Madurez, equilibrio, fortaleza de ánimo, espiritualidad honda para sentirnos fortalecidos frente al mal
Jeremías 26,11-16.24; Sal 68;
Mateo 14,1-12
Un signo de la madurez de una persona es saber ser fiel a sus
principios y no dejarse influir simplemente por el temor al que dirán los que
nos rodean, lo que puedan decir o pensar los otros sino que soy fiel a mi mismo
haciendo en cada momento lo que juzgo más correcto; eso hará también que no me
dejo llevar por el entusiasmo de un momento que tanto me puede llevar a ir
rodando por la pendiente de la vida dejándome envolver por lo que sucede a mi
alrededor, o por otra parte a hacer promesas que pueden llevarme a cosas
injustas o que no pueda luego cumplir.
Entusiasmos de momento de fiesta y de jolgorio que pueden ir obnubilándome
la mente cuando me dejo arrastrar por las pasiones o por otros estimulantes
exteriores que pueden al final terminar por hacerme perder la razón y el
conocimiento. Vendrán luego acciones cobardes e injustas que me harán sentir
mal cuando recobre la razón y el sentido.
Es necesario un equilibrio interior, una madurez del espíritu, una
fortaleza de ánimo para saber vivir también esos momentos de alegría y de
convivencia de una forma sana y con la mejor de las alegrías que me hagan
sentir siempre en paz conmigo mismo y no tengo luego nada de qué arrepentirme.
Es algo que muchas veces cuesta porque el ambiente que nos rodea no es muy
propicio pero es donde tenemos que manifestar esa madurez de nuestra
personalidad.
Me podréis preguntar por qué me hago estas reflexiones que pudiera
parecer que no vienen a cuento. Pues sí, me las hago a partir de ver la actitud
y los comportamientos de Herodes en lo que nos cuenta hoy el evangelio. Cuando
escucha hablar de Jesús surge en su conciencia aquello que había hecho mal
cuando hizo decapitar a Juan el Bautista. En otro momento nos dice que Herodes
apreciaba a Juan, sin embargo instigado por la mujer con la que convivía lo ha
metido en la cárcel; finalmente en medio del fragor de la fiesta surge el
sensual baile de la hija de Herodías y las promesas que luego, aunque sabe que
es injusto lo que va a realizar, se verá ‘obligado’ a cumplir. Creo que podemos
entender lo que reflexionaba en principio y que a mi me surge de estos hechos.
Claro que reflexionando sobre este texto lo primero que pudiera surgir
es pensar en la integridad del Bautista que proféticamente denuncia allí donde
está el mal, aunque eso le pueda llevar a la cárcel y a la muerte. Nos habla
entonces de la integridad con que hemos de vivir nuestra vida, de la rectitud
que hemos de tener en nuestra conciencia, de cómo no podemos casarnos con el
mal para evitar, como se suele decir, males mayores.
También nos hace pensar en la corrupción de la vida de Herodes en su
forma de vivir y como todo se va convirtiendo en una pendiente resbaladiza de
la que nos es difícil arrancarnos y salir. Cuidado con esas pendientes del mal,
aunque en principio nos parezcan cosas sin importante, en las que podemos caer
y rodar hasta situaciones peores.
Y claro esta la primera reflexión que nos hacíamos de la madurez de
nuestra personalidad con ese equilibrio, esa fuerza de voluntad, esa
espiritualidad honda que hemos de saber darle a nuestra vida. Hundamos las raíces
de nuestra vida en el Espíritu del Señor y sentiremos siempre la fortaleza de
su gracia.