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sábado, 20 de septiembre de 2025

Mucho quizás tendríamos que preguntarnos en qué tenemos centrada nuestra mente cuando ante nosotros en cada celebración se proclama la Palabra de Dios

 


Mucho quizás tendríamos que preguntarnos en qué tenemos centrada nuestra mente cuando ante nosotros en cada celebración se proclama la Palabra de Dios

1 Timoteo 6,13-16; Salmo 99; Lucas 8, 4-15

No soy campesino, porque a eso no he dedicado mi vida, pero sí hijo de campesinos; mi vida ha transcurrido podríamos decir en ambientes campesinos y ahora mismo vivo en una ciudad campo, así la han querido definir, y las casas habitualmente están rodeadas de campos de cultivo. Me duele en el alma por todo eso el contemplar cómo se van abandonando nuestras tierras y donde había en otros momentos excelentes producciones agrícolas ahora se han convertido en eriales o se han transformado para ser terrenos para edificar en ellos. Es triste ver en muchas ocasiones como una cosecha se malogra, bien porque se ha cultivado con la suficiente intensidad y a causa muchas veces de ese abandono vienen la sequía y las plagas y donde podía esperarse una buena cosecha nos encontramos con la ruina, por así decirlo.

Recuerdo todo esto desde la escucha de la parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, pero pensando en nuestra tarea de agricultor que hemos de cuidar donde arrojar esa simiente o del cultivo que hemos de hacer luego de esas plantas que germinan para que nos den buena cosecha, mirando nuestro propio campo de cultivo o mirando lo que sucede en nuestro entorno.

¿Cuál es la cosecha que se está produciendo en nuestra vida? O más bien tendríamos que preguntar, ¿qué tipo de cultivo estamos nosotros realizando con esa semilla sembrada en nosotros para que en verdad lleguemos a dar frutos?

Al explicar Jesús la parábola a los discípulos más cercanos que le pidieron una explicación, habla de la semilla de la Palabra de Dios, de esa semilla de todos esos dones que Dios ha puesto en nosotros y que hemos de saber hacer fructificar. Pensamos, sí, en ese regalo de Dios de su Palabra que hemos de saber escuchar. Pero esa Palabra viene para hacernos fructificar nuestra vida, con todo lo que somos, con nuestros valores y nuestras cualidades, con todas esas posibilidades que hay en nosotros si desarrollamos cuanto somos y con toda esa riqueza que con la vida vamos acumulando en nosotros.

No arruinemos nuestra vida, no dejemos que se metan en nosotros esas malas yerbas que al final solo producirán en nosotros abrojos que para nada nos sirve; sepamos pues limpiar esa tierra de nuestra vida de cuantos pedruscos van a entorpecer el cultivo de nuestro campo; abrojos y pedruscos de nuestras pasiones descontroladas, abrojos y pedruscos cuando solo pensamos de forma egoísta en nosotros mismos y con nuestra cerrazón se van creando aristas en nuestra vida que hieren a los demás; abrojos y pedruscos de nuestras vanidades y nuestros orgullos, que hacen crecer esas malas hierbas de nuestro amor propio, de nuestras ambiciones que endurecen nuestro corazón, de esas aristas de nuestros recelos y nuestras envidias que tanto daño hacen y que pueden convertirse en plagas que nos dañen desde lo más hondo y hagan inservible lo que podamos ir produciendo;  abrojos y pedruscos que nos hacen superficiales, donde no le damos importancia a la semilla dejando que sea pisoteada por cualquiera o por falta de profundidad en nuestra vida no lleguemos a captar lo que verdaderamente es importante.

Valoremos pues esa semilla que recibimos, escuchamos y acojamos la semilla de la Palabra de Dios que llega a nosotros. Cuidemos nuestro campo, cuidemos nuestra vida, sepamos realizar ese trabajo silencioso del agricultor que prepara la tierra, arrancando abrojos, separando de verdad los caminos de los campos de cultivo para que en verdad sean aprovechables buscando pues lo que es verdaderamente importante en nuestra vida y para nuestra vida, arrancando de esa tierra de nuestro corazón todo lo que pueda impedir que esa semilla arraigue de verdad en nosotros para que al final podamos recoger una buena cosecha al ciento por uno, abriendo en verdad los oídos de nuestro corazón buscando todos los correctores que sean necesarios para que llegue clara y diáfana esa Palabra a nosotros.

¡Cuántas superficialidades tenemos que superar! ¡Cuánto tenemos que saber ahondar en esa tierra de nuestro corazón dejándola regar con la gracia del Señor para que pueda germinar esa semilla!

Mucho quizás tendríamos que preguntarnos en qué tenemos centrada nuestra mente cuando ante nosotros en cada celebración se proclama la Palabra de Dios.


viernes, 19 de septiembre de 2025

Anónimos y desconocidos tenemos que aprender a valorar a tantos que en silencio a nuestro lado por su fidelidad y su amor están haciendo anuncio del evangelio

 


Anónimos y desconocidos tenemos que aprender a valorar a tantos que en silencio a nuestro lado por su fidelidad y su amor están haciendo anuncio del evangelio

1Timoteo 6,3-12; Salmo 48; Lucas 8,1-3

Darle plenitud y valor a la vida no significa que siempre tengamos que estar haciendo cosas extraordinarias; tenemos que aprender a valorar las cosas pequeñas y sencillas de cada día, que nos pueden parecer una rutina repetida porque nos parece que siempre estamos haciendo lo mismo. No tenemos que afanarnos por hacer cosas extraordinarias, sino que nuestra preocupación ha de estar más bien en hacer extraordinariamente bien esas pequeñas cosas de cada día. Ahí está la vida, lo que en cada momento vivimos, que es donde tenemos que dejar nuestra mejor huella. Será la que en verdad cautivará los corazones, será esa semilla plantada en silencio en lo que nos parece un campo cualquiera, pero que si la cuidamos bien nos dará una hermosa planta y generosos frutos.

Esto creo que tenemos que pensarlo en lo que es nuestra vida ordinaria, que serán nuestros trabajos o nuestra vida familiar, ese salir cada mañana al encuentro de los demás y esos gestos sencillos con que nos saludamos o nos preocupamos mutuamente los unos por los otros. Pero ha de ser también la pauta para lo que significa nuestro compromiso dentro de la comunidad o en el seno de la Iglesia. No son milagros que tengamos que ir haciendo a cada paso, sino en esa sencillez de nuestra vida y en esas cosas que hacemos cada día vamos dejando la impronta de nuestra fe, el perfume del evangelio.

Quizás algunas veces, sobre todo cuando ya vamos teniendo nuestros años, nos ponemos a mirar hacia atrás en el camino que hemos hecho en la vida y puede que podamos sentir el desaliento de que no hemos hecho grandes cosas. Seguro que una mirada atenta a esas cosas ordinarias que íbamos haciendo cada día nos hará descubrir muchas buenas huellas que hayamos dejado, aunque no hayamos hecho nada extraordinario, pero esa fidelidad de cada día, esas cosas que quizás repetimos una y otra vez con las que queríamos mostrar nuestro compromiso, nuestra fidelidad, o simplemente hacer sentir nuestra presencia pueden ser señales de esas obras maravillosas, que no nosotros, pero que Dios ha obrado a través de nosotros. Porque esto es importante, saber descubrir y sentir ese actuar de Dios que solo podremos apreciar desde la fe. No tiene que haber desaliento en nosotros ni por otra parte hacer resaltar nuestros orgullos y vanidades, sino humildad para saber dar gracias a Dios.

Hoy nos encontramos con una página del evangelio que parece que no nos dice nada, pero es una página de un día ordinario de la vida de Jesús. En este caminar de una lado para otro en aquellos caminos de Galilea visitando los diferentes lugares hoy no nos muestra nada extraordinario; solo habla de que iba de un lugar para otro haciendo el anuncio del Evangelio, menciona quienes le acompañaban, aparte de aquel pequeño grupo de discípulos a los que constituiría un día apóstoles con una llamada especial, simplemente nos dice que le acompañaba un grupo de mujeres, se mencionan algunas, pero quiere expresar ese grupo más grande de las que quieren ser fieles y estar siempre con Jesús, fidelidad que les llevará a compartir incluso sus bienes en ese actuar de Jesús.

¿Nos sentiremos nosotros quizás anónimos en ese grupo de los que siguen a Jesús? Pasaremos incluso por desconocidos y nuestro nombre no saldrá en ningún noticiario, pero ahí estamos con nuestra fidelidad, con nuestros deseos de estar con Jesús y seguirle, ofreciendo lo que somos y también compartiendo nuestra vida. No será nada extraordinario pero será sobre todo anuncio ante el mundo que nos rodea de la buena nueva de Jesús que vamos plasmando en la sencillez y humildad de nuestra vida.

¿Seremos capaces de valorar también a tantos que de forma anónima quizás o sin aparentar, desde su sencillez y su humildad están siendo también anuncio de esa buena nueva de Jesús a nuestro mundo? Tenemos que aprender a valorar a tantos que quizás nos pasan desapercibidos pero que están haciendo una gran labor en la Iglesia desde su silencio, pero desde su amor y su entrega.

 

jueves, 18 de septiembre de 2025

Abrámonos a los caminos nuevos del amor tapizados por la comprensión y el perdón y sea la humildad y el amor los que nos lleven a los pies de Jesús

 


Abrámonos a los caminos nuevos del amor tapizados por la comprensión y el perdón y sea la humildad y el amor los que nos lleven a los pies de Jesús

1Timoteo 4, 12-16; Salmo 110; Lucas 7, 36-50

Aunque hoy decimos que nos damos de muy liberales y que nadie nos tiene que imponer lo que tenemos que hacer, sin embargo nuestra sociedad está llena de unos protocolos que marcan nuestras relaciones, muchos actos de la misma vida social y que aunque no lo confesemos muy claramente sin embargo de alguna manera nos sometemos y los convertimos hasta en normas de conducta. No solo son las cuestiones de buena urbanidad y de mutuo respeto que nos hemos de tener los unos a los otros, sino que en nuestros círculos no siempre aceptamos aquellos que nos parecen diferentes, con no todo el mundo queremos mezclarnos para que no digan de nosotros y vamos creando una serie de discriminaciones en función de los trabajos o cargos que desempeñen, los lugares de origen, lo que llamamos legalidad para permanecer en un lugar con todos sus derechos humanos y así podríamos pensar en muchas cosas; no admitimos a nuestra mesa a cualquiera, cuidamos muchos a quienes vamos a invitar a algún tipo de celebración, y hasta entre vecinos creamos distanciamientos y diferencias. Quienes tengan mala fama o de los que se sospeche o hayan cometido ciertos delitos ya los marcaremos para siempre queriendo crear un círculo de aislamiento.

En el tiempo del que nos habla el evangelio fuertes eran esas discriminaciones, las barreras que se interponen entre unos y otros y no eran solamente los leprosos los que eran aislados para evitar el contagio sino que eran muchas más las trabas impuesta en la sociedad de entonces; las mujeres no contaban para nada, los que se consideraban pecadores eran excluidos del trato de aquellos que se consideran puros y cumplidores, muchos escalones dentro de aquella sociedad que vemos hoy en el pasaje que contemplamos cómo Jesús se los salta porque era algo nuevo lo que Él quería ofrecernos. Hacía falta, como diría en otra ocasión, unas vasijas nuevas para el vino nuevo que Él venía a ofrecernos en el anuncio del evangelio.

Unos protocolos de acogida, una separación y distanciamiento entre los que asistían al banquete que aquel fariseo le había ofrecido a Jesús, unas actitudes nuevas y un nuevo sentido de vida venían a ofrecernos Jesús. Un banquete en el que solo participaban hombres y que demás se consideraban unos puritanos; pero una mujer que se introduce saltándose todos los permisos, podríamos decir, que se introduce en la sala del banquete; un juicio y prejuicio que se va apoderando del corazón de quienes están sentados a la mesa, empezando por quien había hecho la invitación, porque además aquella mujer era considerada una mujer pecadora.

Además aquella mujer estaba ahora realizando lo que no se había hecho en virtud de las normas de la hospitalidad, cuando lava los pies de Jesús con sus lágrimas y los besa con todo su amor, mientras el perfume de nardo puro envuelve a todos los comensales al ungir los pies de Jesús. Parecería que aquello era algo intolerable, pero Jesús se deja hacer, permitiendo que aquella mujer pecadora unja y perfume sus pies. Pero ahí están las palabras de Jesús en aquella pequeña parábola que propone. ¿Quién crees que amó más tras el perdón que habían recibido por su deuda? Palabras que van a conducir a Jesús a su momento culminante, el perdón generoso ofrecido por Jesús a aquella mujer que tanta amaba a Jesús a pesar de su condición de pecadora.

Saltan por los aires todas las prevenciones que aquellos hombres tenían ante aquella situación que se está viviendo con la presencia de aquella mujer pecadora. Pero, ‘¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’ Aquello era considerado una blasfemia porque Jesús se estaba atribuyendo el perdón de Dios. No lo podían comprender como nunca llegarán a comprender el sentido de la muerte de Jesús. Solo los que se pusieran humildes ante Dios, pero con un corazón cargado de amor lo podrían entender.

Es que solo los humildes, los sencillos que ansiaban y deseaban tener limpio el corazón podían comprender aquel misterio de lo que es el amor de Dios y el perdón que nos regala. Solo un hombre que se sintió empequeñecido ante el milagro de amor que contemplaba, como fue aquel centurión del calvario, podía reconocer la inocencia y la grandeza de Jesús. Un centurión también con humildad se había acercado un día, aunque se sabía no merecedor de la gracia que pedía, se había también atrevido a acercarse a Jesús y recibiría la mejor alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe en todo Israel’.

Es el camino nuevo en que viene a ponernos Jesús. Han de saltar por el aire todas las prevenciones, porque cuando vivimos con la vida encorsetada por los protocolos del hombre viejo no podremos sentir el gozo de la libertad que nos ofrece Jesús con su vida nueva. Rompamos barreras y saltemos por encima de los abismos, que sea la humildad y el amor los que nos lleven a los pies de Jesús. Abrámonos a los caminos nuevos del amor que tienen que estar tapizados por la comprensión y el perdón, porque será así cómo podremos disfrutar del perdón que viene a traernos Jesús con su muerte redentora y su salvación. 


martes, 16 de septiembre de 2025

Necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, ni nos dejemos influir por la primera impresión

 



Necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, ni nos dejemos influir por la primera impresión

1 Timoteo 3, 14-16; Salmo 110; Lucas 7,31-35

Tantas veces que nos dejamos llevar por la primera impresión; es una tentación fácil en la que podemos caer, juzgamos por las apariencias, no nos detenemos a pensar y reflexionar, nos dejamos influir por esa primera impresión en una mirada superficial o muchas veces influidos ya sea por nuestros prejuicios, ya sea desde influencias externas que recibimos desde quienes están interesados en que veamos todo según su punto de vista, y caemos también nosotros en esa superficialidad y ligereza.

Así los juicios que nos hacemos de los demás, de lo que hacen, y no nos preguntamos qué circunstancias están viviendo esas personas para actuar así o cuales son los problemas por los que están pasando, las motivaciones que puedan tener o el respeto que tendríamos que tener a la forma de pensar o de actuar de los demás. Pronto estamos para exigir que nos escuchen a nosotros y respeten nuestra opinión porque es la nuestra, pero no somos capaces de respetar la opinión o el actuar de los demás. Así andamos en una carrera loca en la vida.

Estaba pasando con Jesús como había pasado con Juan Bautista; no gustaba el camino de exigencias y austeridad que planteaba Juan, porque escucharle y seguirle significaba entrar en camino de conversión, de cambio en sus vidas, de cosas con las que tendrían que actuar de otro modo y se resquebrajaba la comodidad en la que vivían o las rutinas en las que se movían sus vidas.

Cuando hay exigencias enseguida volvemos la espalda para no enterarnos o para seguir por nuestro camino; aunque había habido muchos que habían ido a escuchar a Juan en el desierto, otros poco menos que iban a fiscalizar sus palabras, o le volvían la espalda, porque les parecía insoportable.

Pero con Jesús estaba sucediendo lo mismo. Muchos se sentían entusiasmados con sus enseñanzas, con sus milagros y le seguían hasta lugares descampados o le salían al paso con sus enfermos, pero otros no querían reconocer la autoridad con que hablaba y actuaba Jesús, veían quizás en peligro sus posiciones y prestigios y bajarse de los pedestales no es cosa fácil; por eso una cosa que hacían era querer desprestigiarlo diciendo que comía y se juntaban con pecadores y gente de mala vida, le negaban la autoridad de su palabra y el poder de Dios con que actuaba, se escandalizaban porque perdonaba los pecados, o porque dejaba que sus discípulos, aunque fuera en sábado, pudieran coger unas espigas por el camino para llevarse a la boca.

Por eso Jesús se preguntaba qué es lo que buscaba aquella generación. Como les dice se parecen a los niños que juegan en la plaza y no son capaces de ponerse de acuerdo en sus juegos y terminan dividiéndose y peleándose. ¿No será imagen de ese infantilismo en que vivimos muchas veces? ¿De esa superficialidad que envuelve nuestra vida que se queda en vanidades y apariencias? Son esos pocos criterios que tenemos para hacer nuestros juicios por la superficialidad con que actuamos y juzgamos.

Pero no nos quedemos en hacer juicio sobre aquellos que rodeaban a Jesús entonces, sino que tenemos que mirarnos a nosotros mismos, dar cuenta también de nuestro actuar como iglesia. Andamos muchas veces como veletas que se dejan llevar por el viento, por las corrientes de aire.

Necesitamos tener unos criterios firmes, necesitamos ahondar y reflexionar más, necesitamos ese respeto también a los que están a nuestro lado en su forma de actuar, necesitamos darle hondura a nuestra vida para que no vivamos de apariencias, para que no nos dejemos influir por la primera impresión, para que no nos dejemos engañar por tantos cantos de sirena que escuchamos a nuestro alrededor y que quieren influir en nosotros.

Tenemos que hacernos presentes en esa aldea de Naím de nuestro mundo con su cortejo de muerte para ser en verdad signo de vida y de esperanza

 


Tenemos que hacernos presentes en esa aldea de Naím de nuestro mundo con su cortejo de muerte para ser en verdad signo de vida y de esperanza

1 Timoteo 3,1-13; Salmo 100; Lucas 7,11-17

 Que reconfortados nos sentimos cuando estamos pasando por un mal momento y un amigo, una persona que nos aprecia se acerca a nosotros y aunque sea en silencio se pone a nuestro lado y pone su mano sobre nuestro hombro. En un momento así no se necesitan palabras; ese gesto de ponerse a nuestro lado lo dice todo, es un decir con ese estar a tu lado, aquí estoy, no estás solo, cuenta conmigo. Y nuestro espíritu se levanta, nuestras lágrimas se mitigan, el peso del corazón se nos alivia, nos sentimos nuevos para seguir adelante.

Es lo que estamos viendo hoy en el evangelio. Una mujer transida por el dolor de la muerte de su único hijo mientras van a enterrarlo, sintiendo toda la soledad que significaba para una mujer entonces al verse sin un varón que fuera el sustento de un hogar, y a quien se acerca Jesús. Solo hay una palabra, no llores; su mano se extiende para detener la comitiva sin mayores espavientos; no se multiplica en más consideraciones, era decirle aquí estoy.

¡Y cuánto significaba aquella presencia de Jesús! Y allí está Jesús llenando de vida nueva aquella escena y a aquellas personas. Porque toma de la mano al difunto para levantarlo y hacerle recobrar la vida, lo entrega a la madre, pero todos se sienten tocados por Jesús, por lo que surgen las exclamaciones de admiración y reconocimiento de la presencia de Dios en sus vidas.

Es el milagro de la vida que se obra siempre con la presencia de Jesús y que a todos envolvía. Es el milagro de la vida que también tiene que seguirse realizando en nuestro mundo. Muchos cortejos de muerte nos vamos encontrando, muchas angustias y soledades que se van ahondando más y más, muchos desamparos en tantos que vamos apartando de nuestros caminos de la vida, mucha gente sin esperanza que van arrastrándose por nuestros caminos porque les falta una luz que les guíe, muchas violencias que producen rupturas de todo tipo desgarrando amistades, creando barreras, levantando muros de odio, creando distancias de insolidaridad y de abandono, muchas intransigencias que destruyen puentes de encuentro en lugar de tender manos que nos acerquen. Desgraciadamente parece que vamos construyendo un mundo de muerte y no terminamos de decidirnos a crear vida.

Hoy Jesús nos está enseñando a tender nuestra mano, a detener ese negro cortejo que van cubriéndonos con nubes de lutos y de angustia, a buscar esa palabra o ese gesto que nos haga levantar nuestra cabeza para descubrir esa estrella que nos puede dar luz; hoy Jesús nos está enseñando como tenemos que saber ponernos al lado del que sufre haciendo sentir el calor de nuestra presencia y de nuestro amor; Jesús nos está enseñando a hacer resucitar la vida, primero que nada en nosotros mismos, pero también para contagiarla a los que están a nuestro lado para que no perezcan en esas sombras de muerte; Jesús nos está enseñando a acercarnos sin miedo ni complejo a aquel que vemos sufriendo en su soledad para acompañarle, para hacerle sentir la vida, despertar la esperanza y la ilusión por algo nuevo y distinto.

Es la misión que Jesús nos ha confiado cuando nos ha enviado a llevar una buena noticia al mundo que nos rodea. Es el anuncio de la vida, el anuncio de la salvación. Podemos seguir haciendo presente en nuestro mundo las maravillas del Señor. No solo podemos sino que tenemos que hacer posible ese mundo nuevo; es nuestra tarea, es nuestra misión, tenemos que hacernos presentes en esa aldea de Naim de nuestro mundo para que sea en verdad la aldea de la vida.

No nos podemos quedar impasibles viendo desfilar ese cortejo, tenemos que implicarnos aunque eso nos complique la vida, pero no podemos dejar de hacer ese anuncio de salvación del que nosotros tenemos que ser signos ante el mundo que nos rodea.

lunes, 15 de septiembre de 2025

El perfume de una madre que nos llega desde lo alto del calvario, de quien está al pie de la cruz

 


El perfume de una madre que nos llega desde lo alto del calvario, de quien está al pie de la cruz

Timoteo 2,1-8: Salmo 27; Juan 19,25-27

Cuando llegamos de nuevo a casa, quizás después de largo tiempo ausentes, o quizás después de malas rachas que hayamos soportado en los avatares de la vida, quizás cansados después de un largo y agotador día de trabajo, o sencillamente porque hemos salido y hemos andado entretenidos en la vida, lo primero que saboreamos probablemente sea el olor de la madre, quizás aspiramos su perfume – cada uno tiene su característico olor – o escuchamos su sonrisa que suena a música, nos llega el olor que se desprende de la cocina, o sentimos el rumor de sus pasos, echamos de menos sus caricias y su abrazo o acaso su hombre sobre el que descansar; aunque estuviera ausente sabemos que es su casa y disfrutamos de su acogida o de sus palabras de consuelo en nuestros llantos, de su silencio que sin embargo nos hace sentir su presencia aunque ahora sea de forma misteriosa, o su mirada siempre llena de comprensión, lejos de reproches, con su paciencia infinita para esperarnos aunque tardáramos en llegar. Es el sabor de hogar, es el cariño de una madre que nunca nos falta, es la acogida de los brazos siempre abiertos, es la mirada comprensiva pero que en silencio nos hace superar nuestros cansancios. Necesitamos de la presencia de esa madre, aunque solo sea de una forma espiritual o virtual porque no siempre sea posible esa presencia física a nuestro lado.

Hoy Jesús nos regala una madre, nos regala a su madre. Desorientados y sin saber que hacer o como iban a terminar todo aquello, perdidos porque no encontraban salida y casi les parecía todo un fracaso, escondidos y temerosos porque a ellos podía pasarle lo mismo, buscando refugio sin saber a qué atenerse o donde podrían encontrar quien los acogiera a ellos que parecían unos perdidos y fracasados, así andaban los discípulos; solo uno se había atrevido a seguir la comitiva hasta el calvario porque quien se había aventurado al principio a llegar hasta el patio de la casa del Pontífice, todo lo había resultado peor porque al final había negado conocerle, cuando tanto había confiado Jesús en El haciéndole promesas que ahora parecía que no se podían cumplir.

Y allí estaba, al pie de la cruz, junto a aquellas pocas mujeres que se habían arriesgado a acompañar a María. Allí estaba quien seguía manteniendo su amor por Jesús aunque no supiera en qué iba a terminar todo a pesar de los anuncios y promesas de Jesús. Como se diría siempre de él era el discípulo amado. Y había recibido un regalo.

Necesitaban el olor de una madre, necesitaban quien abriera el corazón para acogerles ahora que estaban tan desesperanzados, necesitaban aquella sonrisa y aquella mirada que les sabía al perfume de un ramo de rosas. Y Jesús les había hecho aquel regalo. No era solo para aquel discípulo que se había arriesgado a llegar hasta el calvario, aunque él fuera quien directamente escuchara las palabras y las promesas de Jesús. ‘Ahí tienes a tu madre’. Era a Juan a quien se lo estaba diciendo, pero en Juan estaban todos los discípulos, todos los que querían seguir manteniendo su amor por Jesús, quienes a pesar de andar tan perdidos seguían añorando el perfume y la presencia de una madre.

¿Nos sentiremos allí representados? Porque el evangelio no es para uno solo, las buenas noticias tienen que difundirse y todos participar de la alegría que reciben con ellas. Aunque Juan fuera el que se la llevara a su casa, era para nosotros, era para todos. La Iglesia seguiría sintiendo la añoranza de una madre, la necesidad de tener una madre a su lado, y desde entonces allí estaría María. Todo el verdadero discípulo de Jesús lo comprende, porque todo verdadero discípulo de Jesús tiene que saber lo que es la acogida, no solo por sentirse acogido, sino porque estaría siempre con los brazos abiertos para recibir y para acoger. ¿Cómo no iba a hacerlo con aquel regalo que desde la cruz Jesús les estaba haciendo?

Nosotros también queremos recibirla en nuestra casa. Nosotros también queremos estar junto a ella al pie de la cruz, porque sabemos que ella va a estar siempre a nuestro lado cuando estemos en nuestra cruz, en nuestra soledad, con nuestro corazón perdido, en nuestros miedos y cobardías, en las veces que caminemos sin rumbo. Y aquí podemos pensar y podemos decir muchas cosas. Dejemos que fluya el corazón, que se derrame nuestro amor también por María. Es la Madre, nuestra madre. No la podemos dejar. La que siempre nos a hacer disfrutar del perfume de su vida. De ella aprenderemos además a ser siempre acogedores, a ir mostrando ese lado de la ternura de nuestro corazón.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Un regalo de amor que Dios nos hace, una luz para nuestras oscuridades, un sentido para nuestra cruz de dolor y sufrimiento, una puerta de salvación

 


Un regalo de amor que Dios nos hace, una luz para nuestras oscuridades, un sentido para nuestra cruz de dolor y sufrimiento, una puerta de salvación

Números 21, 4b-9; Salmo 77; Filipenses 2, 6-11; Juan 3, 13-17

Dos pensamientos como interrogantes me vienen a la mente ante la celebración de este día. Por una parte ¿a quién le gusta la cruz? Sé que muchos fácilmente me responden hablando de su significado religioso conforme a una tradición que hemos seguido desde siglos, podríamos decir; pero hagámonos la pregunta de una forma cruda, ¿a quien le gusta el sufrimiento, la muerte, el dolor, y todas las consecuencias de ignominia incluso que trae consigo una cruz?

Todos rehuimos el sufrimiento, le tememos a la muerte, no nos gusta vernos condenados porque seamos ignorados por los demás o porque tengamos que cargar con el sambenito de algo que echan sobre nosotros. Sabemos que para algunos incluso pudiera sonar a una incongruencia el hablar tanto de la muerte y de la cruz, y sé que en ciertos ambientes incluso se rehuye el hablar del tema, se evita a los niños, los jóvenes lo ignoran, etc., etc.…

La otra cuestión que me viene a la mente está en preguntar sobre quien es capaz después de haber recibido el rechazo de alguien además quizás hasta de una forma violenta, luego es capaz de hacer los mejores regalos a esa persona que tanta ignominia, por ejemplo, ha cargado sobre ella. ¿Qué pensaríamos de una persona que tuviera esa forma de actuar? Algunos dirían, incluso, que eso es una locura, a quien me hizo daño o me rechazó hacerle los mejores regalos. Con lo fáciles que somos para tener reacciones de rencor y resentimiento, para dejar de hablar de forma fulminante con quien creemos que nos ha hecho daño, de cómo ignoramos inmediatamente a esas personas y las alejamos de nuestra vida. Estamos viendo continuamente esa acritud y resentimientos que se manifiestan de tantas maneras en nuestra sociedad.

¿Podríamos, entonces, llegar a entender en toda profundidad lo que hoy se nos dice en la Palabra de Dios? Rechazamos a Dios y Dios viene en nuestra búsqueda con los mejores regalos de amor. Rechazamos a Dios, sí, en esa negación de Dios que hacemos en la práctica de nuestra vida; está ese rechazo de Dios, de todo lo que tenga un sentido religioso que contemplamos hoy en nuestra sociedad; rechazo de Dios es esa inhumanidad con la que vivimos que no solo es el olvido, la forma con que nos ignoramos los unos a los otros, que de alguna forma es un alejarnos del principios del evangelio que de alguna manera a través de los siglos habíamos querido que fuera el fundamento de nuestra sociedad, que por eso mismo la llamábamos cristiana; claro que pensamos también en todos los que luchan directamente contra todo lo que tenga un sabor cristiano o religioso queriendo imponer una sociedad pagana en el hoy de nuestro mundo. Estamos haciendo desaparecer de nuestras calles incluso todo lo que sea un signo religioso o tenga un sabor cristiano. Es una realidad que tenemos ahí ante nosotros.

Pero aquí es donde tenemos que escuchar el mensaje de la cruz y el mensaje que hoy quiere transmitirnos la Palabra de Dios. El amor de Dios no nos falla, Dios sigue amando al hombre y al mundo a pesar de nuestro rechazo; Dios sigue ofreciéndonos el mejor regalo que es su amor y que se nos manifiesta precisamente en Jesús y en su muerte en la cruz.

Esa cruz que por una parte nos puede representar todo lo que es el dolor del hombre, de una humanidad rota y destrozada; una cruz que nos manifiesta y nos recuerda sufrimientos y muerte, nos recuerda la inhumanidad con que vivimos y nos seguimos matando los unos a los otros con nuestras guerras y nuestra destrucción, que muchas veces concretamos demasiado fácilmente en estos focos calientes de muerte y destrucción de los que con tanta intensidad nos hablan los medios de comunicación, pero que es también esa violencia con que nos tratamos los unos a los otros, con esa violencia con la que algunas veces nos queremos manifestar en contra de la violencia de la guerras - ¿en qué nos diferenciamos? -, esa violencia de gestos y palabras con las que nos queremos desprestigiarnos los unos a los otros y hasta destruirnos.

Pero la cruz quiere decirnos algo más, porque a nosotros nos habla de amor y de grano de trigo enterrado para hacer germinar la planta de una vida nueva. Por eso cuando hoy nosotros contemplamos la cruz al mismo tiempo recordamos ese regalo de amor que Dios quiere hacernos, a pesar de nuestros rechazos, o a pesar de tanta búsqueda de muerte en la que estamos andando en nuestra vida.

Hoy nos lo ha dicho el evangelio cuando nos narra ese episodio de aquel hombre que desde su noche acudió a Jesús y en Él descubrió lo que era el germen de verdad de una vida nueva. Había que nacer de nuevo le decía Jesús a Nicodemo, aunque a este en principio le costará entenderlo. Pero ahí está la Palabra que nos habla de ese amor de Dios, que tanto ama a ese mundo oscuro que ha preferido las tinieblas a la luz que le envía el mejor regalo de amor, porque nos entregó a su Hijo.

Y esto es lo que tenemos que contemplar en la cruz, esto es lo que hace que hoy la celebramos en esta fiesta de la Exaltación de la santa Cruz. Por en esa cruz está un nombre sobre todo nombre, como decía el Apóstol San Pablo. Y como continuaba diciéndonos ‘al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre’. Así nos diría el evangelio, ‘porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él’.

Encontramos así respuesta a aquellos interrogantes que nos hacíamos al principio. No es muerte, sino que es vida; no es condenación sino salvación. Es el regalo que Dios sigue haciéndonos y que así se nos manifiesta. Es el recuerdo permanente que ante nuestros ojos tenemos, no de una forma mágica, sino como un camino exigente que nos hace entrar en una senda nueva y que nos lleva a una vida nueva.

Es una luz para nuestras cruces y sufrimientos, que levanta las oscuridades que nos aparecen de una forma o de otra en nuestra vida y nos hacen encontrar un sentido incluso al sufrimiento y a la muerte. Nos detenemos quizás con temblor ante esa cruz que se nos presenta en la vida y que no siempre entendemos, pero en Jesús encontramos respuesta, en Jesús nos llenaremos de nuevo de paz.