Si no
somos sinceros con nosotros mismos, no lo seremos con Dios ni con los demás,
quitemos las pantallas de las vanidades y vivamos con humildad
Eclesiástico 35, 12-14. 16-19ª; Sal 33;
2Timoteo 4, 6-8. 16-18; Lucas 18, 9-14
Si no somos
sinceros con nosotros mismos, ni seremos sinceros con Dios ni seremos sinceros
con los demás. Y ser sincero consigo mismo es conocer su propia realidad,
reconocerla, sin poner pantallas, sin poner sombras que difuminen la realidad,
pero también sin subirnos en pedestales, aunque también tengamos la humildad
del reconocimiento de los dones recibidos. María reconoció que en su pequeñez
el que es Poderoso hizo obras grandes, pero eso no le impidió reconocerse como
la humilde esclava del Señor y ponerse en actitud permanente de servicio a los
demás.
Pero algunas
veces confundimos la palabra sinceridad con vanidad; y entonces comienza a
aumentar la cuenta de lo que presentamos para exigir reconocimientos; entonces comenzamos
a aislarnos de los demás, para que a nosotros no nos confundan con cualquiera,
y pondremos barreras, y colocaremos pedestales
donde nos subimos para hacer alarde de lo bueno que somos; y por medio
una soberbia que no tiene límites – que venga alguien y no reconozca mis
méritos, que va a saber quien está aquí – y comienzan los desprecios porque
nadie será capaz de hacer lo que yo hago. Nos encontramos tantas veces
repitiendo el yo y el yo que dije, que hice, que estuve, que… está pidiendo
alabanzas, en una palabra. De sinceridad nada, de vanidad y orgullo mucho es lo
que nos envuelve, aunque muchas veces somos muy sutiles y sabemos disimularlo para
que no se note tan a la descarada, pero ahí está.
Es en lo que
Jesús quiere hoy hacernos recapacitar con esta pequeña parábola del Evangelio,
de los dos hombres que subieron al templo a orar. Qué distinta la postura y qué
distinta la oración. Uno erguido allí en medio para que todos lo vean, el otro
oculto en último rincón porque no se considera digno de entrar al lugar santo.
Uno todo alabanzas, pero no a Dios, aunque dice que da gracias a Dios, pero es
por su vanidad, por su orgullo, por todas las cosas importantes - o eso cree él – que es capaz de hacer; el
otro pocas palabras, todo humildad, para reconocer sí, que es un pecador pero
para invocar la misericordia y la compasión del Señor. No es necesario que
entremos en demasiados detalles, porque ya vemos de lo que somos capaces.
Si el
afligido invoca al Señor, él sabe que Dios siempre lo escucha porque tiene compasión del pecador, porque ‘el Señor está cerca
de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no
será castigado quien se acoge a él’. Terminará diciéndonos el evangelio que
‘el pecador bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Había sido sincero consigo mismo cuando
se sentía pecador, fue sincero con Dios porque no iba a hacer alarde de ninguna
cosa que hubiera hecho, era en verdad engrandecido a los ojos de todos, porque
ante todos se presentaba según su condición. No había vanidad en su corazón,
sino humildad y reconocimiento de su condición pecadora. Cuánto nos cuesta
reconocerlo. Queremos mantener siempre la imagen de que somos buenos, nuestro
prestigio. Cuánta vanidad envuelve nuestra vida. Por eso decirlo de una forma
genérica puede ser hasta bonito y parece que quedamos bien, pero decirlo con la
realidad de pecado en nuestra mano parece que nos humilla, pero es lo que en
verdad nos engrandece.
Si en el camino todos somos cojos, cada
uno arrastramos nuestros pies con nuestros propios tropiezos; tendríamos que
aprender a tener una mirada distinta, pero también a presentarnos de una forma
distinta ante los demás, reconociendo nuestra debilidad, sabiendo que
necesitamos una mano que nos levante en tantos tropiezos que vamos teniendo en
el camino; pero ya nos arreglamos para disimular nuestras cojeras, nuestras
limitaciones, para que nuestro amor propio no se sienta herido.
Al final piensa que quien te aprecia de
verdad no le importarán tus limitaciones y seguirá apreciándote por lo que tú
eres y sabrá agradecer los momentos de luz que a pesar de tus sombras le hayas
podido ofrecer alguna vez en la vida; quien no es capaz de valorarte por lo que
eres y siempre tiene en cuenta algo que un día hiciste que no era bueno, seguro
que está ocultando mucho de su vida en esa postura de orgullo y vanidad que se
mantiene ante ti. Camina siendo capaz de unirte a esas personas que a pesar de
sus debilidades quieren caminar y te ofrecen también una mano para seguir haciendo
el camino, sabrás sentir en tu corazón el gozo de lo que es un verdadero
aprecio y amistad.
Pero podrás sentir por encima de todo
el gozo de un Dios que te ama y quiere seguir contando contigo. ¿Con quiénes se
reunía especialmente Jesús? Con los pecadores, con los publicanos, con las
prostitutas porque a la larga ellos estaban más cerca del Reino de Dios.
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