San Joaquín y santa Ana, los abuelos de Jesús, nos hacen reconocer la buena semilla que nuestros mayores sembraron en nosotros
Ecles. 44, 1.
10-15; Sal. 131; Mt. 13, 16-17
Hoy la liturgia de la Iglesia celebra la memoria de san Joaquín y
santa Ana. ¿Quiénes son san Joaquín y santa Ana? La tradición nos los señala
como los padres de María, la madre de Jesús; en consecuencia, podríamos decir,
que son los abuelos de Jesús.
Por supuesto el evangelio no nos habla de ellos. Es piadosa tradición
que hemos recibido desde antiguo. ¿Por qué no podemos pensar, celebrar y
venerar a los que fueron los padres de María? Si habitualmente podemos decir
que los padres se reflejan en los hijos y que todas aquellas buenas enseñanzas
que ellos les trasmitieron tenemos la esperanza de que un día van a florecer en
la vida de los hijos, cuánto podemos decir de los padres de María cuando en
ella vemos tal grado de santidad y de gracia.
‘Aguardaban la futura liberación de Israel y el Espíritu Santo
moraba en ellos’. Es frase del evangelio pero referida a aquellos buenos
ancianos que en el templo pasaban día y noche esperando el cumplimiento de la
promesa y que cuando Jesús fue presentado en el templo vieron satisfechas y
cumplidas sus esperanzas. Nos referimos al anciano Simeón y a la profetisa Ana,
de los que nos habla san Lucas. La liturgia en este día de la fiesta de san Joaquín
y santa utiliza estas palabras como antífona antes del Evangelio. San palabras,
pues, que podemos referir a los padre de María.
En esa esperanza vivía María, el cumplimiento de las promesas, y en
verdad que podemos decir que de sus padres había aprendido esa esperanza. En la
educación que le dieron a María – según las tradiciones su casa en Jerusalén
estaba en las cercanías del templo y muy cerca de la piscina probática o de las
ovejas y en el templo fue educada María – fueron plasmando toda aquella fe y
esperanza que anidaba en sus corazones.
Esto nos puede llevar a hermosas consideraciones y consecuencias para
nuestra vida; por una parte la esperanza que nunca ha de faltar en los padres a
la hora de sembrar la semilla de la buena formación en sus hijos, porque un día
todo eso bueno que ellos sembramos ha de florecer en anuncio de buenos frutos.
Algunas veces los padres pueden sentir la tentación del cansancio y el desánimo
porque no ven como quisieran en sus hijos la educación que pretendieron darle;
pero la semilla siempre hay que seguir sembrándola con la esperanza de un
prometedor fruto.
Por otra parte ya hacíamos mención a san Joaquín y santa Ana como los abuelos
de Jesús; por eso en nuestras comunidades cristianas y de alguna manera se ha
trasmitido a nuestra sociedad, tenemos este día como el día de los abuelos.
Abuelos que merecen siempre nuestro respeto, nuestro cariño y nuestra
consideración por la trayectoria de su vida recorrida y por la semilla que
fueron sembrando en sus hijos y nietos que en ellos fueron dejando una huella.
Respeto merecen por su larga vida de luchas y sacrificios, de trabajo y de
entrega, de amor a sus familias y de sacrificio por ellas.
Hemos de reconocer en lo que somos hoy unos herederos de lo que ellos
nos trasmitieron, que, es cierto, nosotros ahora lo vivenciamos en el hoy de
nuestro tiempo y de nuestro día; aunque hoy le demos nuestra impronta, y no
podría ser de otra manera, son herederos y reflejo de lo que ellos en nosotros
han ido sembrando con el paso de los años.
Vaya nuestro homenaje de respeto y amor a nuestros mayores, a los
abuelos; siguen siendo importantes en nuestra vida; son un espejo en el que
mirarnos para aprender de su constancia en el trabajo y en el amor, para
aprender de su sacrificio y entrega por sus familias, para recoger esa buena
semilla que han sembrado en nuestra sociedad, para que sean un estimulo para
nuestro caminar, una ayuda también para nuestro camino de fe y aprender de su
esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario