La esperanza de los cristianos no nos deja en una actitud pasiva, nuestra tarea es construir caminos, un mundo nuevo y mejor con los valores del evangelio
Sabiduría 6, 12-16; Sal 62; 1 Tesalonicenses 4, 13-18; Mateo 25, 1-13
Cuando vamos haciendo camino nuestras miradas se dirigen con frecuencia al horizonte esperando ver la meta que queremos alcanzar, pero somos conscientes también de que tenemos que estar atentos al camino que vamos haciendo, para no perder sentido ni orientación, para ser conscientes quizás de las dificultades que en el paso a paso podemos encontrar y que tenemos que estar atentos a cómo superarlas, para ir recogiendo también lo que en el mismo camino podemos encontrar, no que nos distraiga, sino que sea ayuda, motivación y estímulo para alcanzar esa meta que deseamos. No podemos olvidar el momento presente, que queremos mirar desde ese horizonte al que aspiramos, pero en el que tenemos que estar preparados y bien dispuestos para cada paso que demos.
Esto lo podemos ver casi como una alegoría de lo que es también el camino de nuestra vida, en lo humano que vamos realizando y donde nos vamos desarrollando y creciendo, en lo espiritual que nos eleva hacia metas más altas, y en todo lo que significa el camino de nuestra vida cristiana. Así se trasciende nuestra vida, así elevamos nuestro espíritu, así le damos sentido, valor y profundidad a todos los actos que vamos realizando, así creceremos como personas creceremos espiritualmente, así nos disponemos a alcanzar esa meta que es Cristo y que al mismo tiempo es el camino, como nos dirá en el evangelio.
No es fácil, porque el camino muchas veces se nos hace duro en todas las cosas que tenemos que ir superando; crecer no es fácil, porque en esos deseos de carrera y de llegar pronto podemos cometer errores, o podemos sentirnos atraídos por otras cosas que nos pudiera parecer que se nos ofrecen como más fáciles y más placenteras; son muchas las tentaciones las que nos podemos ver sometidos; recordemos cuántos errores hemos cometido en la vida en ese querer crecer como personas. También nos puede aparecer el cansancio y el desaliento y tener la tentación del abandono, o simplemente del dejarnos llevar. Nos hace falta brío y empuje, pero también la serenidad de poner los pies en la tierra e ir viendo bien las posibilidades que tenemos o que se nos ofrecen.
Hoy Jesús nos ofrece en el evangelio una hermosa parábola que muchas veces habremos meditado. Las doncellas que tenían que salir al camino con sus lámparas encendidas para recibir al novio que llegaba para la boda. Pero la espera se hizo larga, como largo parece que se nos hace también tantas veces el camino. No todas fueron igualmente previsoras para tener el aceite suficiente para que no se apagaran las lámparas. En su entusiasmo por la fiesta de la boda y la llegada del novio salieron muy alegres al camino sin el aceite de repuesto. Algunas se permitieron dormirse incluso en la espera. Cuántas veces nos dormimos porque pensamos que hay tiempo para todo.
Y cuando oyó la voz que anunciaba la presencia del novio, no todas las lámparas se pudieron encender de la misma manera, porque se les había acabado el aceite. Era tarde para buscarlo y estar a punto en el momento que se abriera y cerrara la puerta para entrar a la boda. Mientras fueron a comprarlo a última hora se cerró la puerta y ya no fueron reconocidas.
Creo que lo entendemos muy bien en la aplicación de nuestra vida. Aquellas metas, aquellos caminos, aquella atención a los pasos de cada día, aquel no permitir que nada nos distrajera y apartara del camino que nos haría llegar a nuestras metas ofreciéndonos otras cosas más fáciles. El aceite suficiente que siempre hemos de tener para que nuestra lámpara esté encendida. La atención juiciosa que hemos de ir haciendo en cada momento de los pasos que vamos dando. La mirada siempre puesta en lo alto para no perder de vista la meta a la que aspiramos, pero que nos hace estar atentos siempre a los pasos que vamos dando. Ese crecimiento humano y espiritual que vamos haciendo en nuestra vida aprovechando cuando en el camino nos vamos encontrando o se nos va ofreciendo para que logremos esa profundidad de nuestro espíritu.
Los cristianos lo hemos de tener muy claro siempre. Porque vamos haciendo el camino que nos lleva a la meta, pero vamos abriendo y construyendo camino para que otros también puedan alcanzarla. Porque si bien las muchachas de la parábola no pudieron darle el aceite que necesitaban las que ya no tenían porque eso era una tarea que cada una tenía que cuidar por su cuenta, si podemos nosotros ir mejorando nuestro mundo en esa construcción que decimos del Reino de Dios para así facilitar, para así atraer a cuantos nos rodean para que vayan también en búsqueda de ese Reino de Dios.
Los cristianos con nuestra esperanza no podemos estar en una actitud pasiva esperando que todo se nos dé hecho, sino que nuestra tarea es construir caminos, construir un mundo nuevo, un mundo mejor en el que resplandezcan los valores del evangelio. Es la manera de mantener encendida nuestra lámpara, es la forma de que no nos falte ese aceite que mantenga esa luz en nuestra vida pero esa luz que ilumine también nuestro mundo.
Es nuestro compromiso y nuestra tarea. No dejemos que nunca se nos apague esa luz que un día recibimos en nuestro bautismo y que hemos de mantener encendida para ir al encuentro con el Señor.
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