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sábado, 5 de mayo de 2012


Luz de los pueblos desde nuestra unión con el Señor realizando sus mismas obras

Hechos, 13, 44-52; Sal. 97; Jn. 14, 7-14
‘Yo te haré luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta los extremos de la tierra’. Es lo que recuerda el apóstol ante el rechazo que en la sinagoga de Antioquía se tiene contra la Buena Nueva que anuncia Pablo. Desde ahora no sólo se va a anunciar el evangelio a los judíos y en las sinagogas sino que será Buena Nueva para todos los pueblos. Hasta entonces la predicación de los apóstoles comenzaba haciendo el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio a los judíos y en las sinagogas.
Nos recuerda lo que el Señor le decía a Ananías en referencia a Saulo cuando la conversión en el camino de Damasco. ‘Este hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre’. Un instrumento elegido por el Señor para dar a conocer el nombre de Jesús, para llevar el mensaje de salvación a todos los pueblos. Pablo será el apóstol de los gentiles y recorrerá el mundo anunciando el evangelio de Jesús.
Estamos viendo también cómo junto a momentos de entusiasmo donde muchos aceptan el evangelio se suceden momentos de dificultad, de oposición y de persecución. Al final Pablo y Bernabé tendrán que marchar de Antioquía de Pisidia por la oposición que le hacen los principales entre los judíos y marchará a Iconio. Más tarde volverá por allí, ya lo escucharemos. Pero la decisión de Pablo motivará la alegría de los gentiles que habían abrazado la fe. ‘Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Palabra del Señor… y los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo’. ¿Será así nuestra alegría por el don de la fe y nuestra alabanza al Señor por la Palabra que se nos proclama?
En el evangelio estamos escuchando un texto que ya esta semana hemos tenido ocasión de escucharlo y meditarlo en la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago; ayer escuchamos también una parte de dicho texto. Pero la riqueza de la Palabra del Señor nos ayuda a seguir encontrando un mensaje rico y hermoso para nuestra vida. La gracia que nos trae la Palabra del Señor no se agota nunca.
Cuando los discípulos le manifiestan su deseo de conocer al Padre del que Jesús tanto les habla les enseña cómo conociendo a Jesús podremos conocer a Dios. Es Jesús el camino cierto que nos lleva hasta Dios. ‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre’, les dice. ‘Yo estoy en el Padre y el Padre en mí’, les enseña; ‘si no, creed a las obras… el que cree en mí también hará las obras que yo hago y aún mayores’.
Es impresionante lo que nos está diciendo Jesús. La unión de Jesús con el Padre, que se manifiesta en las obras que realiza, que son las obras del Padre, ha de ser también la unión que nosotros hemos de tener con Jesús desde nuestra fe en El y de la misma manera entonces nosotros hemos de hacer las obras de Jesús. Unirnos a Jesús, ser una cosa con Jesús es nuestra tarea; es a lo que nos tiene que llevar nuestra fe en El. Porque la fe que tenemos en Jesús no es como un adorno externo, sino que tendrá que traducirse en esa unión profunda con Cristo que nos tiene que llevar necesariamente a la santidad, a una vida santa. Santidad y unión que se manifestará en las obras de nuestra fe y de nuestro amor. ¡Cuánta exigencia y cuánta grandeza!
Ya en los textos que siguen que escucharemos tanto el domingo como en los próximos días se nos hablará de esa necesaria unión con el Señor, porque si no estamos unidos a El nada somos ni nada podemos hacer. Es más, si no estamos unidos a El no habrá vida verdadera en nosotros. Una exigencia y un compromiso para nuestra oración, para nuestra escucha del Señor, para nuestra vivencia sacramental para dejarnos inundar continuamente por la gracia del Señor. 

viernes, 4 de mayo de 2012


La esperanza puesta en las promesas tiene su cumplimiento fiel

Hechos, 13, 26-33; Sal. 2; Jn. 14, 1-6
La esperanza puesta en las promesas tiene su cumplimiento fiel. La esperanza no defrauda, como nos dirá en otro lugar la Escritura santa. Hay un anuncio y promesa de salvación que Dios nos ha hecho desde el principio de la historia de la salvación y que tiene su fiel cumplimiento en Cristo Jesús. El amor de Dios es un amor fiel. La Alianza de amor que Dios nos ofrece es Alianza de fidelidad por parte de Dios.
Es el anuncio fundamental que hace Pablo en la sinagoga de Antioquía, como hoy hemos escuchado. ‘Nosotros os anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús’. Hace el apóstol un recorrido por toda la historia de la salvación del Antiguo Testamento  - parte del mismo fue el texto del jueves de esta cuarta semana de pascua que ayer no pudimos escuchar por ser el día de los Apóstoles Felipe y Santiago - para llegar al momento culminante de la resurrección de Jesús que es su principal anuncio.
Estamos siguiendo el recorrido del primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé. Después de haber predicado en Chipre saltan al continente por Perge, desde donde Juan Marcos se regresa a Jerusalén, y hacen un largo recorrido para llegar a Antioquía de Pisidia, donde se sitúa el texto de hoy.
En varios momentos de esta parte del discurso de Pablo – después de su paso por Chipre ya se le llamará Pablo siempre en lugar de Saulo – se hace mención a ese cumplimiento de las Escrituras, como ya hacíamos referencia. ‘Cumplieron todo lo que estaba escrito de El’, nos dice en referencia a toda la pasión y muerte de Jesús.
Es el designio de Dios, un designio de salvación para nosotros que pasa por la pasión y muerte de Jesús y su resurrección. No era solo la voluntad de los hombres, sino era sobre todo el amor de Dios que quería ofrecernos una nueva vida, quería ofrecernos la salvación. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, había orado Jesús en Getsemaní. Y así Jesús se entregó en la suprema entrega de amor que fue su muerte en la cruz para nuestra salvación. Las promesas de salvación de Dios tienen su cumplimiento. La esperanza está realizada y cumplida.
Todo esto tiene que alentar nuestra fe y avivar nuestra esperanza en el día a día de nuestra vida. El amor de Dios nunca nos fallará. Fallaremos nosotros porque no siempre somos fieles y ahí está nuestro pecado para demostrarlo. Pero Dios es fiel y siempre nos ofrece su salvación, su amor, su perdón, su gracia, su vida.
Habrá momentos en nuestra vida que se  nos pueden hacer difíciles y costosos y pareciera que estamos llenos de tinieblas. Sepamos abrir los ojos de la fe y sabremos descubrir que la luz del amor de Dios no se apaga nunca. Y eso es lo que tiene que hacernos perseverar a pesar de nuestra inconstancia y nuestra debilidad, a pesar de nuestros tropiezos y nuestras marchas atrás en tantas ocasiones. Pero el amor del Señor estará siempre a nuestro lado. Su presencia no nos faltará y nos dará continuamente su gracia.
En ese camino de alentar nuestra fe esperanza y nuestra confianza en Dios nos viene bien escuchar lo que se nos ha proclamado hoy en el evangelio. ‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí’, nos dice Jesús. Y nos habla del cielo a donde nos quiere llevar. ‘Me voy a prepararos sitio’, nos dice, ‘volveré y os llevaré conmigo’. Es nuestra meta definitiva. Sigamos su camino, ya que El nos está diciendo hoy que es el Camino, y la Verdad, y la Vida. Vayamos de la mano de Jesús y llegaremos a Dios, llegaremos a la visión de Dios, al cielo. La esperanza puesta en las promesas tiene su cumplimiento fiel. Jesús es garante de ello.

jueves, 3 de mayo de 2012


Impulsados a hacer visible a Dios a los demás por nuestra santidad y amor

Santos Apóstoles Felipe y Santiago el Menor
                                                                                                  1Cor. 15, 1-8; Sal. 18;
 Jn. 14, 6-14
A través del año en distintos momentos, según la tradición de la Iglesia vamos celebrando la fiesta de los Apóstoles. Es importante la celebración de la fiesta de los Apóstoles porque nos ayuda a reflexionar y a expresar luego también con nuestra vida al tiempo que los celebramos lo que significa nuestra pertenencia y nuestra vivencia de Iglesia que está precisamente fundamentada sobre la roca de los Apóstoles.
Como expresamos en el prefacio ‘has cimentado tu Iglesia sobre la roca de los apóstoles para que permanezca en el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia ti’, nos lleva hasta Dios. Constituyó Jesús el grupo de los Doce a los que llamó apóstoles y que puso como fundamento de su Iglesia.
Son los primeros testigos de Cristo y de su resurrección que nos han trasmitido el mensaje de Jesús y por la fe que nace de esa predicación apostólica nos sentimos nosotros unidos a Cristo. Es una de las características de la Iglesia precisamente su apostolicidad, fundamentada en la ininterrumpida sucesión apostólica de los Obispos como sucesores que son de los Apóstoles y en torno a los cuales se reúne y se convoca la verdadera Iglesia de Cristo.
Hoy estamos celebrando a dos de dichos apóstoles, Felipe y Santiago. Una tradición de la Iglesia romana nos habla de que fueron sus reliquias las que se colocaron en la Iglesia de los Doce Apóstoles de Roma al ser consagrada allá por el siglo VI y es por lo que se celebran de manera conjunta estos dos apóstoles.
 Felipe, probablemente era ya de los discípulos del Bautista, porque aparece al principio del evangelio de Juan llamado por Jesús después que Andrés y Juan se habían ido tras Jesús a las indicaciones del Bautista. Será quien traiga hasta Jesús a Natanael – ‘hemos encontrado a aquel de quien hablan Moisés y los profetas’, que le dice - y luego lo veremos en el diálogo con Jesús después de la última cena en el texto que hoy se nos ha proclamado.
Santiago, no hemos de confundirlo con el Zebedeo, sino que es el llamado Santiago el Menor, hijo de Alfeo, probablemente el pariente del Señor del que se habla en los Hechos a quien se apareció Jesús, que fuera el que estaba al frente de la Iglesia de Jerusalén y escribiera una carta que conservamos entre las cartas canónica del Nuevo Testamento.
‘Hace tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y no  me conoces, Felipe?’, le dice Jesús cuando Felipe le pide: ‘Muéstranos al Padre y eso nos basta’. Jesús habla de que es el camino que nos lleva a Dios. ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mi, conoceríais al Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Jesús habla claramente, pero a los discípulos les cuesta entender, como tantas veces hemos dicho. Por eso Jesús le responderá: ‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí…’
Queremos conocer a Dios; queremos acercarnos al Misterio de Dios. Es el deseo más profundo que el hombre tiene en su corazón. Conocer a Dios, ver a Dios. Aunque en el Antiguo Testamento está el concepto y pensamiento de que quien ha visto ha Dios muere, sin embargo ese es siempre el deseo más hondo que tenemos. Claro que quien viese a Dios se sentiría tan inundado de la divinidad que, podríamos decir, se sentiría transportado al cielo.
Ahora lo vemos desde la fe, pero tenemos la esperanza de que un día se correrán esos velos del misterio de Dios y podremos contemplarle cara a cara. Es el cielo, es la plenitud de Dios que solo podremos alcanzar después de la muerte. Pero ahora, también ya desde la fe, podemos ir contemplando a Dios contemplando a Jesús, contemplando las obras de Jesús que son las obras del Padre.
Que se despierte esa honda aspiración de nuestro corazón; que se nos despierte la fe para que deseemos en verdad conocer a Dios, llenarnos de Dios, que desde Jesús podemos alcanzar. Para eso Jesús nos da su gracia, se hace presente en los sacramentos, le escuchamos en su Palabra, pero también le podemos sentir presente desde el amor. Allí donde amemos de verdad sentiremos la presencia de Jesús y nos llenaremos de Dios.
Esto tiene muchas consecuencias para nuestra vida. La primera es la santidad con que hemos de vivir para sentir a Dios; o más bien, como consecuencia de que nos hemos llenado de Dios tenemos necesariamente que ser santos. Pero tiene más consecuencias, y es que nosotros por nuestro amor, por las obras buenas que hacemos, por nuestra santidad tenemos que hacer visible a Dios para los demás. Cuánta responsabilidad, pero sentimos a Dios con nosotros y su gracia no nos faltará. 

miércoles, 2 de mayo de 2012


Con este misión del Espíritu… zarparon para Chipre para el anuncio del Evangelio

Hechos, 12, 24-13,5; Sal. 66; Jn. 12, 44-50
‘Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas’, nos ha dicho Jesús. Queremos estar a su luz; queremos poner toda nuestra fe en El; no queremos apartarnos de sus caminos; nos sentimos impulsados a llevar su luz a los demás.
¡Cuántas tinieblas tendríamos que hacer desaparecer de nuestro mundo! Que el testimonio de nuestra vida y de nuestro amor despierte la fe en los que nos rodean. Tiene que ser nuestro deseo y por lo que luchemos viviendo una vida de rectitud y de amor. Nos lo exige la fe que tenemos en Jesús. ¡Cuánto tenemos que hacer y cuánto podemos hacer si nos dejamos iluminar por la luz de Jesús!
En los Hechos de los Apóstoles, primera lectura, contemplamos el inicio del primer viaje apostólico de san Pablo. Hay un detalle importante. Pablo desde que tuvo su encuentro con Jesús en el camino de Damasco todo su deseo era hablar de Jesús y así lo había hecho hasta que tuvo que retirarse en principio a Tarso, su ciudad de origen, a donde lo fue a buscar Bernabé que lo trajo a la Iglesia de Antioquía. Veremos ya también junto a ellos a Juan Marcos, el Marcos evangelista del que estos días pasados ya hablamos en su fiesta.
Se nos hace una breve descripción de aquella comunidad, donde como en días anteriores escuchamos se comenzó a llamar cristianos a los seguidores del camino de Jesús. Hoy nos habla el texto de los diferentes carismas que resplandecían en aquella comunidad al hablarnos de algunos de sus miembros más destacados. ‘En la Iglesia de Antioquía, se nos dice, había profetas y maestros’. Y se nos hace una relación.
Pero era una comunidad que se dejaba conducir por el Espíritu del Señor. Cosa importante porque quien dirige realmente a la Iglesia de Dios es el Espíritu Santo que la asiste con su fuerza y con su gracia. Ayunaban y daban culto al Señor cuando sienten que el Espíritu Santo se manifiesta entre ellos.
‘Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los he llamado’. Vuelven a ayunar y a orar y les imponen las manos. Signo de gran significado la imposición de las manos como expresión de la asistencia y la gracia del Espíritu. Signo que se repite en la liturgia de la Iglesia en momentos bien significativos para expresar esa presencia del Espíritu. Se imponen las manos al que va a recibir el Sacramento de la Confirmación, al que es ordenado sacerdote, sobre el pan y el vino de la Eucaristía para que sean para nosotros por la fuerza del Espíritu el Cuerpo y la Sangre del Señor, en los diversos sacramentos como la Penitencia o la Unción de los enfermos, como signo de bendición…
Ahora reciben la fuerza del Espíritu Bernabé y Saulo para la misión y la tarea a la que han sido llamados. Van a comenzar su largo viaje apostólico, primero por Chipre y luego por casi toda el Asia Menor. Ya seguiremos en los próximos días escuchando el relato de estos viajes de san Pablo. ‘Con esta misión del Espíritu, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre’, nos dice el texto sagrado. Seleucia era el puerto de mar cercano a Antioquía de Siria de donde habían partido.
Aparte del mensaje con que iniciábamos esta reflexión sobre la luz de Jesús que nos ilumina cuando creemos en El, quedémonos con este mensaje de la asistencia del Espíritu a la Iglesia de Dios en toda su tarea de anuncio del Evangelio y de vivencia de la salvación de Dios. Pongamos nuestra fe en el Espíritu Santo. Aprendamos a invocar al Espíritu Santo cuando vamos a emprender cualquier obra buena. Sintamos la fuerza del Espíritu Santo en nuestro corazón que nos moverá siempre a lo bueno y nos dará fuerza para apartarnos del camino del mal y del pecado. Escuchemos al Espíritu Santo que nos habla en nuestro interior y que será quien nos ayude a comprender y vivir todo el misterio de Dios.

martes, 1 de mayo de 2012


El trabajo fuente de realización personal y camino de la propia santificación

Gén. 1, 26-2, 3; Col. 3, 14-15.23-24; Sal. 89; Mt. 13, 54-58
Desde finales del siglo XIX el primero de mayo ya sido una fiesta de reivindicaciones sociales en el mundo del trabajo, de manera que ya en todo el mundo en este día se celebra el día del trabajo. Fiesta del trabajo que tiene unas connotaciones muy especiales en el momento actual con la fuerte crisis social que vivimos. Comprendemos que socialmente esta fiesta ha contribuido mucho a muchas mejores en el ámbito social en el campo del trabajo de lo que la iglesia y la fe cristiana, aunque muchos quieran excluirla, no es ajena y tambien ha prestado su contribución.
Ahí está toda la doctrina social de la Iglesia desarrollada ampliamente desde León XIII a finales del siglo XIX y luego a traves del magisterio de los Papas hasta nuestro tiempo. Mucho tendríamos que estudiar los cristianos toda esta doctrina social de la Iglesia que sería una fuente hermosa de la dignificación de todo trabajo y de santificación también del hombre trabajador.
Fue el Papa Pío XII el que a mediados del siglo XX quiso que esta fiesta del trabajo tuviera también su traducción, por así decirlo en el ámbito de la Iglesia y que la fe cristiana iluminara desde la luz del evangelio este mundo del trabajo recordando lo que ha sido la doctrina de la Iglesia y la expresión de nuestra fe a partir del evangelio y la palabra de Dios. Fue por lo que instituyó esta fiesta litúrgica de san José Obrero.
Tenemos la tentación de mirar el trabajo por su dureza y hasta el desgaste físico y mental que pueda producir como si fuera un carga o un castigo. No es así como hemos de mirarlo desde nuestra fe y nuestros sentimientos cristianos, porque incluso en la primera página de la Biblia aparece el trabajo como un desarrollo de la persona y de toda la creación confiado por Dios al hombre antes y al margen del pecado original que luego el hombre cometiera.
El ‘creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla’ es algo que Dios confía al hombre desde el mismo momento de la creación para que el hombre, dotado de esa inteligencia y voluntad que nos asemeja a Dios, en el desarrollo de toda esa creación prolongue la obra creada por Dios en el desarrollo de sí mismo, de sus propias capacitades y virtudes (posibilidades) y en el camino de plenitud de su propia vida.
En el trabajo dignamente realizado el hombre se acerca a Dios asemejándonos a El, como quiso Dios crearnos – a su imagen y semejanza, como dice la Biblia – y es para el hombre un signo también de la bendición de Dios. ‘Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos, dice el salmista. Comerás del fruto de tus trabajos, será dichoso, te irá bien’. Cuando pedimos la bendición de Dios no es para que nos libere de nuestros trabajos, sino para que con su fuerza y su gracia hagamos cada día más digno el trabajo y en él alcancemos el desarrollo de la propia personalidad del hombre, alcanzando así cada día mayor plenitud.
Todo tiene que convertirse en nuestra vida en algo con lo que sabemos dar gloria a Dios. Eso nos enseñaba san Pablo cuando nos dice que ‘todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de Jesús’.
La Iglesia quiere recordar en este día a san José, contemplándolo como un hombre trabajador en su taller y hogar de Nazaret. ‘Es el hijo del carpintero’, decían las gentes de Jesús. Es el hijo de un hombre trabajador, lo que significa cómo Jesús en aquel hogar de Nazaret también fue un joven trabajador junto a José lo cual se convierte para nosotros en un hermoso ejemplo y paradigma de lo que ha de ser nuestro trabajo.
Jesús que vino a santificar todas las cosas llenándolas de su gracia, al trabajar con sus propias manos en el hogar y taller de Nazaret nos está enseñando también cómo desde nuestro trabajo, en nuestro trabajo, con nuestro trabajo hemos de ir santificando nuestra vida.
Que todo sea, pues, siempre para la gloria de Dios. Que en el trabajo sintamos la bendición de Dios para nosotros y para todos los hombres. Y pidamos que esa bendición de Dios se derrame sobre todos para que todos puedan tener un trabajo digno con el que ganarse el pan de cada día para sí y para sus hijos y puedan realizar ese trabajo como fuente de realización personal, pero también como camino hermoso de santificación.



                                                                                          

lunes, 30 de abril de 2012


Que nuestro corazón esté abierto a todos como para todos es la gracia del Señor

Hechos, 11, 1-18; Sal. 41; Jn. 10, 1-10
Ayer escuchábamos que Jesús es el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, que las conoce y ellas le conocen a El. Ya reflexionábamos sobre la belleza e intensidad de este mensaje con todas sus consecuencias. Pero hoy nos dice que es la puerta. Va en el mismo sentido y forma parte de este mismo capítulo del Buen Pastor.
Yo soy la puerta, quien entre por mi se salvará…’ nos dice. Y termina diciéndonos: ‘Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’. Vida, salvación, que nos ofrece el Señor. Por Jesús llegamos a Dios; por Jesús podemos conocer a Dios; es la revelación de Dios. ‘Nadie va al Padre sino por mí…’ que nos decía en el sermón de la última cena. ‘Quien me ve a mí, ve al Padre’, que le respondía a los discípulos cuando le pedían que les manifestara al Padre’.
Como escuchábamos ayer también a Pedro ‘no se nos ha dado otro nombre en el que podamos obtener la salvación’, cuando les explicaba a los judíos que en el nombre de Jesús había sido curado aquel paralítico de la puerta hermosa, en el texto que hemos venido escuchando también en las semanas pasadas. Aquella curación era signo de la salvación que Jesús nos ofrece y quiere para todos. Quiere vida en abundancia para todos, como le hemos escuchado hoy.
En ese mismo sentido ha sido lo que hemos escuchado en la primera lectura en los Hechos de los Apóstoles. Pedro, impulsado por el Espíritu va a Cesarea y entra en casa de un gentil, que va a recibir también el Espíritu Santo y que recibirá el Bautismo. Algo que no comprenden algunos de la comunidad provenientes de los grupos más estrictos del judaísmo. Pedro había entrado en casa de un gentil y había comido con él, lo que era incomprensible para un buen judío. Algunos pensaban que también los que creían en Jesús como Salvador habían de seguir esas normas mosaicas.
Si Pedro se había atrevido a entrar en la casa de aquel gentil era porque lo hacía dejándose conducir por el Espíritu del Señor. La salvación había de ser para todos sin distinción. Lo importante era la fe en Jesús, reconociéndolo como el único salvador. Era lo que Pedro había contestado a los que le preguntaban ya el día de Pentecostés ‘arrepentios, convertios al Señor Jesús, y bautizos en su nombre’. No había más requisitos; eso era la fundamental.
Si ahora se había atrevido era por la visión que había tenido y porque se dejaba conducir por el Espíritu del Señor. No podemos seguir diciendo que es impuro lo que Dios ha declarado puro. Es la imagen del mantel que bajaba del cielo con toda clase de cuadrúpedos, animales puros y animales impuros, y a los que se le había invitado comer. ‘Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tu profano, impuro’, había escuchado la voz desde el cielo.
Jesús había venido a traer su salvación para todos los hombres sin distinción. Todos han de ser purificados en el agua salvadora de la gracia de Dios que se derrama de manera sobreabundante. Todos los hombres están llamados a la salvación.
¿Seguiremos nosotros haciendo distingos? ¿Seguiremos nosotros con discriminaciones? Cuánto nos cuesta a veces entender y aceptar el evangelio de Jesús y comprender el sentido de su salvación. Tenemos tanto que aprender, porque seguimos haciendo nuestros distingos, nuestras divisiones, nuestras separaciones; seguimos colocando barreras y a la gracia de Dios no podemos poner barreras, porque el amor de Dios es infinito y es para todos porque para todos es su misericordia y su perdón.
Que nuestro corazón esté abierto a todos como para todos es la gracia del Señor.

domingo, 29 de abril de 2012


Conozco a mis ovejas y doy la vida por ellas

Hechos, 4, 8-12; Sal. 117; 1Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18
En la vida nuestra de cada día cuando suceden acontecimientos importantes, o sucede algo que nos impresiona mucho o nos llama la atención de manera especial, eso motivará para que de ese suceso se esté hablando continuamente en todos los lugares donde nos relacionamos o frecuentamos. Será un suceso especial, un acontecimiento deportivo, alguna noticia de algo importante que de alguna manera influye en la vida de la sociedad… pero se convierte en la comidilla, como decimos, en todas nuestras conversaciones y no nos cansamos de repetir y comentar una y otra vez.
Pero ¿sucede así en el ámbito de nuestra fe y de nuestra vida cristiana? Desgraciadamente en nuestro entorno cuando se habla de religión, de la iglesia o de cosas así más bien muchas veces es para denigrar o subrayar hasta la saciedad aspectos negativos de cosas que puedan suceder. No sé si siempre los cristianos valoramos debidamente todo lo que atañe a nuestra fe y a lo que es la vida de la Iglesia. ¿Qué relevancia le damos en la vida a nuestra fe y a los hechos fundamentales de nuestra salvación? Sin embargo, si nos fijamos bien, en la liturgia nos damos cuenta de que después de haber celebrado la Pascua parece como si no se quisiera acabar de celebrar y una y otra vez la Iglesia sí que quiere que repitamos, rumiemos con toda intensidad todo el misterio de nuestra salvación que hemos celebrado.
Por eso no sólo hemos estado unas semanas reviviendo intensamente todo lo que rodeó a la resurrección del Señor – en verdad está ahí todo el centro y meollo de nuestra fe y de nuestra salvación – sino que seguimos prolongando esa reflexión en todo el tiempo de pascua reviviendo, recordando, meditando intensamente todas las palabras y los hechos de la vida de Jesús. Es lo que nos va proponiendo la liturgia de la Iglesia en los diferentes domingos de Pascua y así tenemos hoy estos hermosos textos que nos hablan de Jesús como Buen Pastor.
No tendríamos que cansarnos de repetir una y otra vez todo este acontecimiento de la Pascua, igual que en la vida ante otros acontecimientos, como decíamos antes, repetimos y comentamos una y otra vez las cosas que van sucediendo. Cuando seguimos contemplando y meditando toda la entrega de Jesús en la Pascua surge hoy esta presentación de Jesús como Buen Pastor. Una imagen con hondo y rico significado que nos viene a definir muy bien a quien se entregó hasta dar su vida por nosotros. ‘Yo soy el Buen Pastor’, nos dice Jesús.
Fijémonos en diferentes aspectos en los que Jesús se nos manifiesta como buen Pastor. Primero nos dice ‘el buen pastor da la vida por las ovejas’ en contraposición a quien no es el dueño de las ovejas sino solamente un asalariado. Jesús es el Buen Pastor que ama a sus ovejas, son suyas, las conoce y las defiende hasta con la vida si fuera necesario. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué ha hecho por nosotros para liberarnos del maligno? Dar su vida por nosotros para que pudiéramos tener vida. Sí que le importamos nosotros a Jesús. Nos ama.
Es otro aspecto que podríamos subrayar. ‘Yo soy el buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por mis ovejas’, nos dice. Donde haya muchas ovejas y muchos pastores cada pastor conoce y distingue sus propias ovejas. De la misma manera las ovejas sólo seguirán al pastor que conocen.
Mucho nos quiere decir Jesús con esto. Conocer es algo más que distinguir una oveja de otra. Con la palabra conocer se quiere decir algo mas hondo; se está hablando de amar. El buen pastor ama a sus ovejas y cuando amamos llegamos a un conocimiento mucho más profundo que lo que nos puedan ofrecer los ojos de la cara. Hay otra comunicación, otra comunión, la del amor. Y claro cuando amamos, por aquel a quien amamos estamos dispuestos a hacer lo que fuera necesario. Por eso Jesús dirá que nos conoce, nosotros le conocemos, y El da la vida por sus ovejas. Es la consecuencia del amor. Es lo que hace Jesús por nosotros. Así nos conoce, así nos ama.
Nos conoce Jesús y nosotros hemos de conocerle a El, y escucharle, y seguirle, y amarle. Tendría que ser nuestra respuesta. ‘Yo conozco a las mías y las mías me conocen’, nos ha dicho. El nos ama y nosotros hemos de amarle y de la misma manera estar dispuestos a todo por El. La consecuencia del amor verdadero, como decíamos. Es el camino que hemos emprendido cuando nos decimos que tenemos fe en El, queremos ser sus discípulos y seguirle. Es la respuesta que, aunque nos cuesta a causa de nuestra debilidad, queremos ir dando cada día cuando queremos ser fieles, cuando queremos mantener nuestra fe, cuando ponemos todo nuestro empeño por vivir nuestra vida cristiana.
Pero no estamos solos; El nos ayuda, porque como buen Pastor siempre está dispuesto a ofrecernos los mejores pastos, siempre está ofreciéndonos y regalándonos su gracia que se nos reparte en la Palabra que escuchamos, en los sacramentos que celebramos y recibimos y en todo ese caudal de gracia que continuamente de mil maneras nos está dando en cada momento de nuestra vida. No es solo la gracia santificante que recibimos en los sacramentos, sino todas esas gracias actuales que en cada momento nos ofrece el Señor a cada situación de nuestra vida.
¡Cuánto nos ama el Señor! ¡Cómo tendría que ser también por nuestra parte ese cultivo y cuidado de la amistad de Dios que vemos enriquecido en nuestra oración al Señor! El cristiano tendría que ser de verdad un hombre de oración, de oración intensa, para vivir esa comunicación y comunión con Dios. ¿Cómo podríamos mantener esa unión con el Señor si no oramos intensamente? Quien se siente amado por el Señor hasta ser su hijo, como nos dice la carta de Juan hoy, siente que Dios habita en su corazón y tendría que surgir de forma espontánea casi esa comunicación viva con Dios en la oración. Necesitamos de la oración como del agua y la comida para vivir, como del aire para respirar. Nos daría para más extensas reflexiones.
Una palabra final para la Jornada que celebramos en este domingo del Buen Pastor. Es la Jornada de oración por las vocaciones, sobre todo a la vida sacerdotal y a la vida religiosa y que se celebra este año con el lema ‘las vocaciones, don de la caridad de Dios’. El Señor ha querido hacer partícipes de su función de pastor a aquellos que llama con una vocación especial dentro de la Iglesia. Son los sacerdotes y son los religiosos y religiosas que han consagrado su vida al Señor en la vida religiosa. Hoy es una especial jornada de oración para que el Señor llame a muchos y sean muchos los que respondan a esa llamada de amor del Señor y haya abundantes sacerdotes y también hombres y mujeres que se consagren al Señor en la vida religiosa para bien de la Iglesia y para la gloria del Señor.
Entresacamos algunos párrafos del mensaje del Papa. ‘Es importante que en la Iglesia se creen las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, como generosas respuestas a la llamada del amor de Dios… Será tarea de la pastoral de las vocaciones ofrecer puntos de orientación para un fructífero recorrido. Elemento central será el amor a la Palabra de Dios, cultivando una familiaridad creciente con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero sobre todo que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios va unido al sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos siempre de nuevo a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino’.
Y nos habla también de la importancia de las familias en el surgimiento de las vocaciones. Tal dinámica, que responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, puede hallar elocuente y singular atención en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor mismo de Cristo que ha dado a su Iglesia (cf. Ef 5, 32). En las familias, «comunidad de vida y de amor», las nuevas generaciones pueden hacer una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no solo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden llegar a ser «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios», haciendo descubrir, precisamente dentro de la familia, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada.
Oremos por las vocaciones. Sintamos esa inquietud de la Iglesia en nuestro corazón.