la verdadera
fortaleza de nuestra vida.
Hay demasiadas vanidades en la vida; corremos y nos
afanamos por cosas que son superfluas y efímeras; buscamos la felicidad en las
cosas que nos atraen por esos brillos externos y cuando no tenemos una
verdadera profundidad en la vida buscamos sucedáneos que nos hagan pasar un
buen momento aunque luego nos quede amargor en el corazón. Tenemos el peligro
incluso de utilizar esas cosas buenas de la vida como si fueran lo único que merece
la pena, pero cuando no le hemos dado un buen sentido y valor a lo que hacemos,
o cuando incluso no hemos sabido valorar a las personas con las que estamos
sino que en el fondo con ello lo que hacemos es buscarnos a nosotros mismos de
una forma egoísta, luego sentiremos un vacío interior que no sabremos en verdad
cómo llenarlo de sentido.
Hemos de saber tener verdadera madurez en la vida
dándole profundidad a lo que hacemos. Como decíamos, hemos de saber encontrar
ese verdadero cimiento de nuestra vida que nos lleve por caminos de plenitud.
El cristiano que verdaderamente se ha encontrado con Cristo y su Palabra, que
ha descubierto el evangelio como la verdadera luz de su vida, sabrá ir
encontrando esos caminos de profundidad. Nos ha hablado Jesús del edificio
construido sobre arena o sobre roca. ‘El
que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra’, nos dice Jesús.
Lo que nos va enseñando Jesús en el Evangelio es para
que encontremos esa verdadera grandeza de nuestra vida. Y si vamos llenando
nuestro corazón de esos valores que nos enseña el evangelio daremos auténticos
frutos de justicia, de fraternidad, de amor, de paz en nuestras relaciones con
los demás creando de verdad un mundo nuevo. Como nos decía hoy Jesús en el
Evangelio ‘lo que rebosa del corazón, lo habla
la boca’. Por eso nos decía Jesús que por
los frutos habría de conocérsenos.
Por eso hemos de darle autenticidad a nuestra relación
con el Señor. No podemos vivir una religiosidad superficial, ni vamos al
encuentro con el Señor para que nos resuelva milagrosamente nuestros problemas.
No podemos hacer nuestra expresión religiosa solo de apariencias. La fe que nos
lleva al encuentro con el Señor la hemos de vivir desde lo más profundo de
nosotros mismos y luego ha de traducirse en las obras buenas y de justicia y
amor que tengamos con los demás y nos haga comprometernos con el mundo que nos
rodea.
Fundamentemos bien nuestra vida en Cristo. El es la
verdadera Roca de nuestra vida. Con
Cristo a nuestro lado, con Cristo en el centro de nuestro corazón, ¿a quien
hemos de temer? ¿quién nos puede derrotar?