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sábado, 18 de noviembre de 2023

Nos queremos sentir nosotros amados por Dios y por eso con mayores deseos queremos estar con El, con mayor confianza presentamos nuestras peticiones

 


Nos queremos sentir nosotros amados por Dios y por eso con mayores deseos queremos estar con El, con mayor confianza presentamos nuestras peticiones

Sabiduría 18,14-16; 19, 6-9; Sal 104; Lucas 18,1-8

De todo nos cansamos, hasta de pedir cosas buenas incluso para nosotros mismos. Y es que nos cansamos y no somos constantes en nuestras peticiones, porque somos impacientes, lo queremos todo al momento, lo queremos como a nosotros nos gusta aunque sea peor, somos como niños caprichosos a los que hay que contentar pero como ellos quieren, no aceptamos que nos puedan dar algo mejor.

Y así nos falta perseverancia en muchas cosas que dejamos a medias; nos creemos perfectos y si no nos salen las cosas a la primera, las desechamos, no insistimos, nos vamos a otra cosa intentando olvidar aquello primero que nos había ilusionado. Y nos pasa en nuestros trabajos, nos pasa en la realización de nuestros sueños, nuestros planes o proyectos, nos pasa en nuestras relaciones con los demás, porque además queremos que sean como nosotros queremos, y si no logramos cambiarlos, convencerlos de lo que nosotros proponemos, no escuchamos sino que olvidamos y nos vamos para otro lado. Nuestras amistades algunas veces no duran, nos cansamos pronto, no tenemos la paciencia de esperar para conocer de verdad pero también para aceptar. En cuantas cosas nos hace falta esa perseverancia en la vida.  Podríamos seguir pensando en muchas cosas más, pero mira por donde, ya nos cansamos del tema y queremos irnos a otra parte, a pensar en otras cosas, y se nos puede quedar a la mitad.

Hoy Jesús en el evangelio nos habla de que hemos de cultivar esa virtud de la perseverancia, que es también esperanza, que es también sentido de amor en lo que hacemos y en lo que buscamos. Quiere Jesús hablarnos de la necesidad de la perseverancia en la oración, pero lo que Jesús nos dice lo podemos aplicar a muchos aspectos, incluso en lo humano y en nuestras relaciones con los demás.

 Nos habla del juez inicuo, y es inicuo porque no hace justicia, sino que más bien está pensando en si mismo y que no lo molesten. Y había una pobre mujer, viuda además lo que significaba que se sentía sola en la vida, que viene a pedir justicia frente a un adversario; pero el juez no le hace caso, considera una lata lo de aquella mujer, además – tengamos en cuenta la mentalidad de la época – era una mujer, que no merecía que se le prestara mucha atención. Pero la mujer insiste una y otra vez, un día y otro, hasta que el juez decide, para quitársela de encima, atender a la petición de aquella mujer.

No es nada ejemplar aquel hombre y no se nos pretende presentárnoslo como modelo. El ejemplo lo tenemos en aquella mujer. Y todo lo hemos de volver en lo que es nuestra relación con Dios. No es un juez, es un padre amoroso que nos ama, que nos atiende y que nos escucha, que está a nuestro lado, aunque a nosotros a veces nos suene a ausencia. Pero el padre escucha y escucha siempre, y nos dará lo mejor.

Pero en quien ahora tenemos que fijarnos es en la perseverancia de aquella mujer, que no se cansa de pedir, porque lo que quiere es justicia y ella se quiere sentir amada; así nos queremos sentir nosotros amados por Dios. Y por eso con mayores deseos queremos estar con El, con mayor confianza presentamos nuestras peticiones, con más fuerza nos mantenemos en esperanza porque sabemos que siempre somos escuchados, con esa insistencia pedimos y confiamos.


viernes, 17 de noviembre de 2023

La esperanza es una virtud fundamental que tenemos que saber avivar y cultivar con fuerza en nuestro corazón para mantenernos firmes en el camino

 


La esperanza es una virtud fundamental que tenemos que saber avivar y cultivar con fuerza en nuestro corazón para mantenernos firmes en el camino

Sabiduría 13,1-9; Sal 18; Lucas 17,26-37

Algunas veces nos acostumbramos a las cosas, que si bien en un principio nos producen una gran impresión, parece que con la repetición de noticias semejantes vamos perdiendo la sensibilidad y ya aunque las oigamos repetidamente ya no las escuchamos, no le prestamos atención.

¿Nos habremos acostumbrado a oír noticias de guerra? Parece que a eso no nos acostumbraríamos, pero ¿quien le da ahora la misma importancia a la guerra de Ucrania cuando llevamos tantos meses oyendo hablar de lo mismo?  Los sufrimientos humanos ahí están, continúa la destrucción de una nación, y parece que ya no le damos tanta importancia. Están los acontecimientos de la franja de Gaza, y parece que unas noticias solapan las otras noticias y ya no sabemos a qué darle más importancia, y al final casi terminamos olvidándolo.

Y podemos pensar en terremotos que con su destrucción se llevan tantas vidas por delante, en volcanes que destruyen lugares y ponen en peligro la vida de personas, en huracanes o ciclones que todo lo arrasan dejando tras de sí muerte y desolación. Pero todos los años oímos hablar de esos huracanes, y ahora hasta nos hacen gracia los nombres que le ponen. ¿Habremos perdido la sensibilidad? ¿Nos estamos acostumbrando a todas esas noticias?

Y todos esos acontecimientos vienen de la noche a la mañana, como se suele decir, en el momento que menos lo esperamos, y aunque haya señales que nos puedan delatar lo que puede suceder, parece que eso no va a pasar y no les prestamos atención. ¿La desolación está en todas esas cosas que suceden y de la manera cómo suceden, o la desolación estará en nuestros corazones? Habría que pararse a pensar. ¿Y todas esas cosas que suceden así de manera imprevista no pudieran ser llamadas para alguna respuesta que tuviéramos que dar nosotros? ¿Habrá algún mensaje que pudiéramos leer en todo eso?

Jesús nos habla en alguna ocasión en el evangelio que hemos de saber leer los signos de los tiempos. Y de esto nos está hablando hoy en el evangelio cuando nos da unas señales de algo que puede suceder y de lo que hacemos en principio una lectura en cierto modo escatológica, pensando en los tiempos finales. Unos tiempos finales que sabemos que vendrán, no sabemos cómo ni cuando, pero que hemos de saber discernir bien para nuestra vida.

En el momento presente también tenemos momentos inesperados, y no pensamos ya solamente en esas catástrofes de la naturales, como hemos venido describiendo, no pensamos solamente en ese accidente inesperado quizás en la carretera o algo semejante y que también nos puede dejar tras de si muerte y desolación, pero podemos pensar en las cosas de cada día en que nos vamos encontrando también con cosas inesperadas, porque cada uno tiene su manera de actuar y no sabemos como va a reaccionar el otro, por ejemplo, o porque la vida nos va ofreciendo sorpresas en las que tenemos que saber reaccionar, o en el camino de la historia que entre todos vamos construyendo las cosas no se suceden como a nosotros nos gustaría y tenemos que afrontar nuevas situaciones y problemas que también nos pueden llenar de intranquilidad y turbación, como sucede con la vida político, por ejemplo.

¿Y cual tiene que ser nuestra forma de reaccionar? ¿Dejarnos arrastrar por la angustia y la desesperación porque lo vemos todo perdido? ¿No habrá ningún rayo de esperanza, ningún resquicio de luz que nos dé fuerzas y ánimos para mantener nuestra lucha por algo mejor? Jesús en el evangelio nos está diciendo que tenemos que estar atentos, que tenemos que estar preparados, que no podemos perder la paz en el corazón, que tenemos que aprovechar cualquier detalle que ponga esperanza, para mantenernos firmes, para seguir con nuestra responsabilidad, para afrontar los problema con valentía, para seguir sembrando nuestra semilla de vida poniendo todo nuestro amor. Ni nos podemos acostumbrar ni podemos cruzarnos de brazos.

La esperanza es una virtud fundamental para el cristiano. Tenemos que saberla avivar y cultivar en nuestro corazón. Es la fuerza también que nos hace trascender nuestra vida. Es lo que nos mantiene firmes en el camino por muy fuertes que sean los temporales. Y bien lo necesitamos en estos tiempos.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Hagamos patente con nuestra vida el ideal del Reino de Dios envolviéndonos del amor y de la paz para sentir que está en medio de nosotros

 




Hagamos patente con nuestra vida el ideal del Reino de Dios envolviéndonos del amor y de la paz para sentir que está en medio de nosotros

Sabiduría 7, 22 – 8,1; Sal 118; Lucas 17, 20-25

Algunas veces las palabras nos confunden; sobre todo según lo que tengamos en la cabeza, la manera de enfocar las cosas, las interpretaciones que nos hagamos, los conceptos que podamos tener o las ideas preconcebidas. Hay palabras ambiguas, que pueden tener distintos significados según donde las empleemos o con quienes las usemos; la literalidad de una palabra en su interpretación nos puede confundir cuando según la empleemos en un ámbito o en otro.

Esto nos vale también para la interpretación de lo que escuchamos en el evangelio, como les sucedía a los propios judíos al escuchar los anuncios de los profetas, o lo que Jesús ahora les decía. Pensemos, por ejemplo, en la expresión el Reino de Dios. La palabra reino en el concepto normal de la gente habla de una monarquía, de un territorio sometido a esa monarquía o de una forma de gobernar. El pueblo judío en largos periodos de su historia así estaban configurados, habían tenido sus reyes. Ahora Vivian sometidos al imperio romano, y aunque quedaba la figura del rey Herodes, quien en verdad tenían el dominio sobre el territorio eran los romanos.

Escuchar ahora hablar del Reino de Dios, un concepto que los profetas de alguna manera habían unido a la misión del Mesías, para los judíos significaba la restauración de aquel antiguo reino de Israel con la liberación del dominio de los romanos. Pero ¿era eso de lo que Jesús les estaba hablando cuando les anunciaba el Reino de Dios? Ahí estaba por medio la idea preconcebida de lo que era la misión del Mesías y ahora está esta pregunta que le hacen a Jesús. ‘¿Cuándo va a llegar el Reino de Dios?’

La respuesta de Jesús es contundente, aunque no terminan de entenderlo. No penséis, viene a decirle, que el reino de Dios va a venir de una forma aparatosa, algo así como una conquista o una victoria tras una guerra. No van a haber esas guerras ni esas batallas, viene a decirles Jesús. Es otra la forma de vivir el Reino de Dios. Y les dice, ‘mirad, el Reino de Dios no está aquí o está allí, está en medio de vosotros’.

El reino de Dios no es algo exterior, aunque también muchas veces incluso nosotros los cristianos nos hemos envuelto en ostentaciones de poder a la manera de los reinos de este mundo. También nosotros nos hemos confundido muchas veces y hemos querido hacer ver muchas veces la presencia de la Iglesia en medio del mundo como una ostentación de poder. De cuantas cosas tenemos que despojarnos para darle sentido en nuestras vidas al reino de Dios que decimos que queremos vivir. No confundamos las palabras y los conceptos.

El reino de Dios tenemos que sentirlo dentro de nosotros, tenemos que construirlo dentro de nosotros, cuando en verdad lleguemos a reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida, lo único que nos da sentido y valor y quien en verdad nos va a poner en nuevos caminos, en nuevas actitudes, en nueva manera de hacer las cosas.

Es eso que decimos tantas veces que son los valores del Reino; los valores no son signos ni señales de poder ni de ostentación; es ese nuevo sentido que le damos a la vida cuando todo lo envolvemos en el amor, y entonces seremos justos los unos con los otros, entonces no nos dejaremos envolver por la violencia, entonces habrá rectitud en nuestras vida y autenticidad y sinceridad, entonces siempre nos dejaremos guiar por las buenas intenciones y deseos, entonces ya nadie hará daño a nadie porque nos queremos como hermanos y nos queremos, y nos ayudamos, y somos capaces de caminar juntos y de construir juntos poniendo cada uno lo mejor de si mismo sin desconfianzas ni recelos.

Y eso lo tenemos que vivir desde lo más hondo de nosotros mismos; y entonces el Reino no será nunca dominio de unos sobre los otros; y entonces sentiremos la más hermosa paz en nuestros corazones que se manifestará en la armonía y fraternidad que vivamos con los demás. Puede parecer idílico, pero es en verdad el ideal que hemos de poner en nuestras vidas, es la manera como estamos haciendo presente el Reino de Dios.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Despertemos nuestra fe y seamos capaces de admirarnos de las maravillas que Dios sigue obrando en nosotros

 


Despertemos nuestra fe y seamos capaces de admirarnos de las maravillas que Dios sigue obrando en nosotros

Sabiduría 6, 1-11; Sal 81;  Lucas 17,11-19

A veces nos suceden cosas que pudieran ser significativas para nosotros, que puede que las hayamos deseado o pedido, y sin embargo cuando nos suceden las vemos como una cosa más que nos suceden sin llegar a descubrir lo bello, lo extraordinario que puede ser para nosotros, y las dejamos pasar.  No siempre sentimos admiración por lo que nos sucede, incluso aunque nos sucedan cosas extraordinarias, llegamos a acostumbrarnos, no sabemos ser agradecidos, no las valoramos. Creo que necesitamos más abrir los ojos del alma para dejarnos sorprender, para sentir admiración, para valorar lo sobrenatural que en la vida podemos encontrar.

Cada mañana y cada tarde el sol sale o se pone por el horizonte, se hace de día y se hace de noche, se suceden las horas y los acontecimientos, van cambiando las estaciones del año con sus fríos y con sus calores, se suceden las tormentas o cae con fuerza la lluvia como también nos pueden venir tiempos de sequía que se pueden convertir en nubarrones de peores tiempos para la vida, y seguimos impertérritos, no somos capaces de admirarnos ante tantas maravillas de la naturaleza que va desfilando ante nuestros ojos, pero al final nos aburrimos, nos parece que un día totalmente igual al otro, porque no hemos sabido descubrir novedades, porque tampoco hemos sabido descubrir los caminos de Dios en esos acontecimientos.

En todo eso nos puede estar hablando Dios, es más, podemos afirmar rotundamente, nos está hablando Dios. Pero no lo escuchamos. Lo malo es acostumbrarse, porque caemos en rutina y nos aburrimos. ¿Cómo despertar? ¿Seremos capaces de dar gloria a Dios por cuanto nos sucede?

Nos narra el evangelio un hecho muy significativo. Jesús camina entre Galilea y Samaría. ¿Se dirigiría a Jerusalén? El hecho es que en medio de aquellos campos y aquellos caminos hay un grupo de leprosos que de lejos le piden compasión. Era el gemido habitual a escuchar en aquellos campos de desolación, donde era fácil que en cualquier cueva o en cualquier barranquera estuvieran refugiados unos leprosos obligados por su enfermedad a vivir lejos de sus casas y familias y abandonados a su suerte. No podían acercase a nadie y es más tenían la obligación de avisar que eran impuros si alguien estuviera en sus cercanías. Pedían compasión, quizás un poco de agua, quizás alimentos, algo que calmara sus tormentos…

¿Saben quizá que en medio de aquel grupo que va por el camino hay alguien que puede ser su salvación? Porque estuvieran aislados no significa que no tuvieran noticias de lo que en Galilea estaba sucediendo con el nuevo profeta que había aparecido. Por eso su petición de compasión quizás se hiciera más intensa. Y allí estaba quien los escuchaba y no pasaba de largo. Les envía a que vayan a cumplir con lo establecido con le ley para que puedan volver a sus casas. Mientras marchaban se vieron curados y la mayoría continuó su camino porque había que hacer lo que había que hacer; tenían que presentarse al sacerdote para que les diera la comprobación de que estaban curados y pudieran volver a sus casas. Estaban curados, y eso era lo que importaba.

Pero uno, que además era samaritano como nos recalca el evangelista, no vio las cosas con tanta naturalidad. Algo había sucedido y la mano de Dios estaba en ello. Había que dar gloria a Dios. Volvió sus pasos hasta Jesús, porque era en El en quien había encontrado la salvación, y él era capaz de reconocerlo y reconocer la gloria del Señor que allí se había manifestado. Se postró ante Jesús. Conocemos los comentarios. La fe le había salvado. Ahora sí podía volver con los suyos a su casa.

¿Y nosotros nos detendremos en nuestros caminos para admirarnos por cuanto se nos ofrece y dar gloria a Dios? Seguimos quizás muy entretenidos en nuestras cosas y ya hemos perdido la capacidad de la admiración. Vemos todo tan natural y a todo somos capaces de darle nuestras explicaciones que parece que ya nada nos llama la atención. Nos sentimos tan autosuficientes que nos parece que todo nos lo conseguimos con nuestro poder o con lo que sabemos que ya en todo nos valemos por nosotros mismos y son nuestros meritos los que se tienen en cuenta.

Nos hemos olvidado del poder y de la sabiduría de Dios. Como tantas cosas que vamos arrinconando en el cuarto de los trastos porque para nuestros tiempos no nos valen porque nos parece que tenemos cosas mejores – para esos están nuestras técnicas y nuestra ciencia – a Dios también lo hemos arrinconado y ya ni contamos con El. ¿Se despertará de nuevo nuestra fe?

 

martes, 14 de noviembre de 2023

No busquemos reconocimientos ahora por lo que hacemos, somos servidores que hacemos lo que tenemos que hacer, es el gozo y la sabiduría de vivir el Reino de Dios

 


No busquemos reconocimientos ahora por lo que hacemos, somos servidores que hacemos lo que tenemos que hacer, es el gozo y la sabiduría de vivir el Reino de Dios

Sabiduría 2,23-3,9; Sal 33; Lucas 17,7-10

Nos creemos merecedores de todo; por la más mínima cosa buena que realicemos pronto estamos esperando reconocimientos. ¡Qué ingrata es la gente!, nos decimos, porque no nos echan incienso, porque no nos dan las gracias, porque no pregonan a bombo y platillo las cosas tan buenas que nosotros hacemos. ¡Qué autosuficientes somos en muchas ocasiones! Hasta nos creemos que si nosotros no lo hacemos, no habrá nadie que lo haga, y nos creemos insustituibles.

Podemos pensar que estoy exagerando un poco, quizás haya que poner las cosas así de una forma espectacular, pero para que recapacitemos y nos demos cuenta que algo de eso hay en nuestro interior. Bueno, gente humilde y generosa la hay y mucha, que no busca aplausos, que hace las cosas calladamente, que es fiel aquello que nos dirá Jesús en el evangelio que no sepa tu mano izquierda lo que haces con la derecha; pero, sí tenemos que reconocer que en el fondo buscamos esos reconocimientos y nos sentimos un tanto rato cuando no nos mencionan entre aquellos que hace tantas cosas buenas.

Lo que tendría que llevarnos a pensar, por qué hacemos nosotros las cosas, cuál pudiera ser el motivo oculto que nos guardamos incluso cuando protestamos de nuestra humildad y decimos que no queremos que nadie sepa lo que hacemos; porque decirlo es fácil, pero fáciles pueden ser también esas dobles intenciones que nos guardamos dentro de nosotros mismos.

Y nos pasa en múltiples aspectos de la vida; nos pasa en el trabajo que decimos que nadie nos lo reconoce, nos puede suceder incluso en la familia cuando los llamamos ingratos, nos pasa en el ámbito de la vida social de los convecinos o de los miembros de la comunidad en la que andamos que no reconoce nuestros méritos y nos tienen por un cualquiera, nos puede suceder hasta en el ámbito de la Iglesia donde nos sentimos quizás arrimados a un lado y nuestro orgullo herido.

Hoy Jesús nos da un toque de atención. Nos dice que somos unos servidores y eso es lo que tenemos que hacer. Que nuestra actitud de servicio nos hace estar siempre alerta para ver donde nos necesitan, qué es lo que tenemos que hacer, el mejor servicio que siempre podamos prestar. Nos habla de los sirvientes que trabajan en una casa y cuya misión es tenerlo todo preparado; que el sirviente no se puede sentar a la mesa para que le sirvan, sino que su función es la de prestar esos servicios, que además se convierten en una responsabilidad por la que incluso tenemos que dar cuentas.

No es que andemos en servilismos trasnochados, como tampoco es cuestión de que nos tengamos como insustituibles, pero sí hay algo que tengo que hacer y que nadie hará por mí, y que el bien que yo haga o deje de hacer es responsabilidad que tenemos. Por eso nunca tenemos que buscar las grandezas de tener a los otros a nuestro servicio, sino que nos dirá que nuestra grandeza está en hacernos los últimos y los servidores de todos.

Si el amo, como hoy mismo nos dice, cuando llega de su trabajo, no nos va a decir que nos sentimos a la mesa nosotros que él nos sirve, sin embargo sí tenemos una certeza de algo que nos ha dicho Jesús en otro lugar. Cuando llegue el momento final sí que nos va a decir que vayamos a participar del banquete del Reino que para nosotros tiene preparado desde la creación del mundo, porque allí donde vimos un hambriento lo vimos a El, allí donde dimos de beber un vaso de agua a un sediento a El se lo hicimos, allí donde estaba un enfermo al que fuimos a visitar, a acompañar y a consolar a El se lo estábamos haciendo.

Y nos llamará ‘benditos de su padre’; es la gran bienaventuranza porque con el amor y la misericordia con que caminamos por el mundo vamos a ser recibidos nosotros también en el Reino de los cielos, y aunque muchas veces hayamos sido débiles y hayamos tropezado, para nosotros habrá misericordia y podremos contemplar el rostro de Dios.


lunes, 13 de noviembre de 2023

Nos tendríamos que preguntar qué lagunas tenemos en nuestra fe cuando no somos generosos en el perdón y nos hacemos tan rigoristas con los débiles

 


Nos tendríamos que preguntar qué lagunas tenemos en nuestra fe cuando no somos generosos en el perdón y nos hacemos tan rigoristas con los débiles

Sabiduría 1,1-7; Sal 138; Lucas 17,1-6

Poner piedras en el camino, para hacerte tropezar, para que encuentres obstáculos y al final te canses y desistas de hacer el camino, para hacer que te desvíes del camino que lleva la meta, a lo que quieres conseguir y al final te pierdas, para hacerte daño porque te quieren mal, porque sienten la maldad en su corazón y parece que disfrutan entorpeciendo a los demás, porque afloran resentimientos y envidias, porque el orgullo nos corroe por dentro y hacemos lo posible y lo imposible porque el otro no consiga lo que desee… Hemos comenzado hablando materialmente de piedras en el camino para entorpecernos el recorrido que tengamos que hacer, pero al final hemos terminado resaltando la malicia que aflora en muchos corazones para hacer daño a los demás; y la maldad aparecerá en cosas materiales, como puedan ser las piedras del camino, o serán otras muchas intenciones torcidas que nos aparecen por dentro.

Es de lo que comienza hablándonos Jesús. Y son los más débiles los que habitualmente sufren las consecuencias de esos tropiezos porque en su debilidad es más fácil la caída. Y es esa malicia con que nos estamos acostumbrando a actuar en la vida, porque todo son desconfianzas, todo son recelos y envidias, amor propio herido y soberbias del corazón, porque en nuestras vanidades no soportamos que otros puedan estar mejor que nosotros e incluso hagan el bien cuando nos creemos que somos nosotros los únicos que hacemos el bien y no terminamos de ver y reconocer el bien que hacen tantos a nuestro lado. Y vienen los daños que nos hacemos los unos a los otros de mil maneras; y viene el mal ejemplo que arrastra cuando nosotros no hacemos las cosas bien y llevamos a los demás por mal camino. Y Jesús nos habla muy fuerte y muy duro por ese daño que hacemos en los demás.

Y los discípulos más cercanos de Jesús se ven sorprendidos por la dureza de Jesús en sus palabras para los que hacen el mal y las nuevas actitudes que Jesús pide a los que quieren ser sus seguidores. Porque a pesar de todo ese mal que nos hacemos, Jesús nos está pidiendo que seamos capaces de tener comprensión en el corazón y cuando alguien reconoce el mal generosamente le ofrezcamos el perdón. Y Jesús nos plantea que el perdón hay que ofrecerlo siempre, no podemos poner medidas ni límites; todos somos igualmente débiles y tropezamos muchas veces en la misma piedra, caemos una y otra vez en las mismas debilidades. Y de la misma manera que queremos que sean comprensivos con nosotros, así hemos de serlo también con los demás siempre.

Es lo que a los discípulos se les hace difícil. Entonces y ahora. Porque sigue siendo una piedra de tropezar hoy en nosotros y hasta en la Iglesia lo de la generosidad del perdón a los que hayan tropezado muchas veces. Nos cuesta perdonar. Se nos hace difícil. Mantenemos muchas reservas. Se mantienen incluso en los protocolos de actuación también muchas reservas y parece que no se tiene en cuenta mucho lo que Jesús nos dice. Nos acogemos a unas palabras, a lo que nos interesa, pero olvidamos o descartamos otras.

‘Aumentamos la fe’, le piden los discípulos a Jesús, porque todo aquello que les está diciendo Jesús les parece como imposible realizarlo. Y Jesús nos dice que si tuviéramos fe, aunque fuera tan pequeña como un grano de mostaza, seríamos capaces de hacer grandes maravillas, hacer que la morera se arranque de raíz y se plante en el mar. ¿Hasta dónde llegará entonces nuestra fe cuando no somos capaces de hacer esa maravilla de ofrecer generosamente el perdón a los que débiles han caído una y otra vez? ¿No habrá por ahí, en muchos que no lo imaginamos incluso, muchas lagunas en la fe?  ¿Por qué seremos tan rigoristas? ¿Qué imagen damos de la misericordia y de la compasión? Nos da mucho que pensar.

domingo, 12 de noviembre de 2023

La esperanza de los cristianos no nos deja en una actitud pasiva, nuestra tarea es construir caminos, un mundo nuevo y mejor con los valores del evangelio

 


La esperanza de los cristianos no nos deja en una actitud pasiva, nuestra tarea es construir caminos, un mundo nuevo y mejor con los valores del evangelio

Sabiduría 6, 12-16; Sal 62; 1 Tesalonicenses 4, 13-18;  Mateo 25, 1-13

Cuando vamos haciendo camino nuestras miradas se dirigen con frecuencia al horizonte esperando ver la meta que queremos alcanzar, pero somos conscientes también de que tenemos que estar atentos al camino que vamos haciendo, para no perder sentido ni orientación, para ser conscientes quizás de las dificultades que en el paso a paso podemos encontrar y que tenemos que estar atentos a cómo superarlas, para ir recogiendo también lo que en el mismo camino podemos encontrar, no que nos distraiga, sino que sea ayuda, motivación y estímulo para alcanzar esa meta que deseamos. No podemos olvidar el momento presente, que queremos mirar desde ese horizonte al que aspiramos, pero en el que tenemos que estar preparados y bien dispuestos para cada paso que demos.

Esto lo podemos ver casi como una alegoría de lo que es también el camino de nuestra vida, en lo humano que vamos realizando y donde nos vamos desarrollando y creciendo, en lo espiritual que nos eleva hacia metas más altas, y en todo lo que significa el camino de nuestra vida cristiana. Así se trasciende nuestra vida, así elevamos nuestro espíritu, así le damos sentido, valor y profundidad a todos los actos que vamos realizando, así creceremos como personas  creceremos espiritualmente, así nos disponemos a alcanzar esa meta que es Cristo y que al mismo tiempo es el camino, como nos dirá en el evangelio.

No es fácil, porque el camino muchas veces se nos hace duro en todas las cosas que tenemos que ir superando; crecer no es fácil, porque en esos deseos de carrera y de llegar pronto podemos cometer errores, o podemos sentirnos atraídos por otras cosas que nos pudiera parecer que se nos ofrecen como más fáciles y más placenteras; son muchas las tentaciones las que nos podemos ver sometidos; recordemos cuántos errores hemos cometido en la vida en ese querer crecer como personas. También nos puede aparecer el cansancio y el desaliento y tener la tentación del abandono, o simplemente del dejarnos llevar. Nos hace falta brío y empuje, pero también la serenidad de poner los pies en la tierra e ir viendo bien las posibilidades que tenemos o que se nos ofrecen.

Hoy Jesús nos ofrece en el evangelio una hermosa parábola que muchas veces habremos meditado. Las doncellas que tenían que salir al camino con sus lámparas encendidas para recibir al novio que llegaba para la boda. Pero la espera se hizo larga, como largo parece que se nos hace también tantas veces el camino. No todas fueron igualmente previsoras para tener el aceite suficiente para que no se apagaran las lámparas. En su entusiasmo por la fiesta de la boda y la llegada del novio salieron muy alegres al camino sin el aceite de repuesto. Algunas se permitieron dormirse incluso en la espera. Cuántas veces nos dormimos porque pensamos que hay tiempo para todo.

Y cuando oyó la voz que anunciaba la presencia del novio, no todas las lámparas se pudieron encender de la misma manera, porque se les había acabado el aceite. Era tarde para buscarlo y estar a punto en el momento que se abriera y cerrara la puerta para entrar a la boda. Mientras fueron a comprarlo a última hora se cerró la puerta y ya no fueron reconocidas.

Creo que lo entendemos muy bien en la aplicación de nuestra vida. Aquellas metas, aquellos caminos, aquella atención a los pasos de cada día, aquel no permitir que nada nos distrajera y apartara del camino que nos haría llegar a nuestras metas ofreciéndonos otras cosas más fáciles. El aceite suficiente que siempre hemos de tener para que nuestra lámpara esté encendida. La atención juiciosa que hemos de ir haciendo en cada momento de los pasos que vamos dando. La mirada siempre puesta en lo alto para no perder de vista la meta a la que aspiramos, pero que nos hace estar atentos siempre a los pasos que vamos dando. Ese crecimiento humano y espiritual que vamos haciendo en nuestra vida aprovechando cuando en el camino nos vamos encontrando o se nos va ofreciendo para que logremos esa profundidad de nuestro espíritu.

Los cristianos lo hemos de tener muy claro siempre. Porque vamos haciendo el camino que nos lleva a la meta, pero vamos abriendo y construyendo camino para que otros también puedan alcanzarla. Porque si bien las muchachas de la parábola no pudieron darle el aceite que necesitaban las que ya no tenían porque eso era una tarea que cada una tenía que cuidar por su cuenta, si podemos nosotros ir mejorando nuestro mundo en esa construcción que decimos del Reino de Dios para así facilitar, para así atraer a cuantos nos rodean para que vayan también en búsqueda de ese Reino de Dios.

Los cristianos con nuestra esperanza no podemos estar en una actitud pasiva esperando que todo se nos dé hecho, sino que nuestra tarea es construir caminos, construir un mundo nuevo, un mundo mejor en el que resplandezcan los valores del evangelio. Es la manera de mantener encendida nuestra lámpara, es la forma de que no nos falte ese aceite que mantenga esa luz en nuestra vida pero esa luz que ilumine también nuestro mundo.

Es nuestro compromiso y nuestra tarea. No dejemos que nunca se nos apague esa luz que un día recibimos en nuestro bautismo y que hemos de mantener encendida para ir al encuentro con el Señor.