El trabajo fuente de realización
personal y camino de la propia santificación
Gén. 1, 26-2, 3; Col. 3, 14-15.23-24; Sal. 89; Mt. 13, 54-58
Desde finales del siglo XIX el primero de mayo ya sido
una fiesta de reivindicaciones sociales en el mundo del trabajo, de manera que
ya en todo el mundo en este día se celebra el día del trabajo. Fiesta del
trabajo que tiene unas connotaciones muy especiales en el momento actual con la
fuerte crisis social que vivimos. Comprendemos que socialmente esta fiesta ha
contribuido mucho a muchas mejores en el ámbito social en el campo del trabajo
de lo que la iglesia y la fe cristiana, aunque muchos quieran excluirla, no es
ajena y tambien ha prestado su contribución.
Ahí está toda la doctrina social de la Iglesia
desarrollada ampliamente desde León XIII a finales del siglo XIX y luego a
traves del magisterio de los Papas hasta nuestro tiempo. Mucho tendríamos que
estudiar los cristianos toda esta doctrina social de la Iglesia que sería una
fuente hermosa de la dignificación de todo trabajo y de santificación también
del hombre trabajador.
Fue el Papa Pío XII el que a mediados del siglo XX
quiso que esta fiesta del trabajo tuviera también su traducción, por así
decirlo en el ámbito de la Iglesia y que la fe cristiana iluminara desde la luz
del evangelio este mundo del trabajo recordando lo que ha sido la doctrina de
la Iglesia y la expresión de nuestra fe a partir del evangelio y la palabra de
Dios. Fue por lo que instituyó esta fiesta litúrgica de san José Obrero.
Tenemos la tentación de mirar el trabajo por su dureza
y hasta el desgaste físico y mental que pueda producir como si fuera un carga o
un castigo. No es así como hemos de mirarlo desde nuestra fe y nuestros
sentimientos cristianos, porque incluso en la primera página de la Biblia
aparece el trabajo como un desarrollo de la persona y de toda la creación
confiado por Dios al hombre antes y al margen del pecado original que luego el
hombre cometiera.
El ‘creced y multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla’ es algo que Dios confía al hombre desde el mismo momento de la
creación para que el hombre, dotado de esa inteligencia y voluntad que nos
asemeja a Dios, en el desarrollo de toda esa creación prolongue la obra creada
por Dios en el desarrollo de sí mismo, de sus propias capacitades y virtudes
(posibilidades) y en el camino de plenitud de su propia vida.
En el trabajo dignamente realizado el hombre se acerca
a Dios asemejándonos a El, como quiso Dios crearnos – a su imagen y semejanza,
como dice la Biblia – y es para el hombre un signo también de la bendición de
Dios. ‘Dichoso el que teme al Señor y
sigue sus caminos, dice el salmista. Comerás del fruto de tus trabajos, será
dichoso, te irá bien’. Cuando pedimos la bendición de Dios no es para que
nos libere de nuestros trabajos, sino para que con su fuerza y su gracia
hagamos cada día más digno el trabajo y en él alcancemos el desarrollo de la
propia personalidad del hombre, alcanzando así cada día mayor plenitud.
Todo tiene que convertirse en nuestra vida en algo con
lo que sabemos dar gloria a Dios. Eso nos enseñaba san Pablo cuando nos dice
que ‘todo lo que de palabra o de obra
realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios
Padre por medio de Jesús’.
La Iglesia quiere recordar en este día a san José,
contemplándolo como un hombre trabajador en su taller y hogar de Nazaret. ‘Es el hijo del carpintero’, decían las
gentes de Jesús. Es el hijo de un hombre trabajador, lo que significa cómo
Jesús en aquel hogar de Nazaret también fue un joven trabajador junto a José lo
cual se convierte para nosotros en un hermoso ejemplo y paradigma de lo que ha
de ser nuestro trabajo.
Jesús que vino a santificar todas las cosas llenándolas
de su gracia, al trabajar con sus propias manos en el hogar y taller de Nazaret
nos está enseñando también cómo desde nuestro trabajo, en nuestro trabajo, con
nuestro trabajo hemos de ir santificando nuestra vida.
Que todo sea, pues, siempre para la gloria de Dios. Que
en el trabajo sintamos la bendición de Dios para nosotros y para todos los
hombres. Y pidamos que esa bendición de Dios se derrame sobre todos para que
todos puedan tener un trabajo digno con el que ganarse el pan de cada día para
sí y para sus hijos y puedan realizar ese trabajo como fuente de realización personal,
pero también como camino hermoso de santificación.
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