Celebramos con devoción el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, cuya vida ilustra de esplendor a todas las Iglesias
Miqueas
5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23
‘Celebremos con
devoción en este día el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios,
cuya vida ilustra de esplendor a todas las Iglesias’. Así proclama una de las antífonas
de la liturgia en este día de Natividad de la Virgen María.
Con María se derramaron todas las bendiciones de Dios
para toda la humanidad. Con María nos llegó Jesús. Ella es como la aurora que
anuncia la llegada de la salvación. María es bendita de Dios, la bendecida del
Señor con todas las gracias. ‘Llena eres
de gracia porque el Señor está contigo’, le dijo el ángel en la
Anunciación. El Señor se fijó en María, la escogió y predestinó desde toda la
eternidad para que fuese la Madre del Hijo de Dios hecho hombre. En sus
purísimas entrañas habría de encarnarse el Hijo de Dios y así nos llegaría el
Salvador, así llegaría la salvación para toda la humanidad.
Justo es que nos alegremos en su nacimiento por todo lo
que iba a significar para la humanidad. Si en la vida nuestra de cada día
recordamos y celebramos el día de nuestro nacimiento y festejamos el cumpleaños
de aquellos seres cercanos y queridos de nosotros, con razón nosotros tenemos
que festejar el cumpleaños de María, celebrar su nacimiento como hoy lo
hacemos.
Muchas son las advocaciones con que la invocamos en
este día en nuestras Iglesias. Por mencionar advocaciones cercanas en mi
geografía particular la llamamos Virgen de la Luz y Virgen de los Remedios,
aunque también se celebran otras fiestas de la Virgen en su patronazgo sobre
pueblos y regiones en nuestro entorno, como es la Virgen del Pino en nuestra
diócesis hermana de Canarias. Da igual el nombre con que la invoquemos, porque
quiere expresar un vínculo de especial devoción o queremos resaltar de alguna
manera lo que María puede significar en el camino de nuestra vida. Lo
importante es el amor que le tenemos porque es la madre, la Madre del Señor y
también nuestra madre.
Y como los buenos hijos que quiere alegrar el corazón
de la madre al ofrecerle las flores de nuestro amor y nuestro cariño lo
queremos expresar también sintiéndola cercana a nosotros, pero queriendo
acercarnos nosotros a ella no solo para manifestarle nuestras cuitas y deseos
sino también para escucharla y sentirla cerca de nuestro corazón como los hijos
hacen siempre con las madres.
Escuchamos a María que siempre nos está mostrando a
Jesús y señalando el camino que nos lleva a Jesús. Con ella siempre
encontraremos a Jesús y en El nuestra vida y nuestra salvación. Así nos lo
muestra el evangelio cuando los pastores, los magos de oriente o las gentes de
Belén o los ancianos del templo hasta ella se acercan; encontrarán siempre a
Jesús. Pero a ella la contemplamos también siguiendo los pasos de Jesús para
plantar la Palabra de Dios en su corazón igual que un día el Verbo de Dios se había
encarnado en sus entrañas. Y a ella la contemplaremos también al lado de Jesús
en el momento supremo de la entrega, del sacrificio; allí junto a la cruz de
Jesús estaba María, su madre.
¿No serán esos los caminos que María nos está señalando
ya desde el día de su nacimiento? seguir esos caminos que ella nos señala será,
pues, la mejor forma de presentarle nuestra felicitación en su nacimiento,
hacerle la más hermosa ofrenda de amor filial. Amemos así a María, sintamos
amor tan cercano, tan dentro de nuestro corazón, y escuchemos y sigamos el
camino que nos señala que nos llevará siempre hasta Jesús.
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