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lunes, 24 de octubre de 2022

Nos hace falta madurar más nuestro amor, nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús, nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida

 


Nos hace falta madurar más nuestro amor, nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús, nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida

Efesios 4, 32 — 5, 8; Sal 1; Lucas 13, 10-17

‘Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado…’ era la argumentación que ponía el jefe de la sinagoga ante la situación embarazosa que se había producido. Es más, en este caso, nadie había pedido nada. Estaban el sábado en la sinagoga como era costumbre y es Jesús el que se adelante cuando ve a aquella mujer enferma, encorvada sin poderse enderezar, allí en medio de la gente. ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’, le dice Jesús cuando la llama.

Que vengan otro día a curarse, que bastantes días tiene la semana. No es tan lejano de muchas cosas que suceden, siguen sucediendo hoy. También tenemos unos horarios, pero eso sería lo de menos si no fueran otros límites que también seguimos poniendo. Un larvado racismo que algunas veces nos aparece aunque queramos disimularlo de muy buenas intenciones. Esos emigrantes que les quitan trabajo a los que aquí no tienen trabajo, decimos en ocasiones; esas ayudas que se reparten mientras los de aquí no tienen donde caerse muertos, y ponemos cara de tragedia, pero no vemos cuales son los trabajos y las condiciones de trabajo que les imponemos a muchos de esos emigrantes.

Y la gente discute por estas cosas con mucha pasión que algunas veces ciega. Pero vamos poniendo etiquetas, y vamos creando principios, y queríamos poner no se cuentas condiciones, y cargamos con el sambenito de maleantes simplemente porque vienen de otro país, y pasamos de largo cuando nos tienen la mano a nuestro paso por la calle o incluso en la puerta de nuestras iglesias. Claro que podríamos pensar también en otras situaciones, porque desde muchos aspectos y conceptos seguimos discriminando a muchos que están en nuestro entorno.

¿Habremos pensado alguna vez en el drama que hay detrás de ese rostro? ¿Seremos conscientes del sufrimiento que puede haber en ese corazón? Si junto a ti estando caído en la calle pasaran de largo sin ni siquiera mirarte, ¿cómo te sentirías? ¿Qué es lo que pensarías? ¿Nos habremos atrevido alguna vez a acercarnos a alguna de esas personas para preguntarle qué es lo que necesita?

Te digo una cosa, eso cuesta. No siempre nos sentimos fuertes para acercarnos a una persona y preguntarle cual es su problema o en qué podemos ayudarle. Aparecen nuestros miedos, nuestros temores, qué nos va a responder, por qué tengo que interesarme por esa persona, y si no soy capaz de hacer nada estaré creando falsas esperanzas… muchas cosas que nos pueden dar vueltas en nuestra cabeza y en nuestro interior. Nuestro miedo quizás a sentirnos comprometidos. El no saber hasta dónde podemos llegar. Y no son disculpas que estoy poniendo ante esa pasividad que muchas veces nos envuelve, pero es nuestra realidad, nuestra débil realidad.

Yo soy el primero que soy débil, que me siento débil; que reconozco que muchas veces soy cobarde. Al  hacer esta reflexión que os ofrezco siento que soy el primero que me siento recriminado por la Palabra de Dios que a mi me está haciendo también muchas preguntas.

No terminado nosotros aun de sentirnos cogidos y envueltos por el amor de Dios. Nos hace falta madurar más nuestro amor; nos hace falta madurar más nuestra relación con Jesús; nos hace falta madurar más el evangelio en nuestra vida, para que casi como de forma espontánea surjan esos gestos comprometidos de amor.

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