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sábado, 10 de diciembre de 2016

Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia

Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia

Eclesiástico 48,1-4.9-11; Sal 79; Mateo 17,10-13

‘¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?’, le preguntan los discípulos a Jesús. Quizá venían impresionados por lo que habían contemplado en el Tabor. Junto a Jesús transfigurado habían aparecido las figuras de Moisés y Elías. Eran el símbolo de la Ley y los Profetas, sobre la que se fundamentaba la fe de todo israelita.
Moisés les había dado la ley, los mandamientos, allá en el Sinaí en nombre de Dios, que era la pauta de vida por la que había de regirse su existencia. Era el símbolo de la ley de Dios, de lo que era la voluntad de Dios que se habían plasmado en la Alianza.
Elías, por su parte era el símbolo de lo que significaban los profetas en la historia del pueblo de Dios. Los profetas, hombres de Dios, habían de ayudar al pueblo con sus enseñanzas a mantenerse fieles a la Alianza, preservando la fe de Israel de todo peligro. Elías había sido el gran profeta en momentos difíciles en la historia del pueblo de Israel que luchaba con todos sus medios por preservar la fe en el único Dios de la Alianza, frente a los baales, falsos dioses, que pretendían imponer al pueblo de Dios desde la influencia de las naciones vecinas. Extensamente se nos habla de él en los Libros de los Reyes y hoy la liturgia nos ofrece una reflexión de un sabio del Antiguo Testamento en los libros llamados sapienciales.
Un profeta había anunciado que Elías había de venir antes de la llegada del Mesías para ayudar al pueblo a prepararse en la fidelidad a Dios como lo había hecho en la historia. Y veremos más adelante cuando el ángel se le aparezca a Zacarías para anunciarle el nacimiento del Precursor del Señor, Juan el Bautista, le dirá que viene con el poder y el espíritu de Elías para preparar a Dios un pueblo bien dispuesto. 
En las interpretaciones de los escribas y maestros de la ley pensaban en una presencia física de nuevo de Elías en el mundo y Jesús viene a ayudarnos a comprender cómo en el Bautista se manifestaba ese poder y ese espíritu del profeta Elías. ‘Elías vendrá, les dice Jesús, y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’.  Y ya el evangelista nos dice que comprendieron que Jesús se estaba refiriendo al Bautista.
La liturgia del Adviento nos va ayudando a realizar nuestro camino hacia el encuentro con el Señor presentándonos a los profetas y a Juan Bautista, profeta y más que profeta que diría Jesús de él. Fijarnos en Elías nos ayuda a considerar nuestra fe, nuestra fidelidad al Señor. El luchaba contra los falsos dioses, los ídolos que se pretendían imponer en el Reino de Israel; le valió persecuciones, pero se sintió siempre lleno de Dios.
Conocida es su experiencia de Dios que allá en el Horeb tuvo. El pan y la jarra de agua que el ángel del Señor le ofrecía, su experiencia mística sintiendo el paso de Dios junto a El fueron su fuerza para mantenerse en la fidelidad y seguir ayudando al pueblo caminar en esa misma fidelidad.
Son caminos que nosotros hemos de recorrer también. Podemos sentir también esa presencia mística de Dios si nos abrimos al misterio y nos dejamos inundar por su inmensidad. Es la profundidad que hemos de darle a nuestra oración que no sea simplemente repetir unos rezados.
Hagamos ese silencio que se siente en la montaña y en el desierto y podremos escuchar a Dios, podremos en verdad sentir su presencia. Pero hemos de alejarnos de muchos ruidos que nos ofrece hoy la vida. Parece que rehuimos el silencio y siempre queremos que esté sonando algo a nuestro lado. Apaguemos esos ruidos, esas voces, esas músicas que nos distraen, abramos la sintonía de Dios en nuestra vida y experimentando a Dios nuestra fe crecerá, nuestra fidelidad se mantendrá hasta el final.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Desde lo más hondo del corazón y con sinceridad nos enfrentamos al evangelio que cada día escuchamos y nos está invitando continuamente a caminos nuevos para nuestra vida

Desde lo más hondo del corazón y con sinceridad nos enfrentamos al evangelio que cada día escuchamos y nos está invitando continuamente a caminos nuevos para nuestra vida

Isaías 48,17-19; Sal 1; Mateo 11,16-19

Hay gente que nunca está contenta con nada; pareciera que llevaran el espíritu de la contradicción dentro de ellos; nada le satisface sean las cosas en un sentido o en otro, siempre está a la contra. Y no es el descontento de la superación, del que quiere mejorar en su vida y no aun le pudiera parecer que no ha conseguido sus metas y por eso quiere más, pero para sí, para su superación de cosas que en su vida podrían estar mejor.
Es el que está descontento siempre con los demás, juzgando interiormente, muchas veces hasta queriendo desprestigiar al otro para no reconocer lo bueno que puedan hacer los demás. Y es que muchas veces queremos hacer a los demás a semejanza nuestra, queremos que las cosas sean de mi opinión o de mi gusto, pero quizá al final ni eso quieren porque buscarán como seguir incordiando a los otros.
¿Nos pasará algo así en el camino de la fe, de nuestra vida cristiana? ¿Nos pasará de alguna manera de esa forma en nuestra relación con la Iglesia? También muchas veces decimos este cura me gusta y aquel me cae antipático, voy a esta Iglesia porque aquí sí hacen las cosas bien, porque las hacen a mi gusto, y nos alejamos de otros lugares de culto porque nos pueden parecer fuera de época, por decirlo de una manera suave.
Y juzgamos y hasta condenamos, pero quizá no ponemos nada de nuestra parte para hacer que las cosas mejoren para todos, no expresamos nuestras ideas o  manera de ver las cosas allí donde se puedan aprovechar para mejorar las cosas. Esto nos daría para un extenso comentario, porque muchas veces aunque críticos somos quizá demasiado negativos o demasiado pasivos.
Jesús se encontró con gente así. Ya vemos cómo muchos estaban al acecho a ver cómo lo cogían en sus palabras, cómo muchos estaban observando siempre lo que hacia para buscar por donde condenarle, cómo le hacían preguntas capciosas, no en el afán de querer aprender sino simplemente por llevar la contraria y ver cómo lo podrían atrapar en contradicciones.
Hoy Jesús nos dice en el evangelio que la gente de su generación son como niños que juegan en la plaza, pero llenos de malicia para ver como echar la trampa a los demás. No les gustaba Juan por la austeridad con que se presentaba allá en el desierto invitando a una verdadera conversión del corazón para preparar los caminos del Señor, pero ahora tampoco querían aceptar a Jesús porque sus palabras y sus gestos quizá le hacían plantearse cosas muy serias allá en lo hondo del corazón.
La austeridad de Juan les molestaba porque ellos pretendían seguir en sus comodidades y sus rutinas, pero a Jesús que se acerca a los pecadores y come con ellos lo llaman comilón y borracho. Olvidan que el medico viene para curar a los enfermos y que el pastor ha de buscar siempre la oveja perdida, y que el padre pacientemente está buscando y esperando la vuelta del hijo que había tirado su vida por la borda.
Y nosotros, ¿cómo aceptamos a Jesús y la Buena Nueva del Reino de Dios que nos anuncia? ¿Cómo aceptamos los vientos del Espíritu que van guiando hoy a la Iglesia a través de tantos gestos proféticos de nuestro Papa Francisco? ¿Cómo nos enfrentamos allá desde lo más hondo del corazón y con sinceridad al evangelio que cada día escuchamos y nos está invitando continuamente a caminos nuevos para nuestra vida? ¿Estaremos también siempre en espíritu de contradicción para no aceptar, para juzgar y para condenar?

jueves, 8 de diciembre de 2016

En María Inmaculada aprendemos lo que es la sabiduría del amor realizando en nuestra vida y para nuestro mundo el proyecto del amor de Dios

En María Inmaculada aprendemos lo que es la sabiduría del amor realizando en nuestra vida y para nuestro mundo el proyecto del amor de Dios

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38
El proyecto de Dios es un proyecto de amor.  No puede ser de otra manera porque Dios es amor. Es lo que ha querido desde toda la eternidad para el hombre. Y a pesar de tantos rechazos por parte del hombre que en su orgullo se cree Dios cuando lo que hace es encerrarse en si mismo en su egoísmo – lo más lejano de Dios – sigue buscándonos y sigue ofreciéndonos su proyecto de amor. Y el amor es el que hace feliz al hombre. Es en ese amor de Dios donde podremos alcanzar la mayor felicidad y la más hermosa sabiduría.
Esta fiesta de María que hoy celebramos, su Inmaculada Concepción, es lo que nos viene a expresar de manera contundente. María es aquella mujer anunciada ya en los albores de la humanidad, en las primeras páginas del Génesis, cuya descendencia iba a vencer el mal a fuerza de bien, a fuerza de amor.
El texto que hemos escuchado del Génesis viene a describirnos ese rechazo del hombre a lo que es el proyecto de amor de Dios. Decimos es el relato del pecado del primer hombre, pero es el relato del pecado de todo hombre, de toda la humanidad pecadora que tantas veces va a la contra del proyecto de Dios. Siempre aparece nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia que cree sabérselo todo pero que nos encierra en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, en no pensar sino en nosotros mismos rompiendo así el proyecto de Dios.
Pero el amor de Dios es perseverante, es un amor eterno que no se cansa nunca de amarnos a pesar de nuestros rechazos y desamores. Nos ofrece una salvación. Hoy el Génesis nos habla de esa descendencia de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente. Llegaba el momento culminante de la historia, la plenitud de los tiempos que nos dice san Pablo, y Dios había de elegir a una mujer que fuera la madre de quien nos trajera la salvación.
Si la redención significaba limpiarnos de toda culpa para hacer un hombre nuevo de vida pura e inmaculada inundada por el amor, aquella mujer que habría de ser la madre del Redentor tendría que ser pura e inmaculada inundada también de ese amor. Dios podía hacerlo y quiso hacerlo y a María la preservo de toda culpa de pecado en virtud de los méritos de su Hijo, y es por eso que ella es ya Inmaculada desde su Concepción. Y es la fiesta que hoy celebramos. Por eso la llamamos también tiernamente la Purísima.
Entra en juego toda la intensidad del amor de Dios cuyo proyecto se ha de realizar en plenitud en el hijo de la mujer, en el Hijo de María que seria al mismo tiempo el Hijo del Altísimo, como le diría el ángel allá en la anunciación en Nazaret. Y es María la ‘llena de gracia’ – es de alguna manera el nombre que le da el ángel -, la que está inundada de Dios – ‘has encontrado gracia ante Dios’ -, de su vida y santidad, y de su amor, la que está abierta desde lo más hondo de si misma al proyecto de Dios, a lo que es la voluntad de Dios. ‘Hagase en mí según tu palabra’, que le responde María al Ángel de la Anunciación.
Es el proyecto de amor de Dios que se ha de seguir realizando en el hombre y en el mundo. Tanto nos amó Dios que nos dio a su Hijo único y Jesús en la plenitud de su amor por nosotros se ha entregado para redimirnos, para limpiarnos y hacernos resplandecientes por la gracia, para hacernos caminar en una vida nueva que es la vida de la plenitud en el amor.
Es el proyecto de amor que nosotros ahora hemos de vivir amando con un amor como el de Dios. El amor verdadero siempre tendrá un toque de Dios, siempre tendrá una resonancia divina en nuestra vida. Por eso cuando amamos de verdad, porque nos entregamos sin reservas y somos capaces de hacerlo en las características que Jesús nos enseña en el Evangelio estaremos siendo signos de ese amor de Dios en medio del mundo y de alguna manera estaremos como divinizándonos porque ese amor nos hace disfrutar de la vida de Dios. Entrando en la órbita de ese amor, y lo hacemos cuando creemos de verdad en Jesús y queremos vivir su misma vida, el Espíritu nos hace hijos, nos convertimos en verdad en hijos amados de Dios.
Sería la mejor ofrenda que le haríamos a María, que le haríamos a la Madre en este día de su fiesta, como tendría que ser el compromiso que de esta celebración surgiera en nosotros para vivir siempre según ese proyecto de amor de Dios. ¿No decimos que queremos hacer un mundo mejor? ¿No es ese nuestro empeño? Es el amor verdadero, decíamos antes, el que verdaderamente nos hace felices. Vivamos en ese amor y no solo sentiremos dentro de nosotros la dicha de ser capaces de amar, sino que estaremos contribuyendo a la dicha y a la felicidad de cuantos nos rodean. Si amamos así seguro que iremos quitando de nuestra vida y de nuestro mundo todos los signos de muerte con que tantas veces llenamos nuestra existencia desde nuestros orgullos y falsas sabidurías.
Aprendamos de verdad lo que es la sabiduría del amor, estaremos aprendiendo lo que es la sabiduría de Dios, y estaremos realizando su proyecto de amor como lo hizo María, la que se vació de si misma para llenarse de Dios.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Qué reconfortante es encontrar un hombro amigo sobre el que descansar y desahogar todas nuestras preocupaciones y agobios… Jesús no nos falla nunca

Qué reconfortante es encontrar un hombro amigo sobre el que descansar y desahogar todas nuestras preocupaciones y agobios… Jesús no nos falla nunca

Isaías 40,25-31; Sal 102; Mateo 11,28-30

¡Qué reconfortante es encontrar un hombro amigo sobre el que descansar y desahogar todas nuestras preocupaciones y agobios! Es algo que necesitamos en la vida, ese amigo, esa persona que nos aprecia y nos escucha, que está a nuestro lado y que quizá sabe guardar silencio hasta que nosotros rompamos en nuestro desahogo, esa persona que tiene la buena palabra de ánimo para que sigamos adelante, para que no desfallezcamos en nuestras luchas, para que no tiremos la toalla cansado por nuestros agobios. Quien tiene un amigo así puede decir que ha encontrado un bello tesoro.
Vamos muchas veces por la vida demasiado solos, a pesar de que tengamos muchos amigos y conocidos, de que utilicemos los modernos medios de las redes sociales para entrar en contacto con todo el mundo, aun cuando aparentemos que las cosas nos van bien y que vamos irradiando felicidad, tras esa fachada nos podemos encontrar cosas solitarios, llenos de amarguras, que se encierran en si mismos, que no han encontrado aun ese amigo del alma en quien confiar y en quien confiarse, porque hay muchas cosas que nos guardamos dentro de nosotros y las sabemos quizá disimular muy bien para mantener quizá una apariencia.
En el camino de la vida, aunque nos creamos muy autosuficientes, necesitamos sin embargo un punto de apoyo que nos dé ánimo y nos impulse a seguir caminando siempre con ilusión, con fuerza, con esperanza. El camino, es cierto, lo tiene que hacer uno, pero esa palabra de amigo, ese hombre en el que nos apoyamos y quizá derramamos nuestras lágrimas, ese oído que nos escucha una y otra vez, esa mirada que nos llega al alma, es como ese bastón que nos sirve de apoyo para evitar peligros y caídas pero que también nos sirve de impulso cuando la pendiente se nos puede hacer cuesta arriba llena de durezas y dificultades. Humanamente es algo que nos gratifica.
Hay alguien en quien siempre podemos confiar y que siempre no solo está a la espera de que vayamos confiados a él, sino que además se adelanta hasta nosotros para tendernos su mano, decirnos su palabra, darnos su fuerza, ser nuestro descanso. Hoy lo escuchamos en el evangelio. ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso…’ Nuestro alivio, nuestra fuerza, nuestro modelo, nuestro descanso. Ahí está Jesús siempre a nuestro lado, ofreciéndonos su vida, ofreciéndonos su descanso.
Casi no es necesario decir nada más, sino sentir su presencia, dejarnos inundar por su gracia y por su amor. El nunca nos fallará. Ha prometido que estará con nosotros siempre, y siempre podamos contar con El. Es más, El quiere habitar en nosotros si lo amamos y guardamos su camino.
Y una última palabra en esta reflexión. Piensa como puedes ser tú también para los que están a tu lado ese punto de apoyo, ese hombro en el que descansar, ese oído que siempre escuche, esos labios que siempre tengan una palabra de ánimo para los demás.

martes, 6 de diciembre de 2016

Jesús nos está enseñando que nunca podemos dejar al caído abandonado al borde del camino y son muchas las actitudes del corazón que tenemos que cambiar

Jesús nos está enseñando que nunca podemos dejar al caído abandonado al borde del camino y son muchas las actitudes del corazón que tenemos que cambiar

Isaías 40,1-11; Sal 95; Mateo 18,12-14

Cuántas veces decimos ‘él se lo buscó, que él ahora se las arregle’. Son posturas que tomamos algunas veces en las que queremos desentendernos de los problemas de los demás; quizá habíamos intentado ayudar, pero no se dejó ayudar, ahora lo vemos con problemas, alejado, quizá solo sin que nadie haga por él, pero nosotros tampoco en nuestro orgullo quizá malherido tampoco ahora queremos hacer nada.
Con cosas que nos suceden, que suceden quizá en tantas en nuestro entorno cuando no somos solidarios, cuando cada uno va a lo suyo, cuando por las heridas que quizá recibimos en la vida ahora nos convertimos en unos resentidos y ya no queremos hacer nada por nadie, porque, encima nos tratamos de justificar, son unos desagradecidos que no aprecian lo que uno hace por los demás.
Pero ¿realmente son posturas humanas? ¿Es correcto actuar así? ¿Podemos ir por la vida con esos resentimientos que nos amargan, que nos encierran en nosotros mismos, que nos vuelven egoístas e insolidarios? Por el más mínimo sentido de humanidad no tendríamos que ser así, porque bien sabemos que en nuestro orgullo también muchas veces no nos dejamos ayudar.
Pero ¿es ese el actuar de Dios para con nosotros? Cuantas veces nos apartamos del camino desoyendo las llamadas que mil lados nos hace el Señor. Pero queremos construir nuestra vida a nuestro aire, no queremos muchas veces reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida, orgullos no queremos que el Señor nos trace unas sendas por donde habríamos de caminar viviendo una paz muy grande en nuestro corazón y en nuestra relación con los demás; en fin de cuentas los mandamientos no nos tratan de coartar nuestra libertad, sino trazarnos las sendas por donde verdaderamente seriamos felices y haríamos también felices a los demás.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla del pastor que busca la oveja perdida y descarriada. Deja a las noventa y nueve en el aprisco o en el establo, para ir a buscar la que se había extraviado. Y nos habla de la alegría del cielo cuando la encuentra, de la alegría del padre que recibe al hijo descarriado que vuelve a casa.
‘Suponed, nos dice, que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado’. Y nos dice Jesús que nuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni el más pequeñuelo.
Así es el amor del Padre, el amor que Dios nos tiene. Así nos muestra lo que es su corazón misericordioso y compasivo. Así nos invita a disfrutar de su amor. Pero así quiere también que nosotros tengamos nuevas actitudes, actitudes buenas y positivas para con los demás. No nos podemos desentender de nadie, a nadie hemos de dejar solo en sus angustias, en sus soledades, quizá en la negrura del mal en el que se ha metido.
Sin embargo muchas veces parece que no queremos mezclarnos con esas personas para no vernos comprometidos, para que no piensen que nosotros somos igual, porque nos puede parecer muy repugnante lo que haya hecho esa persona, porque quizá el ambiente manda y los medios también hacen sus juicios mediáticos que nos pueden influir. Y no somos capaces de ver su corazón, su sufrimiento, su soledad, las oscuridades en que se ve envuelta su vida. Tenemos la luz en nuestra mano y no somos capaces de ofrecerla.
Y decimos que somos buenos y cumplidores, pero dejamos al caído abandonado a la orilla del camino. Mucho tenemos que revisar, en nuestras actitudes; muchos tenemos que revisar también en nuestras estructuras de Iglesia en ocasiones muy legalistas pero muy poco misericordiosas. Todos tenemos que revisarnos, porque hablar podemos decir maravillas, pero luego en la manera de actuar estaremos muy distantes de lo que decimos. Y eso nos puede pasar también en el seno de la Iglesia.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Humildad para reconocer nuestra discapacidad espiritual y dejarnos conducir por quienes nos lleven hasta Jesús y disponibilidad generosa para el servicio a los demás

Humildad para reconocer nuestra discapacidad espiritual y dejarnos conducir por quienes nos lleven hasta Jesús y disponibilidad generosa para el servicio a los demás

Isaías 35,1-10; Sal 84; Lucas 5,17-26

‘Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará…’ Es el anuncio del profeta que escuchamos en este inicio de la segunda semana del Adviento. No hemos de temer, viene el Señor.
Viene el Señor transformándolo todo. Como los ciegos que comienzan a ver, los sordos que pueden ya escuchar los sonidos y entenderse con los demás, los cojos y todos los discapacitados que comienzan a moverse por sí mismos, los corazones que se llenan de gracia y de alegría porque encuentran la paz del perdón. 
Si en la sinagoga de Nazaret Jesús había dicho que todo lo anunciado por el profeta y estaban escuchando en aquel momento allí estaba ahora sucediendo, lo mismo podemos decir hoy cuando escuchamos el evangelio. Vemos cumplidas las promesas de los profetas. El paralítico alcanza el perdón y el movimiento de sus piernas de manera que ya incluso podrá cargar su camilla. Pero ¿estaremos viendo el cumplimiento de esa Palabra en el hoy de nuestra vida?
El evangelio nos describe un hecho bien significativo. Un paralítico que querrá acudir con fe a Jesús pero que por si mismo no puede hacerlo. Unos voluntarios que también con fe en Jesús y con un buen corazón lo hacen llegar hasta los pies de Jesús a pesar de todas las dificultades; la gente se agolpa a la puerta y en su deseo de escuchar a Jesús están impidiendo que otros puedan llegar también hasta Jesús; pero para aquellos hombres de buena voluntad nada habrá que les impida cumplir su propósito. Por allá además algunos que sospechan – están al acecho -, que juzgan, que condenan – esto es una blasfemia porque quien puede perdonar pecados sino Dios -, y en medio de todo Jesús que llega con su salvación, que trae vida, que trae perdón, que quiere llenar nuestro corazón de paz, que quiere que en verdad seamos capaces de llegar a todos porque nada nos lo impida.
Ya hemos escuchado el desarrollo de la escena y cómo aquel hombre encontró la salud para poder ir al encuentro con los demás, pero encontrar la paz y el perdón para su espíritu. Pero como nos preguntábamos hace un momento ¿se estará cumpliendo esta Palabra también en nosotros?
Reconociendo nuestras debilidades, las deficiencias con que se llena nuestra vida cuando nos sentimos esclavizados por el pecado, también nosotros queremos ir a Jesús. Nada tendría que detenernos. Si grande es nuestra fe y nuestro deseo de alcanzar la liberación que nos trae Jesús hemos de saber valernos de todos los medios que tengamos a nuestro alcance, hemos de tener también la suficiente humildad para dejarnos ayudar. A veces no somos humildes para reconocer nuestras limitaciones, nuestras discapacidades que no son solo las físicas sino aquellas cosas que hemos dejado meter en nosotros y nos impiden un encuentro con los demás.
Pero pensemos en algo más, sabiendo como Jesús nos ha liberado con su perdón. ¿Seremos capaces de hacer como aquellos camilleros que llevaron al paralítico hasta Jesús saltando todos los obstáculos? Ahora somos nosotros los que tenemos que ayudar a los demás. Encontraremos dificultades, barreras que saltar, oposición en quien no querrá quizá dejarnos actuar, pero tenemos que seguir adelante. Lo que gratis nosotros hemos recibido también hemos de ser capaces de ofrecerlo con generosidad a los demás para que también encuentren la salvación, la luz, la alegría de sus vidas, la paz.
Muchos caminos concretos nos está proponiendo Jesús delante de nosotros desde este evangelio que hemos escuchado. En nosotros está ahora la respuesta.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Necesitamos hoy profetas que nos despierten a ser una nueva humanidad y al mismo tiempo convertirnos en ecos de esa voz profética por los signos de nuestra vida

Necesitamos hoy profetas que nos despierten a ser una nueva humanidad y al mismo tiempo convertirnos en ecos de esa voz profética por los signos de nuestra vida

Isaías 11,1-10; Sal 71; Romanos 15,4-9; Mateo 3,1-12
¿Necesitaremos profetas en el mundo de hoy? ¿Hará falta que surja un profeta en medio de nosotros que con sus signos y palabras trate de despertar a los hombres y mujeres de Dios? Alguno podrá pensar que eso de los profetas son cosas de otros tiempos. Hoy con nuestro mundo tan tecnológico, tan informatizado, tan globalizado como en el que vivimos no podemos pensar en profetas porque no necesitaríamos de esas cosas, o personajes, que nos suenan a cosas y personajes de otros tiempos.
Pero creo que a pesar de todo ello en la experiencia de la vida sí podemos recordar sucesos, acontecimientos, personas que nos llaman la atención por lo que nos dicen, por su manera de actuar, o porque quizá nos parezca que van a contracorriente del ritmo de vida que vivimos y quizá pronto los dejamos caer en el olvido y entretenidos en otros juegos, vamos a decirlo así, no les prestamos atención pero seguramente nos estarán diciendo con sus hechos o con sus palabras muchas cosas importantes. Pareciera que nada nos sorprende ni nos llama la atención en la loca carrera que vivimos.
En un mundo de tan rápidas comunicaciones, por ejemplo, donde podemos estar en contacto al instante con personas del otro lado del planeta o recibir noticias en el mismo momento que están sucediendo por muy sorpresivas que fueran, o recibir comunicación de satélites o sondas espaciales que están ya casi perdidos en el espacio, sin embargo podemos tener el peligro de vivir en una tremenda soledad y no ser capaces de comunicarnos con el que está a nuestro lado.
Tantos medios, tantas cosas que tenemos a nuestra mano y sin embargo tenemos el peligro de endurecernos dentro de nosotros mismos poniendo costras que impidan la comunicación, la relación con quien está a nuestro lado y necesita que le prestemos atención en su soledad o en sus necesidades básicas, de subsistencia quizá. ¿Quién podrá despertarnos, hacernos ver esa realidad que tenemos quizá tan cercana y hacer que pongamos más humanidad en nuestras relaciones con quienes tenemos cercanos y quizá ya ni nos damos cuenta de sus sufrimientos? ¿Habrá algún profeta que nos llame la atención y nos despierte?
En este segundo domingo de Adviento la liturgia desde el evangelio nos presenta la figura de Juan Bautista. Alguien que apareció allá en el desierto en la orilla del Jordán y que nos llamó la atención y trató de despertar a aquel pueblo en un momento que iba a ser el punto culminante de la historia cumpliéndose lo que eran todas sus esperanzas. Profeta y más que profeta, diría más tarde Jesús de él.
El profetismo era algo muy presente a lo largo de toda la historia del pueblo de Dios. Grandes profetas habían aparecido continuamente en medio del pueblo como los que recordamos porque conservamos sus profecías en el libro sagrado, pero era, repito, algo muy presente siempre en la historia de la salvación.
Aquellos hombres que Dios iba suscitando en medio del pueblo, en las diferentes circunstancias en que iban viviendo y por una parte les recordaban la Alianza de Dios con su pueblo y por otra parte mantenían despierta la esperanza en el Mesías que iba a venir. Hombres surgidos en medio del pueblo que se convertían con sus signos y con su palabra en voceros de Dios normalmente en torno al templo de Jerusalén o los otros santuarios repartidos por toda su geografía aunque no fueran sacerdotes o incomodaran a las autoridades religiosas constituidas ya fuera en el reino del norte, Israel, o en el reino de Judá.
Ahora había aparecido Juan en el desierto con grandes signos de austeridad y penitencia invitando a la conversión. Su figura y sus palabras les recordaban lo ya habían anunciado los profetas como Isaías de la voz que iba a surgir en el desierto para preparar los caminos del Señor. ‘Convertíos, les decía, porque está cerca el Reino de los cielos’. Y aunque habían de realizar el signo purificatorio y penitencial de sumergirse en las aguas del Jordán la invitación radical era a la conversión, al cambio de vida, a enderezar los caminos, allanar los valles, preparar las calzadas para el Señor que venía y estaba cerca. Su bautismo era solo un signo de esa conversión del corazón, porque habría de venir el que bautizara con Espíritu Santo y fuego, anunciando así ya un nuevo bautismo. 
Acudían de todas partes. Su palabra, sus gestos, su manera de vivir eran las señales del profeta que llamaban la atención y todos se llegaban hasta el Jordán. ¿Será un profeta? Se preguntaban y le preguntaban. ¿Será el Mesías que ha de venir? ¿Quién eres tú? Le vinieron a preguntar incluso de parte de las autoridades religiosas de Jerusalén como vemos en otros pasajes del evangelio. Y la gente estaba alerta, estaba atenta, y muchos querían en verdad prepararse y se convirtieron en discípulos de Juan.
Como nos preguntábamos al principio, ¿necesitaremos nosotros un profeta como Juan Bautista? Si queremos abrir los ojos de la fe no solo responderemos que sí lo necesitamos, sino que además también podríamos descubrir muchos signos y llamadas de parte del Señor en este momento de la historia que vivimos.
Tenemos, sí, la Palabra de Dios que se nos proclama cada día y con especial intensidad en este tiempo de Adviento, tenemos acontecimientos que se suceden en nuestro mundo en estos mismos tiempos que tendríamos que saber leer con ojos de fe, podemos descubrir figuras con voz profética que nos están llamando en las puertas de nuestras conciencias y a las que tendríamos que prestar más atención, está quizá también en nosotros, los que quizá estamos más cerca de la Iglesia, esa responsabilidad que tenemos de hacer el anuncio con nuestra vida, con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestra solidaridad abriendo en verdad nuestro corazón a ese mundo que nos rodea y necesita una voz, una luz, alguien que haga el anuncio del evangelio.
Ahí está, si queremos escuchar, esa llamada continua del Señor que nosotros tenemos que escuchar y de la que tenemos que hacernos eco para los demás. Creo que este puede ser el gran mensaje que escuchemos en este segundo domingo de adviento mientras caminamos con esperanza al encuentro con el Señor en la cercana Navidad para poder vivirla con todo sentido.