Luz de los pueblos desde nuestra unión con el Señor realizando sus mismas obras
Hechos, 13, 44-52; Sal. 97; Jn. 14, 7-14
‘Yo te haré luz de los
gentiles, para que seas la salvación hasta los extremos de la tierra’. Es lo que recuerda el apóstol ante
el rechazo que en la sinagoga de Antioquía se tiene contra la Buena Nueva que
anuncia Pablo. Desde ahora no sólo se va a anunciar el evangelio a los judíos y
en las sinagogas sino que será Buena Nueva para todos los pueblos. Hasta
entonces la predicación de los apóstoles comenzaba haciendo el anuncio de la
Buena Nueva del Evangelio a los judíos y en las sinagogas.
Nos recuerda lo que el Señor le decía a Ananías en
referencia a Saulo cuando la conversión en el camino de Damasco. ‘Este hombre es un instrumento elegido por
mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes y a los israelitas. Yo le
enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre’. Un instrumento elegido por
el Señor para dar a conocer el nombre de Jesús, para llevar el mensaje de
salvación a todos los pueblos. Pablo será el apóstol de los gentiles y
recorrerá el mundo anunciando el evangelio de Jesús.
Estamos viendo también cómo junto a momentos de
entusiasmo donde muchos aceptan el evangelio se suceden momentos de dificultad,
de oposición y de persecución. Al final Pablo y Bernabé tendrán que marchar de
Antioquía de Pisidia por la oposición que le hacen los principales entre los
judíos y marchará a Iconio. Más tarde volverá por allí, ya lo escucharemos.
Pero la decisión de Pablo motivará la alegría de los gentiles que habían
abrazado la fe. ‘Cuando los gentiles
oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Palabra del Señor… y los
discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo’. ¿Será así
nuestra alegría por el don de la fe y nuestra alabanza al Señor por la Palabra
que se nos proclama?
En el evangelio estamos escuchando un texto que ya esta
semana hemos tenido ocasión de escucharlo y meditarlo en la fiesta de los
apóstoles Felipe y Santiago; ayer escuchamos también una parte de dicho texto.
Pero la riqueza de la Palabra del Señor nos ayuda a seguir encontrando un
mensaje rico y hermoso para nuestra vida. La gracia que nos trae la Palabra del
Señor no se agota nunca.
Cuando los discípulos le manifiestan su deseo de
conocer al Padre del que Jesús tanto les habla les enseña cómo conociendo a
Jesús podremos conocer a Dios. Es Jesús el camino cierto que nos lleva hasta
Dios. ‘Quien me ha visto a mí, ha visto
al Padre’, les dice. ‘Yo estoy en el
Padre y el Padre en mí’, les enseña; ‘si
no, creed a las obras… el que cree en mí también hará las obras que yo hago y
aún mayores’.
Es impresionante lo que nos está diciendo Jesús. La
unión de Jesús con el Padre, que se manifiesta en las obras que realiza, que
son las obras del Padre, ha de ser también la unión que nosotros hemos de tener
con Jesús desde nuestra fe en El y de la misma manera entonces nosotros hemos
de hacer las obras de Jesús. Unirnos a Jesús, ser una cosa con Jesús es nuestra
tarea; es a lo que nos tiene que llevar nuestra fe en El. Porque la fe que
tenemos en Jesús no es como un adorno externo, sino que tendrá que traducirse
en esa unión profunda con Cristo que nos tiene que llevar necesariamente a la
santidad, a una vida santa. Santidad y unión que se manifestará en las obras de
nuestra fe y de nuestro amor. ¡Cuánta exigencia y cuánta grandeza!
Ya en los textos que siguen que escucharemos tanto el
domingo como en los próximos días se nos hablará de esa necesaria unión con el
Señor, porque si no estamos unidos a El nada somos ni nada podemos hacer. Es
más, si no estamos unidos a El no habrá vida verdadera en nosotros. Una
exigencia y un compromiso para nuestra oración, para nuestra escucha del Señor,
para nuestra vivencia sacramental para dejarnos inundar continuamente por la
gracia del Señor.
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