Mucho quizás tendríamos que preguntarnos en qué tenemos centrada nuestra mente cuando ante nosotros en cada celebración se proclama la Palabra de Dios
1 Timoteo 6,13-16; Salmo 99; Lucas 8, 4-15
No soy campesino, porque a eso no he dedicado mi vida, pero sí hijo de campesinos; mi vida ha transcurrido podríamos decir en ambientes campesinos y ahora mismo vivo en una ciudad campo, así la han querido definir, y las casas habitualmente están rodeadas de campos de cultivo. Me duele en el alma por todo eso el contemplar cómo se van abandonando nuestras tierras y donde había en otros momentos excelentes producciones agrícolas ahora se han convertido en eriales o se han transformado para ser terrenos para edificar en ellos. Es triste ver en muchas ocasiones como una cosecha se malogra, bien porque se ha cultivado con la suficiente intensidad y a causa muchas veces de ese abandono vienen la sequía y las plagas y donde podía esperarse una buena cosecha nos encontramos con la ruina, por así decirlo.
Recuerdo todo esto desde la escucha de la parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio, pero pensando en nuestra tarea de agricultor que hemos de cuidar donde arrojar esa simiente o del cultivo que hemos de hacer luego de esas plantas que germinan para que nos den buena cosecha, mirando nuestro propio campo de cultivo o mirando lo que sucede en nuestro entorno.
¿Cuál es la cosecha que se está produciendo en nuestra vida? O más bien tendríamos que preguntar, ¿qué tipo de cultivo estamos nosotros realizando con esa semilla sembrada en nosotros para que en verdad lleguemos a dar frutos?
Al explicar Jesús la parábola a los discípulos más cercanos que le pidieron una explicación, habla de la semilla de la Palabra de Dios, de esa semilla de todos esos dones que Dios ha puesto en nosotros y que hemos de saber hacer fructificar. Pensamos, sí, en ese regalo de Dios de su Palabra que hemos de saber escuchar. Pero esa Palabra viene para hacernos fructificar nuestra vida, con todo lo que somos, con nuestros valores y nuestras cualidades, con todas esas posibilidades que hay en nosotros si desarrollamos cuanto somos y con toda esa riqueza que con la vida vamos acumulando en nosotros.
No arruinemos nuestra vida, no dejemos que se metan en nosotros esas malas yerbas que al final solo producirán en nosotros abrojos que para nada nos sirve; sepamos pues limpiar esa tierra de nuestra vida de cuantos pedruscos van a entorpecer el cultivo de nuestro campo; abrojos y pedruscos de nuestras pasiones descontroladas, abrojos y pedruscos cuando solo pensamos de forma egoísta en nosotros mismos y con nuestra cerrazón se van creando aristas en nuestra vida que hieren a los demás; abrojos y pedruscos de nuestras vanidades y nuestros orgullos, que hacen crecer esas malas hierbas de nuestro amor propio, de nuestras ambiciones que endurecen nuestro corazón, de esas aristas de nuestros recelos y nuestras envidias que tanto daño hacen y que pueden convertirse en plagas que nos dañen desde lo más hondo y hagan inservible lo que podamos ir produciendo; abrojos y pedruscos que nos hacen superficiales, donde no le damos importancia a la semilla dejando que sea pisoteada por cualquiera o por falta de profundidad en nuestra vida no lleguemos a captar lo que verdaderamente es importante.
Valoremos pues esa semilla que recibimos, escuchamos y acojamos la semilla de la Palabra de Dios que llega a nosotros. Cuidemos nuestro campo, cuidemos nuestra vida, sepamos realizar ese trabajo silencioso del agricultor que prepara la tierra, arrancando abrojos, separando de verdad los caminos de los campos de cultivo para que en verdad sean aprovechables buscando pues lo que es verdaderamente importante en nuestra vida y para nuestra vida, arrancando de esa tierra de nuestro corazón todo lo que pueda impedir que esa semilla arraigue de verdad en nosotros para que al final podamos recoger una buena cosecha al ciento por uno, abriendo en verdad los oídos de nuestro corazón buscando todos los correctores que sean necesarios para que llegue clara y diáfana esa Palabra a nosotros.
¡Cuántas superficialidades tenemos que superar! ¡Cuánto tenemos que saber ahondar en esa tierra de nuestro corazón dejándola regar con la gracia del Señor para que pueda germinar esa semilla!
Mucho quizás tendríamos que preguntarnos en qué tenemos centrada nuestra mente cuando ante nosotros en cada celebración se proclama la Palabra de Dios.
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