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sábado, 29 de octubre de 2022

Aprendamos de las preferencias de Jesús que son los pequeños y hagámonos nosotros los últimos porque seamos servidores de todos

 


Aprendamos de las preferencias de Jesús que son los pequeños y hagámonos nosotros los últimos porque seamos servidores de todos

Filipenses 1, 18b-26; Sal 41; Lucas 14, 1. 7-11

Todos queremos un buen sitio; creo que eso lo tenemos claro; vayamos a donde vayamos, asistamos a los actos que asistamos, tenemos nuestros preferencias, nuestros lugares, porque allí vemos mejor, porque es el sitio que siempre he escogido, porque allí puedo tener más ventajas, porque estoy cerca de los que me interesa estar, porque un lugar preferente no nos hace daño… veinte mil razones diferentes si queremos contar, pero tenemos nuestros gustos.

Pero luego en la loca carrera de la vida, vienen los codazos porque por medio están los prestigios, los reconocimientos, los lugares que consideramos que nos toca por nuestros méritos, aquellos sitios donde podemos ejercer cierta influencia, o donde podemos estar más cerca del poder, de la manipulación, del relumbrón, de la vanidad que todo lo envuelve, en una palabra.

Claro que detrás de todo esto está el concepto que tengamos de la vida, los valores a los que le demos más o menos importancia, que es lo que voy buscando en la vida. Y es aquí donde Jesús quiere hacernos pensar. Parte el evangelio de algo tan corriente como el coger buen sitio en la mesa del banquete; buen sitio para ser mejor servido, buen sitio para estar cerca de las personas importantes y que también a mi me consideren importante, carreras diversas por diversos motivos para buscar un buen sitio en la mesa del banquete. Es lo que observa Jesús un día en que es invitado a una comida por un hombre principal, y al que estaban también invitados los que parecían ser los hombres importantes de la ciudad. Y es cuando Jesús nos deja la sentencia.

‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales…’

Parece la cosa más elemental, el consejo más elemental, para no quedar avergonzado en un momento así. Pero lo que nos está diciendo Jesús es algo más que unos protocolos que hay que seguir para no quedar mal ante nadie. Jesús nos está proponiendo un estilo, un sentido para nuestro actuar en la vida. Nunca podrá ser la apariencia; siempre ha de estar presente el espíritu de servicio y la humildad. No es el buscar pérdidas que nos den luego ganancias, es un estilo de vida de humildad, de servicio, de cercanía, de trato amigable en que no importan los lugares, sino el sitio que verdaderamente ocupemos en el corazón de las personas. ‘Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido’.

Ya nos dirá Jesús en otros momentos donde está la verdadera grandeza de la persona; nunca en la vanidad ni la apariencia, siempre en el servicio para ser capaces de hacernos los últimos y los servidores de todos. Recordamos cuando sus discípulos más cercanos andaban a la greña discutiendo por el camino por los primeros puestos y les dice que será grande el que sea capaz de hacerse el último y el servidor de todos. Recordamos a María la humilde esclava del Señor, pero en quien el Poderoso realiza obras grandes.

viernes, 28 de octubre de 2022

Hay una buena noticia que nosotros podemos y tenemos que ofrecer y que no podemos callar, un agua viva que saciará en plenitud a nuestro mundo sediento

 


Hay una buena noticia que nosotros podemos y tenemos que ofrecer y que no podemos callar, un agua viva que saciará en plenitud a nuestro mundo sediento

Efesios 2, 19-22; Sal 18; Lucas 6, 12-19

Cuando tenemos que tomar decisiones importantes nos lo pensamos muchos, dedicamos mucho tiempo a reflexionar para ver los pro y los contra de esa decisión que he de tomar si es un proyecto importante para la vida, o si son cosas que pueden afectar a otras personas; nos lo pensamos, le damos muchas vueltas por la cabeza y si tenemos oportunidad y confianza con alguien seguro que acudiremos en busca de un consejo, de una orientación, de otro punto de vista, pues realmente tenemos miedo de no aceptar, de equivocarnos y de poner quizás en riesgo circunstancias de otras personas.

Eso lo hace cualquier persona, medianamente reflexiva, que se toma con responsabilidad sus decisiones y que quiere buscar lo mejor. Pero el creyente hace algo más; es su decisión, pero será en algo en lo que quiere ver lo que es la voluntad de Dios; por eso el creyente lleva la toma de decisiones así a la oración, para contar con Dios, para dejarse iluminar, no solo para no equivocarme porque cuente con la inspiración divina, sino para tratar de ver la situación por la que pasamos desde otra perspectiva, sentir esa perspectiva de Dios.

Es lo que contemplamos hoy en el evangelio en el actuar de Jesús. Nos dice el evangelista que se pasó la noche en oración. A la mañana siguiente estaban tomadas las decisiones. Llamó a los discípulos y escogió a Doce a los que constituyó apóstoles. Y el evangelista nos da detalladamente la relación de los doce escogidos, y escogidos con una misión. Iban a ser enviados con la misma misión de Jesús.

En esta fiesta de los Apóstoles san Simón y san Judas, la liturgia nos ha ofrecido este texto del evangelio de Lucas, donde se señala la elección de los doce que habían de ser constituidos apóstoles, porque iban a ser los especialmente enviados de Jesús con su misma misión. A partir de este momento a lo largo del evangelio contemplaremos cómo Jesús con ellos tiene especiales detalles; es como la preparación, la formación que les va dando para que puedan cumplir su misión.

Sin embargo el texto que se nos ofrece no se queda en esta elección, sino que contemplaremos a Jesús en el cumplimiento de su misión. Al bajar de la montaña en la llanura se encontraron con una multitud que los estaba esperando. A ellos se entrega Jesús, enseñándoles, curándoles; todos acudían a Jesús porque en El no solo encontraban palabras de vida eterna, sino también todos los signos y señales de esa vida eterna. Eran curados, y no solo de sus cuerpos enfermos y dolores, sino de toda clase de males. Es la liberación que Jesús nos ofrece. Pero es también la tarea que pone en nuestras manos.

En nuestro entorno está también esa multitud, aquejada de tantos males y que buscan, aunque no saben muchas veces cómo, la liberación de todos esos males de su vida. A ellos tenemos que ir, porque a nosotros Jesús nos ha confiado su misma misión. Signos de liberación tenemos que convertirnos para los demás, porque llevamos el mensaje de Jesús, porque tenemos que realizar la misma misión de Jesús. También tenemos que curar a los enfermos de nuestra sociedad, sedientos de amor y de verdad, sedientos de vida.

El mundo tiene sed, el mundo se nos ahoga y no es porque con el cambio climático falte el agua para el uso cotidiano, sino porque no sabe encontrar lo que le sacie de verdad desde lo más hondo de sí mismo. Muchas aguas ponzoñosas y envenenadas están dañando a nuestro mundo cuando se le está ofreciendo no lo que de verdad va a dar sentido a sus vidas y les lleve por caminos de plenitud. Y ahí tenemos nosotros algo que ofrecer desde el evangelio. Sí, es el agua viva que saciaré nuestra sed en plenitud.

Hay una buena noticia que nosotros podemos ofrecer, nosotros tenemos que ofrecer y que no podemos callar. Cumplamos con nuestra misión. Llevemos todo esto a nuestra oración para descubrir en verdad lo que Jesús hoy nos está pidiendo que llevemos a nuestro mundo.

jueves, 27 de octubre de 2022

Sintamos en nuestro corazón la fuerza del Espíritu que nos impulsa y nos da fortaleza para arriesgarnos por lo que en verdad merece la pena, nuestra fe

 


Sintamos en nuestro corazón la fuerza del Espíritu que nos impulsa y nos da fortaleza para arriesgarnos por lo que en verdad merece la pena, nuestra fe

Efesios 6, 10-20; Sal 143; Lucas 13, 31-35

No nos gusta exponernos a peligros innecesarios; si nos dicen que aquel es un lugar peligroso, evitaremos ir él o iremos con todas las precauciones; si nos dicen que hay personas que nos quieren mal y que estarían tramando hacernos daño de la manera que fuera, ya andaríamos precavidos. Es de prudencia el hacerlo así, no arriesgar innecesariamente.

En la vida hoy hay muchos miedos, se ha creado una sensación de miedo, que quizás en otros momentos incluso más peligrosos no teníamos esa sensación. Hay que ser precavidos, nos dicen. ¿Lo haremos en todas las ocasiones así? ¿Pensaremos que quizá hay cosas por las que arriesgarse enfrentándose a ellas sin ningún temor? ¿Habrá algo por lo que merezca la pena arriesgarse? Somos nosotros los que hemos de tener unos criterios.

Me han venido estos pensamientos que aun están medio confusos hasta en la forma de exponerlos a raíz de lo que hoy nos dice el evangelio. En este caso son los fariseos los que le avisan a Jesús – ¿acaso ellos por su posición tendrían más medios de información? – de que Herodes está tramando algo contra Jesús; lo anda buscando.

Pero Jesús no se arredra, no tiene miedo de lo que pueda hacerle Herodes; de ahí ese recado que le reenvía Jesús que podría parecer un poco atrevido. Pero Jesús está subiendo a Jerusalén sabiendo lo que allí va a pasar; varias veces se lo ha anunciado a los discípulos aunque ellos no acaban de entender; pero sabiendo la Pascua que ha de vivir sube de manera consciente. Ahora, lo mismo, poco menos que le dice a Herodes que no le tiene miedo y que seguirá haciendo un día y otro lo que es su misión.

‘Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’, y en sus palabras hay como un anuncio velado de lo que un día será su entrada en Jerusalén. ‘Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’

¿Habrá algo por lo que merezca la pena arriesgarse?, nos preguntábamos. Hay cosas por las que merece la pena arriesgarse. Ya nos dirá Jesús que merece la pena entregar su vida. Es lo que está haciendo. Pero, nosotros andamos con nuestros miedos, con nuestra poca valentía, con nuestra poca coherencia entre lo que decimos que es nuestra fe y lo que luego estamos manifestando en nuestra vida. Tenemos que quitarnos las caretas de una vez por todas; andamos con demasiados miedos, porque no confiamos en la Palabra de Jesús, que nos ha prometido la fuerza de su Espíritu para cuando lleguen esos momentos difíciles.

No busquemos cosas extraordinarias, cosas especiales. Las circunstancias están ahí en lo que estamos viviendo cada día; no nos dejemos arrinconar, porque es una forma de cerrarnos la boca. Cualquiera puede hoy en nuestra sociedad presentar sus ideas, siempre y cuando sean de un determinado color, por eso cuando los cristianos queremos hablar nos arrinconan, tratan de desprestigiarnos, de arrimarnos a lo que les parezca según sean sus conveniencias. Y nosotros seguimos callados ¿por un plato de lentejas?

Sintamos en nuestro corazón la fuerza del Espíritu que nos impulsa. Es nuestra sabiduría y nuestra fortaleza.

miércoles, 26 de octubre de 2022

A la pregunta si son muchos o pocos los que se salven Jesús nos dirá cómo vamos a ser reconocidos por El cuando pongamos amor en la vida

 


A la pregunta si son muchos o pocos los que se salven Jesús nos dirá cómo vamos a ser reconocidos por El cuando pongamos amor en la vida

Efesios 6,1-9; Sal 144; Lucas 13,22-30

‘¿Son pocos los que se salvan?’ siempre hemos tenido esa preocupación, pero de una forma concreta saber si yo me voy a salvar o no. Y por eso nos hacemos preguntas, ¿qué tenemos que hacer? ¿Qué mandamientos hay que cumplir? Repetidamente lo vemos en el evangelio; será el joven rico, o será el maestro de la ley que poco menos que viene a hacerle un examen a Jesús. La pregunta que está en la mente de todos, ¿cuál es el mandamiento principal? Y los discípulos que con El están también se preguntan qué es lo que les va a tocar a ellos que un día lo dejaron todo por seguirlo.

Pero Jesús no da cantidades de los que se salvan o no, tampoco ofrece recetas, está pidiendo generosidad en el corazón. Cuando uno vino a decirle que estaba dispuesto a seguirle a donde sea, le dice que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza, y que si entonces entiende eso de seguirle como una seguridades que nos lo van a dar todo hecho, no está entendiendo lo que es el Reino de Dios que El nos ofrece. Tiene que haber una nueva generosidad en el corazón, una disponibilidad grande sin estar esperando recompensas ni pagos, porque no son tantas cosas que hacer sino forma de vivir.

Por eso ahora habla de camino estrecho. ¿Significa que es una carrera de obstáculos la que hemos de correr? El camino es estrecho, la puerta es estrecha porque no podemos ir cargados con cosas innecesarias, que se van a convertir en un peso muerto que nos impedirá el poder actuar con total libertad, sin pesos que nos opriman. En otra ocasión hablará del camello que tiene que pasar por la puerta estrecha de la muralla, llamada aguja, pero que si va con excesivas cargas entre las jorobas y las angarillas por allí no podrá pasar.

Nos hablará de negarse a si mismo. ¿Qué significa ese negarse a si mismo? ¿Voy a negar mi identidad y mis valores? Significa escoger lo que son los verdaderos valores, lo que verdaderamente es importante, significa arrancarnos de tantas vanidades con que llenamos nuestra vida, no dejándonos encandilar por las apariencias, buscar lo que verdaderamente me hará grande; es dejar de pensar en mi yo que son mis brillos, que son mis ganancias, que con esas cosas con las que quiero relumbrar para que vean lo que valgo, lo que me encierra en mi mismo porque me lleva a pensar solo en mi mismo y me hace insolidario.

Será el cuidar que tenga suficiente aceite en la alcuza para que se puedan mantener encendida la luz de Cristo en mi vida. Entonces sí seremos reconocidos y podremos entrar al banquete de bodas, porque con esa luz de Cristo va a resplandecer el amor. Es lo que necesitamos. Porque Jesús nos va a reconocer porque un día compartimos nuestro pan con el hambriento, porque un día abrimos las puertas de nuestra casa y de nuestra vida para acoger al caminante, al peregrino, al que pasaba a nuestro lado aunque no lo reconociéramos, porque un día nos detuvimos junto a aquel que nos tendía la mano pidiéndonos una limosna y no paramos a hablar con él, a interesarnos por sus cosas y sus problemas, porque llevamos nuestra sonrisa a aquel que estaba triste en un rincón porque nadie se fijaba en él.

‘Cuando lo hicisteis con uno de esos, conmigo lo hicisteis, venid, benditos de mi Padre’, nos dirá Jesús. ¿Serán muchos o pocos los que se salven? Ya sabemos cual es el sentido de estas palabras o el sentido de nuestra vida.

martes, 25 de octubre de 2022

Descubramos esas pequeñas semillas de mostaza, esa levadura que se está diluyendo en la masa de nuestro mundo y que un día ha de fermentar, porque Dios también está ahí

 


Descubramos esas pequeñas semillas de mostaza, esa levadura que se está diluyendo en la masa de nuestro mundo y que un día ha de fermentar, porque Dios también está ahí

Efesios 5, 21-33; Sal 127; Lucas 13, 18-21

Para los que tenemos siempre muchas prisas y queremos todo de inmediato nos viene bien escuchar las parábolas que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Siempre tenemos prisa, queremos las cosas de inmediato; los medios que hoy se nos ofrecen, la tecnología que se vive tan intensamente, las redes sociales que nos ponen en comunicación de inmediato con cualquier en cualquier parte del mundo, contribuyen aun más a estas prisas y carreras en que vivimos y que de alguna manera nos pueden impedir el saborear las cosas de cada momento. Y hasta nos volvemos exigentes, porque si no nos responden de inmediato ya es que no nos hacen caso, que nosotros poco importamos para esas personas y no nos damos cuenta del ritmo real que cada persona lleva allí donde esté y que no sabemos bien cuales son las circunstancias que viven.

Con esto hablamos de nuestras relaciones interpersonales, con esto podemos hablar de las inquietudes que podamos sentir por situaciones que no nos parecen bien y que desearíamos que cambien, con esto podemos hablar, también ¿por qué no?, del anuncio del evangelio en nuestro mundo y nuestros deseos de que se haga presente el Reino de Dios.

¿Se hace o no se hace presente? Quisiéramos verlos a todos convertidos. Quisiéramos que nuestro mundo y nuestra sociedad cambie y sea más humana y logremos caminos de entendimiento y de paz; no nos sentimos satisfechos con la falta de paz que hay en nuestro mundo y no solo es la guerra de Ucrania, sino que bien sabemos que son muchos los conflictos de nuestra sociedad, pero muchos los conflictos que hay también en medio de nosotros. ¿Por qué no cambiamos? ¿Por qué no cambia nuestro mundo que nos parece que todo sigue igual? Pero en verdad, ¿será eso cierto así? Ahí andamos con nuestras prisas y carreras porque todo lo queremos de inmediato, pero que no siempre sabemos apreciar las pequeñas cosas, los pequeños signos que se pueden estar donde del Reino de Dios entre nosotros.

Hoy nos habla Jesús de una pequeña semilla, insignificante semilla la del grano de mostaza. Y nos habla de esa pequeña semilla que germina y que crece, podrá anidar hasta pájaros entre sus ramas. Tan insignificante que ni nos damos cuenta de su presencia y de su crecimiento. Pero ahí está y está produciendo sus frutos. Como nos habla del puñado de levadura que queda diluido en la masa que luego no sabremos diferencias una cosa y otra. Pero hace fermentar el pan.

¿No estarán esas pequeñas semillas sembradas en medio de nuestro mundo? ¿No estará ese puñado de levadura diluyéndose en la masa de nuestro para hacerlo fermentar a un pan mejor? Corremos y queremos ver el resultado final ya; no apreciamos los pasos previos, no apreciamos los pasos pequeños, no apreciamos lo que nos parece insignificante.

Muchos cristianos estarán calladamente siendo esa levadura en medio del mundo, aunque nos parezca que no vemos nada. Van surgiendo nuevos movimientos, se va creando un mundo de solidaridad, estamos contemplando una inquietud grande que hay en muchos por hacer un mundo nuevo y mejor; cuanta gente comprometida podemos ver alrededor aunque, como en un momento decían algunos discípulos a Jesús, no parecen de los nuestros. Pero si lo que están haciendo es dar señales de un mundo nuevo y mejor, ¿por qué no los valoramos? ¿Por qué no descubrir ahí un actuar de Dios, aunque nos parezca que nuestras iglesias están vacías?

Descubramos esas pequeñas semillas de mostaza; descubramos esa levadura que se está diluyendo en la masa de nuestro mundo. Un día ha de fermentar. Dios también está ahí.

lunes, 24 de octubre de 2022

Nos hace falta madurar más nuestro amor, nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús, nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida

 


Nos hace falta madurar más nuestro amor, nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús, nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida

Efesios 4, 32 — 5, 8; Sal 1; Lucas 13, 10-17

‘Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado…’ era la argumentación que ponía el jefe de la sinagoga ante la situación embarazosa que se había producido. Es más, en este caso, nadie había pedido nada. Estaban el sábado en la sinagoga como era costumbre y es Jesús el que se adelante cuando ve a aquella mujer enferma, encorvada sin poderse enderezar, allí en medio de la gente. ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’, le dice Jesús cuando la llama.

Que vengan otro día a curarse, que bastantes días tiene la semana. No es tan lejano de muchas cosas que suceden, siguen sucediendo hoy. También tenemos unos horarios, pero eso sería lo de menos si no fueran otros límites que también seguimos poniendo. Un larvado racismo que algunas veces nos aparece aunque queramos disimularlo de muy buenas intenciones. Esos emigrantes que les quitan trabajo a los que aquí no tienen trabajo, decimos en ocasiones; esas ayudas que se reparten mientras los de aquí no tienen donde caerse muertos, y ponemos cara de tragedia, pero no vemos cuales son los trabajos y las condiciones de trabajo que les imponemos a muchos de esos emigrantes.

Y la gente discute por estas cosas con mucha pasión que algunas veces ciega. Pero vamos poniendo etiquetas, y vamos creando principios, y queríamos poner no se cuentas condiciones, y cargamos con el sambenito de maleantes simplemente porque vienen de otro país, y pasamos de largo cuando nos tienen la mano a nuestro paso por la calle o incluso en la puerta de nuestras iglesias. Claro que podríamos pensar también en otras situaciones, porque desde muchos aspectos y conceptos seguimos discriminando a muchos que están en nuestro entorno.

¿Habremos pensado alguna vez en el drama que hay detrás de ese rostro? ¿Seremos conscientes del sufrimiento que puede haber en ese corazón? Si junto a ti estando caído en la calle pasaran de largo sin ni siquiera mirarte, ¿cómo te sentirías? ¿Qué es lo que pensarías? ¿Nos habremos atrevido alguna vez a acercarnos a alguna de esas personas para preguntarle qué es lo que necesita?

Te digo una cosa, eso cuesta. No siempre nos sentimos fuertes para acercarnos a una persona y preguntarle cual es su problema o en qué podemos ayudarle. Aparecen nuestros miedos, nuestros temores, qué nos va a responder, por qué tengo que interesarme por esa persona, y si no soy capaz de hacer nada estaré creando falsas esperanzas… muchas cosas que nos pueden dar vueltas en nuestra cabeza y en nuestro interior. Nuestro miedo quizás a sentirnos comprometidos. El no saber hasta dónde podemos llegar. Y no son disculpas que estoy poniendo ante esa pasividad que muchas veces nos envuelve, pero es nuestra realidad, nuestra débil realidad.

Yo soy el primero que soy débil, que me siento débil; que reconozco que muchas veces soy cobarde. Al  hacer esta reflexión que os ofrezco siento que soy el primero que me siento recriminado por la Palabra de Dios que a mi me está haciendo también muchas preguntas.

No terminado nosotros aun de sentirnos cogidos y envueltos por el amor de Dios. Nos hace falta madurar más nuestro amor; nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús; nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida, para que casi como de forma espontánea surjan esos gestos comprometidos de amor.

domingo, 23 de octubre de 2022

Si no somos sinceros con nosotros mismos, no lo seremos con Dios ni con los demás, quitemos las pantallas de las vanidades y vivamos con humildad

 


Si no somos sinceros con nosotros mismos, no lo seremos con Dios ni con los demás, quitemos las pantallas de las vanidades y vivamos con humildad

Eclesiástico 35, 12-14. 16-19ª; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 16-18; Lucas 18, 9-14

Si no somos sinceros con nosotros mismos, ni seremos sinceros con Dios ni seremos sinceros con los demás. Y ser sincero consigo mismo es conocer su propia realidad, reconocerla, sin poner pantallas, sin poner sombras que difuminen la realidad, pero también sin subirnos en pedestales, aunque también tengamos la humildad del reconocimiento de los dones recibidos. María reconoció que en su pequeñez el que es Poderoso hizo obras grandes, pero eso no le impidió reconocerse como la humilde esclava del Señor y ponerse en actitud permanente de servicio a los demás.

Pero algunas veces confundimos la palabra sinceridad con vanidad; y entonces comienza a aumentar la cuenta de lo que presentamos para exigir reconocimientos; entonces comenzamos a aislarnos de los demás, para que a nosotros no nos confundan con cualquiera, y pondremos barreras, y colocaremos pedestales  donde nos subimos para hacer alarde de lo bueno que somos; y por medio una soberbia que no tiene límites – que venga alguien y no reconozca mis méritos, que va a saber quien está aquí – y comienzan los desprecios porque nadie será capaz de hacer lo que yo hago. Nos encontramos tantas veces repitiendo el yo y el yo que dije, que hice, que estuve, que… está pidiendo alabanzas, en una palabra. De sinceridad nada, de vanidad y orgullo mucho es lo que nos envuelve, aunque muchas veces somos muy sutiles y sabemos disimularlo para que no se note tan a la descarada, pero ahí está.

Es en lo que Jesús quiere hoy hacernos recapacitar con esta pequeña parábola del Evangelio, de los dos hombres que subieron al templo a orar. Qué distinta la postura y qué distinta la oración. Uno erguido allí en medio para que todos lo vean, el otro oculto en último rincón porque no se considera digno de entrar al lugar santo. Uno todo alabanzas, pero no a Dios, aunque dice que da gracias a Dios, pero es por su vanidad, por su orgullo, por todas las cosas importantes -  o eso cree él – que es capaz de hacer; el otro pocas palabras, todo humildad, para reconocer sí, que es un pecador pero para invocar la misericordia y la compasión del Señor. No es necesario que entremos en demasiados detalles, porque ya vemos de lo que somos capaces.

Si el afligido invoca al Señor, él sabe que Dios siempre lo escucha porque tiene compasión del pecador, porque ‘el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él’. Terminará diciéndonos el evangelio que ‘el pecador bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.

Había sido sincero consigo mismo cuando se sentía pecador, fue sincero con Dios porque no iba a hacer alarde de ninguna cosa que hubiera hecho, era en verdad engrandecido a los ojos de todos, porque ante todos se presentaba según su condición. No había vanidad en su corazón, sino humildad y reconocimiento de su condición pecadora. Cuánto nos cuesta reconocerlo. Queremos mantener siempre la imagen de que somos buenos, nuestro prestigio. Cuánta vanidad envuelve nuestra vida. Por eso decirlo de una forma genérica puede ser hasta bonito y parece que quedamos bien, pero decirlo con la realidad de pecado en nuestra mano parece que nos humilla, pero es lo que en verdad nos engrandece.

Si en el camino todos somos cojos, cada uno arrastramos nuestros pies con nuestros propios tropiezos; tendríamos que aprender a tener una mirada distinta, pero también a presentarnos de una forma distinta ante los demás, reconociendo nuestra debilidad, sabiendo que necesitamos una mano que nos levante en tantos tropiezos que vamos teniendo en el camino; pero ya nos arreglamos para disimular nuestras cojeras, nuestras limitaciones, para que nuestro amor propio no se sienta herido.

Al final piensa que quien te aprecia de verdad no le importarán tus limitaciones y seguirá apreciándote por lo que tú eres y sabrá agradecer los momentos de luz que a pesar de tus sombras le hayas podido ofrecer alguna vez en la vida; quien no es capaz de valorarte por lo que eres y siempre tiene en cuenta algo que un día hiciste que no era bueno, seguro que está ocultando mucho de su vida en esa postura de orgullo y vanidad que se mantiene ante ti. Camina siendo capaz de unirte a esas personas que a pesar de sus debilidades quieren caminar y te ofrecen también una mano para seguir haciendo el camino, sabrás sentir en tu corazón el gozo de lo que es un verdadero aprecio y amistad.

Pero podrás sentir por encima de todo el gozo de un Dios que te ama y quiere seguir contando contigo. ¿Con quiénes se reunía especialmente Jesús? Con los pecadores, con los publicanos, con las prostitutas porque a la larga ellos estaban más cerca del Reino de Dios.