Nos queremos sentir nosotros amados por Dios y por eso con mayores deseos queremos estar con El, con mayor confianza presentamos nuestras peticiones
Sabiduría 18,14-16; 19, 6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8
De todo nos cansamos, hasta de pedir cosas buenas incluso para nosotros mismos. Y es que nos cansamos y no somos constantes en nuestras peticiones, porque somos impacientes, lo queremos todo al momento, lo queremos como a nosotros nos gusta aunque sea peor, somos como niños caprichosos a los que hay que contentar pero como ellos quieren, no aceptamos que nos puedan dar algo mejor.
Y así nos falta perseverancia en muchas cosas que dejamos a medias; nos creemos perfectos y si no nos salen las cosas a la primera, las desechamos, no insistimos, nos vamos a otra cosa intentando olvidar aquello primero que nos había ilusionado. Y nos pasa en nuestros trabajos, nos pasa en la realización de nuestros sueños, nuestros planes o proyectos, nos pasa en nuestras relaciones con los demás, porque además queremos que sean como nosotros queremos, y si no logramos cambiarlos, convencerlos de lo que nosotros proponemos, no escuchamos sino que olvidamos y nos vamos para otro lado. Nuestras amistades algunas veces no duran, nos cansamos pronto, no tenemos la paciencia de esperar para conocer de verdad pero también para aceptar. En cuantas cosas nos hace falta esa perseverancia en la vida. Podríamos seguir pensando en muchas cosas más, pero mira por donde, ya nos cansamos del tema y queremos irnos a otra parte, a pensar en otras cosas, y se nos puede quedar a la mitad.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de que hemos de cultivar esa virtud de la perseverancia, que es también esperanza, que es también sentido de amor en lo que hacemos y en lo que buscamos. Quiere Jesús hablarnos de la necesidad de la perseverancia en la oración, pero lo que Jesús nos dice lo podemos aplicar a muchos aspectos, incluso en lo humano y en nuestras relaciones con los demás.
Nos habla del juez inicuo, y es inicuo porque no hace justicia, sino que más bien está pensando en si mismo y que no lo molesten. Y había una pobre mujer, viuda además lo que significaba que se sentía sola en la vida, que viene a pedir justicia frente a un adversario; pero el juez no le hace caso, considera una lata lo de aquella mujer, además – tengamos en cuenta la mentalidad de la época – era una mujer, que no merecía que se le prestara mucha atención. Pero la mujer insiste una y otra vez, un día y otro, hasta que el juez decide, para quitársela de encima, atender a la petición de aquella mujer.
No es nada ejemplar aquel hombre y no se nos pretende presentárnoslo como modelo. El ejemplo lo tenemos en aquella mujer. Y todo lo hemos de volver en lo que es nuestra relación con Dios. No es un juez, es un padre amoroso que nos ama, que nos atiende y que nos escucha, que está a nuestro lado, aunque a nosotros a veces nos suene a ausencia. Pero el padre escucha y escucha siempre, y nos dará lo mejor.
Pero en quien ahora tenemos que fijarnos es en la perseverancia de aquella mujer, que no se cansa de pedir, porque lo que quiere es justicia y ella se quiere sentir amada; así nos queremos sentir nosotros amados por Dios. Y por eso con mayores deseos queremos estar con El, con mayor confianza presentamos nuestras peticiones, con más fuerza nos mantenemos en esperanza porque sabemos que siempre somos escuchados, con esa insistencia pedimos y confiamos.