Nos
hace falta madurar más nuestro amor, nos hace falta madurar más nuestra relación
con Jesús, nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida
Efesios 4, 32 — 5, 8; Sal 1; Lucas 13, 10-17
‘Hay seis días para trabajar; venid,
pues, a que os curen en esos días y no en sábado…’ era la argumentación que ponía el jefe de la sinagoga
ante la situación embarazosa que se había producido. Es más, en este caso,
nadie había pedido nada. Estaban el sábado en la sinagoga como era costumbre y
es Jesús el que se adelante cuando ve a aquella mujer enferma, encorvada sin
poderse enderezar, allí en medio de la gente. ‘Mujer, quedas libre de tu
enfermedad’, le dice Jesús cuando la llama.
Que vengan otro día a curarse, que
bastantes días tiene la semana. No es tan lejano de muchas cosas que suceden,
siguen sucediendo hoy. También tenemos unos horarios, pero eso sería lo de
menos si no fueran otros límites que también seguimos poniendo. Un larvado
racismo que algunas veces nos aparece aunque queramos disimularlo de muy buenas
intenciones. Esos emigrantes que les quitan trabajo a los que aquí no tienen
trabajo, decimos en ocasiones; esas ayudas que se reparten mientras los de aquí
no tienen donde caerse muertos, y ponemos cara de tragedia, pero no vemos
cuales son los trabajos y las condiciones de trabajo que les imponemos a muchos
de esos emigrantes.
Y la gente discute por estas cosas con
mucha pasión que algunas veces ciega. Pero vamos poniendo etiquetas, y vamos
creando principios, y queríamos poner no se cuentas condiciones, y cargamos con
el sambenito de maleantes simplemente porque vienen de otro país, y pasamos de
largo cuando nos tienen la mano a nuestro paso por la calle o incluso en la
puerta de nuestras iglesias. Claro que podríamos pensar también en otras
situaciones, porque desde muchos aspectos y conceptos seguimos discriminando a
muchos que están en nuestro entorno.
¿Habremos pensado alguna vez en el
drama que hay detrás de ese rostro? ¿Seremos conscientes del sufrimiento que
puede haber en ese corazón? Si junto a ti estando caído en la calle pasaran de
largo sin ni siquiera mirarte, ¿cómo te sentirías? ¿Qué es lo que pensarías?
¿Nos habremos atrevido alguna vez a acercarnos a alguna de esas personas para
preguntarle qué es lo que necesita?
Te digo una cosa, eso cuesta. No
siempre nos sentimos fuertes para acercarnos a una persona y preguntarle cual
es su problema o en qué podemos ayudarle. Aparecen nuestros miedos, nuestros
temores, qué nos va a responder, por qué tengo que interesarme por esa persona,
y si no soy capaz de hacer nada estaré creando falsas esperanzas… muchas cosas
que nos pueden dar vueltas en nuestra cabeza y en nuestro interior. Nuestro
miedo quizás a sentirnos comprometidos. El no saber hasta dónde podemos llegar.
Y no son disculpas que estoy poniendo ante esa pasividad que muchas veces nos
envuelve, pero es nuestra realidad, nuestra débil realidad.
Yo soy el primero que soy débil, que me
siento débil; que reconozco que muchas veces soy cobarde. Al hacer esta reflexión que os ofrezco siento
que soy el primero que me siento recriminado por la Palabra de Dios que a mi me
está haciendo también muchas preguntas.
No terminado nosotros aun de sentirnos
cogidos y envueltos por el amor de Dios. Nos hace falta madurar más nuestro
amor; nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús; nos hace falta
madurar más el evangelio en nuestra vida, para que casi como de forma
espontánea surjan esos gestos comprometidos de amor.
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